Esclava de tus besos (Parte 9)

Cuando Ann salió del comedor llevaba una de sus mejillas dañadas por un trozo de porcelana y un pequeño hilillo de sangre corría desde la herida hasta su boca. No se dio cuenta de este hecho y corrió a la sala donde se congregaban todos sus protegidos, con paso alegre y con las mejillas arreboladas dijo:

-Nos vamos a Londres, todos los que quieran venir que tengan preparado el equipaje para mañana mismo.

Marco se apresuró a acercarse y a tapar la herida con un pañuelo, la preocupación era patente en su mirada y las manos le temblaban mientras limpiaba la sangre. Ann se percató de esto y le agarró las manos con dulzura, estabilizándolas y sonriendo le hizo saber que estaba bien. Los niños estaban ilusionados y los demás parecían consternados… ¿Por qué tan rápida decisión?

-¿Yo también he de ir?- preguntó William que se encontraba en un rincón contándole historias de batallas a unos niños pecosos y con cara de traviesos.

-He dicho que irá todo el que quiera, si tu camino no es el mismo que el mío puedes ir donde desees- respondió ella con una expresión tan digna que él se preguntó de verdad tenía la edad que decía tener.

Todo se volvió un hervidero de actividad, las madres hicieron rápidamente las maletas de sus hijos y de los que tenían a su cargo, los que estaban demasiado débiles para hacerlas fueron ayudados por sus compañeros de habitación y los jóvenes no bien oscureció estuvieron en los estables preparando todos los caballos para albergar a tanta gente en las carretas que Ann había adquirido para la ocasión.

Esta, había escrito una carta informando a los sirvientes de la casa que tenía su tía en la ciudad de que llegarían en cualquier momento y la situación en la que se encontraban todos y cada uno de sus protegidos, así podría tener las habitaciones preparadas para todos ellos.

William se unió a la actividad y se instaló al amanecer en una de las carretas junto a los mozos más jóvenes, así pasaría desapercibido en la ciudad y nadie le reconocería hasta que llegara a su destino.

Ann, que había llevado siempre vestidos de labores, cómodos y prácticos para las labores a las que debía enfrentarse cada día, había sacado su mejor vestido del armario, sus brazos y hombros de color lechoso quedaron al aire, solo una suave toca la resguardaba del frio matutino, su pelo había sido recogido con sumo gusto y el corsé marcaba sus curvas pronunciadas sin dejar mucho a la imaginación. Parecía una cortesana y más mayor de la verdadera edad que tenía. William supo que ya no estaba ante Ann, sino frente a la Vizcondesa de Selsbury, tercera en la línea sucesoria de la corona inglesa.

Se subió majestuosa a la el lujoso carro que encabezaba la caravana y todos se pusieron en marcha hacia una nueva vida y hacia nuevas oportunidades.

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