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Ensayo explicativo de las causas del siglo XXI (I)

Tema en 'Ensayos' comenzado por Roberto Xavier Rodriguez, 3 de Febrero de 2016. Respuestas: 0 | Visitas: 1291

  1. Roberto Xavier Rodriguez

    Roberto Xavier Rodriguez Roberto Javier Rodríguez Santiago

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    18 de Enero de 2016
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    Cuando tratamos de estudiar y comprender la historia de épocas preteritas a la nuestra, es decir, a las primeras dos décadas del siglo XXI, no nos es difícil inventariar sus hechos, y a la historiografía no le es difícil, a pesar de estar limitada ya por sus pretensiones de higiene positivista, ya sea por su indignación marxista, ya sea por su hermenéutica partidaria de determinada ideología o ideal o credo, escribir la historia. Pero como, en cierto sentido, somos elementos constitutivos de las primeras dos décadas del siglo XXI, cierta asepsia es necesaria. Hay muchas perspectivas y pocos horizontes. Puede que aquéllo que consideramos históricamente relevante no sea lo que promete. Se requiere distancia y elevación, como para poder observar atinadamente una buena obra de arte, si queremos hacer una buena obra historiografica. Se requiere la distancia del tiempo pasado (y cuanto más pasado, mejor) y de los hechos históricos pretéritos (y cuanto más pretéritos, mejor) y la suficiente elevación para encontrar la conexión historiologica. Hay muchas explicaciones e interpretaciones de los acontecimientos de principios del siglo XXI. Vamos a intentar entender las primeras décadas del siglo XXI partiendo de la contemplación del tiempo pasado, del desenterramiento de hechos pretéritos y de una visión sagaz como la del águila que nos permita descubrir o inferir las conexiones historiologicas. Estos son los presupuestos metodológicos de la historiografía que intentaré realizar. Hacia los años 60 antes de Jesucristo, el general Cneo Pompeyo conquistó Judea. El terreno está abonado para una épica lucha de cosmovisiones. Politeísmo contra monoteísmo. Antropocentrismo contra teocentrismo. Mitología contra historia. Filosofía contra la Ley y los Profetas. Es en este escenario que aparece la figura histórica de Jesucristo, con su reclamación de ser encarnación de la divinidad única que los judíos adoran y adoraban. Era un doble escándalo: para los judíos y para los romanos. ¿Un hombre es la encarnación de Dios? Pero, ¿cómo es posible? ¿Cómo es posible que la sacralidad del Dios único se vea manchada y rebajada a la condición humana? ¿Y afirma tácitamente su realeza sobre judíos basado en la deidad única reconocida y adorada por los judíos? ¿No era eso una afrenta a las pretensiones políticas y mesianicas de los emperadores romanos? ¿Y también una afrenta a las deidades grecorromanas que participaban o delineaban los contornos de la cosmovisión grecorromana? El encuentro entre Jesucristo y el prefecto de Judea, Poncio Pilatos, es el choque de dos cosmovisiones ancestrales: la judía y la romana. Es un encuentro que termina en una dialéctica positiva, pero trágica. De la tragedia de la cruz y las afirmaciones de discípulos de Jesucristo de haberle visto resucitado y ascendiendo al cielo nace una nueva cosmovisión: el cristianismo, que se autoproclama heredero de la cosmovisión judía, según los realineamientos de Jesucristo y sus sucesores en la divulgación de las buenas nuevas de la salvación eterna de Jesucristo. La nueva cosmovisión entrará en relaciones dialécticas con la cosmovisión grecorromana, cuyos resultados serán mixtos. El autoenclaustramiento doctrinal de Tertuliano versus el diálogo entre la fe cristiana y las filosofías grecorromanas de San Clemente de Alejandría. Los martirios cristianos ordenados por Nerón, Domiciano, Decio y Diocleciano versus la automesura que Plinio el Joven aconsejara a su amigo, el emperador Trajano, la admiración del emperador Alejandro Severo hacia el cristianismo, el edicto de tolerancia de Milán promulgado por el emperador Constantino y la final proclamación del cristianismo como religión oficial del imperio por parte del emperador Teodosio, factor decisivo en la evolución del imperio de ser romano a ser bizantino. Roma, en cuanto ciudad, se había nutrido política, económica, social y culturalmente de las conquistas territoriales. La supremacía política y militar de la ciudad de Roma sobre el Mar Mediterráneo socavó sus estructuras politico-jurídico-sociales republicanas. Desplazó el poder de la élite romana a las legiones extendidas alrededor del Mar Mediterráneo y sus generales, como Cayo Mario, Lucio Cornelio Sila y Julio César. Las derrotas de Craso ante los partos, Varo ante los germanos y del expansionismo de Trajano ante su retaguardia limitaron y mermaron el poder extrovertido de las legiones y sus generales y emperadores, convirtiendo al imperio romano en una civilización a la defensiva, cayendo en una gangrena política, social y cultural, reforzando el poder de intromisión, saqueo y conquista de territorios romanos de bárbaros como los marcomanos, godos, vándalos, hunos, herulos; e impulsando la reestructuración del imperio romano en torno a la prepotencia de las legiones durante el siglo III después de Cristo. La legalización del cristianismo como religión por parte del emperador Constantino desconcentraria en gran medida el poder de las legiones, sobretodo en la Pars Occidentalis, y lo reconcentraria en las comunidades cristianas, lo que implicaría que cualquier conflicto o división entre las comunidades cristianas sería también un conflicto o división imperial. De ahí que los emperadores convocaran concilios e interfirieran en las innumerables disputas teológicas y doctrinales de las comunidades cristianas. Los emperadores romanos evolucionarian a emperadores bizantinos, es decir, de tiranos dioses a déspotas por la voluntad de Jesucristo. El discurso social, político, económico y cultural evolucionaria de la mitología y la filosofía grecorromana al cristianismo. Por último, el imperio romano se dividiria en dos (¡qué redundancia!) y gradualmente perdería la mayoría de sus territorios, evolucionando a lo que la historiografía denomina Imperio Bizantino. La Pars Occidentalis, y con ella la ciudad de Roma, pasarían al dominio anárquico de los bárbaros germánicos. Los mil años siguientes son denominados en la cronología por la historiografía como Edad Media, caracterizada por la atomización del poder político y militar, breves periodos de estabilidad social y política seguidos de largos períodos de anarquía social y política que favorecieron la hegemonía jerárquica del Obispo de Roma y del cristianismo como discurso social, político, económico y cultural. El Islam daría su golpe de gracia (o desgracia) al Imperio Bizantino, cada vez más rígido, formalista, hieratico y defensivo, alimentando su ruptura con el Obispo de Roma, su aislacionismo político-militar balcánico-anatolico y el poder del emperador sobre las comunidades cristianas bizantinas, así como las disputas entre el Obispo de Roma y el Patriarca de Constantinopla. El Islam lograría aglutinar, primero, política-religiosamente, luego, religiosamente, una vasta comunidad africano-mediooriental-indostanica, que constituiría un muro de contención del cristianismo. Las disputas entre el Obispo de Roma y el Emperador Bizantino y/o el Patriarca de Constantinopla prepararon el terreno para la creación de la institución del Sacro Imperio Romano en la persona de Carlomagno y sus sucesores. El contacto comercial de la antigua Pars Occidentalis con islámicos y comercial y religioso con bizantinos, unido al final de las emigraciones germánicas y eslavas, así como las disputas jurisdiccionales entre el Obispo de Roma y el Emperador del Sacro Imperio Romano, favorecieron el surgimiento o renacimiento de las ciudades europeas, con sus clases comerciales, mercantiles y profesionales europeas. Con el dinero del impuesto a las ciudades, los reyes europeos comenzarían a crear sus reinos mediante sus propios ejércitos e impondrian una estabilidad social, política, económica y cultural que socavaria la anarquía feudal, las intromisiones del Obispo de Roma y del emperador del Sacro Imperio Romano. Constantinopla caería ante los turcos (islámicos), y las cruzadas reforzarian el sentido de identidad común de la antigua Pars Occidentalis cristianizada sobretodo por los benedictinos, que consigo llevaron una actitud definitoria de la Europa que edificaban con sus conversiones, oraciones y copias manuscritas de escritos cristianos y romanos. La antigua Pars Occidentalis había evolucionado de Imperio Romano a ser Europa. Mil años después de la caída de Roma ante Odoacro ser europeo y ser cristiano era casi sinónimo. Del comercio italiano con el lejano oriente y la llegada en estampida de sabios bizantinos, unido a ciertos grupos de intelectuales agustinos que revalorizaban la cultura grecorromana, así como precedido por la anarquía eclesial del cisma de occidente y el debilitamiento del poder del Sacro Imperio Romano, surgió el movimiento intelectual, artístico y literario conocido como humanismo, que emancipo la cultura de la tutela milenaria de los credos cristianos. Italia entraba en una época juvenil, como de adolescente: era el Renacimiento, que, desde Florencia, inauguró una nueva cosmovisión: el antropocentrismo crítico. A diferencia del antropocentrismo grecorromano, que era más bien una divinizacion de la naturaleza y el hombre. El antropocentrismo crítico diviniza la actividad humana. Como reacción y continuación del antropocentrismo crítico, y como denuncia moral y espiritual de la jerarquía eclesial, Martín Lutero hace la Reforma Protestante, que emancipa las relaciones espirituales de los europeos de la jerarquía eclesiástica gobernada por el Obispo de Roma (Iglesia Católica), rechaza la razón en nombre de la creencia y pone la Biblia como autoridad espiritual sujeta a la libre interpretación. Europa se divide hasta la muerte en iglesias enfrentadas entre sí. Es el fin de la hegemonía jerárquica del Obispo de Roma y de su Iglesia Católica sobre Europa.
     
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