¿ Están Ustedes en la lista ?

En el segundo piso de un edificio no hace mucho reformado, hay un club. La entrada es privada. Uno debe ser socio, o como mínimo amigo de Don Tommasino para poder entrar.
No hay ningún cartel exterior en la fachada, nada de anuncios en el portal, ni siquiera una pequeña reseña en los porteros automáticos que revele la existencia del local.
El sonido del timbre, la paciente espera, y la figura de un portero que vestido de negro asoma tras la puerta, son la antesala a la pregunta, que según se responda, dará acceso al interior del local o no.
,- ¿ Están Ustedes en la lista?
Un camarero con pajarita negra oculta medio cuerpo tras una barra de bar. Y tras el camarero un cristal hasta el techo reflejan la espalda de una hilera de botellas que brillan bajo los halogenos. Paredes de varios colores delimitan una gran estancia donde se distribuyen cómodos sillones y sofás separados por cortinas blancas que cuelgan del techo con la intención de aparentar pequeños salones independientes.
En la penumbra un pequeño escenario donde descansan varios instrumentos y una cabina cerrada por una cristalera, tras la cual, se ve un flamante equipo de pincha discos, pareciendo que la música en directo fuera algo ocasional.
Son las diez de la noche y el local casi está vacío. Por los altavoces, que no descubro donde están , se puede escuchar el piano de Michel Petrucciani.
A primera vista el local y con poca gente, pareciera estar un tanto desangelado, pero esta impresión desaparece en cuanto el último trago de la primera copa de bourbon resbala por tu garganta mientras los hielos del vaso golpean tu labio superior y buscas con la mirada al, de momento, escurridizo camarero.
El cuarto de baño, un tanto descuidado, tiene paredes rojas, algunas flores secas en un jarrón de porcelana y un rollo de papel sobre una banqueta que sustituye a un aparato secamanos estropeado.
Cuando salgo de allí veo que el local esta ya casi lleno, y en ese momento compruebo que la recomendación de llegar con antelación es excelente. Ocupar los sillones que están frente a los músicos, repletos de cojines, mientras ves las resignadas caras de los demás, que en pie y con furtivas miradas, buscan sin encontrar un sitio para sentarse es gratificante, mas aun cuando llamas al camarero para que te sirva la segunda, o quizás tercera ya copa de bourbon.
Como una caja de música a la que se abre la tapa y comienza a sonar, los acordes, sin previo aviso, del bajo y el piano sobre el escenario, ya completamente iluminado, impregnan como un temprano rocío el ruidoso ambiente.
Pareciera que la música siempre estuvo allí, solo que nadie la escuchaba.
El numeroso publico, ya en silencio, observa como la cantante, con la mirada perdida y chasqueando los dedos sigue el ritmo de los primeros acordes buscando el swing, tras los cuales, su voz, sorprendentemente aterciopelada, con ayuda de la cuarta copa de bourbon y la sonrisa del tipo que tengo a mi derecha, convierte los cómodos sillones, las blancas cortinas que caen del techo, las paredes de colores y el discreto camarero vestido de negro en el mundo perfecto.

 

donde la melodía traspasa a otras fronteras cubiertas de sedas, de encajes rojo carmesí y una gran dama entonando una delicada y tierna canción que se podía decir se oye prácticamente al oído, cosquilleando con dulzura el tímpano, bella prosa Vicente que nos hace recordar que siempre hay un local donde la serenidad nos puede hacer reflexionar, un abrazo fuerte amigo, besitos