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El viejo. (Narración 1 de 3)

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por Jucatohi, 16 de Abril de 2011. Respuestas: 4 | Visitas: 682

  1. Jucatohi

    Jucatohi Poeta fiel al portal

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    Como casi todos los años la primavera se había adelantado. Ya comenzaban a florecer las retamas, las cigüeñas iban llegando de su largo retiro, o quizás no se habían ido, el invierno en el sur es tan suave, tan corto... Una bendición para los cansados huesos del viejo.
    Caminaba lentamente, arrastrando un poco los pies; apoyado en su muleta avanzaba disfrutando los tibios rayos del sol que a esa hora de la tarde eran los mejores amigos de su reumatismo. No se movía ni una hoja de las palmeras que surcaban el paseo marítimo, el levante, tan constante como cansino había parado de soplar para disfrutar junto al viejo de aquella luminosidad, de aquella paz que emanaba de la bahía en calma. El mar sereno como plato de aceite reflejaba la luz solar como un espejo verde, que se fundía a lo lejos en un intuido horizonte con un azul lechoso envuelto en una fina calima, que se difuminaba hasta desaparecer al acercarse a la costa. Aquí y allá asomaban heroicas las salicornias, plantas de marisma, verdaderas supervivientes de condiciones extremas, inundadas por las mareas y azotadas por los vientos; que maravillosa metáfora para ilustrar su vida, pensó.
    Por fin había llegado a la línea de bancos que recorría el aparatosamente grande paseo, con sus inmensas explanadas y aquellos edificios oficiales tan sin gracia, fruto de la megalomanía de un pretérito alcalde. -¡Que borricos somos!- sentenció al comprobar una vez más el contraste de la belleza natural de aquel paraje con la devastadora estética humana. Se quedó un rato de pie, como queriendo fijar en su mente a través de todos los sentidos ese momento.
    Ligeramente encorvado, con nudosas manos maltratadas por el tiempo y el trabajo, lo que más destacaba de él era su rostro, de tez morena y profundamente arrugado, estaba en paz, pero transmitía una inmensa pena. Sus pequeños ojos, tras las gafas no tenían brillo y su espesa barba blanca ayudaba a dulcificar la sombría expresión.
    Su ropa estaba arrugada y algo raída, pero la llevaba con dignidad, en fin, era un viejo, uno de tantos con los que la gente se cruza sin siquiera mirarlos, ciegos sin poder ver al hombre que va dentro. Pero ese hombre estaba allí, encarcelado en una celda de años y soledad.
    Se acercó a su banco, habían compartido muchas tardes, habían visto pasar mucha gente que les ignoraban por igual a ambos, pero no le importaba, ese era su santuario, allí nadie le molestaba, nadie le importunaba... Nadie le acompañaba, porque nadie se sienta con un viejo.
    Se acomodó y recuperó el aliento. Observó atentamente a las personas que recorrían el paseo, amas de casa en chándal que ceñían sus voluminosos y atractivos -para él- traseros, jóvenes que sudaban y resoplaban por el esfuerzo de un mal entendido culto al cuerpo, niños que hacían arrastrar sus bicicletas a los papás, en fin, toda una fauna que le resultaba extraña, ajena a su realidad, aunque recordaba haber tenido la edad de los niños, la vitalidad de los jóvenes, aunque no el trasero de las amas de casa, -¡qué maravilla de traseros!-.
    Lentamente sacó su pipa, tan gastada como él mismo y la cargó de perfumado tabaco; sus movimientos eran deliberadamente lentos, pocas satisfacciones tenía en la vida, pero una de ellas era la de disfrutar de las pequeñas cosas, un olor, el tacto suave de la barriga de su pipa, el vuelo de las gaviotas sobre su cabeza…
    Ahora tenía todo el tiempo que en el pasado la faltó, pero tan pocas fuerzas como ánimo. Entonces hubiese podido hacer muchas cosas con ese tiempo, pero las responsabilidades le habían robado tantas oportunidades, tanta vida...
    La encendió y aspiró el humo con placer, con placer y una tos endiablada, el médico se lo tenía prohibido desde hacía muchos años, -¡pero que co...!- Es decir, qué más daba ya a estas “jarturas” de la vida.
    El horizonte era su punto de referencia, ahora como cada tarde, su vista se perdería mucho más allá de ese horizonte, en un punto infinitamente lejano que le haría perder la consciencia de donde estaba, de lo que le rodeaba y sobre todo, de lo que era.
    Pero algo no iba bien, sentía que algo no era como todas las tardes. Tenía una sensación rara, no podía abismarse en su vacío azul como todas las tardes, se sentía observado, con todo lo extraño que eso significaba para un viejo.
    Sus ojos se deslizaron a lo largo del paseo, nada, todo seguía igual, nadie se fijaba en él.
    Entonces se giró… y lo vio.
     
    #1
  2. Antonio

    Antonio Moderador ENSEÑANTE/asesor en Foro poética clásica Miembro del Equipo Moderadores Moderador enseñante

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    Bueno me dejaste con la incertidumbre de lo que vio, espero con expectación la siguiente entrega.
    De momento me gusta el cariz que toma la trama.
    Saludos.
     
    #2
  3. Silvia Eugenia

    Silvia Eugenia Poeta recién llegado

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    Si, yo tambien me quedé esperando .... tendremos que esperar? Abrazos. Silvia
     
    #3
    A Jucatohi y (miembro eliminado) les gusta esto.
  4. Jucatohi

    Jucatohi Poeta fiel al portal

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    Bueno, para un neófito en estas lides de la escritura el mejor premio e incentivo es haber podido captar un poco la atención del lector. Me doy por más que satisfecho.
    Espero no defraudar ese interés con el siguiente folletín. No uso demasiado de la técnica y mis temas son demasiado intimistas, de todas formas se intentará.
    Muchas gracias porel comentario.
    Un cordial saludo.
     
    #4
  5. Jucatohi

    Jucatohi Poeta fiel al portal

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    Espero no haceros esperar demasiado, pero un poco de "suspense" no viene mal. Pero no se si os gustará la continuación, le doy un giro raro a la narración. A quienes escribimos por impulsos nos suelen salir cosas poco comunes. Esperaré vuestro critério.
    Gracias por pasar, leer y comentar.
    Un cordial saludo.
     
    #5

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