1. Invitado, ven y descarga gratuitamente el cuarto número de nuestra revista literaria digital "Eco y Latido"

    !!!Te va a encantar, no te la pierdas!!!

    Cerrar notificación

escribir por escribir antes de...

Tema en 'Prosa: Surrealistas' comenzado por Melquiades San Juan, 26 de Abril de 2012. Respuestas: 0 | Visitas: 725

  1. Melquiades San Juan

    Melquiades San Juan Poeta veterano en MP

    Se incorporó:
    3 de Diciembre de 2008
    Mensajes:
    5.147
    Me gusta recibidos:
    666
    Género:
    Hombre
    Muele que muele con sus latidos los sentidos del cuerpo. A veces se disfraza de cartón coloreado, llenos de imágenes protocolarias y de etiqueta, para avisar que se llenará de fiesta la noche del fin de semana. Tiene anfiteatros cuerpo de cartón, a la usanza de los griegos antiguos, que por fuera muestran su boca chimuela, con los cuatro únicos dientes vueltos columnas y el bigote de granito presidiendo la cornisa a manera de sombrilla eterna para resguardar los cuerpos del sol y de las lluvias. ¿Qué pasa ahí dentro?... No lo sé. Seguro lo mismo que antaño. Bufones armados de técnicas de respiración y vocalización, para recrear la tragicomedia cotidiana.

    A mí me gusta la plaza. Ésa que limita su mundo entre dos bocas: la de la entrada de El Metro y la de la Iglesia Católica Apostólica Romana, siempre vacía. En la plaza hay una fuente seca, sin tradición, de esas hechas a última hora para sustituir el viejo cemento percudido y agrietado, donde moraban ocultos tras los matones moribundos, y desaliñados de la floricultura antigua, los pordioseros y los llamados malvivientes, por vivir en el mundo sin amparo alguno. La plaza nueva se llena de sol, de colorido rocoso: rojo adoquín, casi lustrado por las pulidoras, y las bancas, y la fuente de cantera rosa. Un policía es faro de seguridad o muro de aislamiento para marginar los pasos vagabundos de tormentosa estampa: mugrienta y olorosa a orines.

    Hay un simulacro de sombra que dan las moribundas ramas de los viejos álamos que no parieron hijos con el tiempo. Se precisan sonrisas y gorros para pasar horas de sol contemplando el mundo que viene y va por sus órbitas cotidianas. Se precisa estar loco para pensar que ahí, en la plaza remodelada a la carrera, con un proyecto más inclinado a sumarse a un mundo que hoy se valora por índices, por estadísticas de obras realizadas para la ciudad, que alimentando el deleite de la humanidad del futuro, como se hacía antaño.

    ¡Ah! Pues ahí, bendecida por vuelos breves de palomas y disputas de los gorriones sobrevivientes al smog citadino, se retoma el hábito a la contemplación del mundo que es posible hoy, y se pasan las horas viendo y escuchando. Ahí. Mostrando señales de vida entre los muebles de concreto y granito, hace su arribo todos los mediodías un predicador que lleva su equipo portátil de sonido y una biblia que casi nunca lee porque ya la tiene completamente en la memoria. Ahí, las prostitutas, disfrazadas de chicas despreocupadas, esperan a un presunto cliente para vender sus favores y desfavores en algún hotelucho cercano, se ríen y se secretean ante el discurso condenatorio del evangelizador que las mira con morbo pecaminoso (que descubren de inmediato) mientras las condena con voz puritanofrenética. Ahí, desatada la furia demencial e incomprensible, del hombre de las ropas gastadas y descoloridas de todos los días, y los zapatos maltrechos y raspados, que si se le señalan al merolico confesional, le provocan el llanto, al recordar y ubicar y comparar su propia existencia con la del los profetas desérticos de la edad de bronce o hierro, caminando entre polvos y piedras para volver las ovejas al redil.

    Descansa el “Atalaya” de su perorata amenazante. Viene y reposa el trasero en una banca mientras deglute una cocacola entre escandalosos eructos, seguro de que “mata lo que sale de dentro no lo que entra de fuera” (según sus propias palabras); aunque la diabetes y los pocos dientes picados que le quedan dentro de la boca muestren que la única mortandad que conocemos ya está haciendo efectos en su vida, pese a la fe irreflexiva con que impregna cada unos de sus impulsos.

    Al lado de la plaza pública se ordenan en fila larga hombres y mujeres. Algunas de ellas con un menor indomable y distraído asido a la mano. Los cajones motorizados, envejecidos por el uso y el tiempo, conducidos por léperos choferes, hábiles usuarios del lenguaje con doble sentido y mala intención, agreden verbalmente a los usuarios para que aborden las hojalatas andantes en la aventura, no siempre bondadosa ni segura, de acercarse a los rumbos de sus casas.

    Locura cotidiana. Sirenas de ambulancias y luces de vehículos policiacos irrumpen en un sitio aislado al tráfico de los pasos y las miradas. Es esa cierta paz que se intenta crear y proteger dentro de la urbe tercermundista. La eternidad mueve sus tentáculos con cuerpo de minutero e ignora las quejas de los viajeros del tiempo de la vida breve, que le siguen rogando por un minuto de dicha, en un ambiente donde hay como plancton cosmopolita, bacterias y procesos mutantes para degradar todos lo minúsculo y lo mayúsculo.

    Sin embargo, nadie se puede quejar. Hay cielo por ahí, basta alzar la mirada y dejar que los nubarrones inunden con sus cortinas vaporosas los sentidos. Hay viento fresco que pasa diseminando al polvo por todas las ranuras y oquedades disponibles. Hay restos de un mundo que se disfraza y se disfraza según los caprichos de los sentidos.

    El predicador callejero ha retomado fuerzas. La glucosa oscura y gasificada de la bebida infernal le ha llenado de ánimos para retomar su retahíla monologótica de maldecir a los pecaminosos y complicar, con los bultos panteísticos del miedo los caminos al inaccesible paraíso. Las prostitutas van y vienen con sus acompañantes temporales. Las palomas, saciada o fingida el hambre, se aparean mientras llega la tarde y con ella la siesta en algún tejado. No se miran las bacterias pero de antemano se sabe que no tienen descanso, su misión en la vida es quizá más grande que la nuestra: transformar y transformar cuanto queda a su alcance para que el proceso de la vida siga, siga y siga.

    Viejos testigos aquí: el polvo y la piedra, con sus colores grises y verdosos, y ese rojizo que algún día, bajo la acción del agua a presión de los empleados del municipio, lucirá como pétalo de rosa resistente a los pasos que empiezan a andar, que andan, y que luego son fantasmas de un eco moribundo oculto y callado, en sus entrañas.
     
    #1
    Última modificación: 26 de Abril de 2012

Comparte esta página