El Viaje Capítulo 3

El Viaje - Capítulo 3


Cuarta etapa

Al día siguiente, ya repuestos por ese verdadero oasis en el desierto que era el hotel de Médanos, continuamos la marcha enfrentando el interminable cruce del desierto, teniendo que bajarnos cada diez kilómetros aproximadamente a abrir tranqueras o casi detenernos en los guardaganados, pasando las poblaciones inexistentes de General Levalle, Algarrobos, Montes de Oca, Gaviotas, Anzoátegui, y Río Colorado.

Semejante esfuerzo fue demasiado para la caja de cambios del Jeep, que se negó a utilizar la segunda y la tercera, por lo que nuestra marcha se limitaba a la primera, y así pasando Pichi Mahuida llegamos a Fortín Uno (puerta de la última travesía entre los dos ríos Colorado y Negro, protagonizada ochenta años atrás, a caballo, por el General Roca), pudiendo llegar al kilómetro 900, donde el pobre Jeep se plantó definitivamente.

La soledad de este lugar provocaba una sensación de silencio y desamparo total; nos mirábamos unos a otros y viendo nuestro aspecto no sabíamos si reír o llorar.
Estuvimos en esa situación un tiempo indefinido, bajo un sol abrasador, esperando algo, pero que no sabíamos muy bien qué. Yo calculo que serían aproximadamente las tres o cuatro de la tarde.

Recuerdo que durante la espera tuve mi primer contacto con esa naturaleza distinta, seca, inhóspita y ventosa. Pude ver unos insectos que no había visto nunca, especialmente unos enormes cascarudos que caminaban permanentemente en la misma dirección, que después me enteré los denominaban “fortines”, de unos nueve o diez centímetros de largo, que después raramente he vuelto a ver.

Cuando ya no sabíamos si saldríamos bien de esa situación, divisamos una polvareda que venía atrás nuestro, resultando una camioneta pickup de Vialidad Nacional, que se detuvo y conocimos al sobrestante del destacamento de Choele Choel, un tal Cabeitú, que se ofreció para remolcarnos con un cable hasta Choele.

En instantes, nuestra velocidad promedio pasó de veinte kilómetros por hora a ochenta, constituyendo el convoy que formábamos, un espectáculo dantesco en medio del desierto, haciendo muy difícil para Papá el poderse mantener en la huella, ya que íbamos detrás de la camioneta flameando como cola de barrilete, con terror de no embocar en los guardaganados que atravesábamos en el aire.

Una hora después hacíamos nuestra humillante entrada en el Automóvil Club de Choele Choel, donde me bajé del acoplado, desaté la bicicleta y me negué a continuar con esa tortura, proponiéndome llegar a casa por mis propios medios.
No sé muy bien que hicieron los demás, porque tenían que arreglar nuevamente el Jeep, antes de llegar a casa.

Después de algunas instrucciones para llegar, impartidas personalmente por Fernández, del almacén de ramos generales “Queipo y Fernández”, me largué en bicicleta, pedaleando en el pesado ripio, abandonando el resto de la familia a su suerte y al cabo de una hora, llegué a “La Cruz del Sur”, después de cuatro días de viaje, siendo recibido por mis hermanos Carlos y mi hermana Capi, que ya se movían en nuestra nueva (es un modo de decir) casa, como peces en el agua.

Eduardo León de la Barra.
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Continúa en el siguiente link:

La Casa (Capítulo 1)

http://www.mundopoesia.com/foros/prosa-generales/216207-la-casa-capitulo-1-a.html

Gracias

 

Me han encantan esas vivencias en el desierto.

 

Muchas gracias, estimado Gorka,
he leído tus andanzas por Marruecos y he visto las excelentes fotografías que has sacado, por lo que no me cabe duda, de que aprecias estas aventuras;
un saludo cordial,
edelabarra

 

Llevas muy bien este relato Eduardo. Tengo gran curiosidad de entrar a la casa y de conocer más.

 

Muchas gracias, querida ERA, por tu constancia,
en leer mis relatos, son todos verídicos y parte de mi juventud;
un abrazo,
Eduardo.