Encuentros

La eternidad parecía resaltar el brillo en aquellos espejos. Era más que solo notarlos mojados, era penetrar sensaciones punzantes en la boca de mi estómago; era querer conservar esos pocos segundos hasta que dejaran de brillar, es decir, por siempre.

Su mirada era continua, seria, expresiva y pausada. No encontraba palabras y aunque las supiera, no serían las indicadas para describir la invasión de sensaciones en su ser.

Su sangre, su piel, cada uno de los tejidos de su cuerpo, deslumbraba de paz y de luz.

Tome sus frías manos y pude notar como su pálida tez enrojecía en color y temperatura. Cuando ella me tocaba, sentía algo extraño, e irracional. Esa sensación de al cerrar los ojos, querer mantenerlos de esa manera un buen rato. Estaba seguro que en sus más profundos pensamientos, los cuales compartía conmigo, ella le decía “dormir”, y sabía que sin su sereno tacto no podría lograrlo.

No era difícil notar que encendía felicidad y sensaciones voraces y carnales en su interior. Nos complementábamos como la tierra nutre al pasto bajo nuestros exóticos y puros cuerpos. De la misma manera que el fuerte y determinado viento golpeaba nuestra piel y hacia bailar los flecos de nuestro sostén, verde esmeralda cuyas curvas delineaban tras el cielo violeta.

Nuestra vida se basaba de ese modo, intocable, inmutable.

No contábamos el tiempo, ya que no existía y no envejeceríamos jamás.

Deseo profundamente que las cosas no hubieran cambiado. Pero como crece el alma, crecen las desfortunas y el momento llego a su par.

Empezó siendo una pelota. Una perfecta circunferencia esférica y maciza, que broto de los pastizales.

Flotaba de manera estática y contundente. Y su cristalino brillo azulado y celeste, cegaba parcialmente nuestra visión.

La esfera giraba en un mismo lugar, y sus tonos de azul variaban aumentando nuestra intriga proporcionalmente el uno con el otro.

Al preciso momento en el que el viento soplo extraordinariamente el pasto, me distraje y no percate en el accionar de mi compañera. Sus manos se acercan a la esfera, producto de la incertidumbre y la imprevisibilidad. Cuando la yema de sus dedos, se postraron suavemente sobre la superficie de esta, un graznido compenetro el silencioso clima de tranquilidad, tomando mi atención nuevamente.

Al ver su reacción de dolor y su irritación en los dedos, deduje que se había quemado.

Extrañamente, una esfera celeste provoco una quemadura…debió de haber estado realmente fría.

El tiempo no alcanzo a consolarla; ya que la enigmática esfera, comenzó a crecer, y no de una manera tranquila y pausada como su cristalino color representaba, sino que su tamaño aumentaba voraz y furiosamente.

Nunca había visto algo tan extraño, nunca había visto nada que no fuera el cielo, el viento, el pasto y ella junto a mí.

Dicho esto, determinen mis sentimientos, cuando la esfera aumento de tal dimensión que, termine de un lado y ella del otro, separados, distanciados con este gran planeta azul interfiriendo entre nosotros…

De mi angustia, brotaron gotas de mis ojos, y de mi enojo broto furia de mis entrañas, que desquite contra la esfera, golpeándola, y empujándola, sin importar mis heladas quemaduras.

Nunca sabré si mi pasional fuerza la reventó o si fue mi usual, elevada temperatura corporal.

Pero sin más, exploto, dejando ver una kilométrica ola de agua abalanzándose hacia abajo. Pero no hacia mi lado, sino hacia el de ella…

Podía notar su desesperación y sus intentos de mantenerse a flote. No lo habría conseguido de no haber sido por su clara e innegable intelectualidad innata.

Ahí estaba ella, a una inexplicable distancia, atrapada en un laberintico océano, del cual no teníamos conocimiento alguno.

No nos percatábamos ni de la existencia del agua

Ahí estaba yo, sentado en el pasto, como siempre pero solo, sin ella..

Al verla llorar de la soledad y desesperación a lo lejos, imite su actuar empáticamente, estirando las manos y tratando de alcanzar esa inmensa masa de agua, que desde mi ser parecía infinita e inalcanzable.

Era imposible acercarme, y sin embargo veía y sentía cada ingenuo movimiento en su trenzado y azulado cabello. Cada expresión en ese pálido y frio rostro.

Por dentro mío, sentía un vacío interno, no importa cuán colorado sea mi cabello, o cuan rojiza mi piel, mi sangre y mi alma eran azules. Solo que desmerecían la sensación de paz y tranquilidad que suelen acompañarlos.

Mi reflexiva introspección al alma, llego a su fin, al percatarme de otra esfera.

Una completamente diferente, de tonos rojizos y flameantes.

Al acercarme, iluminaba y aclaraba mi rostro de una manera intensa.

No me sorprendí cuando la nueva esfera comenzó a crecer tal y como lo hizo la anterior. Su opuesta y polar hermana.

De manera fugaz e indescriptible, exploto sobre mí, formando un colosal e impactante mar de lava que increíblemente, no produjo ningún efecto en mí.

Sentía mi piel como siempre. Rojiza y tibia, llena de angustia y melancolía.

Ella me miraba desde su mundo de agua helada y yo la deseaba desde mi fogoso estado semi volcánico.

Casi simultáneamente, y casi telepáticamente, ambos planteamos un basta a esta tortuosa situación, y corrimos hacia el encuentro del otro, a través de estos raros ambientes, que se arrastraban a nuestro paso.

Cuando nuestros cuerpos se encontraron, también las toneladas de lava con las toneladas de hielo derretido, provocando una mezcla fugaz para ambas partes.

Tome su rostro y lo bese suavemente, con el pesar de lo que podría venir después.

Mis intuiciones no habían fallado, y mi mundo de fuego, comenzó a apelotonarse conmigo en él, al igual que su pequeño planeta azul, con ella adentro.

Queriendo mantener la misma posición ganadora, seguí empujado hacia adelante y ella siguió mi lucha, provocando fricción entre ambos planetas. Mi espíritu perdedor, nació, al momento que la fricción provoco un rebote tal que mi mundo rojo, y su mundo azul, volaron a una distancia, nuevamente a mi parecer, infinita. Y lo peor de todo, con nosotros en cada una de ellas.

Estábamos en cada extremo del cielo

Yo más cerca del pastizal y ella alejada de mí.

Todavía podía verla brillando a la distancia. A su monumental distancia, que provocaba que el cielo se ilumine por completo.

Mi alma se quebraría sin color y se pintaría de soledad.

Al pasar del tiempo, no sabía si ella vivía. Si pensaba en mí. Hasta que la veo salir. Parada sobre su esfera.

La vi acercarse al igual que me vi alejarme. Note que cuando ella era visible en el pastizal, yo me alejaba de él y me posicionaba con mi planeta, donde ella estaba antes.

Al principio, no sabía cuál era su objetivo, hasta que al alzar la vista, el cielo se torna azul. Ese azul que era reflexión, y que la representaba a ella, sentada, en su brillante y cristalino mundo blanco.

Ese azul, me permitía cerrar los ojos y descansar. Luego ella volvía y el cielo se iluminaba nuevamente en mi presencia cercana a la tierra.

Nuestra eterna y supuesta inmutable vida, cambio. Y se mantendría así por siempre. Esperando el momento del día, en el que poder alejarme, en el que el cielo se tiña de azul y así poder recordarla, soñarla y sentirla en paz…