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Tema en 'Fantásticos, C. Ficción, terror, aventura, intriga' comenzado por Leaa VII, 26 de Junio de 2012. Respuestas: 0 | Visitas: 944

  1. Leaa VII

    Leaa VII Poeta recién llegado

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    23 de Junio de 2012
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    Con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una apariencia…
    Jorge Luis Borges, Ficciones


    Como todos los años, desde hace lustros (ya no recuerdo cuantos), salí al zaguán un tanto taciturno o somnoliento o huraño, y mire al cielo nublado y sin estrellas que de a poco se aclaraba, un brillo casi imperceptible se veía desde el este. Me dispuse a emprender mi caminata con el ramo de rosas turquesas en la mano, pocas cosas ella apreciaba más que estas raras flores o que el crepúsculo o que a mi. Me paré inmutable frente a su lápida, callado sentí la brisa primaveral en mi rostro, me arrodillé como lo hice en aquella tarde de septiembre en que me le propuse, dejé las flores en su regazo y me volví a levantar, me quedé hablando con ella como ya se había hecho costumbre sobre los tiempos que pasamos juntos. Pedí permiso y me acomodé a su lado para quedarme dormido, ya tranquilo luego de haber cumplido el religioso ritual que nos une cada año. La llamé risueño, ella estaba cuidando las begonias en le jardín y yo huía de alguna avispa que me perseguía, volteó hacia mí con felicidad en su rostro, me tomó del cuello desnudo que había mojado para combatir el calor del solsticio y me propuso que entremos al cuarto. La casa como siempre estaba pulcra y la dominaba un silencio sepulcral, sólo se oían unos tiernos y tenues gemidos; quedamos tendidos en las sabanas blancas y nos dormimos abrazados. De un sobresalto me desperté, vi una nube negra sobre mi cabeza (aunque no pude olerla inferí que era humo) y a una mujer de blanco que gritaba desesperada por ayuda, me costaba respirar, la mascara no funcionaba del todo bien o había sido dañada por el fuego, me la arranqué y me levante de golpe, la gringa exaltada ya no tenía voz, estaba débil y quedándose sin aire, apareció un moro con un hacha y un casco, le pedí que la cargase hasta afuera del edificio; me desprendí la bata y rápidamente me vestí con la ropa que convenientemente había dejado en la silla. Me sentí fuerte y recuperado, de algún modo el incendio no me importo y me entretuve por unos minutos viendo las hojas resecas caer de los robles (situación que parece inverosímil si uno se aplica a la lógica), escuché que algo se rajó, miré hacia arriba y vi un ladrillo cayendo sobre mí, como acto reflejo quise interponer mi mano antes de que me golpee. Ya era rutina despertar gritando eufórico, el invierno me traía malos recuerdos (o lo que yo presumo eran recuerdos de mi vida), es una suerte que sea incapaz de molestar a alguien, mis gritos ya no se oyen, intenté acariciar la tierra, con la mirada borrosa leí la piedra y comprobé que estaba en el lugar correcto, lo que me pareció extraño porque hasta en el último día de mi vida continué desacomodando las sabanas y almohadas con mi costumbre, casi propia de un sonámbulo, de dar vueltas y vueltas al dormir. Como no tuve nada más productivo o entretenido que hacer volví a acomodar mi cabeza en el fango, intenté inspirar mis fantasías en la belleza de los copos de nieve que caían y pedí al azar que me permita un sueño sin exabruptos ni pesadillas.

    Leandro Troncoso
     

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    Última modificación: 26 de Junio de 2012

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