Esclava de tus besos (Parte 10)

El viaje fue largo y extenuado, los niños no aguantaban demasiado quietos y las madres se afanaban en mantenerlos alejados del peligro mientras que los hombres preparaban los campamentos y manejaban las carretas.


Sólo quedaba una jornada para llegar y se aprovechaban las noches para adelantar terreno, pero al caer el sol se desató una fuerte tormenta. Los rayos y los truenos retumbaban en la oscuridad y la pesada cortina de agua no deba ver más allá de un palmo. Muchos se habían dormido ya con el sonido del agua al caer sobre la lona que los protegía y habían decidido no avanzar hasta que se despejara el cielo.


Un muchacho al lado de William lloraba y temblaba como una hoja cada vez que un trueno retumbaba o un rayo se asomaba por el cielo. Iba a preguntarle qué le pasaba, pero, justo cuando se atrevió a extender su mano hacia él, apreció Ann que se apresuró a abrazarlo contra su pecho y acunarlo lentamente hasta que consiguió calmarlo. Lentamente el muchacho quedó dormido sobre su regazo.

• ¿Sabes? Su madre lo abandonó en medio de una tormenta y desde entonces no puede soportar estar solo en una de ellas- comentó mientras se recostaba contra uno de los laterales de la carreta y suspiró.
  [*]Estas empapada- el pelo se le pegaba a la piel y el vestido parecía pasado e incomodo.
  [*]Si, pero no podía dejarlo- le miró a los ojos y supo que era así con todas y cada una de las personas que estaban bajo su cuidado.
  

Las horas pasaron y en cierto momento William se quedó dormido y el agua paró su asedio. Dejó con cuidado al chico apoyado sobre un fardo y se dirigió hacia su carro, seguro que Mary ya estaba nerviosa por su ausencia. Los pies se le hundían suavemente en la tierra mojada y sonrió sintiéndose muy bien con el aire fresco y limpio que había dejado la lluvia.


A lo lejos vislumbró unos caballos acercándose y se preocupó, no llevaban gran cosa y pocos a demás de los ladrones se aventuraban fuera de sus refugios en noches como esas. Se disponía a llamar a los hombres para que protegieran a los niños y mujeres cuando los tres caballos la acorralaron... habían sido más rápidos de lo que ella calculó.


Todos los jinetes estaban cubiertos por una túnica negra y el del medio se bajó con un movimiento fluido del su montura. Era un purasangre bien cuidado y claramente costoso, por lo menos no eran ladrones, pero había aprendido hacía mucho tiempo que muchas veces los poseedores del dinero eran los más crueles y sanguinarios.


Lentamente el hombre se echó la capa hacia atrás dejando ver su rostro, era un hombre joven, apuesto, de facciones suaves a la vez que contundentes, piel bronceada y ojos claros, de un color agua-marina muy poco habitual. Su pelo castaño con vetas doradas le caía con descuido sobre la frente y el cuello, más largo de lo estrictamente permitido.

• ¿Es usted la Vizcondesa de Salsbury?- preguntó eduacadamente.
  [*]Si, soy yo- respondió sin asomo de miedo y plantándose firmemente sobre sus pies por si tenía que resistir algún ataque.
  

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