Escúchame, sólo eso, escúchame

Escúchame, sólo eso, escúchame. No me aconsejes, ni me cuentes tu puta vida. Amigo, solo eso, nada más, escúchame.
Me gustaría que en este tarde de domingo tú que me estás leyendo hicieras un hueco en tu cama para mí. Ahora que el sol hace un rato que se ha ido pero aun ha dejado rastos de su luz en tonos violeta y rosa acudo a ti para que me escuches. No quiero pedirte nada, ningún favor más fácil ni más difícil que me prestes un poco de atención; permíteme robarte algo de tu tiempo. Me harás feliz.

Mira, hermano mío, es el de hoy uno de esos días tristes. Tristes sin razón alguna. Quizás eso sea lo más molesto de todo. Hoy he amanecido a destiempo y algo resfriado. No me ha sentado bien el café y he salido de casa porque me agobia el silencio.
El silencio está entre las cosas que más me odio. Me resulta incómodo y nos fuerza a producir ruidos infantiles para aliviar la tensión.

Me siento triste, cansado, solo, ... pero la palabra que me definiría en estos instantes es la siguiente: callado. Tan extremamente callado que tiendo a no pensar ni a murmurar en voz baja. El silencio penetra a mis estados de ánimo cerrando cada puerta que cruza con suma cautela.

El profesor particular crispaba mi poca paciencia y en varias ocasiones fingí no estar en casa para no tener que soportar su larga y seca cara de sabelotodo. Con esa sonrisa sarcástica cuando me planteaba un problema de matemáticas y yo tardaba más segundos de lo normal. Se quitaba las gafas y las dejaba sobre la mesa, luego se frotaba las manos y la cara y echaba una mirada por la ventana de mi habitación. En ese momento decía él: “¿tienes algún problema con mi pregunta?”

Te pido a ti que me escuches. Y repito: solamente necesito que me escuches. Sentirme escuchado, ¡qué gozada! No te pido que me aconsejes ni que me animes ni que digas lo bueno que soy en algunas cosas. No, no lo hagas porque no es eso lo que te pido. La gente habla más de lo que debe y escucha mucho menos de lo que podría escuchar.

Hoy, como te estoy diciendo, es un día apagado. Estoy lento, perezoso, agotado de caminar y caminar hacia ningún lugar. Creo que mi equipo de fútbol ha perdido y las nubes no han cesado de gritarme sus truenos y tornados. No importa. Sin embargo... duele tanto saberse lejos de todo lo que te habías propuesto.

Tengo la nostálgica sensación de que he inventado en mí un personaje capaz de todo y empiezo a estar muy harto de ese personaje. Yo no soy una máquina a la que los problemas pueden limitarse a una falta de gasóleo o a una pieza maltrecha. Yo soy de carne y hueso y tengo un límite. Como cuerpo y como espíritu porque el alma también se agota de tanto soñar, moralizar, aprender, ... No soy tan fuerte como mis amigos piensan, ni me veo tan capacitado para resolver los conflictos de mi vida.

Hoy, este gris domingo, me siento devorado por las liendres que he alimentado indiferente durante toda mi vida y ahora están terminando con mis fuerzas. Me siento así; al límite de mis energías. Entonces veo todo el camino que aun nos falta por recorrer y se me antoja una terrible cuesta que no me veo subiendo.

Estoy muy triste.

Gracias por haberme escuchado.

 

Gracias por entender las lineas de esta reflexion. No es actual, por lo que no te preocupes.
Un abrazo muy muy fuerte amiga.

 

Hay muchos de nosotros que todavia no entiende, que hay gente que necesita ser escuchada, que necesita ese oido que a veces creemos que es magico, pero ni nosotros mismos a veces nos escuchamos. Todos debemos de APRENDER A ESCUCHAR, me gusto mucho lo que escribistes, a veces nuestro dolor es lo que mejor nos queda, te mando un beso y cuidate,

 

Y te seguiré escuchando Sergi... muy bonito.

Un abrazo

 

Anais...Soledad....vuestra escucha mi regalo. gracias.