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Elias nersai

Tema en 'Prosa: Surrealistas' comenzado por Eduardo Morguenstern, 18 de Noviembre de 2011. Respuestas: 2 | Visitas: 1546

  1. Eduardo Morguenstern

    Eduardo Morguenstern Poeta que considera el portal su segunda casa

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    ELIAS NERSAI

    By Eduardo Morguenstern

    Mi nombre es Elías Nersai. Soy un personaje ficticio, sin existencia fuera de la imaginación de Eduardo Morguenstern. Me está incluyendo en un cuento que, la verdad, no sé dónde irá a parar.

    Acostumbra a escribirlos de noche, cuando ya terminó su consulta como psiquiatra, cansado por una día más de trabajo, con la cabeza pesada como una bolsa de cascotes, llena de las extravagancias que escucha de sus pacientes del hospital psiquiátrico. Historias donde el odio, la violencia, el absurdo y el horror se pasean como fieras en la selva. Allí, en la diaria convivencia con el delirio, se infecta psíquicamente con las penas ajenas, los relatos que oye a diario le pintan en salvajes trazos toda la pasión humana: el dolor de la mentira, la desilusión, las variadas formas de tortura mental, el terror. Las pobres almas de sus pacientes enfrentan en las largas y solitarias horas nocturnas a los monstruos que de día moran en las infernales cuevas del inconsciente y que en la noche emergen para emitirles el pútrido aliento en el rostro, babeándoles la vampírica lascivia en los flacos cuerpos de esos cristos privados de razón...

    A veces se surte de allí el viejo Morguenstern para tejer algunos tristes pasajes de sus mediocres cuentos.

    El narrador me sitúa conviviendo con Pascual, mi padrastro octogenario, inválido y postrado, solos los dos en un humilde cuartucho de propiedad horizontal de un tercer piso por escaleras.

    En ese cuento, yo soy un psicótico residual, mi familia se ha muerto, mi padre, mi madre y mi hermano. Alguna vez fuimos de clase media. Mi padre murió estando en el extranjero, era marino mercante y por algo que no sé bien, no pudieron traer su cuerpo, y quedó en algún cementerio de Marruecos. Hemos vivido de la pensión que le quedó a mi madre. Mi hermano Gerardo era sastre y nunca prosperó. Cuando mamá se casó con Pascual, vino a vivir con nosotros. Siempre fue un desgraciado dependiente de mi madre, y más cuando quedó paralítico postrado en cama. Ahí empezó el infierno para mi pobre vieja, que no tenía descanso ante las exigencias del idiota gritando desde la cama.

    Gerardo murió atropellado por un vehículo en la vereda de nuestro edificio. Mamá era triste por mi enfermedad, contra la que luchó sola. Ahora perdía a Gerardo. Quedó tan triste que enfermó de cáncer y murió al año siguiente. Así yo heredé el papel de cuidador, de esclavo de este inútil de mierda.

    Hasta aquí el escenario del pobre cuento que el obtuso de Eduardo Morguenstern está escribiendo. Un cuento playísimo, irrelevante, irresuelto, hasta ahora una serie de descripciones banales donde no pasa nada, salvo una suma de cosas tristes que le suceden a seres intrascendentes... Escribe y tacha, borra, vuelve sobre lo escrito y no progresa.

    A mí me importa poco lo que al tarado le pase con fu afición de escribir, salvo que odio formar parte de este cuento. En todo caso hubiese sido distinto ser un James Bond, pintón, inteligente, sin límite para gastar dinero ajeno en los mejores lugares del mundo, Mónaco, Cannes, Niza, viviendo en los hoteles más caros y volteándose las minas más espectaculares, vistiendo pilchas, diseñadas por cotizados sastres ingleses, no por mi pobre hermano Gerardo.

    Pero Morguenstern, evidentemente no es Ian Fleming. Es un tipo obviamente poco imaginativo. Creo que escribe para descargar su mente de todas las pamplinas que oye durante el día. Te decía que es un muy irritante ser un personaje de un cuento de muy dudosa calidad. Es duro que te calcen el yugo de ser un tipo con la mente destruida por la esquizofrenia. Al menos eso es lo que me atribuye, yo no me siento psicótico, no sé como será, pero ideas extrañas, no las tengo, que sé yo. Cosas raras no las he hecho. Habré tenido seguramente alguna locura para que el autor me califique así, pero en su cuento no toca el tema. Se manda, así nomás, directamente el diagnóstico, “de frente march” como se dice. Loco sin saber porqué. Loco porque se le ocurre. ¿Será así con todos los psiquiatras? ¿Tu familia te lleva, el tipo les oye, después le contás lo tuyo, te declara loco y ya está? ¡Mierda! ¿Así nomás un hijo de puta cualquiera te caga la vida? Después, cada vez que te quejas de las injusticia de tu casa, de tus viejos, de los privilegios que goza un hermano y vos no y tus padres que te cagan con los repartos injustos, porque “vos sos el loco” y cuando ya no das más y armás un quilombo, supuestamente es que ya tenés un puto brote esquizofrénico y te quieren internar, y viene la cana y te manean, te acogotan y te internan, total ya estuviste internado otras veces. La puta madre, te digo que es una mierda lo que te obligan a vivir cuando sos un psicótico. Y sólo porque lo dice algún guanaco con diploma y muchas veces sin diploma. Un animal que no se diplomó en nada, no fue aceptado para ninguna especialidad y terminó como psiquiatra flor de ceibo, solo por hacer guardias en el manicomio. ¡Uffff!

    La cosa, siguiendo la historia, porque lo mío es lateral, perdoname pero me dá por las bolas hablar de eso, el autor que me obliga a participar, te decía, está pensando si me sitúa en la posible escena de que yo mate al viejo Pascual. Está bien, te confieso que es como para matarle, inservible, quejoso, un tipo de mierda (ya lo era cuando era un parásito de mamá) que putea desde la cama por todo, ese insoportable olor a meada, la mugre que acumula, en fin. Y la cosa es así, o tengo que vivir para lavarle el culo cada vez que caga y mea, lavarle el bacín, vaciar y lavar el papagayo. No te digo que no lo haga, pero no todo el día ni vivir para eso. Hacer las compras, hacer la comida, la puta madre, no sirvo para esto y ya van dos años. Si. Es para matarlo. Pero el pelmazo del escritor no se decide a determinar qué pasa después. Puede que el turro a veces piense decidir que yo me suicido y terminar la historia.

    No es tan bruto como para no darse cuenta de que si mato a Pascual y luego me suicido, la historia no dice nada. No pasa de ser una crónica de la vida real, de las que cuentan los noticieros. El pachorro escritor que pretende trazarme un destino “interesante” no sabe para dónde tomar. Incluso puede pensar que al revés, que tal si Elías Nersai se mata y deja solo a Pascual, pero no, porque el principal protagonista soy yo y no el viejo y eso me salva. Tendría que redireccionar los antecedentes del cuento y se le encarajinaría mucho la cosa.

    Sé que no tengo mucho tiempo. En cualquier noche de estas el boludo termina el cuento y yo me quedo estampado en una historia de cuarta, de quinta. Si el tipo al menos admitiera que se le acaban las ideas y pidiera consejo. Pero no, el tipo es testarudo, no consulta con nadie. O tiene miedo de mostrar las idioteces que se le ocurren y se corta solo y prefiere una historia de mierda al progreso en la calidad de sus escritos. Y en el medio quedo yo, oscura víctima de la mediocridad humana.

    Te juro, aún en una historia que no dice nada, como la que está escribiendo Morguenstern, puede ser y ES para el personaje –o sea yo- más truculento que una de Dostoievski, o de Kafka. Es duro, boludo, te juro. Tengo que hacer algo pronto. Tengo que pensar. Encima soy un psicótico deficitado, puta madre. Se SUPONE que tenía intuiciones fantásticas, se supone que yo tenía GENIALIDAD EXTRAORDINARIA, siempre han puesto juntos al loco y al genio, pero ¡¡¡¡¡ yo no puedo ordenar mis pensamientos!!!!!

    A ver, tranquilízate, me digo: se me ocurre que puedo hacer jugar un poco más al único que tengo. Pascual. Tal vez se le ocurra algo. No conozco a nadie fuera de él. Los pocos vecinos del edificio no me dan bola. Me evitan en las escaleras, claro soy el loco peligroso. Afuera, en la calle, una que me pongo muy fóbico, me cuesta mostrarme a la gente, creo que tengo la mitad derecha de la cara deformada, aunque todos me dicen que no, que es mi esquizofrenia. Pero eso me impide expresarme con libertad. A lo mejor lograría que me internen, pero el cuento podría ser peor, la historia del pobre loco que termina su vida en el psiquiátrico, envejeciendo, el loco tembleque sin dientes, anónimo, invisible para todos, aunque se lo vea, rogando puchos. No. Mejor me mato ahora.

    Ahora tengo otra idea. Veo que el escritor no saca de la galera las cosas que se le ocurren. Sí puede ser que tome fragmentos de la realidad y las mezcle con fantasías y el conjunto sea al final un refritado. Pero creo que POR ALGO el refritado le sale así y no asá.

    Y ese algo que le hace decidir el curso de la narración es que el suceso debe ser coherente con los propios contenidos del autor, con su propia historia. ¡Por ahí vamos! Concretamente ahora se me ocurre que yo mismo soy un habitante del inconciente de Morguenstern que emerge para un cuento. Un “yo” interno de él. La vida del escritor es –ahora veo- el cuento que aún no está dicho. Inconcluso. Que aún no se resuelve. En este momento se me juntan las figuras. Para él el personaje soy yo y el narrador es él. O al revés: este es MI CUENTO acerca del cuento de Morguenstern. Yo soy el narrador de su historia mal conocida por él y él es “mi personaje”. Yo soy un proyecto ajeno, luego NO SOY aún. Soy un fantasma, un producto imaginario, nada está concluido para mí, a menos que termine mal este cuento. Tengo la oportunidad de cambiarlo YO A EL para que el cuento termine bien, al menos, en forma distinta, digna. Esta toma de conciencia mía ya es un cambio en él, pues yo soy una proyección de su sí- mismo.

    Ahora tengo claro que él es quien vive un cuento sin resolver, él, quien habita un mundo sórdido, pasando sus días entre locos y manicomio, es un psicótico residual, fracasando en redimir su propia historia, la novela gris de su vida, Pascual es él, con su parálisis existencial, cagado y meado en su propia neurosis, protestando y chillando en su mundo interno, pero sin bolas para jugarla en el afuera, en lo real. Él, solo él y no yo, tiene atrofiada la imaginación, la parte derecha del cerebro, y por eso no se puede imaginar a sí mismo superándose en el afuera.


    Al tomar conciencia de esto, Pascual simplemente desapareció. Desapareció su cama, sus olores nauseabundos, el papagayo, sus viejos libros de historia en la silla al lado de la cama.

    Al darme cuenta de que YO NO ERA más que una sombra que contaba un cuento ajeno, mi cuarto se iluminó de sol, y el aire de primavera entró por las ventanas abiertas, limpias, sin telarañas.

    Apareció, o advertí nuevamente ese cuadro con la imagen de mi madre joven y hermosa y estaba animado por un florero con rosas frescas. Gerardo también estaba muy vivo en mi recuerdo y sentía su presencia en la casa. Me sonreía desde la foto sobre el televisor.

    Papá posaba junto a mi madre en la foto descolorida de la Plaza de Mayo, mientras mi hermano y yo, pequeños, sonreíamos delante de ellos, completando el cuadrito. A mí me faltaban los dientitos de abajo. Mi hermanito mayor quería que en la foto se note su primer reloj pulsera que papá le trajo de España.

    Era domingo por la mañana, hermoso día. Ventanas abiertas, brisa amistosa agitando suave las cortinas. Mate y termo, cabeza despejada, corazón feliz, Morguenstern escribía la última escena de su último cuento.
     
    #1
    A Uqbar y (miembro eliminado) les gusta esto.
  2. Uqbar

    Uqbar Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Genial este giro de tuerca cargado de imaginación envolvente y muy rica en contenido. Uno se pregunta a veces quien es el que tira de los hilos de las marionetas o si son las marionetas las que cobran vida.

    Un placer Elias o Eduardo o ......

    Palmira...quizás
     
    #2
  3. Eduardo Morguenstern

    Eduardo Morguenstern Poeta que considera el portal su segunda casa

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    gracias por tu comentario!
    abrazo.
    morguenstern.
     
    #3

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