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Escucha como late

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por versos rotos, 29 de Agosto de 2017. Respuestas: 0 | Visitas: 291

  1. versos rotos

    versos rotos La poesía es el cristal a través del que miro.

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    Hombre
    Alicante despierta muy temprano, todavía el sol se esconde tras el castillo y apenas las primeras luces empiezan a ganar terreno entre las alargadas sombras de las cosas.

    Pero Julio ya estaba en la calle a esas horas, hacía demasiado calor y olor en el Albergue, se fue calle abajo pensando que las próximas noches las pasaría al raso, el verano asomaba fulgurante ya en Mayo y además, cada día tenía menos ganas de soportar a nadie, bastante trabajo le ocasionaba soportarse a sí mismo.

    Llegó a Maisonnave y se sentó en el portal de costumbre, abrió el manido cartón y lo colocó a su lado, exhibiendo una rotunda frase que rezaba “No necesito más que comer algo, y unas monedas para llamar a mis hijos”

    Aunque acababa de asearse medianamente en el albergue, al que acudía más que nada, por utilizar las duchas, el aspecto de Julio se había deteriorado mucho en los últimos meses. Vestía unos viejos vaqueros, deshilachados por multitud de sitios, -él decía que iba a la moda de los jóvenes de ahora- y un polo marrón oscuro que le trajo una señora la semana anterior, le dijo que era de su difunto, pero que estaba casi nuevo. Efectivamente el polo era nuevo y de buena calidad, tanta que Julio optó por cortar el lagarto que lo identificaba sobre el pecho, pensando que un lacost no era muy apropiado para pedir en Maisonnave.

    Hacía casi dos años que vivía en la calle, primero en Madrid durante algunos meses y luego, alorando la proximidad de su mar y su luz, en cuanto consiguió dinero para el autobús, recaló en Alicante, la capital de su provincia natal.

    Julio había vivido prácticamente toda su vida en un pequeño pueblo de la Vega Baja del Segura, a escasos cincuenta kilómetros de la capital.

    Una infancia feliz, una novia desde los quince años, que luego fue esposa y madre de sus dos hijos, un buen trabajo de comercial, con sobresueldos por comisiones que le permitían un desahogado ritmo, sin lujos pero disfrutando de una seguridad económica holgada…. todo casi perfecto.

    Ahora veía pasar gente, avenida arriba, avenida abajo, como sombras que ya a aquellas tempranas horas empezaban a invadir la ancha acera, movidas por la rutinaria prisa que imprime la ciudad. Poca gente miraba siquiera la inscripción del cartel que exhibía, pero eso ni le molestaba ni le preocupaba en absoluto; había aprendido rápido que las horas en la calle, cuando eres un sin techo, tienen otra cadencia y que por lo general, cada día llegaba al final con suficiente dinero como para pagarse algo de comida con que contentar el estómago.

    No tardó en llegar Pedro, un compañero de calle con el que solía compartir el portal, y a veces también el cajero del banco donde a veces pernoctaban.

    No se puede confiar en mucha gente cuando se está en la calle, sin embargo Pedro y él habían cogido la suficiente amistad como para apoyarse el uno en el otro cuando se necesitaban. También tenían una amiga desde hacía unos meses, una buena chica que cada día, de lunes a viernes pasaba muy temprano junto a ellos y ésta sí, se detenía, les saludaba y charlaba unos minutos con ellos. Era Mercedes, una joven periodista que un día se les presentó pidiéndoles que le dejaran pasar un día entero con ellos con el objetivo, les dijo de “poner un granito de arena para que dejéis de ser tan invisibles”. Aquella experiencia duró, no un día, sino toda una semana; iba a distintas horas y hablaba de casi todo con ellos, pero sobre todo, de cómo habían llegado hasta allí y qué les impedía salir de las calles.

    Julio le habló de cuándo el dinero corría sin miedo, de cuando tenía un sueldo fijo de mil ochocientos euros y comisiones que a veces duplicaban el sueldo; la empresa para la que trabajaba había ampliado la plantilla y se permitía renovarles los vehículos comerciales cada seis meses.

    Entonces, embriagado de aquel ritmo desmedido adquirió una nueva casa, dejando el modesto piso y adquiriendo un chalet con piscina y tres mil metros cuadrados de parcela ajardinada; los intereses eran muy bajos y podía asumir perfectamente la cuota de un préstamo hipotecario a quince años vista.

    “Disfrutamos como nunca aquellos cuatro años… restaurantes, viajes… parecía que no se iba a acabar nunca, y si no estabas en la cresta de la ola te miraban como a un gilipollas” le dijo a Mercedes encogiéndose de hombros.

    Pero todo aquello reventó de pronto, como si hubiese sido un espejismo, como un sueño feliz que con el amanecer descubriera una pesadilla.

    Embargo de casa, despidos sin cobrar ningún finiquito porque ignorantemente había firmado la renuncia sin saberlo; Julio incluso fue acusado por la empresa de apropiación indebida, porque en el apogeo de su máximo rendimiento, con frecuencia les hacían cobrar cheques de importantes sumas, que luego tenían que devolver en “negro” a sus directivos.

    Fue acusado de quedarse esos cheques y condenado a dos años de cárcel y al reembolso de una cantidad que rondaba los trescientos mil euros.

    Julio estuvo nueve meses entre rejas, la época más dura de su vida, por sus hijos sobre todo. Allí cambió todo para él.

    La presión había derrumbado su matrimonio, finiquitado con un divorcio que él nunca quiso pero que admitió voluntariamente para que su esposa rehiciera su vida lejos del harapo en el que él se había convertido.

    “Y aquí estoy, sin más pretensiones que poder hablar con mis hijos cada semana y dejar que los días y la calle me vayan agotando”, sentención a Mercedes.

    -Buenos días Julio, buenos días Pedro, saludó Mercedes como cada mañana al tiempo que les dejaba en el vaso un par de euros a cada uno.

    -Buenos días, contestaron a coro.

    -Hoy vienes algo más temprano, comentó Pedro.

    -Si, debo hacer algunos recados antes de llegar a la redacción. ¿Qué tal dormiste Julio, probaste las pastillas?

    -No, al final no me las tomé, fui al albergue y no me fié, allí es preciso dormir con un ojo abierto.

    -¿Y las pesadillas?

    -Como siempre Mercedes, esas me acompañan involuntariamente cada noche, y cada vez las siento más reales, una de ellas sobre todo se repite agobiante, ya es obsesiva incluso despierto. Creo que pronto entenderé su significado.

    -Tenemos que hablar Julio, si salgo pronto esta tarde te localizo en el parque, ahora no puedo entretenerme pero me gustaría pasar un rato contigo y hablar ello.

    -Gracias Mercedes, no te preocupes por nosotros, no las apañamos, bastante nos ayudas ya.

    -No digas tonterías, ojalá realmente pudiera hacer algo más que daros unos euros, sabéis que intento buscaros un trabajillo, pero esto está realmente mal.

    -Gracias Mercedes, dijo Pedro, nadie contrata a gente de la calle, no te preocupes.

    El día transcurrió sin incidencias, Pedro y Julio, al caer la tarde, se dirigieron a un parque cercano, en la Plaza de Calvo Sotelo, ambos compraron un sándwich y un bote de cerveza, su cena aquella noche, Julio había recogido quince euros, Pedro dieciocho, aquel día podrían guardar algo, Julio para sus libretas y Pedro para reunir suficiente para enviar a su esposa.

    Mercedes apareció en el parque antes de las nueve, ya cuando la luz iba cediendo terreno a la noche, les saludó y pidió que les hicieran un hueco en el banco, los dos indigentes se separaron lo suficiente para que ella se colocara en medio.

    Mercedes era una chica menuda, con gafas grandes que no dejaban apreciar un bonito rostro, el cabello muy corto, la sonrisa eterna, la mirada siempre a los ojos de su interlocutor, abierta y franca. Ella se autocriticaba, diciendo que le sobraban kilos, pero en realidad sus curvas dejaban entrever un cuerpo gracioso, sin los estereotipos que ahora establecen enseñar los huesos, pero muy lejos de parecer gruesa.

    -Que tal el día preguntó a ambos la muchacha.

    -Otro más, dijo Pedro.

    -Otro menos, sentenció Julio.

    -Está al caer Junio, pronto se llenará la ciudad de turistas, ¿eso os vendrá bien?

    -El turista va a su bola, no suelen ni mirarnos, somos el lado feo de sus fotografías.

    -Si, salvo los idiotas de turno, que se divierten bebiendo y jodiendonos de noche, añadió Pedro.

    Mercedes quedó un momento en silencio, luego miró a ambos y sin querer imprimir demasiado entusiasmo comentó.

    -Creo que voy a poder encontraros un lugar para que durmáis este verano lejos de los albergues, los bancos y cajeros, en unos días os lo confirmaré.

    -No debes molestarte tanto, Mercedes, nosotros nos apañamos como sea, tú ya tienes bastante con tus cosas y tu familia.

    -¡Déjame en Paz Julio!, si lo hago es porque quiero, nadie me obliga.

    -Bueno, haz lo que quieras, lo vas a hacer de todos modos, eres cabezona como mi hija.

    -Por cierto, ¿que sabes de ellos, están bien?

    -Esta noche les quiero llamar a ambos, supongo que si.

    -Por eso está así, apuntó Pedro, víspera de llamada telefónica…. no hay quien le hable.

    -¡No es cierto! Los críos no tienen nada que ver, al contrario, son mi único estímulo toda la semana.

    -No, son esas malditas pesadillas las que le ponen de mal humor –añadió Mercedes buscando los ojos de Julio-, ¿quieres contarnos qué tienen de especiales ahora?

    Julio no sostuvo mucho la mirada de Mercedes, bajó la cabeza y luego la desvió hacia unas madres que apuraban los últimos rayos de luz con los hijos en el parque.

    -Llevo unas cuantas noches con verdadero pánico por coger el sueño, cada vez parece más real mi pesadilla, me despierto empapado en sudor y me siento como si hubiese hecho un esfuerzo físico sobrehumano. De día intento convencerme de que solo son sueños, pero estoy más convencido cada día de que me quieren avisar de algo.

    Permanecieron en silencio los tres por mucho rato, esperando que Julio encontrara la forma de compartir con ellos sus miedos. Pedro creyó conveniente separarse de ellos por si molestaba, e hizo ademán de levantarse.

    -No Pedro, quédate, no hay nada que deba ocultarte, al contrario, hay noches que creo que estás de alguna forma en mis sueños.

    -Cuéntanos Julio, dijo Mercedes, igual te ayuda.

    -Hay un momento plácido en que me parece estar levitando, como si al dormirme tuviera la capacidad de evitar la gravidez y me hubieran otorgado poderes para volar, veo la ciudad desde la altura del castillo, siento una extraña libertad y la disfruto como si realmente sobrevolara la ciudad, como una gaviota sobre los barcos del puerto. Pero luego, poco a poco me voy sintiendo más pesado, como si cientos de kilos se me acumularan dentro de mí y me obligan a caer en picado desde la altura que he logrado, os aseguro que es una caída angustiosa, porque mientras caigo, siento que mi cuerpo se va desmembrando, primero pierdo los pies, las piernas son arrancadas como por unas fuerzas invisibles que tiraran de ellas sin piedad, luego de los brazos, hago esfuerzos para zafarme pero todo es inútil, y sin terminar de caer, esas manos invisibles me escarban en las heridas de las mutilaciones y por ellas van sacando con interminable parsimonia cada uno de mis órganos.

    -¡Joder Julio, que agobiante!, ¿pero qué significado puede tener eso?

    -No lo sé, pero lo peor no ha llegado.

    -¿Qué?

    -No, lo peor es que, cayendo en picado, viendo cada vez más cerca el suelo, consigo ver abajo las caras de mis hijos que levantan los brazos hacia mí como para sostenerme en la caída, a veces también estáis vosotros dos, que corréis desde lejos hasta querer llegar al punto de impacto de los restos de mi cuerpo contra el suelo.

    -Esa pesadilla es escalofriante Julio –dijo Mercedes-, debe ser reflejo de algo que te obsesiona y agobia, pero yo creo que son como alegorías, como metáforas, no tienes porqué interpretarlas como premociones que vayan a suceder.

    -Quizás Mercedes, quizás, no lo sé. Anoche además de mis hijos distinguí la figura de mi ex mujer, lo cierto es que llevo pensando en ella desde hace días, hacía tiempo que no la tenía tan presente en mis pensamientos.

    -¿Estas usando las libretas?

    -Si, bastante, mañana tengo que pasar a comprar otra. Es lo único que me ayuda a evadirme un poco… además de vuestra compañía.

    Julio llevaba siempre a cuestas una mochila bastante pesada, dentro, aparte de unas pocas ropas, tenía muchas pequeñas libretas repletas de anotaciones, versos, pensamientos…. sus dos últimos años de indigente plasmados en cuarenta o cincuenta cuadernillos que nadie había leído.

    Se hizo un largo silencio, Mercedes y Pedro quedaron compungidos, sin saber realmente cómo ayudar a Julio.

    -¿Has hablado con ella últimamente?, preguntó Mercedes por romper el silencio.

    -No, pregunto a mis hijos por ella, pero no creo que yo esté ya en sus pensamientos.

    -¿Y tú la sigues queriendo? –Preguntó Pedro-

    -Supongo que sí, nunca he tenido ningún motivo para dejar de amarla.

    -¡Pero te dejó cuando más la necesitabas!

    -No, la forcé a marchar para no arrastrarla conmigo, ella no podía verse salpicada por mi ruina, tenía que estar entera para sacar adelante a nuestros hijos. Lo mejor que hicimos en la época buena fue separar nuestros bienes, por suerte, ella, con su modesto trabajo, pudo continuar adelante.

    -Conozco una sicóloga que trató de la depresión a mi hermana –apuntó Mercedes-, estoy seguro que le gustaría ayudarte, si quieres que vayamos a su consulta la llamo.

    -De momento no Mercedes, gracias, no puedo permitírmelo, no puedo permitir implicarte y no creo que me vaya a ser de mucha ayuda.

    -Bueno piénsatelo, y no vuelvas a decirme en que me puedo o no gastar mi dinero o en que debo implicarme. Además, para mí los dos sois amigos, y los amigos se ayudan.

    -Para mí también eres importante, gracias por todo lo que haces.

    Nuevo silencio, Pedro y Mercedes cruzaron miradas de preocupación, luego Mercedes cambió el hilo de la conversación.

    -¿Habéis comprado cena hoy?

    -Si, dijo Pedro, tenemos unos sándwich.

    -Bueno, mañana no comprad nada, me traigo yo una pizza y nos la comemos aquí, si os parece, así Julio nos cuenta que ha hablado con sus hijos. ¿vale?

    -Vale, gracias Mercedes, dijo Pedro.

    Julio asintió intentando fingir una sonrisa.

    -¿Donde vais a dormir hoy?

    -Yo no tengo ganas de albergue, creo que iré al cajero

    -Yo también. No aguanto el olor y los ronquidos, además la última vez me despertó un capullo que intentaba quitarme las zapatillas.

    Se despidieron y quedaron emplazados para el siguiente día.

    Cuando ya estaban acomodados en el cajero que solían utilizar, Julio comentó a Pedro que iba al locutorio a hablar con sus hijos, que cuidara de la mochila y sus escasas pertenencias.

    -No te preocupes, no me dormiré hasta que no vuelvas. Suerte con las llamadas.

    -Gracias Pedro, ¿te traigo algo?

    -Tráete unos cafés calientes, nos vendrán bien.

    -De acuerdo.

    No había pasado ni una hora cuando Julio regresó al cajero, Pedro le abrió y notó una expresión muy seria en su rostro, poco habitual tras las llamadas a sus hijos. Se sentaron y tomaron el café despacio y en silencio, si Julio quería contarle algo, esperaría sin preguntarle, parecía preocupado pero no creyó oportuno agobiarle.

    -Pedro

    -Dime

    -Necesito que me hagas un favor, dos mejor dicho.

    -Escupe

    -El primero es que no me preguntes motivos ni porqués. El segundo, que por favor te encargues de mis cosas como si fueran tuyas, en el bolsillo de la mochila están los teléfonos de mis hijos, quisiera que las libretas llegaran a ellos si me ocurre algo.

    -¿de qué hablas?

    -Ese es el primer favor que te pedía, no me preguntes.

    -Vale, vale, cuidaré de tu mochila, ahora vamos a dormir, se va haciendo tarde.

    -Yo vuelvo a salir a hacer otra llamada, no te preocupes, duérmete, ya me las arreglo para entrar luego.

    Julio regresó al locutorio y llamó a Mercedes, eran las once y media de la noche, se maldijo por molestar a la muchacha a aquellas horas pero esperó varios tonos de llamada hasta que oyó su voz.

    -¿Dígame?

    -¿Mercedes?, discúlpame soy Julio, espero no haberte despertado.

    -¿Julio, ha ocurrido algo?, no te preocupes por mí, ¿Qué pasa?

    -Tengo que pedirte un importante favor, disculpa que te meta en esto pero no tengo a nadie más que pueda ayudarme.

    -Dime Julio, si puedo ayudarte no dudes que lo haré.

    -He estado hablando con mis hijos, ellos están bien pero he preguntado por su madre y me dicen que está en el hospital con su pareja, que parece que está muy grave.

    -Que quieres, que me informe.

    -Exacto Mercedes, están aquí en Alicante, pero si voy yo no me van a hacer ningún caso, y como sabes, mi ex no sabe que estoy en la calle. Mis hijos me han dado los apellidos de su pareja, a ti quizá te digan algo sobre él.

    -Creo que no será problema Julio, tengo una sobrina trabajando de enfermera en el Hospital, mañana por la mañana la llamo y en cuanto sepa algo te localizo y hablamos.

    -Muchísimas gracias Mercedes, perdóname el atrevimiento de recurrir a ti…

    -¡Calla!, deja de agradecerme nada. Vosotros habéis sido muy amables conmigo siempre y gracias a ti y a Pedro me hice un hueco en la redacción con vuestro reportaje, yo os debo más que os he dado.

    -Aún así, mil gracias.

    -¡Y dale!, mañana hablamos, ahora descansa y procura dormir. Buenas noches.

    -Buenas noches.

    Julio abandonó el locutorio y volvió al cajero, Pedro seguía despierto, se acomodaron sobre unas viejas mantas, con las mochilas por cabeceras.

    -Julio, ¿quieres que hablemos?

    -Ahora no Pedro, mañana te contaré.

    Por la mañana, Mercedes no pasó como de costumbre a primera hora y Julio se impacientaba, estaba más nervioso y malhumorado que de costumbre, Pedro lo notó y evitó hablarle en casi toda la mañana, sabía que si quería contarle algo lo haría cuando lo creyera oportuno.

    Pasadas las once, cuando ya no la esperaba, se presentó Mercedes en el portal, llegó seria y se notaba que las noticias que iba a dar no eran buenas, saludó a ambos y dirigió la mirada a Julio, que inmediatamente comprendió.

    -Habla Mercedes, sea lo que sea, no hay motivo para que Pedro no lo sepa.

    -¡Por mí no!, si quieres me voy al parque un rato y os dejo.

    -no, no, quédate, de todas formas te lo hubiera contado yo luego.

    -He estado yo misma en el hospital, he localizado a mi sobrina y hemos ido ambas a la UCI, donde he localizado a la persona que buscabas. Está muy grave, lo cierto es que….

    A medida que Mercedes relataba la enfermedad de la pareja de su ex mujer, Pedro iba perdiendo el color del rostro y sintió como un nudo en el estómago, una extrema pesadez en todo el cuerpo, como si todo el mundo estuviera ahora sobre sus hombros.

    Julio pasó el resto del día cabizbajo, retraído, no habló en todo el día con Pedro ni siquiera saludaba amablemente a quien le dejaba alguna moneda, como solía hacer, se hicieron eternas las horas hasta la caída de la tarde.

    -Julio, es tarde, yo tengo hambre ya, ¿nos vamos?.... ¡Julio!

    -Si, perdona. Vámonos, yo no tengo hambre, cena tú, yo voy a volver a llamar a mis hijos, a ver si me dan alguna nueva noticia, luego te veo en el cajero.

    -Está bien, pero deberías comer algo, has pasado el día en ayunas.

    -No pasa nada, no tengo apetito.

    Bajaron juntos hasta el parque y allí se separaron, Pedro hacia el kiosco del parque donde siempre solían pedir los bocadillos y Julio lo cruzó en dirección al locutorio.

    Sobre las diez de la noche, Julio entró al cajero.

    -Pedro, necesito que me hagas un favor.

    -Dime, ¿Cómo va todo?, tienes mala cara, estás pálido.

    -Estoy bien, escucha, te dejo aquí mi mochila, ya sabes lo que contiene, si algo me ocurriera, en el bolsillo delantero van los teléfonos de mis hijos, dile a Mercedes que los llame y se la dais.

    -¿de qué hablas, adonde te vas, que puede ocurrirte?

    -Me prometiste no hacer preguntas. Por favor haz lo que te digo.

    Pedro clavó la mirada en Julio y comprendió que no iba a decirle nada, le brillaban como si hubiera llorado, o fuera a hacerlo de un momento a otro. Julio se dio la vuelta y cuando salía escuchó tras de sí la voz de Pedro.

    -Sea lo que sea que estás pensando hacer, hazlo tú que tienes cojones.

    Abandonó el cajero y le vio marcharse de nuevo en dirección al parque, luego se perdió entre la mucha gente que todavía paseaba por Maisonnave.

    Julio volvió al locutorio, pero esperó en la puerta a que fuera más tarde, cuando se acercaba la media noche, entró en el locutorio y realizó una llamada, luego pagó, cruzó la calle y caminó hacia arriba por la calle Angel Lozano, cruzó Alfonso X el Sabio y alcanzó la calle Poeta Quintana, allí había un edificio viejo de seis plantas sin ascensor. En aquél edificio conocía a un Evaristo, un viejo mendigo que tenía allí una habitación cochambrosa alquilada. Tuvo que insistir en el timbre varias veces hasta que se oyó la voz del viejo por el interfono.

    -¿Quien es?

    -Evaristo, abre, soy Julio, el de Maisonnave, el de las libretas.

    -¿Que quieres a estas horas?

    -Dejarte unas cosas y me marcho, abre un momento.

    Se abrió al fin la puerta del edificio y Julio se coló dentro pero permaneció bajo la escalera más de media hora, hasta que comprendió que Evaristo no le esperaba ya. Luego subió pesadamente las escaleras….

    De madrugada, le tocaron el hombro y se sobresaltó.

    -Señora, despierte, nos llevamos a quirófano a su marido.

    -¿Qué ocurre?, ¿ha emporado?

    -No puedo explicarle ahora, debo llevarlo urgentemente a la sala de quirófanos, venga conmigo y allí el médico le dará detalles.

    Adormilada todavía, Elena siguió aturdida al celador y dos enfermeras que se apresuraban a trasladar a Rafa hasta quirófanos.

    En la puerta, el doctor Belda se dirigió a la nerviosa mujer.

    -Tranquilícese, no son malas noticias, vamos a poder realizarle a su marido la operación que estábamos esperando, ha habido suerte, casi un milagro porque jugamos contra el reloj. Espere en esos sillones, la operación puede ser larga, le avisaremos cuando haya terminado.

    A las mueve de la mañana, tuvo al fin noticias de la operación, todo había salido perfectamente y Rafa estaba en reanimación, respondiendo perfectamente.

    A las once de la mañana, Mercedes localizó a Elena en la sala de Espera del Hospital.

    -Disculpe, ¿es usted Elena Martos?

    -Si.

    -Soy Mercedes, tengo que hablar con usted, es muy importante, ¿podemos salir fuera un momento?

    -Estoy esperando para visitar a mi marido, ¿Qué es lo que quiere?

    -Se trata de Julio.

    -¿De Julio, mi hijo?

    -No, de Julio, su ex marido-

    Mercedes no pudo evitar que unas lágrimas resbalaran por su mejilla y Elena comprendió que algo importante debía de ser, por lo que accedió a acompañarla al exterior.

    Se sentaron en unos escalones y Mercedes trató durante unos segundos de buscar las palabras adecuadas.

    -Verá, su ex marido y yo hemos sido amigos estos últimos meses, supongo que sabrá que llama a sus hijos cada semana.

    -Si.

    -Creo que no sabe usted nada de él desde hace mucho.

    -Lo último que supe de él es que salió de la cárcel estaba en Madrid.

    -Bueno verá, ahora vivía aquí en Alicante, aunque vivir es una expresión engañosa; mendigaba por las calles de Alicante…

    -¿Qué?

    Mercedes contó a Elena cuanto sabía de Julio, y sobre todo la conversación telefónica que tuvo con él la noche antes. Las dos mujeres terminaron llorando y abrazadas, cada una con sus motivos, cada una por sus sentimientos hacia Julio.

    Mercedes hizo una señal a Pedro, que estaba esperando en los jardines del Hospital y se apresuró a llegar hasta ellas, su rostro también delataba la amargura que le invadía.

    -Esta mochila que le da Pedro son todas las pertenencias de Julio, me pidió que se las entregara a Usted, y me dijo que cuando las viera, si lo creía oportuno, me las dejara para ordenarlas y encuadernarlas.

    Elena no podía reaccionar.

    -¿Cómo pudo hacer algo así?, repetía constantemente.

    -Lo último que me dijo fue muy claro: Al fin volveré a estar cada día cerca de ella.

    Elena se levantó, agradeció a Pedro y Mercedes haber estado junto a él los últimos meses y se dispuso a volver a la sala de espera, Mercedes le entregó una tarjeta suya y le suplicó que algún día, volvieran a verse para hablar de las libretas.

    Unas horas más tarde, A Elena le avisaban que podía ver a su marido.

    Se acercó a la cama y se inclinó a darle un beso, Rafa le comentó entusiasmado

    -Reclínate en el pecho, escucha como late.

    -Elena sintió los latidos sobre el pecho de Rafa y no pudo evitar llorar abiertamente.

    -¿Qué sucede, estás bien?

    -Si, es de alegría, se oye un corazón precioso.

    En la calle, Pedro se despedía de Mercedes.

    -¿Cómo pudo hacerlo sin decirnos nada?

    No le hubiéramos dejado, Pedro. A última hora llamó a urgencias para que no perdieran tiempo, hizo realidad su pesadilla, voló durante unos segundos y una parte de su cuerpo le fue arrebatada…. para encontrarse de nuevo junto a quien más amó.
     
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