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En el camino

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por elissp, 22 de Julio de 2014. Respuestas: 0 | Visitas: 382

  1. elissp

    elissp Poeta recién llegado

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    13 de Marzo de 2014
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    El viento soplaba afable los árboles haciéndolos danzar con insistencia, mientras las nubes alborotadas por el firmamento dejaban pasar breves rayos de sol que se perdían a cada instante, una pequeña llovizna caía lentamente sobre la exuberante vegetación llena de colorido, con árboles frondosos, cañaverales y plantíos de yuca, a unos cinco metros de la carretera podía verse claramente la pequeña casa de madera, con sus bases cubiertas por la hierba dividida en tres habitaciones: uno para la cocina, otro para el dormitorio y una bodega. Al frente de la casa se podía ver un columpio sujetado con cuerdas a un árbol de guayaba; cerca del columpio, en columnas, tablas apiladas cortadas con motosierra, se vía también el achiote desparramando por el suelo sus semillas rojas, los insectos volaban por todas partes entre saltamontes, zancudos, libélulas, etc. Un poco más allá adentrándose en la vegetación se veía resaltar un pequeño riachuelo de cristalinas aguas, llenas de vida, con innumerables peces y camarones; en medio se observaba un puente de madera hecho con troncos cortados con antigüedad… alrededor se veían toda clase de flores de diversos colores, el paisaje se adornaba también con vejucos, plantas de grandes hojas, entre otros. Metida en el agua, una señora despeinada, con un delantal café, de unos treinta y cinco años de edad, lavaba ropa de niños con algo parecido a jabón, se paraba frente al pequeño puente con una tina roja que le servía para lavar.

    Mercedes, mientras lavaba, llamó varias veces a sus pequeños hijos, que si no estaban subidos en los árboles, se encontraban cazando murciélagos, columpiándose, o en busca de uno que otro animal que consideraban divertido. Mercedes grito varias veces, hasta que al final de una pequeña colina aparecían corriendo los infantes con sus ropas sucias y sus cabezas despeinadas, jugueteando con ramas imaginando que son espadas, o arrastrándolas por el suelo haciendo surcos, bajaban corriendo uno de tras del otro. En total fueron tres los infantes que llegaron, menores entre sí con un año de diferencia, el mayor con seis y el menor con cuatro. Con sus pequeñas botas de caucho llegaron muy contentos al encuentro de su madre, quien deteniendo su tarea por unos momentos les daba instrucciones. El mayor tomó la pequeña moneda que le daba su madre y la metió en su bolsillo, mientras sus hermanos lo miraban curiosos. Mercedes les hacía ademanes para que se fueran lo más pronto posible, tomaba cada uno su pequeña rama y corrían presurosos colina arriba. Julio – el mayor – fue el primero en llegar a la casa, en donde le esperaba duque, que moviendo la cola salió al encuentro de los pequeños, Jorge tomó la bicicleta y tomando de la mano a Jacinto empezaron el recorrido siguiendo a Julio que ya conocía el camino.

    Después de atravesar el monte que conducía a la carretera, Jorge se montó en la bicicleta, Julio tomaba de la mano al pequeño Jacinto – menor a él con tan solo dos años - mientras que duque los seguía. Jorge iba y venía varias veces en la bicicleta, turnándose el cuidado de Jacinto con Julio, a los tres pequeños les separaban dos kilómetros de su destino. Cuando Jorge iba montado en la bicicleta, Julio sacaba la moneda para observarla mejor, le gustaba el brillo que salía de ella cuando la ponía contra del sol, la lanzaba varias veces al aire para deslumbrarse con el reflejo. El pequeño Jacinto se distraía pateando pequeñas piedras que encontraba en el camino u observando los gallinazos que volaban sobre sus cabezas. A las cinco de la tarde los niños se encontraban a la mitad del camino, cuando duque se lanzó a nadar en un estanque al borde del camino, distraídos por el comportamiento de duque y guiados por su curiosidad se acercaron para ver el contenido del estanque, habían peces de distintos colores que salían a la superficie y se sumergían inmediatamente, ellos cogiendo pequeñas piedras en sus manos se pusieron a lanzárselas a los peces. Así estuvieron casi media hora, hasta que Julio, al agacharse a coger un nuevo proyectil, dejó caer la moneda al suelo; Julio se incorporó de inmediato y tomando de la mano a Jacinto se apresuró a caminar, dando instrucciones a Jorge para que se adelantará a la tienda, no le dieron importancia a duque, que siempre encontraba la forma de regresar a casa sin importar lo lejos que se encontrará.

    Julio tomaba de la mano al pequeño Jacinto cuando escucharon un grito de dolor proveniente de Jorge, que por ir deprisa no se fijó que había un agujero el suelo, sin embargo se paró, cogió la moneda que se le había caído, se limpió el polvo y subió a la bicicleta. Para cuando llegó Julio con Jacinto, Jorge emprendía el viaje, sin embargo tras un grito se detuvo un momento mientras llegaban sus hermanos, para después avanzar los tres juntos sin usar la bicicleta. Cuando llegaron a la tienda, el sol empezaba a ocultarse en el horizonte; Jorge saco la moneda dirigiéndose a Don Manuel, quien de forma muy amable intercambiaba la pequeña moneda por una caja de fósforos sin hacer preguntas, Jorge tomó la caja, se la metió en el bolsillo y dirigiéndose a sus hermanos continuó el viaje de regreso con ellos, sin embargo la preocupación de caminar en la oscuridad hizo que no se acordasen de la bicicleta, Jorge la había arrimado contra la pared de la tienda y allí se quedó.

    A su regreso el sol se había ocultado por completo, se les había hecho tarde y tendrían que regresar únicamente acompañados por la luz de la luna. El paisaje había cambiado tomando formas extrañas, los árboles se confundían en una sola sombra, el camino se veía solitario, los murciélagos se levantaban, mientras las aves se retiraban al descanso, los insectos acrecentaban su concierto nocturno y las luciérnagas se prendían como parpadeantes linternas. Los tres niños caminaban muy juntos escuchando la selva que se movía a su alrededor, se escuchaban ruidos por doquier y sus infantiles mentes las convertían en monstruos de la noche que los acechaban, a cada paso miraban para todos los lugares tratando de descubrir el origen de un aullido o de algún movimiento entre la yerbas; El mayor iba al frente con su infalible arma que había recogido en el camino, mientras los otros dos rebosaban sus manos con proyectiles listos para el ataque, sabían muy bien que el camino de regreso era largo pero en la oscuridad se multiplicaba, con paso acelerado caminaban por la misma carretera, sus pasos trémulos espantaban a algún animal oculto en las sombras y al oír el ajetreo corrían asustados.

    Las sombras no eran constantes, tomaban formas a cada paso que daban, iluminados por la luna agradecían tener algo de luz, pero las nubes no tenían ninguna consideración y se cruzaban por delante de ella dejándolos en tinieblas; entonces se detenían un momento rezando la oración que su madre les había enseñado para espantar a los monstruos de la noche, esos que si no se comían la comida, o no se bañaban a tiempo saldrían de la oscuridad para llevárselos lejos. Sus pequeños corazones latían rápido, fue cuando faltaba una cuarta parte del camino cuando vieron al mismísimo demonio, con sus cachos grandes, su piel completamente negra, una nariz tremenda, y lanzando gritos como loco, estaba ahí al lado del camino, los tres pequeños paralizados dejaron caer todo cuanto tenían en las manos, mientras sentían que las fuerzas se les iban, estaban justo en frente del maligno, ese que se llevaba las almas y se comía a los niños malos. Julio reaccionó primero, cargo en su espalda al pequeño Jacinto y sin palabras trataba de que Jorge saliera del enajenamiento, hasta que tomándolo de la mano le insto a correr, no miraban hacia atrás ni les importaba el cansancio, solo querían alejarse lo más rápido posible del demonio, ni siquiera miraban hacia atrás para ver si los estaba siguiendo.

    Faltaba unos cien metros cuando vieron el camino que llevaba a su casa, combinada con las tinieblas que eran ahuyentadas por un foco colocado en la cocina. Cuando llegaron al pie del camino no descansaron todavía, querían librarse por completo de la oscuridad y no fue sino hasta que estuvieron de frente con el foco que incluso podían ver claramente los insectos que maniobraban a su alrededor, cuando llenos de sudor y sucios, detuvieron sus pasos. Jacinto aun temblaba de miedo sujetado fuerte de su hermano, mientras Jorge trababa de recuperar las fuerzas, buscaron por todas partes a su madre para refugiarse en ella pero no la encontraron, de inmediato salía del camino una sombra que parecía haberlos seguido, estaban a punto de salir corriendo a refugiarse en el dormitorio, cuando escucharon la voz de su madre que los llamaba entre sollozos, Jacinto se soltó de la espalda de su hermano y corrió hacia su madre que lo esperaba con los brazos abiertos, de la misma forma fueron Julio y Jorge a encontrarse con su madre. Después de algunos minutos los tres pequeños se habían tranquilizado y julio empezó a contarle lo sucedido a su madre de cómo se habían librado del demonio, Mercedes lo escuchaba entre risueña y molesta porque se habían distraído en el camino.
     
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