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El vacío de la noche

Tema en 'Fantásticos, C. Ficción, terror, aventura, intriga' comenzado por ivoralgor, 4 de Julio de 2014. Respuestas: 0 | Visitas: 1060

  1. ivoralgor

    ivoralgor Poeta asiduo al portal

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    Tuve una sensación de vacío esa noche. La luz de las lámparas de la calle se veían más amarillas que de costumbre. Cirilo, mi vecino de enfrente, reparaba su motocicleta. El bullicio de las herramientas me hizo mirar por la ventana. Hacía calor. Mercedes no se despertó, tenía el sueño muy pesado. Cirilo entró a su casa a buscar algo. Al salir de nuevo limpió la cadena de la motocicleta. Sorbió un trago de la Corona que tenía a un lado. De súbito, un ruido estruendoso se acercaba, era una motocicleta Harley Davidson, con su ronroneo inconfundible. Se detuvo frente a Cirilo. Escuché dos detonaciones y de inmediato se alejó la Harley Davidson. Cirilo quedó a un lado de la motocicleta, en un charco de sangre. Me quedé mudo. Quise despertar a Mercedes pero no podía moverme, estaba petrificado. Percibí el olor de la pólvora y la sangre que se colaba por un resquicio de la ventana. Desperté de pronto. Estaba bañado en sudor. No era mi casa y estaba solo en el cuarto. Mi boca tenía un sabor magro. Creo que eran las diez de la mañana, verifiqué en mi reloj de pulsera, efectivamente eran las diez de la mañana. Fue un sueño, pensé, un estúpido sueño. Mi chaqueta negra estaba tirada en el piso, al igual que mis botas. Aún llevaba puesto el pantalón de cuero. El casco estaba en un pequeño sillón. Entré al baño con la intensión de ducharme. Me vi en el espejo y mis ojos tenían un brillo distinto. No le di importancia. Me mojé la cara y salí. Encendí la televisión para distraerme un rato. En el canal Trecevisión daban la noticia de un homicidio: habían matado al afamado agiotista Cirilo Castrejón, tenía muchos enemigos que lo querían muerto. El reportero estaba en la escena del crimen. Una moto CBR 600 negra salía en primer plano. Luego bajaron un poco la cámara. Una Corona estaba a medio tomar, algunas herramientas estaban dispersas y a un lado un charco de sangre. Intenté sobresaltarme, pero no pude. Algo dentro de mí se regocijaba. Una sonrisa maquiavélica se me dibujó en la cara. Buen trabajo, dije satisfecho. Levanté la chamarra y sonó el teléfono celular. Una voz de mujer hablaba. Hiciste un buen trabajo, Fabián, dijo secamente, te has ganado el cielo. Ese hijo de puta merecía morir. Debes desaparecer por unos meses, continuó, te deposité cien mil pesos a tu cuenta de Santander, con eso te dará para sobrevivir unos cuantos meses. Cuando podré verte, dije excitado, quiero tenerte para mí solo. No comas ansias, dijo la mujer, pronto estaremos juntos gozando el dinero del engendro de Cirilo. Te busco en cuatro meses, dije y colgué.

    Me senté en la cama y los recuerdos se revolvían en mi cerebro. La mujer era Casandra, esposa de Cirilo. Hace cinco meses me sedujo en la fiesta de cumpleaños de Cirilo. Eres muy guapo, Fabián, dijo cuando entré a su casa a buscar unas servilletas de papel. No tengas miedo, no te voy a comer. Gracias por el cumplido, dije, sólo vine por unas servilletas. Se acercó y me agarró la verga. Me asusté al principio. A quién le dan pan que llore, pensé y me dejé llevar por las caricias de Casandra. A pesar de tener cuarenta años tenía un cuerpo espectacular, fruto del gimnasio. Estaba a punto de bajarme la bermuda cuando escuchamos que Cirilo la buscaba. Luego seguimos, dijo, no te vayas a perder. Me apretó por última vez la verga, que ya estaba dura y caliente, y se marchó. No podía creerlo.

    A Cirilo lo conocí un sábado cuando reparaba por la noche su moto CBR 600. Está bien chingona tu moto, dije, vuela. Así es, dijo Cirilo sin voltear a verme. Me llamo Fabián y soy tu vecino de enfrente, dije estirando el brazo para saludarlo, yo tengo una Harley Davidson Road King roja y también vuela. Nos pusimos a platicar sobre motocicletas, una pasión común. Ahora vuelvo, dijo, voy a buscar algo. Regresó con un par de Coronas bien frías. Me dio una. Salud, dije mientras chocábamos las Coronas. A ver qué día te animas y nos vamos al malecón de Progreso en moto, dijo Cirilo sorbiendo un trago de la Corona, en vacaciones de julio y agosto se llena de viejas encamables. Uno de estos días, dije, lo planeamos y vamos.

    Ya casi se habían ido todos los invitados de Cirilo. Mercedes se tuvo que ir porque Leandro, nuestro hijo más pequeño, se durmió en sus brazos. Lo voy a llevar a dormir, dijo, te espero en la casa, no tardes. Casandra aprovechó ese momento para hacerme una propuesta. Me gustas mucho, Fabián, y quiero tenerte para mí sola, dijo seductoramente, pero antes tienes que hacer algo por mí. Tragué saliva, sus ojos cambiaron de pronto. Luego te busco para darte más detalles. Asentí con la cabeza. Me despedí de Cirilo y regresé a mi casa. Esa noche soñé que me cogía a Casandra a la orilla de una playa virgen. A los dos días me interceptó saliendo de la casa. Me dio un papelito. Éste es mi número de celular, dijo nerviosa, háblame en un par de horas. Metí el papelito en la bolsa de mi camisa y se fui a trabajar. Le marqué desde la oficina dos horas después. Por teléfono es difícil explicarte qué es lo que quiero, dijo más nerviosa, mejor nos vemos en la casa que tengo en San Benito, cerca de Telchac Puerto. Está lejos, dije, pero está bien. Le marqué a Mercedes y le dije que tenía una junta que terminaría tarde y me creyó. Camino a San Benito me excité mucho, era la ocasión perfecta para cogerme a Casandra y no la desaprovecharía. Cuando llegué me estaba esperando en la sala de la casa. Apagué el motor del carro y ella abrió la puerta de la casa. Pasa, dijo, bienvenido a mi humilde morada. Se rió. De humilde no tenía nada. Era de dos plantas, sala y comedor minimalista, las puertas y las ventanas era de cristal transparente; sólo la de enfrente era de madera tallada, lujosa de cabo a rabo. Siéntate, ponte cómodo. Aún seguía nerviosa. Ya estoy aquí, dije, qué es lo que tengo que hacer. Se empezó a desvestir frente a mí. Instantáneamente tuve una erección. Se acercó. Puso mis manos en sus duras nalgas. Aspiré profundamente el aroma de su sexo, olía a vainilla y coco. Mi lengua empezó a juguetear con sus labios vaginales. De súbito, apartó mi cabeza. Si quieres tenerme de nuevo, dijo desafiante, tienes que matar a Cirilo. Qué, dije sorprendido, matar a... No terminé la frase. Se vistió nuevamente y encendió un mentolado. Sí, lo que oíste, dijo, no te hagas pendejo. Nunca he matado a nadie, dije nervioso, no chingues. Por qué lo quieres matar, pregunté inocentemente. Ese bastardo me golpea, me trata peor que a una puta, dijo furiosa, además tiene otras mujeres e hijos regados por todos lados. No creo que sea para tanto, pensé, lo denuncia por maltrato y asunto arreglado. He intentado alejarme de ese engendro, continuó, pero su fortuna la construyó con el dinero de mi difunto padre y por derecho me corresponde el cien por ciento. No voy a dejar que un malnacido despilfarre todo mi dinero. Le dio un último toque al mentolado y se acercó nuevamente para tumbarme en el sillón. Me bajó el pantalón y empezó a lamer mi verga. Lo hacía con unos ímpetus de prostituta profesional, la engullía toda. A los diez minutos eyaculé en su cara. Este es tu primer pago, dijo limpiándose la cara con el dorso de la mano derecha. Se fue al baño y cuando salió traía una mochila negra. Ahí está todo lo que necesitas, sentenció, lárgate ahora que tengo mucho que hacer, necesito planear un funeral. Cierras la puerta cuando salgas. Se subió a su Mercedes Benz y se marchó. En la mochila había un fajo de billetes de quinientos pesos y una pistola Browning 9 mm.

    Debía planear todo con mucha precisión y calma. Guardé la pistola en casa de mi mamá, no quería que Mercedes sospechara nada y mucho menos que alguno de mis hijos encontrara la pistola por casualidad. Casandra no me volvió a decir nada del asesinato, simplemente cuando me veía sentía que me quería matar a mí también. Con él dinero que me dio Casandra mandé a mi esposa y mis hijos a unas vacaciones a la isla HolBox. Luego los alcanzo, dije, necesito finiquitar unos asuntos aquí. Mejor le voy a decir a mi hermana Carmen que nos acompañe, dijo decidida, casi no sale desde que enviudó. Partieron el viernes por la tarde y mi plan se ejecutaría el sábado por la noche. Todo estaba listo. Mataría a Cirilo, me cogería a Casandra y me daría la gran vida por unos cuantos meses.

    El sábado salí a las seis de la tarde de mi casa en motocicleta. Fui a casa de mi mamá a buscar la pistola. Estuve dando vueltas hasta calcular que Cirilo estuviera reparando su CBR 600, me dijo que esa noche la afinaría. Eran las once de la noche cuando me estacioné frente a él. Intentó darme la mano para saludarme. Saqué la pistola y le di dos tiros en el pecho. Sus ojos se llenaron de pavor. Se llevó las manos al pecho. Guardé la pistola y me largué de ahí. No podía regresar a mi casa, así que entré al motel Señorial, que está en el periférico, a la altura de la entrada a Caucel. Me detuve uno par de metros antes de la pluma de entrada. Habitación sencilla ó Suite, dijo un voz que salía del interpone que estaba a mi izquierda. Sencilla, contesté secamente. La número veinte, dijo la misma voz. Entré a la pequeña cochera, pulsé el botón para cerrar la cortina de metal y madera y apagué la motocicleta. Entré al cuarto y me quité la ropa, sólo me quedé con el pantalón de cuero. Me tumbé en la cama y me vi en el espejo que estaba en el techo. Mi corazón palpitaba a todo galope. Saqué de mi bolsa una grapa de cocaína, la compré para calmar mis nervios. Mis manos temblaban. Puse todo el contenido de la grapa en mi mano derecha y aspiré profundo. Jamás me había drogado. La sangre empezó a brotar de mi nariz. Fui al baño y me lavé. El pantalón de cuero tenía residuos de la cocaína. Me empecé a sentir eufórico, gritaba y golpeaba la cama. Sentí una corriente que recorría mi cuerpo entero y empezó a sacudirse. Pasó un minuto, creo, y me desmayé. Al despertar estaba algo perdido, no sabía dónde estaba. Luego me llamó Casandra. Apagué la televisión que había encendido, y me vestí. Marqué a la recepción. La cuenta de la habitación veinte, dije. Espere un momento, dijo la voz al otro lado de la línea, son mil doscientos, señor, ahora van a cobrarle. En la esquina derecha del cuarto había un pequeño cilindro de madrera giratorio y ahí puse el dinero. Sonó un timbre y el cilindro giró. Gracias, dijo y se marchó. Salí del cuarto, encendí la motocicleta y pulsé el botón para abrir la cortina de madera y metal. Me detuve en la salida del motel, estaban revisando el cuarto. Se levantó la pluma y salí rumbo a HolBox. En la kilómetro 40 de la autopista Mérida-Cancún tiré la pistola al monte lo más lejos que pude.

    Al regresar de las vacaciones de HolBox le dije a Mercedes que me iría cuatro meses a Puebla por un proyecto importante y que me estaba dando la oportunidad de liderarlo. Es mucho tiempo, Fabián, dijo triste, qué voy a hacer con los niños, me voy a quedar sola. Empezó a llorar como magdalena. Coño. La abracé contra mi pecho y la llevé al cuarto. No te preocupes, amor, dije para calmar las cosas, dile a tu hermana Carmen que venga a vivir a la casa esos cuatro meses que no estaré. Sonrió levemente. Le besé los labios y para sellar el trato me la cogí. Compré boletos para Cancún. Renté una casa y ahí estuve escondido. De vez en cuando iba a la zona hotelera a ver a las turistas y ligar. La vida se hizo para gozar. Cansado de ligar a turistas, decidí visitar cuanto putero hubiera en Cancún. En el Black Jack conocí a Zamira, una regiomontana espectacular. Tenía mejor culo que Casandra y era más joven, desde luego. Todos los días la iba a ver, al menos un par de horas. Cuando yo llegaba dejaba a cualquier cliente que estuviera atendiendo. Hola, corazón, decía, ahora soy toda tuya. Se sentaba en mis piernas, me besaba en los labios y me acariciaba la verga. El sábado en la noche, estando medio borracho, le conté lo del asesinato de Cirilo. Yo maté a Cirilo Castrejón, dije vanagloriándome, se merecía morir el hijo de puta. En serio mataste Cirilo Castrejón, preguntó incrédula Zamira. Asentí con la cabeza y le mordí el pezón derecho. Al día siguiente, tocaron la puerta de la casa que rentaba. Estamos buscando al señor Fabián Ordaz, dijo una voz gruesa. Puta madre, es la policía, pensé. No tenga miedo, continuó la voz gruesa, la señora Casandra nos mandó. Se me bajaron los huevos de la garganta. Abrí la puerta y un tipo, de aspecto fuereño, me apuntó con una pistola. Zamira estaba detrás de ellos. Hija de la chingada. Zorra. Me disparó en el hombre derecho y la pierna izquierda, no quería matarme. Caí de espaldas. Otros dos fuereños me levantaron en vilo y me llevaron a una Suburban negra. Al entrar sentí un fuerte golpe en la cabeza, perdí el conocimiento. Cuando desperté estaba en una casa abandonada. Casandra estaba fumando un mentolado. En seis meses me darán la autorización para disponer de toda la herencia de Cirilo, dijo con algo de saña y delicadeza, y todo gracias a ti. Es hora de pagarte la otra parte del trato. Se acercó lentamente. Uno de los tipos fuereños le entregó un fajo de billetes de quinientos. Los arrojó al suelo, junto a mis pies descalzos. Espero que esto te sirva para pagar tu entrada al infierno. Me dio un beso en la frente y apretó mi verga flácida. Escuché que los fuereños cargaron sus armas. Ya me llevó la chingada. El culo de Casandra se movía sensualmente cuando salía de la casa. Cerré los ojos y oí las detonaciones.
     
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