1. Invitado, ven y descarga gratuitamente el cuarto número de nuestra revista literaria digital "Eco y Latido"

    !!!Te va a encantar, no te la pierdas!!!

    Cerrar notificación

Enclaustrada en plena libertad (suspenso)

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por Christie, 17 de Agosto de 2006. Respuestas: 0 | Visitas: 658

  1. Christie

    Christie Poeta recién llegado

    Se incorporó:
    6 de Abril de 2006
    Mensajes:
    48
    Me gusta recibidos:
    2
    N/A: lo tengo publicado en mas de una direccion, todas bajo mi nombre... y bajo el nick de Jezzyanne y Banshee. Espero les guste.

    El ser humano se distingue por su sugestión a lo sobrenatural. La curiosidad es nuestra mayor cualidad y saciar ésta nuestra especialidad. Podemos sucumbir en la búsqueda de un algo o simplemente rendirnos antes de la busca. Somos diferentes tanto física como mentalmente pero nuestro fin es siempre el mismo: satisfacer nuestros más hondos deseos, sin importar el precio o las ramificaciones que estos conlleven.
    Desafortunadamente, yo soy la prueba más fiel de que todo lo antes dicho es verdad. Soy rehén y convicta de mis propios deseos y ambiciones. Entretejí mi propia telaraña de mentiras y barbaries usando como pretexto mi insignificancia y mi enojo contra el mundo exterior. Porque en cierto modo, así fue. Y ahora estoy enclaustrada, presa de mis propios miedos y males. En libertad pero aún así encadenada por convicción propia. Atada a mi nimia existencia. Obligada a vivir.

    Todo ocurrió en el verano. Ese fatídico mes de Julio del año 2004 mis amigos y yo decidimos hacer algo diferente. Ya estábamos tupidos de ir a la playa, salir a “freaky’s” y emborracharnos hasta altas horas de la madrugada por el simple hecho de hacerlo. Porque no bebíamos para “echárnosla” o para olvidar algún problema que nos acarreara, bebíamos por el puro placer de beber. Como antes dije estábamos hartos de esa vida que llevábamos, de esa vida arrastrada y ociosa. Y por eso una noche, de esas que se manifiestan guturales y funestas, decidimos ir a un lugar espantoso, infausto y extremadamente horripilante, pero que igual nos llamaba la atención desde hace unos meses: El cementerio. Y no era el simple hecho de ir lo que nos fascinaba hasta casi extasiarnos, no. Era el hecho de que íbamos a desterrar una tumba. Si. Era una clase de ritual lo que íbamos a hacer ó más bien de un pacto científico que nos habíamos prometido llevar a cabo. Queríamos saber si después de un cierto tiempo, 100 años quizás, el cuerpo seguiría intacto o al menos los huesos. Queríamos comprobar si la ciencia era tan infalible como decían los libros y artículos. ¿Qué si nosotros, unos insignificantes adolescentes, descubríamos que todos los científicos eran unos farsantes? Que después de uno o dos siglos el cuerpo desaparece por completo. Sería un hallazgo asombroso y enriquecedor. Definitivamente, diría mucho de nosotros.

    Así que esa noche de julio decidimos ir al cementerio portando cada uno una linterna, un martillo y dos palas. Carmen, Cheska, José y Michelle ya estaban esperando cuando llegué junto con Marinés y Lilliam en mi BMW del año. Lo primero que vi al bajarme fue el magnificente y tétrico cementerio. No pude desviar mi vista de él. Este ejercía sobre mí una fuerza indescriptible, casi poseedora, atrayente. Mordaz y localmente atrayente. Sin decir una sola palabra los 7 nos adentramos al cementerio. Siete, el número de la perfección. Caminamos en una línea recta, yo en la delantera seguida por Carmen, Marinés, Cheska, José, Lilliam y Michelle al final. Cada uno con la linterna encendida. Lo único que mortificaba el placentero silencio de la noche eran nuestras entrecortadas respiraciones y el ruido que nuestros zapatos emitían al tocar el lodoso suelo o al atravesar alguna lápida. Mientras caminábamos leíamos los años de nacimiento y muerte en cada una de las inscripciones. Habían pasado casi cuarenta minutos desde nuestra entrada al cementerio cuando Cheska gritó eufóricamente señalando una montañita de tierra en dónde sólo había una cruz y una inscripción.

    -1801-1900- lee Carmen en voz alta.

    -De hace do100 años- dije emocionada.

    José quitó la pesada inscripción y la cruz del montón de tierra y Marinés y Michelle comenzaron a cavar con gran tesón, como si fueran unos piratas y lo que estaban por descubrir un preciado tesoro. Aunque en cierto modo, lo era. Mientras más hondo se hacía el agujero más crecía nuestra fascinación y enajenación por descubrir lo que escondía ese montón de tierra, lo que había o – si es como me lo imaginaba- lo que no había. Nuestro desasosiego se incrementaba a cada segundo, al bajar y subir las palas. Casi veinte minutos después nuestros rostros se iluminaron de alegría. Al fin hallamos lo que con tanto ahínco buscábamos: el ataúd, el féretro, la caja, el cajón… como quieran llamarle. Habíamos hallado nuestro tesoro. Rápidamente José sacó el ataúd con el martillo que portaba, y para nuestra fascinación y veracidad no había nadie. Si habían inhumado a alguien, ya no estaba. Y la única respuesta lógica era la que nosotros creíamos verdadera: Después de cierto tiempo, un cadáver se consume, se evapora, o simplemente desaparece. Por su exaltación mis amigos no escucharon el ruido, como un aullido que salía de alguna parte del cementerio.

    -Escuchen…-les dije mirándolos de uno en uno. No pasaron ni dos segundos cuando el aullido se volvió a escuchar. Esta vez más cerca, como si ese alguien o “algo” que lo emitiera estuviera junto a nosotros.

    -Tengo miedo- susurró Cheska mirando hacia todos lados.

    -Shhhhhhhh…

    En el fondo yo también tenía miedo. Mucho miedo. Tenía la extraña ilusión de que alguien me observaba, ¡nos observaba! Miré a cada uno de mis amigos. Todos estábamos tiritando, y de nuestras bocas salía vaho. La noche era oscura, de un negro casi cegador. Otro aullido. Esta vez llegué a ver algo. Mi mente casi se retorció de miedo y mi corazón palpitaba a una velocidad increíble, cuando vi “eso” que salió de entre los arbustos. En realidad sólo vi un celaje, pero más tarde lo vería en su totalidad. Ese algo atravesó corriendo a nuestro lado y al irse se llevó a Lilliam con él. Todos gritaron atestados de miedo y horror, pero de mi boca no salió absolutamente nada. Sólo un miedo indescriptible, un pánico jamás sentido antes me invadió por completo. Otra “cosa” de esas salió de la nada, y esta vez cargó con Cheska y Michelle. Los únicos que quedábamos sólo podíamos hacer algo y eso fue lo que hicimos. Corrimos a gran velocidad, con un mismo destino: salir lo más pronto posible de ese infierno. Pero esas cosas eran más rápidas o simplemente eran más que nosotros porque nos rodearon sin dejarnos escapatoria alguna. Había cientos de ellos a nuestro alrededor. Tres de esas criaturas saltaron y acarrearon con José, Carmen y Marinés. A continuación vi la escena más aterradora de mi vida. Esos seres con los contornos de un humano abrieron su boca, o más bien el lugar donde debiera estar su boca porque lo que había en ese espacio era una abertura honda, tan tétrica y funesta como la noche negra. Con sus manos esqueléticas, inhumanas, demacradas y fuliginosas tomaron a mis amigos por la nuca arrancando sus cabellos, cada uno de ellos sin piedad alguna. Alaridos de dolor enturbiaron el silencio de la noche. Pero prontamente los gritos de José, Carmen y Marinés fueron sofocados por una mordida de esos tétricos seres. Por una mordida que los arrebató de la vida.

    -¡Noooooooooooooooooooooooooooooooooo!- grité con todas las fuerzas de mi corazón, hasta que mis pulmones casi se quedaron sin aire, hasta que ya no podía respirar. Dejaba en ese grito mi sentir por mis seis amigos muertos. ¿Por qué, Dios? ¿Quiénes eran esas criaturas? ¿Qué querían de nosotros? ¿Por qué habían asesinado a mis amigos? ¿Me asesinarían ahora a mí? Estaba sumidad en tales pensamientos cuando vi a Michelle, Lilliam y Cheska llegar, caminando entre los funestos seres. La razón, por primera vez en mi vida, fue más rápida que la emoción que sentí al ver vivos a mis tres amigos. Me cuestioné… ¿Por qué caminaban entre esos seres y ninguno de ellos los atacaba? La respuesta a esa pregunta vino más rápido de lo que me imaginaba. Al mirar hacia donde estaban los cuerpos de Marinés, Carmen y José descubrí que estos ya no existían. ¿Acaso esos seres se los habían comido completamente? Oh, Dios, ¿Qué estaba sucediendo? Escuché un grito gutural a mis espaldas y al voltearme descubrí a los antes mencionados junto a Lilliam, Cheska y Michelle. Los seis me miraban con perspicacia, y emitieron otro aullido. Al hacerlo dejaron al descubierto sus tétricas bocas. Mi mente corrió rápidamente, a mil por hora. Descubrí abnegadamente que mis amigos ya no eran tales sino que se habían convertido en esos seres espectrales. Habían muerto y vuelto de la muerte. Mi mundo se derrumbó, o lo que quedaba de él. Me vi sin fuerzas ante mi sombría soledad. Estaba completamente sola junto a esos seres que se llevarían mi cuerpo. Porque si de algo estaba segura era de eso: No saldría del cementerio con vida. En un intento fructuoso por huir de aquel círculo diabólico corrí derribando a uno de mis ex-amigos al pasar. Sin mirar atrás partí lo más rápido que pude, lejos de esos malditos seres. Pero ellos eran mayores en cantidad y rodeándome por segunda vez me dejaron sin escapatoria.

    El pánico se apoderó de mí. Quería gritar pero mi boca no lograba emitir sonido alguno. Quería moverme, intentar correr pero mis músculos se inmovilizaron de repente dejándome paralizada, inmóvil sobre el suelo sin escapatoria alguna. Veía cada uno de los seres acercarse con sus bocas abiertas, sus dientes, sus asquerosos y aterradores dientes dispuestos a morderme para volverme uno de ellos. Pero no podía ni quería aceptarlo. No quería resignarme a ser uno de ellos; un muerto viviente esperando por alguien, personas incipientes como yo, para devorarlos. NO. No quería ser uno de ellos. Pero no había nada que pudiera hacer. Los seres cada vez estaban más cerca y comenzaron a emitir esos tétricos aullidos. Llegaron hasta mí. Sus manos, sus tétricas manos me tocaban cual si fueran caricias por cada recóndito lugar de mi cuerpo. Sentía como sus manos se pernoctaban sobre mí. Veía sus bocas, atestada de esos aterradores dientes, y luego sentí como mis cabellos eran arrancados de mi cráneo. Un dolor increíble, jamás sentido me invadió por completo. La cabeza me daba vueltas, y mi mente no dejaba de darme irrazonables ideas. Segundos después sentí sus dientes carcomiendo mi adolorido cuello, sentí sus afiladas uñas enterrarse en todo mi cuerpo y luego, sentí nada. No dolor. No miedo. No pánico. Nada. No sé cuánto tiempo después me desperté, pero no importa. Cuando eres un ser como yo el tiempo no importa. Nos resignamos a verlo pasar, detenerse y luego seguir. Podemos salir, escapar de este lugar. Pero, ¿para qué? Ya no nos importa la vida, lo que antes fue ya no lo es. Estamos muertos. Lo único que nos liga a la vida es el simple hecho de que necesitamos de los seres vivos para poder seguir existiendo.

    Ahora comprendes cuando digo que estoy enclaustrada en plena libertad.
     
    #1

Comparte esta página