Fabián y Salomé

Tan inocente y puro era el amor de Fabián por Salomé, que incluso los ángeles, que siempre habitan en el cielo, sentían terrible envidia.

Uno de ellos descendió una lluviosa noche de Octubre entre las glaciales luces de la ciudad. Caminó sigilosamente por la acera, desenfundó su espada de fuego y asestó certero golpe en el pecho, justo en el corazón de un caminante indefenso, que más que correr, volaba como paloma extraviada por las calles desiertas. Era Fabián, peregrino enamorado, que en ese momento buscaba a su amada perdida entre las habitaciones ocultas de la noche y que no sabía de ella hacía tiempos inmemorables.

Cuentan que la sangre que brotó de su herida pasó por el farol donde la vio por vez primera y por el cementerio abandonado donde bailaban tangos fúnebres los miércoles de ceniza. Pasó por el viejo hotel donde realizaron locuras demenciales de tal magnitud que la luna se tornaba del color de los claveles. Era un espectáculo tal, que incluso los vampiros, que ya habían perdido el miedo a la cruz y que asechaban escondidos entre las gárgolas de piedra a los caminantes perdidos y los vigilaban desde el techo de la catedral, no se atrevían acercarse a aquel denso líquido santificado.

El riachuelo parduzco culminó su viaje en la puerta de la casa de la bella Salomé, luego de haber pasado por un jardín de rosas negras y girasoles marchitos. Cuando Salomé abrió la puerta, quedó petrificada del miedo. La sensación de terror se le introdujo hasta lo más profundo de sus huesos, no por la fobia que tiene la gente común por la sangre, sino porque el color de aquella le parecía familiar. Confirmó la terrible verdad luego de probarla con la punta de su dedo: Sabía a Fabián. Y una lágrima recorrió su mejilla, sus ojos se tornaron de un nostálgico profundo vino tinto, su rostro de un blanco inmaculado, pálido; y sus labios del color de aquella triste noche de mariposas blancas y luciérnagas errantes. La lágrima cayó sobre la sangre y se convirtió, según cuentan, en una pequeña gota de rubí.

Cuentan los bohemios en las tabernas que Salomé ascendió hacia el cielo estrellado, que han visto su silueta sobre la luna blanca y que revolotea como los cuervos, de azotea en azotea, con un cuchillo desnudo, buscando al demonio que cometió el crimen.

 

Vaya leyenda entretenida. Nos hilvanaste con tus letras y esperamos tus escritos.Bienvenido seas amigo.Un saludo

 

Interesante leyendo. Bienvenido al MundoProsa/Poesia. Metáforas increibles para un cuento de amor y de venganza....Creo que hay unas cuantas deambulando buscando demonios.... Saludos. Paloma

 

Wow! Muchas gracias por sus comentarios, de veras me animan mucho para seguir publicando...