El último duelo

Ya vuelve a la barra. Se acerca muy despacio, midiendo cada paso y mirándome fijamente mientras camina.

Conozco la táctica de estos sujetos, son profesionales y sé que enfrentarse a ellos es un suicidio. El duelo está perdido de antemano pero no tengo alternativa: mi honor está en entredicho, lo defenderé en este bar de madera oscura como las cajas de muerto y al son de la música fúnebre del piano que murmura mi final.

Le he estudiado a fondo: sus gestos, su manera de coger la botella y servir el whisky, gota a gota en los vasos que ha pedido, displicente, al camarero; su forma de beber, lenta y meditada, sin dejar de vigilarme ni un segundo a través del cristal, valorando a su rival, al infeliz que ha osado retarle.

La conversación ha sido, según lo previsto, directa; envuelta en una tensión creciente y palpable, cada uno ha dicho lo preciso en frases muy cortas o monosílabos, sin preguntas. Todo está suficientemente claro entre los dos y no hace falta perder más tiempo ni hay espacio ya para más palabras; ahora hablaremos de otra forma.

Apuró su bebida, soltó el vaso sobre la barra y se dirigió al Servicio esbozando una sonrisa irónica; “estás perdido “, escribió en su mirada.

Tuve unos minutos para concentrarme en los que recordé mis anteriores encuentros con tipos de su catadura y en los que supe reaccionar a tiempo a costa de mi orgullo y así evitar el enfrentamiento final; por ello al menos sigo de una pieza pero hoy no cederé.

Ya está ahí, parado sobre sus pies, muy abiertos, y a la distancia perfecta, sabe lo que hace. Lleva su mano derecha, que ha desnudado de un fino guante de piel negra, lentamente a su cintura; me alejo unos metros a lo largo de la barra y busco refugio en una banqueta alta mientras abro mi cazadora aunque sé que es inútil, que la suerte está echada. No quedan ya clientes en el bar y se apaga el sonido del piano.

Pero entonces saca un paquete de tabaco en un gesto que me desconcierta, y extrae un cigarro que, con aterradora calma, enciende e instala, humeante, entre sus labios; lo he entendido, tiene la situación tan controlada que hasta osa burlarse de su víctima antes de finiquitar el lance.

Sus manos quedan ya libres y el desafío, ahora sí, pendiente de sentencia. Noto sudor en mi frente y temblor en la mano.

¡Sea, todo por mi honor ! desenfundo entre estertores mi cartera y esta vez, harto ya de humillaciones, disparo en voz alta, para que lo oiga también el camarero, agazapado al otro extremo de la barra: “Vaya, no llevo suelto. Lo siento”.

Me inunda la euforia, he sido el más rápido esta vez y no pagué tampoco mientras estuvo en el baño; mi corazón late acelerado por la emoción pero se detiene de golpe al escuchar a mi rival cuando suelta una medida palmada sobre mi espalda:

“ No pasa res, hombre ” y, dirigiéndose al camarero : ” Se lo apunta al Señor que es cliente habitual y ya se lo pagará otro día; yo tengo que volver a Barcelona ara mateix”.

 

La tensión que consigues crear a lo largo de la escena que, en principio te lleva al típico western americano, no sé por qué, a la mitad pensaba que no desembocaría en un desenlace convencional y he comprobado que estaba en lo cierto, el giro final ha sido sorprendente y simpático.

Tienes un buen estilo. Me gusta.

Saludos cordiales.

 

Pues acertaste con el giro alejado de "Duelo al Sol".

 

Que si no citas no salen alertas,