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El viaje de Diego Durand

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por MikJaeL, 15 de Junio de 2016. Respuestas: 2 | Visitas: 322

  1. MikJaeL

    MikJaeL Poeta recién llegado

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    Estaba decidido, creía que había esperado más tiempo del que cualquiera hubiera podido esperar. Bajó apresurado del taxi y corrió por las gradas hasta la puerta de la Terminal. La buscó con la mirada deseando que estuviera frente a él, y así fue. Ella giró hacia la puerta justo cuando él la atravesaba y sus miradas se encontraron. Ninguno pasó tiempo buscándose, encontraron sus ojos al primer giro y él corrió hacia ella. Sabía que sería difícil despedirse, pero por cada zancada que propinaba al piso arrojaba sin pensarlo su vieja costumbre de faltar a las despedidas. “Esta vez no”, se dijo y siguió adelante.
    Aquel día él había decidido hacer algo diferente. Hizo una carta y, junto a una foto de los dos, la puso en un sobre. Tenía tantas cosas que decir y sólo unas cuantas hojas para hacerlo. Quizá sólo debió decirlas sin esperar el amparo de esas hojas, pero esa era su costumbre, la única forma que conocía de ser sincero con los demás y sobre todo con él mismo. Nunca antes había hecho una carta de ese tipo. Puso en esa carta las huellas y las sombras de su corazón. Había descrito con ilustre grandilocuencia y profunda sinceridad cada una de las dimensiones de su corazón. De hecho, no llegó a comprender sobre estas dimensiones de su corazón sino hasta haber graficado en esta carta su mismísima alma.
    —Llegaste —le dijo ella. Él asintió con torpeza mientras ella dibujaba una sonrisa en el rostro.
    —Tenía que hacerlo —liberó un suspiró—. No podía simplemente dejar pasar algo así.
    Ella volvió a trazar su sonrisa y dejó que él entreviera un poco de sus dientes torcidos.
    —Gracias por venir —le dijo y dejó que él mirase su sonrisa.
    —No tienes por qué. Creo que soy yo el que debería agradecerte.
    —¿Tú? Tú, no tienes que agradecerme por nada —replicó ella.
    —Yo tengo que agradecerte por todo —ella volvió a sonreír, él volvió a admirar cómo crecía en el rostro de aquella mujer la sonrisa más sublime del planeta. Sin advertirlo, habían llegado al punto en el que esto de las sonrisas se estaba haciendo un tipo de ritual que podía hacerse por horas—. Y lo peor es que —se llevó una mano a la cara e hizo como que se la limpiaba con la palma de su mano. Suspiró—, no sé cómo decirte lo que quiero decirte.
    Aunque Diego Durand había ordenado sus ideas durante horas antes de aquel encuentro, sabía algo muy importante: que por más preparado que estuviera aquel día, cualquier palabra que hubiese escogido al final resultaría en un completo desorden, sería en realidad un desastre premeditado. Previó que al pararse frente a ella, aquel orden de palabras que había logrado formar con esmerado esfuerzo se haría trizas. Aquel orden terminaría convirtiéndose en un completo y enorme caos mental de palabras. Diego Durand sabía lo que pasaría, sabía que el caos sería inevitable y por eso ideó un plan para adelantársele y elaboró una carta en la que explicaba con diestro detalle la esencia de su corazón.
    Y le entregó el sobre.
    Eran tres hojas, escritas todas en ambas caras, excepto la última.
    Dos mil doscientas sesenta y siete palabras conformaban aquella epístola cardiácea. No las había contado pero pensó que sería un detalle interesante por si alguna vez alguien decidiera preguntarle.
    Ella la recibió y dibujó la sonrisa más hermosa que jamás había dibujado en su rostro, y él tuvo la fortuna de haber visto la invención, vida y extinción de la sonrisa más hermosa del planeta. Su memoria le valió para imprimir cada frunce, hoyuelo y comisura que acompañaron aquella sonrisa.
    Dicen que la mejor cámara fotográfica que puede existir es la de la memoria, y en su caso fue precisamente así.
    Ella guardó la carta planeando leerla más tarde. Se abrazaron, se miraron directo a los ojos, se besaron, se volvieron a mirar, se despidieron, se volvieron a abrazar y se volvieron a mirar.
    Entonces ella subió al bus.
    Él se fue.
    Ella nunca volvió.
    Y nunca alcanzó a leer la carta.
    Lo haría un desconocido, un oficial de rescate para ser más concreto.
    Tenía que hacerlo porque esa parecía ser la única cosa que no había terminado como la mayoría del bus, o lo que quedaba de él: cenizas.
    El hombre abrió el ceniciento sobre, sacó las hojas, las desplegó y las leyó una tras otra.
    Aparte de las dos mil doscientas sesenta y siete palabras, había una pequeña fila de nueve números: era el número de un celular.
    Sí, era el número del celular de Diego Durand.
    Y llamaron a Diego Durand.
    Tenían que hacerlo.
    No tengo la crudeza ni la precisión necesarias para describir aquel remolino de emociones que sintió Diego Durand en el mismísimo instante que contestó esa llamada.

    Se había quedado dormido.
    Hasta que despertó.
    Sí, todo había sido solamente un sueño.
    Despertó con el sonido de su celular y con un punzante dolor en el cuello, se llevó una mano a la nuca y se la frotó con cierta pesadez.
    Vio su celular y en la pantalla aparecía el nombre de su madre. No contestó porque se dijo que ya lo había hecho hacía solo media hora antes.
    Estaba algo nervioso y asustado, pensó que el sueño podía hacerse realidad en cualquier momento porque estaba arrellanado sobre el asiento de un bus interprovincial en pleno viaje a Cusco.
    Pero el miedo le duró tan poco que volvió a dormirse.
    Se colocó los audífonos y volvió a soñar arropado por la melodía en sus oídos.

    Hay cosas que merecen ser escritas, pero creo que esta parte de la vida de Diego Durand debe ser sólo para él y sé que morirá algún día con él.


     
    #1
    Última modificación: 20 de Junio de 2016
    A joblam le gusta esto.
  2. joblam

    joblam Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Excelente prosa con una narrativa muy interesante por lo entretenida. Un placer pasar a leer, Saludos cordiales.
     
    #2
  3. MikJaeL

    MikJaeL Poeta recién llegado

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    28 de Diciembre de 2009
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    Gracias, joblan. Aprecio tus palabras de encomio. Seguro que encontraré mejor trabajo por tus escritos. Un honor que me leas y, nuevamente, gracias por las palabras. Un abrazo.
     
    #3

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