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En la esquina

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por Castor, 29 de Abril de 2011. Respuestas: 7 | Visitas: 1714

  1. Castor

    Castor Poeta recién llegado

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    29 de Abril de 2011
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    Fue el 6 de enero de 1998, cuando llegué a esta ciudad de Monterrey, N. L., con la intención de entrar a la Universidad Autónoma de Nuevo León, titularme y regresar inmediatamente a Veracruz, aclarando que no por mi gusto sino que a mi papá no le gusta que la familia ande desbalagada. Era de noche cuando arribé a la Central de Autobuses. Ahí estaba la tía Cristina esperándome. Su parecido con mi padre hizo que la reconociera de inmediato; ah y por lo escandaloso de su apariencia -Viste como una puta- alguna vez dijo mamá. Un mes antes, papá le había escrito preguntándole si no tenía inconveniente en alojarme en su casa mientras cursaba la universidad, aclarándole que no sería una carga para ella ya que él enviaría algo de dinero para mi manutención y lo que fuera necesitando. Ella le había respondido que aceptaba gustosa y que aunque pobre su casa, frijolitos no me faltarían. La tía Tina es la hermana más chica de papá; ella tiene treinta y tres años de edad y dieciséis que no se ven. Algunas veces papá le escribía preguntándole por su salud y la de sus hijos, pero jamás la visita; en realidad solamente mamá lo hace de vez en cuando porque papá se lo pide, porque si no fuera por eso, tampoco lo haría. -¿Ver a Cristina? ¡Guácala de pollo!- ha dicho mamá cuando le hacen el encargo de verla.

    Cuando me acercaba a ella para presentarme, sus ojos se fijaron en mí, tratando de adivinar si era yo al que esperaba, y a pesar de mi sonrisa y de que me aproximaba, no se movió del lugar donde estaba parada. -Soy Ernesto Molina, tía- le dije, y como si le hubiera llevado la peor de las noticias, con las manos cubriendo su rostro empezó a llorar desconsoladamente. No sé cuánto tiempo pasamos así, ella llorando y yo parado a su lado, desconcertado sin saber qué decir para cambiar esta situación inesperada. Por fin me animé a hablar. -No llore tía, ¿qué le pasa?- le pregunté con cortesía. Súbitamente, sin dejar de llorar, me abrazó fuerte, con energía, restregando su cara en mi pecho y embarrándome el maquillaje que ahora le escurría por la cara. -Me está manchando la camisa- pensé decirle, pero por precaución callé; no fuera a herir sus sentimientos y entonces sí, quién la para. -Perdóname m’ijo, es la alegría de verte- dijo lloriqueando, y sin decir más palabras caminamos hacía la puerta de salida.

    Afuera había varios taxis que obviamente esperaban ser requeridos. Con voz nerviosa, la tía solicito a uno de ellos de sus servicios, -A Sierra Ventana por favor.- El taxista respondió con indiferencia que esperaba un cliente; la misma respuesta dieron dos más, hasta que el cuarto chofer después de mirarnos de arriba hacia abajo aceptó llevarnos. -Nada más que no sea muy arriba- nos advirtió. Rápidamente la tía y yo metimos a la cajuela las dos maletas que no había soltado para nada hasta ese momento. -Ni se te ocurra soltarlas hasta que llegues a la casa de tu tía, allá hay mucho ratero- me había dicho papá. Durante el trayecto no hubo palabras, pero los constantes apretones en la mano que me daba la tía me hicieron pensar que ella sostenía un silencioso monólogo con su pasado, que la inquietaba y que hacía que estos apretones fueran cada vez más fuertes. -Hasta aquí llego- dijo el chofer, y fue hasta entonces que la tía habló, un poco sorprendida le aclaró que aún faltaban cinco cuadras para llegar, pero él nos recordó su advertencia al abordar el taxi y exigió su paga. Con enojo la tía le pagó y me dijo que no me preocupara, que no estaba tan lejos la casa y que pronto llegaríamos para que pudiera yo descansar.

    Mientras caminábamos no podía dejar de ver con prejuicio el lugar donde viviría. Durante el trayecto habíamos pasado por el centro de la ciudad. Saliendo de éste seguimos por una amplia y bien cuidada avenida: Las colonias que se encontraban por ahí se veían cómodas poquito más que en el fraccionamiento donde viven mis padres. -Ojalà que por aquí viva la tía- pensé. Pero nos fuimos alejando, acercándonos a la realidad; a esta zona marginada que parece una broma del esplendor que habíamos pasado. Aquí la mayoría de las casas parecen improvisadas, con la pintura escarapelada que las hace ver más triste en su aspecto; en la calle la luz de algunos focos de las casas de los vecinos a duras penas se filtraba por la espesa oscuridad que nos impedía avanzar con rapidez, pero los perros eran un obstáculo más: docenas de ellos se nos abalanzaban con furiosos ladridos que reclamaban la invasión a su territorio, y para cerciorarse que siguiéramos nuestro camino nos escoltaron por unos momentos que me parecieron eternos, ya que la cercanía de sus hocicos en mis piernas me hacía pensar que no eran solamente amenazas, y que era cuestión de segundos para que se decidieran a dar la tarascada.

    -¡Mira, allá está tu primo Teto!- exclamó con entusiasmo la tía, apuntando hacia una brumosa esquina en donde se encontraba un silencioso grupo de muchachos que nos miraban con atención. Casi inmediatamente al señalamiento que hizo la tía, del grupo se desprendió un muchacho delgado de mediana estatura que diligentemente tomó la maleta que ella llevaba. -¿Qué onda má, éste es el primo?- preguntó sin mirarme. Ella asintió y lo apuró a caminar después de pedirle que tomara también la maleta que yo cargaba. -El pobre viene cansado del viaje- justificó la tía el que el Teto me aligerara los últimos metros que nos faltaban para llegar al hogar.

    La casa de la tía es pequeña: tiene tres cuartos y sólo el que sirve de cocina tiene una función más específica; la casa techada con láminas galvanizadas hacía sentir bastante frío el interior; tal vez yo lo sentía más, ya que vengo de una región con un clima semi tropical en donde conocemos el frío nada más por las películas. No obstante el esfuerzo que hacía por comportarme con naturalidad, un temblor incontrolable empezó a sacudir mi cuerpo. -Horita te preparo un cafecito para que se te quite el frío- dijo la tía, e inmediatamente se dirigió a la cocina, dejándome parado en medio del cuarto por él que habíamos entrado. El agotamiento que en este momento empecé a sentir me hizo pensar en sentarme, pero una rápida ojeada a mí alrededor frustró mi intención. Los dos únicos muebles que servían de sala estaban ocupados: en ellos estaban dormidos dos hermanos menores del Teto. Desilusionado, ya me había resignado a permanecer parado hasta que la tía me indicara en dónde podía sentarme, pero por fortuna no fue así; en ese momento apareció el Teto como mi ángel guardián. -Sobres carnal- me dijo, poniendo una silla a mi lado que rápidamente tomé.

    Mi ingreso a la universidad no representó algún problema. Me inscribí en la Licenciatura de Sociología que se imparte en la Facultad de Filosofía y Letras, y desde el primer día de clases asistí con entusiasmo, con la idea fija de llegar a la meta que me trajo a este lugar: ¡lograr un título universitario y regresarme a Veracruz!

    Al correr de los días hay cosas que poderosamente atraen mi atención, y están relacionadas con la manera de vivir de los muchachos de mi edad en este barrio. Casi ninguno estudia, y si acaso algunos trabajan temporalmente, pero la mayoría parece disfrutar de algo que no conozco y que siento que los hace diferentes a mí. Aunque debo aclarar que esto hasta ahora no me ha afectado, ya que el ser primo del Teto me ha dado cierta inmunidad contra la agresión que se practica a diario en este lugar; es más, hasta me he llegado a sentir importante, cuando de reojo los malditos del barrio me saludan sin atreverse a interrumpir mi paso a cualquier hora del día.

    Mi primo el Teto es aún un adolescente, un cholo bien machín según los amigos de él, su carácter voluble no ha sido obstáculo para que los vagos de su cuadra lo vean hasta con admiración, ya que tienen presente que no cualquiera se encuera para cagarse en público. Esto fue precisamente lo que hizo el Teto en el cumpleaños de un vecino quisquilloso que no le pareció el escándalo que los intrusos estaban organizando en su casa, y que furioso les exigió que se fueran a la chingada. Sí se fueron a donde se les había indicado, pero sólo después de que el Teto terminó de hacer su gracia. Estos desplantes abusivos Esta actitud abusiva se acentúa cuando está drogado; los químicos que inhala lo igualan a un perro sin dueño que ataca al que se le ponga enfrente. Para la gente pacífica de su colonia es un problema innecesario en sus vidas; es más, su propia madre, pensando en el bienestar de su prole, también le ha deseado la muerte, ya que en su propia casa se pone demente. Insulta y amenaza a su familia porque según él ahí no lo respetan como se merece. En estas circunstancias su madre llorando pide a los policías que se lo lleven, que lo encierren o a ver qué hacen con él porque ya no lo aguanta.

    Para el Teto el conflicto es pan de todos los días, aún no hay algo que le haga sentir que está equivocado en su proceder. Educado con las profundas letras del rock en español, día a día reafirma su “soy yo” con las rolas del TRI, Molotov y Control Machete. El mensaje de esta música es la savia que nutre su razón, el credo con él que se rige y en ningún momento se ha sentido recriminado por éstos. Por lo tanto, los que le censuran son los que están mal, ya que de ellos sólo oye adjetivos negativos para su persona. -Como si la vida hambreada que llevan fuera un ejemplo a seguir- ha sido la respuesta de mi primo a sus detractores.

    Mi primo no carece de ambiciones; su proyecto de vida está cimentado en la esperanza de que algún día -sin determinar cuándo- inventara algo y saldrá de la miseria en que vive. Esta quimera le da seguridad en el futuro y refuerza la disipación que vive en el presente. Tiene además habilidades que lo distinguen de los demás: toca la guitarra con gracia, se fleta un tiro con somebody y es bien parejo con los camaradas. Ellos saben que no los deja morir solos y ya sea en la peda o al punto drogo, es Juan Camaney, pero lo más importante: no es peine, y más de una vez lo ha demostrado. Pero si alguien lo pusiera en duda, lo podrían constatar los peligrosos malandrines “El Pedrín” y “El Nico” que estuvieron involucrado en un robo de una casa en la colonia Cumbres; ellos se sintieron cerca de tirar canela en el Penal del Estado cuando se dio una redada de vagos en Sierra Ventana. Entre los capturados estaba mi primo, quien sabía de ellos hasta de lo que se iban a morir. Y pese al esfuerzo que hicieron los verdugos para sopearlo y a la promesa de que sería más intenso su sufrimiento si no delataba a alguno delincuente de su colonia, él se portó machín: se mutó en roca; las patadas en el estómago no lo lastimaban, la bolsa de plástico en su cabeza no lo asfixiaba, y los insultos que le inferían a su mamá le parecían justos. Incluso llegó a pensar si habría algo entre su madre y los policías que lo torturaban, ya que los comentarios que estos cabrones hacían de ella parecían tan certeros que no era posible que los inventaran.

    Satisfecho de su hazaña, se dispuso a pasar algunos días en el Tutelar para Menores de donde saldría sin ningún problema. En realidad no había cargos en su contra; es más, cuando lo levantaron él estaba parado en la puerta de su casa sacudiéndose los restos de agua que había quedado en su melena, después de bañarse; pero como ya era un cliente bastante conocido en los operativos policíacos, se lo llevaron. -Por güey, para qué sale cuando nosotros vamos pasando- fue la respuesta que le dieron a su mamá cuando preguntó él por qué lo detenían.

    Ya pasado lo peor y aún adolorido por el violento interrogatorio, anticipó con alegría su salida del Tutelar para buscar quién le pagara los madrazos que había recibido injustificadamente. Así cura sus heridas mi primo Teto, ojo por ojo y diente por diente, buscando no al que se la hizo, sino quién se la pague “para estar en paz” dice él.

    Un día que me vio preocupado me preguntó: ¿Quieres sentirte bien? Desahógate haciendo lo que en ese momento se te antoje, saluda si quieres y cuando no, mándalos por un tubo. Si la gente habla de ti, que te valga madre, y verás que te vas a sentir mejor, pero lo más importante son tres cosas que debes seguir para que no te la compliques: duerme bien, caga bien y no te juntes con cabrones. En estas tres cosas mi primo resumió el misterio de nuestro paso por esta vida, y para ser franco, me agradó su consejo.

    A pesar del desenfado que mi primo ostenta, hay algo que lo inconforma: sus tenis nuevos no lo llenan, la televisión le recuerda cuando la ve que está jodido; presiente que nunca va a poder acumular millas para poder viajar gratis por American Airlines, le agüita que en su cartera -robada por cierto- no había ni una triste tarjeta de crédito, no sabe hablar inglés y eso lo imposibilita para entender la letra del CD Mechanical Animals interpretado por su ahora también ídolo musical Marilyn Manson. Pero esto no inhibe la energía de sus 17 años, y en una esquina siempre alerta desde la nube de su cerebro agudiza la vista dominando una amplia área de su barrio en busca de un hocico qué partir y unas costillas qué patear, para reafirmarse como alguien, pero no por maldad, dice él, y hasta se la cree.

    El Teto vive como puede, desde hace tiempo la tía le subió la canasta según le dijo, para que se valiera por sí mismo. Esta lección materna y la falta de una adecuada orientación, lo llevó a convertirse cuando le apretó el hambre en un depredador. Para sobrevivir dice que es más digno panchear que humillarse mendigando. Lo primero que me vino a la cabeza fue ¿y por qué no pensar en trabajar? Seguramente la descalificación del trabajo como una opción es producto de la ilusión mal sana difundida indiscriminadamente por la sociedad de consumo que domina nuestras vidas, y que diariamente nos oferta todas esas cosas hermosas que según ella nos hace mejores personas pero que no se pueden conseguir con un trabajo ordinario. ¿Por qué nadie podrá decir que con uno o dos o hasta tres salarios mínimos lo que los mortales llaman buena vida es un imposible para alguien como él? Entonces ¿a qué tipo de vida tiene el humano al nacer? ¿A qué derecho tiene alguien como mi primo, que hasta ahora ha sido merecedor de nada? No puedo borrar de mi mente la excitación contradictoria que aplastaba la cara del Teto, cuando llegó corriendo para esconderse en la casa después de haber pancheado a un vecino del barrio. -Me la jugué carnal- balbuceó respirando con dificultad y estrangulando con su mano derecha los dos billetes de veinte pesos con los que se sentía cuajado.

    Ya son dos años y cinco meses desde que llegué a la casa de la tía, y ésta es la primera vez que me rolo con la raza de mi primo, aquí en esta esquina donde hay una sensación de confort por la libertad de decir y hacer lo que se le dé a uno la gana. ¿Quién sería el valiente que se atrevería a llamarle la atención a tanto cholo junto aun si le molestara el relajo que estamos haciendo? ¡Tendría que estar loco para venir aquí a hacérnosla de pedo. Con toda seguridad se llevarían una buena madriza! Sé que tengo que estudiar para dar clase mañana, pero está chido el cotorreo y no me quiero ir todavía, además es de los pocos ratos en que los locos se explayan en serio, y sobre todo mi primo que al parecer le está ganando el sentimiento y le cuesta trabajo hablar. -Pinche Teto no mariconees- le dice el Raffles a mi primo abrazándolo solidariamente. Pero la angustia que en este momento experimenta inhibe la fluidez que por lo general tiene para expresarse, y de su boca con dificultad gotean las palabras, con pausas desesperantes que nos dan tiempo para adivinar lo que dirá después.

    Sus quejas son contra todo y contra todos hasta contra él mismo; los recuerdos que cita lo enfurecen y lo excitan tanto que el calor del momento le va permitiendo expresar su pensamiento cada vez con más agilidad, ilustrando con maestría el infortunio que nos ha marcado desde la infancia, es más desde la gestación, y como ejemplo muestra sus enjutos brazos para aclarar que esta desnutrición es genética, ancestral producto de una voluntad ajena que ata nuestro destino a la miseria de por vida. Expectantes, lo escuchamos con atención; en este momento el Teto se eleva a la categoría de médium, el relato de sus experiencias le desgarran el alma y es tanta la pasión que pone a sus palabras que su sufrimiento lo sentimos en carne propia. Está poseído por el espíritu de cada uno de nosotros, sus palabras apuñalan nuestros recuerdos, y nos trasladan a nuestras propias vicisitudes.

    Qué triste es sentir que nuestra propia madre nos niegue el mísero alimento que hay en la casa para que puedan comer los hermanos más pequeños, sembrando en los otros la hiriente desesperanza de no poder contar con el apoyo familiar. Con qué autoridad moral los padres pueden corregir a los hijos si ni siquiera son capaces de mantenerlos, dejándonos a la deriva en un mundo de gente que estigmatizan las manifestaciones de la miseria, porque somos escoria que ha resultado de un cruel proceso de selección para que haya “gente bien”. Los “buenos” son ellos, y los demás somos nosotros, los que estamos aquí dentro del pecho del Teto gritando de rabia por la suerte que nos tocó vivir, y a pesar de que somos muchos y que nuestros gritos son demenciales, nadie nos escucha y ya exhaustos de autocompasión nos desdoblamos a otros mundos viajando en el humo que a nuestro pesar no podemos retener en los pulmones, y así en estertores patéticos escapamos a donde dejamos de existir, y lo más importante es que ahí no existen los demás.

    El Teto conoció a una chavita llamada Eloísa a la que le apodan “La Gata" por su habilidad para trepar. Ella es alegre, desenvuelta, bien aceptada entre la raza del barrio y de más allá. Además se sabe bonita, y está consciente del poder de elección de pareja que tienen las mujeres; por esto, a su modo de ver las cosas, el destino le había reservado un lugar privilegiado en el futuro, con un rico y guapo profesionista como esposo que le proporcione los satisfactores de uso y consumo que no ha tenido en su casa paterna. Obviamente mi primo está lejos del perfil del galán ideal de “La Gata” y tratar de explicar por qué ella se fijo en él es como tratar de definir lo que es una mujer.

    Él no ignora cómo es ella, y en un principio, cuando se le insinuó “La Gata”, la rechazó, se resistió a comerse el bocado que con insistencia y malicia se le ofreció, pero la niña es un cuero que no se puede desdeñar tan fácilmente. Para su suerte y desgracia, probó lo delicioso de sus caricias, experimentó lo sublime que una mujer fuera de lo común puede hacer sentir a un hombre cuando se entrega entusiasmada, en el afán de conquistar su objetivo, de hacerlo sentir que no hay nadie más que ella en el universo y que el destino es una afortunada promesa sólo si en él está escrito el nombre de Eloísa. Después de esto, el Teto se transformó en un hombre, improvisado si así se quiere ver, pero en un hombre heredero de toda la carga emocional de miles de años de cultura patriarcal que le da derecho a reclamar la posesión absoluta de lo que cree es ya de su propiedad y que lo compromete a la vez a velar; es más, a dedicar totalmente su existencia a hacer feliz. Eloísa se había revelado como principio y fin de su suerte.

    La vida ahora se le presenta matizada con multitud de colores donde predomina el color del sol y cómo no, si lo que sobra aquí en Monterrey es precisamente sol, fiel guardián de la ciudad. Pocas cosas escapan a su presencia, por eso cuando sale a la calle se encomienda a él: -No me niegues señor el placer de ver tu reflejo en las montañas que nos cobijan, en el semblante radiante de tus hijos o en la luminosa calle por donde transito.-

    Ese es mi primo Teto, todo un enamorado. Ya poco se rola con los camaradas y poco le importan los piropos que le dirige la raza del barrio cuando lo ven a lo lejos. -Adiós cabra, te vas por la sombrita, no te vayas a asolear güey- Total que de puto no lo bajan, pero no le importa lo que digan, ya no es un cholo valemadrista como ellos, pero tampoco es lo que dicen, además si quieren madrazos, aquí estoy yo para hacerles saber que lo culo no es mal de familia.

    En realidad la influencia de Eloísa no ha sido inocua para mi primo, el haberlo alejado de su mundo lo expuso a una realidad que no le corresponde, los magros recursos con los que cuenta para cambiar de modo de vida no son suficientes para llenar las expectativas que ella exige. Para tener dinero, ha tenido que ir a cantar en los camiones y cada vez que ella y él asisten con la trabajadora social para que reciba terapia y que deje las drogas; la raza se pone furiosa, ve en él a un renegado que los condena como los demás.

    Para aplacar la ira de éstos, yo hago lo posible para que no extrañen sus andanzas, pero aun así, sigue siendo el blanco de sus maldades. En algún momento le pregunté qué le pasaba, recriminándole su actitud pasiva y alejada de la raza. -¿Por qué no les partes su madre a los putos que te insultan? No te despegas de esa pinche vieja que no hace otra cosa que sablearte la lana que consigues. Todos los días te bañas y hasta te persignas cuando te levantas, ¿qué te pasa güey?-. Avergonzado por no saber qué responder, trató de escurrirse entre la oscuridad que invadía el patio de la casa, pero sus ojos decían mil palabras que yo interpretaba misteriosamente. La vida transcurre -parecían decir- exigiendo la promesa tácita del hecho que nos hizo posible orgánicamente. Amor; es anhelo sin dimensión, irradiación que no hiere, belleza sin estereotipo, perfil universal sin engaño. Delirio y eco, nido sin prejuicio profano, donde el espíritu deja de ser etéreo para transfigurar en humano. Sentencia de vida, energía que al mundo ha fecundado, ambrosía del aspirante, que en sueños se ha regocijado. Lo mejor que el mundo ha dado, sobre cualquier cosa que cause asombro, omnipotente es, que fracasará el arbitrario, que en una imagen pretenda encriptarlo.

    Después de ese encuentro ya no volví a cuestionar su actitud, creo que entendí la pasión que experimenta; bueno, a medias; antes de retirarme lo justifiqué diciéndole: -Ha de mamar con madre tu vieja-.

    Con cuanta alegría esperaba el Teto el amanecer del siguiente día. Pero el destino no cumple caprichos ni satisface necedades. Una sorpresa fatal se escondió detrás de aquella puerta que ingenuamente cruzó. Un mal augurio anunció su llegada a ese lugar; cuando de las manos del anfitrión, resbaló la enorme ponchera de cristal que trasladaba a la mesa y que estalló contra el piso, fragmentándose en mil pedazos como símil cruel de lo que le esperaba a su espíritu esa noche. La revelación fue cruda, inesperada, no tanto por el homosexual que se le insinuó en cierto momento en aquel lugar, sino porque lo hizo con el consentimiento de Eloísa. La indiferencia de ella para él fue total. Los sentidos de Eloísa estuvieron puestos en cada insinuación que se le hacía, en los chascarrillos que remembraban su pasado salpicado de obscenidades.

    Todo el día mi primo había anticipado ir a esa fiesta con Eloísa, juntos por primera vez asistirían a una de las frecuentes reuniones que organizaban los amigos de ella. Esta vez era por motivo del cumpleaños de uno de ellos. Carlos, creo que se llama, Teto no lo conocía y en realidad a los demás tampoco, cuando mucho algunos dos que en algún momento coincidieron en el mismo lugar cuando paseaban Eloísa y él. Claro que esto no importaba y menos que el tal Carlos cumpliera años, lo significativo del hecho era que al cruzar la puerta donde estarían los amigos de Eloísa, entraría por completo a su mundo, a la intimidad que sólo se da cuando estás con tus semejantes y esto a su parecer sería el motivo que integraría a Eloísa y a él por un proceso de síntesis de afinidades, en un ser único, indisoluble, ilusión a la que Teto aspiraba encarecidamente.

    Durante su estancia en ese lugar, el tiempo transcurrió sin prisa, con parsimonia que fomentó en él la curiosidad por observar las personas y los objetos que le rodeaban. Pudo reparar en cada detalle, ya que casi desde que llegaron, Eloísa había estado por todas partes menos con él. -Un grillo recorre la pared; se oyen otros afuera y adentro, con su característico ruido repetitivo que delata su ubicación, qué importa, nadie los va a molestar. Candelabros de cobre, concurrencia proyectada por efectos de la flama. Está lloviznando afuera y ha estado lloviendo. Se oye mucho barullo; son ratas, tienen problemas entre ellas. Son duras sus peleas, se desgarran y matan, pero entre ellas mismas no se tragan. Lloran, sigue la pelea- se decía a sí mismo mi primo.

    Fue de madrugada cuando por insistencia de él se retiraron de la reunión. La calle por la que caminaron buscando un taxi estaba desierta a esa hora. Se sentía desamparado, deseaba que pasara cualquier persona; que se acercara a ellos y preguntara por qué permitían que la intolerancia -madre eterna de los necios- diera su fruto sobre sus vidas. En ese momento su cabeza era una pesada roca que incrementaba su magnitud en medida que sus temores quedaban atrapados en el ceño apretado de su frente.

    Un silencio corrosivo minó la ya frágil coraza de su ser, que había desgarrado el hiriente rechinar de las llantas de un carro que se alejó rápidamente, dejándolo físicamente inmóvil, pero con la mente alerta que, frenéticamente, tratando de encontrar una respuesta a esa situación, hizo una breve y frustrada auscultación a su razón para pasar como de rayo a su alma donde encontró el recurso que a su pesar no alivió su pena. -¡¡Chinguen a su puta madre, cuando te culiees a esa perra primero límpiale la baba de nopal que le escurre del ojete, el carro qué culpa tiene!!

    Por largos meses, la vida para el Teto se presentó como una enorme bóveda, de dimensiones infinitas, donde la soledad era en masa y la existencia una ironía divina. Fue en este vacío por el cual vagó como una sombra intermitente que se diluía o acentuaba con los caprichosos vaivenes del destino.

    Así transcurrió el tiempo; llano, simple, sin más emoción agradable que esta refrescante lluvia que ahora caía sobre las candentes calles de Monterrey y que parecía haber traído paz a mi maltrecho primo, quien aceptó de buena gana la invitación al reventón al que asistiríamos toda la banda; droga, viejas y broncas nos esperaba esa noche ¡¡Que chido, mi primo retomaba el camino que jamás debió dejar!!

    Fue por la mañana al regresarnos a casa cuando casualmente estuvieron nuevamente frente a frente Eloísa y él. Ella lucía radiante, fresca; en su negrísimo cabello quedaban atrapados los rayos del sol que escapaban alegremente en cada movimiento gracioso de su cabeza. Según dijo se dirigía a su trabajo preguntándole a la vez de dónde regresaba él a esa hora del día. -De un reventón- respondió Teto. Con su característica picardía le recriminó el que no la hubiera invitado, esta descarada insinuación fue suficiente para que nuevamente el Teto cediera a los encantos de Eloísa. -Ya estás, ¿para dónde jalamos?– respondió mi primo. -A donde tú digas, bebé- dijo Eloísa tomándolo de la cintura.

    El rencuentro parecía ser feliz. En ese momento el pasado quedaba oculto bajo la pantaleta de Eloísa. Se había dado la reconciliación, sellada por el desnudo de los dos. Ya en la intimidad se oscureció el maquillaje, quedando sólo cuerpo y virtudes. -De la mitad para atrás, mi rey- susurró Eloísa. La entrega y murmullos de Eloísa, tenían ahora para el Teto la dulzura y calidad de una colación; la sensualidad de prostituta barata y la calidez de un bistec congelado. Todos los miembros forzaron la tregua. Se separaron, sin mirarse a los ojos, quedando sólo dos cuerpos carentes de la ilusión estética que proporciona el amor o la lujuria; en un lugar sin calor, oscuro, de cuatro paredes, que le hizo pensar en ella, en forma de dado y su vida otro dado, en el puño de un tahúr de putas. La claridad del día apresuró maliciosamente párpados y conciencia haciendo notar la deuda que ella adquirió por el exceso. -Hola, ¿Cómo amaneciste?- preguntó ella, levantándose voluptuosamente para dirigirse al baño. -Sin maquillaje y sin ropa su cuerpo tiene el magnetismo de un nopal- pensó el Teto.

    El recuerdo de esa noche fue para mi primo un collage de obscenidades, que aportó una pena más a su vida; ser portador del VHI. –No hay pedo- fue la respuesta a su desgracia.

    Esta triste experiencia lo hundió en una grave depresión que trató de superar intoxicándose a lo bruto, y así fue como lo encontraron; tirado en la calle, sosteniendo una lucha suicida contra sus temores, que alevosamente en montón dieron cuenta de él.

    En realidad, mi primo ya había muerto desde hace tiempo: lo mató la confesión que nos hizo la tía Tina, de que él y yo éramos hermanos. Esta revelación fue una cruel revancha que nuestra madre tomaba contra su infortunio, nos la escupió en la cara en amargo reproche cuando se enteró que entre el Teto y yo no había ninguna diferencia, que compartíamos la misma esquina, los mismos amigos, el mismo vicio y el mismo modo de vivir.

    Yo ya había dejado de ir a la Universidad y era lo que menos me importaba. Había elegido compartir el destino de mis camaradas, de aquellos que me enseñaron la fuerza de la unidad en los momentos de desconcierto. Entre nosotros existía la identidad; yo ya era igual que el Teto, un cholo bien machín, y esto me sacaba de la soledad, le daba sentido a mi vida, que disfrutaba aun con todas sus limitaciones.

    Pero ahora, si tan sólo la confesión de mi madre se hubiera dado ante el imposible de seguir callando la angustia de no poder llamarme hijo, si hubiera sido así, lloraría torrentes de lágrimas, las suficientes para ahogar las penas que pasó por mi nacimiento y para ahogar también al maldito que la condenó sin piedad. Ninguna recriminación duele más que la de una madre que reniega del ser que concibió: -Eres una entraña putrefacta que arrojó mi cuerpo asqueado de tu presencia.- Estas crueles palabras las leía en sus ojos y sobre todo en la sonrisa maliciosa que asomaba en su boca según iba creciendo nuestra sorpresa durante su breve confesión.

    Sin embargo eso ya no importa; mi atención está puesta en el mosquitero de mi ventana que se mueve, lo empuja el viento, queriendo entrar a mi cuarto, le digo que se vaya, que no entre, porque aquí hay miles de serpientes rodeándome, esperando un mínimo movimiento para atacar.

    Todo en este lugar me parece extraño, y ese hombre pálido que vomita sangre bajo mi cama me aterra, y aunque él no me mira, yo sí lo veo.

    Frente a mí está un enorme perro negro que me ve amenazador y junto a él está ella con esa sonrisa cruel. ¿Qué está pasando? Mi boca se desgrana con facilidad, y esta angustia que me invade me congela, imposibilitándome para luchar contra todos esos cadáveres que tratan de entrar a las ruinas que me sirven de refugio: la puerta casi cede, no puedo contenerlos. ¡Madre ayúdame!

    Todo pasa tan rápido; mi mente es un remolino oscuro que me hunde en esta agua profunda que rebasa mi boca, sigue subiendo.

    El entorno es desolador; no sé por qué estoy aquí.

    Llega la calma, a lo lejos distingo una esfera brillante; la oscuridad es espesa pero va cediendo, súbitamente la esfera estalla.

    Voy encontrando pistas.
     
    #1
    Última modificación: 23 de Agosto de 2013
  2. cesar curiel

    cesar curiel Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Me gusto el desarrollo de tu escrito, lo escontre como un microrrelato, muy interesante por cierto. Te felicito, recibe mis saludos hasta Mexico.
     
    #2
  3. Castor

    Castor Poeta recién llegado

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    Cesar: gracias por tus letras. Saludos.
     
    #3
  4. Castor

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    Cesar: gracias por tus letras. Saludos
     
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  5. Castor

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    #5
    Última modificación: 16 de Agosto de 2013
  6. Juan Oriental

    Juan Oriental Poeta que considera el portal su segunda casa

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    22 de Diciembre de 2005
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    Hombre
    Muy bueno, sinceramente.
    Saludos.
     
    #6
  7. Castor

    Castor Poeta recién llegado

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    29 de Abril de 2011
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    Juan: Gracias por la lectura
    Saludos
     
    #7
    Última modificación: 5 de Octubre de 2011
  8. Castor

    Castor Poeta recién llegado

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    29 de Abril de 2011
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    Gracias por la lectura
     
    #8

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