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El Tonto de la Llaná II parte

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por Recaredo, 23 de Noviembre de 2009. Respuestas: 0 | Visitas: 544

  1. Recaredo

    Recaredo Poeta fiel al portal

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    El Tonto de la Llaná II parte.

    Ella, doña Esperanza, que esté en gloria... me limpiaba las babas, como hacía mi madre cuando yo era niño; luego, cuando el Demonio hinchaba mi cuerpo, poniéndolo duro como un palo, porque quería salir, entonces ella lo introducía en el suyo y se movía de una forma que a mí me daba mucho gusto, y así estaba un buen rato, hasta que el Demonio salía.
    Entonces yo me sentía el tonto más feliz del mundo. Ella me daba un beso en la frente y me volvía a repetir: -Sobre todo, ya sabes, Casimiro ¡Ni una palabra a nadie!- Pobre doña Esperanza; después que ella murió el pueblo está como vacío, los pobres la echan mucho de menos, aunque yo creo que lo que echan de menos son sus limosnas y no a ella. Los pobres son taimados y desagradecidos, También me lo decía doña Esperanza: -No te fíes de los pobres Casimiro, a los pobres hay que darles la limosna con una mano y un palo con la otra.-
    A mí me mandaba ella a repartir el cesto de pan, que cada día daba a los pobres a la hora de vísperas; ellos que ya esperaban en la puerta, se abalanzaban sobre el cesto sin orden ni control, los más avispados se llevaban varios trozos de pan, mientras que otros no conseguían ninguno; entonces se enfadaban conmigo, como si yo tuviese la culpa de todo y me injuriaban con sus denuestos: -¡Así te mueras, Casimiro! ¡Tonto del Diablo!- Me decían rabiosos mientras se alejaban del portal, donde yo me quedaba con el cesto vacío entre las manos.
    A mí me daba mucha pena que hubiera tanta miseria en el pueblo, pero yo no podía hacer nada para remediarla; en cambio doña Esperanza sí lo hacía, daba muchas limosnas y visitaba a los enfermos en sus míseras casas, yo la solía acompañar siempre que podía y el padre Nicanor me daba permiso para hacerlo. Pues yo tenía mis obligaciones en la Iglesia ayudando al sacristán en las suyas. Yo era el que tocaba las campanas, porque el sacristán ya estaba viejo y no tenía fuerzas para manejar la cuerda; él me había enseñado los distintos toques, que ya me conocía muy bien: La llamada de maitines, los tres toques a misa, así como el repique a gloria o el doblar por los muertos; este último siempre con la campana gorda.
    También era yo quien se encargaba de pasear por las calles al cerdo de San Antón, hasta que este aprendía el recorrido por si solo, en busca de su alimento por las calles del pueblo. Doña Esperanza, que esté en gloria... era la que más alimento echaba al pobre animal, ya que en su casa había muchas sobras, por eso el cerdo, cuando ya se sentía cebón, pasaba largas horas tumbado en la puerta de su casa, y yo aprovechaba esto para hacerle una visita a doña Esperanza, y ella también me daba a mí algo para que yo comiera.
    -Comes más que el Antonino- Que así se llamaba el cerdo; me decía.
    -Pero haces bien, tienes que comer para estar fuerte- Me iba diciendo mientras me ponía en la mesa buenos cachos de pan y queso y jamón. terminando de comer le iba a algún recado, o a buscar agua a la fuente, porque su criada que ya era muy vieja, no podía con los cántaros.



    La próxima semana; si me leen... habrá más
     
    #1

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