En aquel umbral

En aquellos momentos indescriptibles, de esencias abstractas y sentimientos desbordantes,
la almohada parecía devorar la poca agonía que mi cuerpo escurría.

Me encontraba en un lugar incómodo, falto de esperanza.
En él se apreciaba, sin duda, una calma muda.
Podía observar como ese silencio inundaba cada duda que en mi inconsciente florecía,
y me provocaba pensar en lo irremediable.

Un día, como ningún otro, levanté mi cabeza, y decidí observar, por donde nunca miraba.
Una ventana entre una esquina del techo, alumbraba lo poco que podía, para distraer a una mente enferma.

Decidí, cada vez que la observaba, pensar en mis sueños, en aquello que yo esperaba, pero que nunca llegaría.

Siempre que observaba, la noche irrumpía, oscureciendo lo que era luz,
y lo que era mi residencia en aquel hospital psiquiátrico.
Empecé a soñar con aquel halo de luz, pero nunca me libraba de la noche.

Una vez,
empecé a repetir en mi mente, que deseaba huir, deseaba encontrar ese elixir,
esa calma dulce que me daba el placer de no pertenecerle a nadie.
Repetía intensamente: "Me quiero morir, me quiero morir, no quiero sufrir, no quiero vivir".

Después de varios minutos, comencé a marearme, mi cabeza empezaba a adormecerme,
no sentía angustia, ni impotencia, ni dolor.

Aquel resplandor, que se me presentaba tan egoístamente cada vez que miraba hacia aquella esquina,
ahora comenzaba a inundar mis sueños, y ahora podía respirar en ellos,
podía con completa tranquilidad, darme cuenta de que por fin era libre.

De repente, todo lo que sentía cesó,
estaba vacío, ni siquiera sabía si estaba presenciando mi final.

Un día como cualquier otro, me despierto,
y continuaba anhelando volver a vivir esa fantasía.

Deseoso de encontrarla, me levanté de la camilla, y note que ahora tenia fuerzas,
era algo tan cómodo como raro, mi cuerpo parecía estar sano, todo seguía igual de calmo, como siempre.
Y cuando llegué a la calle, admiré una neblina blanca.
Me percaté
de que era imposible que afuera solo se contemplara aquella blancura silente, completa y solitaria.
Solo recordaba lo que siempre viví,
noté que estaba muerto.

Todo este tiempo, cuando por mi ventana admiraba aquella luz,
que me inspiraba calma, serenidad, e inexistencia,
reflexionaba acerca de lo efímero que es el dolor,
y de como este parece ceder con mis miedos cuando ella me susurra.

¿Noche o Muerte?,

Pensar en ella, me hizo darme cuenta de ello:
"La propia muerte es el colapso de lo ajeno,
lo que queda son los retazos del propio dolor,
de la última noche, en una mañana por siempre habitable".