Éste calor...

Acalorado, se refrescó la cara en el lavabo de aquel antro al que había entrado con sus amigos a tomarse unas copas, después de una agradable cena, y, cuando se miró al espejo, estupefacto, vio que se había convertido en una enorme y monstruosa langosta…


Atónito, su primera impresión fue que sufría una pesadilla, y acercó sus manos, que eran enormes pinzas, a su cara, para ver si su verdadero cuerpo, allá donde durmiese, repetía tal movimiento y pellizcaba su rostro. Pero lo que tocaron, lo que fueran antes manos y ahora pinzas, no fue piel sino coraza. Por lo que no consiguió, por mucho que lo intentó, darse tal aliviador pellizco. Y el calor aumentaba.


El grifo seguía abierto y trató de mojarse su cabeza de langosta bajo el chorro de agua pero fue físicamente imposible, no le cabía. Sus enormes antenas chocaban contra la pared cada vez que trataba de meter su cabeza bajo el chorro. Resopló por su boca de langosta tratando de articular al mismo tiempo una maldición pero, sin lengua, no consiguió pronunciar más que un desagradable siseo. Y el calor iba en aumento.


De repente, la puerta del baño se abrió y entraron dos personas por lo que, presa de un irracional pánico, se encerró en una de las sucias letrinas para que no lo vieran. Miró el agua del retrete y calculó que le cabría la cabeza allí. Así, para aplacar el calor que no dejaba de aumentar, introdujo su enorme cabeza de langosta en la taza del váter, tirando a su vez de la manivela para refrescarse. Y allí se quedó pensando en qué diablos le ocurría.


¿Tal vez lo habían drogado? Repasó sus pasos desde que había entrado al antro. Había ido a la barra con sus amigos, había pedido un refresco pues jamás bebía alcohol, y no lo había abandonado hasta que le había dado éste calor que tan difícil se le hacía ya de soportar. ¿Qué le ocurría? ¿Se estaba volviendo loco? Y el agobiante calor seguía en aumento.


Encerrado en la letrina rememoró aún más atrás, por ver si algo de lo sucedido esa noche le aclaraba su monstruosa metamorfosis. Había salido de casa, había cruzado la calle y casi le había atropellado una moto. ¿Tal vez le había atropellado de veras y ande en una pesadilla comatosa? “¿Pero qué es éste calor que me atormenta?”- pensó mientras volvía a refrescarse en la letrina.


Y siguió pensando en qué había ocurrido esa noche para terminar convertido en langosta. Recordó que había marchado en taxi hasta el restaurante donde les esperaban sus amigos. Allí había una enorme pecera. ¡Con langostas! Y empezó a recordar que se había acercado a ellas para elegir una, y que se había quedado mucho tiempo mirando los negros ojos de la más grande.


Ahora se veía claramente tras el cristal, con el dedo señalándose. ¡Se veía a sí mismo, señalándose! Un camarero lo tomó con unas pinzas, lo llevó a la cocina, lo entregó a un cocinero, y lo metieron en una hirviente cazuela.

Pasado un tiempo, el calor dejó de importarle.

 

Pasó de la sartén al fuego, sí...jajaja...
Aunque yo creo que si el protagonista hubiera podido opinar sobre su final hubiera elegido despertarse en casa con una pesadilla, que el calor fuera por una fiebre y que sólo necesitase una aspirina. Antes que morir de tan cruenta manera. Que debe ser terrible pese a que bien ricos salen así los mariscos.
Me alegra que te haya gustado, Tig-anita, es un sincero placer saberlo.
Un abrazo, chiquita.