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El Tonto la Llaná IV parte

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por Recaredo, 3 de Diciembre de 2009. Respuestas: 0 | Visitas: 514

  1. Recaredo

    Recaredo Poeta fiel al portal

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    2 de Agosto de 2009
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    Escamado por tanto silencio miré a mi alrededor, y aunque allí siempre reinaba el silencio y, aparte de los zagales que a veces usaban la sombra y el resguardo de la tapia para hacer sus juegos pecaminosos; que decía en padre Nicanor, nunca había nadie, aquel día el silencio era distinto.
    Las nubes que volaban arrastradas por el viento parecían más cercanas a la tierra; como si ellas quisieran ver también lo que allí estaba sucediendo.
    Algunos cuervos que tenían sus nidos en un tajo cercano, graznaban ahora posados sobre los tejadillos ruinosos de los nichos y movían la cabeza nerviosamente mientras me miraban con sus ojos rojizos. Las mariposas iban y venían libando las flores, ya medio marchitas, que contenían los floreros de lata que adornaban las lápidas de algunas tumbas.
    Entonces sentí una sensación extraña en todo el cuerpo, era algo así; como si todos los difuntos de aquel cementerio hubieran salido de sus tumbas y me estuviesen observando.
    Aquello debía ser el miedo... (pensé) Sí, ese temor del que tanto había oído hablar a las personas y que yo, hasta aquellos momentos, nuca había sentido.
    ¿Por qué no tengo yo miedo? Recuerdo que en más de una ocasión le había preguntado al padre Nicanor: -Porque tú eres un alma pura que no tiene pecado. Y, el miedo, Casimiro; casi siempre suele ser la consecuencia de nuestras malas acciones y de nuestros malos pensamientos. Tú no tienes ninguna de estas dos cosas, y por lo tanto, tampoco tienes miedo.-
    Me había respondido el padre. Y sí, así debía ser, tal como decía el padre.
    Porque yo veía que otros zagales de mi misma edad tenían miedo de ir de noche al cementerio, aunque fueran en grupo, o quedarse solos en la Iglesia con las puertas cerradas. En cambio, yo lo hacía a diario y nunca tuve miedo;
    bueno sí, para que voy a engañar... alguna veces si que sentí algo, que si no era miedo, era parecido. Y fue cuando la mujer del sacristán, la Encarna, me amenazaba con decirle al padre Nicanor lo que yo hacía a veces con mi cuerpo, cuando estaba a solas en mi cuarto. ¡Luego, terminó por decírselo! Cuando vio que yo no quise hacer lo que ella me pedía... Pues, quería hacer conmigo lo mismo que hacía doña Esperanza, que esté en gloria.
    A mí no me gustaba la Encarna; ni me gusta, es una mujer mala que siempre me trató mal. Me llamaba "tonto" nunca se dirigía a mí por mi nombre, como doña Esperanza; por eso no dejé que hiciera conmigo lo que hacía ella.
    Por eso digo que, algo sí que sabía del miedo. Pero, lo que yo sentía en aquellos momentos, viendo a la Sebastianilla allí tendida, muertecita sobre la grama del cementerio, era una cosa muy diferente que no sabría explicar.
    Claro, como soy tonto... mi cerebro, según dice el padre Nicanor, no funciona como el de las demás personas; sí claro, eso debe ser.


    Más en el próximo capítulo
     
    #1

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