En la noche eterna

En la noche eterna, cuando el mundo guarda silencio, tu voz me llama. No importa la distancia ni el tiempo: es un susurro que se cuela entre las sombras, acariciando el alma como viento amable que hace florecer el corazón. Las estrellas —esas cómplices lejanas— danzan sobre el cielo de mi pecho, como si supieran que tú eres la luz que nunca se apaga, mi amor verdadero, constante, sin final.

Aun cuando las sombras cruzan el sendero, no logran sofocar la melodía que nace de tu mirada. Tus ojos calman tempestades, dibujan mundos donde no existe el miedo. Toma mi mano —parece decir el destino—, y volemos juntos por este viaje que no deseo terminar, porque en tu compañía incluso el tiempo se rinde y se detiene.

El amor, ese susurro que habita el aire, deja promesas suspendidas en cada respiración. Eres el latido que permanece, incluso cuando todo parece desvanecerse. Cierro los ojos y te siento cerca, como una música suave que me envuelve. En cada nota, en cada pausa, somos tú y yo… así, eternos en el instante.

Las nubes, que antes ocultaban el sol, ahora se dispersan. El cielo, de pronto, se ilumina como tu presencia que guía y sostiene. Tus palabras —esas que flotan en la noche como cometas de esperanza— se enredan en mi piel. Soñamos juntos, y en ese sueño sabemos que nuestro amor no conoce muerte, solo transformaciones que lo hacen más fuerte.

Y entonces, cuando la noche vuelve a susurrar, tu voz me llama una vez más. Y mi corazón, obediente, florece. Porque tú eres mi luz, mi raíz y mi cielo, mi amor que no conoce final.