1. Invitado, ven y descarga gratuitamente el cuarto número de nuestra revista literaria digital "Eco y Latido"

    !!!Te va a encantar, no te la pierdas!!!

    Cerrar notificación

Fiesta

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por Cris Cam, 9 de Marzo de 2019. Respuestas: 1 | Visitas: 302

  1. Cris Cam

    Cris Cam Poeta adicto al portal

    Se incorporó:
    1 de Enero de 2016
    Mensajes:
    1.936
    Me gusta recibidos:
    1.720
    Género:
    Hombre
    Fiesta

    Me tiraron el sobre por debajo de la puerta. No tenía remitente, el destinatario estaba borroneado. Pensé que se habían equivocado, pero no pude evitar abrirlo. Un rayo de sol entró justo por la ventana, iluminó la esquela, y me encandiló, pero poco a poco, la vista se me acomodo y fue como si mi nombre se estuviera escribiendo en ese momento. Me refregué los ojos y pude leer perfectamente, una invitación a la fiesta. Preferentemente de disfraz. Me llamó la atención la letra bastardilla de Preferentemente. Aunque nunca me habían invitado a una fiesta, salvo las revenidas, protocolares, obligadas y aburridas fiestas y entierros familiares.

    ¡Que bautizamos a Marianita!... ¡que se murió el tío Ubaldo!... ¡se casa Jorge con la reventada esa!...

    En fin, no me importó no conocer a los remitentes. Sentí alegría que, por primera vez alguien, aunque no lo conociese, se acordara de mí y me invitara a una fiesta. Pasé por el espejo. Ahí caí en la cuenta de unas cuantas cosas. La primera, que ni me había lavado la cara. El pelo revuelto, unas cuantas e indeseables canas. Una panza de escritorio, las piernas flácidas, barba de sábado a la mañana.

    Preferentemente. El preferentemente lo tendría que dejar para otra ocasión. No me ponía un disfraz desde que me obligaban a vestirme de telas brillantes, lentejuelas, un arco, una fecha y una manzana, que no tenía idea que significaba. No quiero despotricar ahora porque la abuela, que en paz descanse, se mataba dándole al pedal y todavía no sé para que. No definitivamente el disfraz, no es lo mío. ¿Sabría esta gente que le tengo aversión a los disfraces, los uniformes, las poses y las banderas? Seguro que no.

    Al mediodía, sin embargo, cuando salí al patio y sentí el sol tan intenso, no se porqué, empecé a meditar si fuese conveniente aceptar una invitación de desconocidos. Quienes eran estos personajes que sin conocerme me ponen en la tarjeta: “Vení a la fiesta, que va a estar Divina” . ¿No será gente rara? No,. no los rechazaría.

    La dirección me hizo dudar. No recordaba ningún lugar de fiestas, en esa zona de Pilar. Paris esquina Escamandro. Para ir no habría problemas, pero para un peatón como yo volver, se podría convertir en una odisea. En fin, me puse la mejor ropa que tenía, que no es mucha y salí a la calle a buscar el primer colectivo.

    Llegué un poco más temprano de lo que decía la invitación. Entre mi desconfianza y desconocimiento, quería llegar con las últimas luces de las nubes rojas de atardecer. Tuve que caminar varias cuadras entre calles sin veredas. Por un momento pensé en una broma cruel, una zona de casas quinta y grandes propiedades privadas con portones automáticos, vigilancia privada interior. Pregunté por las calles, y sí, efectivamente existían. ¿Que más podría hacer?, llegar, darme cuenta del engaño y volverme. Luego de casi dos kilómetros de caminar, llegué a la citada. La dirección existía y un portero que me exigía la tarjeta de invitación. En lugar de irritarme, como es lo habitual en mí, me alegró, me apresuré a llevar la mano al bolsillo interior del saco, saqué el arrugado sobre y mi tarjeta personal. El hombre cambió su expresión adusta por una sonrisa comercial, pero cordial. Me franquea el paso y cruzo la línea municipal.

    Miro el cielo, el lucero ya no estaba solo. Un camino de lajas entre un gran parque. Unas antorchas. Columnas con figuras alegóricas, a todas las cuales le habían puesto un caldero con una buena llama. Me llamó la atención. Me acerco a observar. Sin que me diese cuenta, una joven me dice: “Haga una ofrenda y pídale un deseo”. Yo, al estilo de fuente de los deseos, quiero tirar una moneda. Mientras busco una en los bolsillos, me vuelve a tocar suavemente el hombro y me señala el bolsillo derecho. Pero en el bolsillo derecho no tenía monedas.

    No monedas no,- me dice - Adelaida.

    La miro perplejo. Meto la mano la mano en el bolsillo, y saco el porta documentos y ella hacía muecas a medida que lo hacía, como adivinando o digitando mis movimientos. Hasta que saco la foto de mi prima, Adelaida. Mejor dicho, una foto juvenil, de aquella vez que nos fuimos caminando a la Basílica de Luján, 3 años antes de que la desaparecieran. Como quería a Adelaida, ambos éramos hijos únicos, yo era su hermano y ella era mi hermana. Miro la foto, miro a la chica y me asiente silenciosamente con la cabeza, entiendo pero me resisto. Me guiña un ojo entre reto y simpatía. No sé como lo hice, pero arrojé la sepia foto al fuego, no pude evitar un profundo sollozo, mientras un perfume a limón, ese mismo que siempre tenia cuando me venía a contar de sus amores, y yo me reía de su ingenuidad, me invadía. Sin darme explicaciones, la joven desapareció, sin que lo notara.

    Seguí el largo camino de lajas. Algunos ya estaban, o todavía, no lo podía precisar, en la piscina. Me saludaban como si me conocieran de toda la vida. ¡Hola, Héctor! ¿Como saben estos que me llamo Héctor? Me seguía preguntando si no se habrían equivocado de Héctor, autos importados, una piscina monumental, un parque espectacular, y al fin, detrás del olmo, pude ver la casa. Una hermosa mansión, alta de tres plantas, vidriada, con unas imponentes columnas a la entrada. Mi vista no me dejaba divisar bien el friso del frontispicio, pero eran figuras humanas en distintas actitudes. Sólo pude distinguir a medias a una figura femenina que me hacía recordar a la Pirámide de Mayo, con su casco y su escudo.

    Antes de pisar el umbral un mozo me acerca una copa de piedra con vino.

    Muy temprano para vino, ¿no tiene gaseosa?. Le dije.

    Lo siento, Héctor, sólo servimos vino. Puede elegir del tipo que usted quiera pero sólo vino o agua. Me dijo.

    Al rechazarlo, me impidió, sin perder la simpatía, el paso. Volví a comprender, otra vez sin saber porque, que debía tomar esa copa y beber ese vino antes de cruzar el umbral. Para disipar mis dudas el muchacho, elevó su copa al cielo, dijo algo que no entendí, bebió un sorbo y volcó suave y lentamente el resto del buen vino, sobre el blanco mármol de la entrada. Hice lo mismo.

    Estos se equivocaron de Héctor. Seguro que el Héctor que ellos conocen, usa autos importados, usa ropa cara y vuelca vino caro sobre el piso de mármol. Ese vino, ahora estaba seguro, significaba por lo menos una semana de mi trabajo y ahora estaba secándose o corriendo hasta el pasto para que las hormigas también entren a la fiesta.

    El salón era amplio, la música agradable, pude ver como ellos sí habían venido disfrazados, la mayoría de las mujeres con tules transparentes, en telas sin costura que sólo se ataban de la cintura, los tobillos y las muñecas por cuerdas y anillos que vaya a saber si porque mi vista estaba cansada, o quizá más seguro por efecto de las luces, brillaban como si fueran suavemente incandescentes.

    No pude dejar de impresionarme por la belleza de esas mujeres. Era evidente que allí nadie sabía lo que era trabajar. Me llamó la atención una, que yo diría era la más hermosa, de unos ojos enormes, en compañía de un hombre feo, corpulento y para colmo rengo. Oculté mi vista para no incomodar al hombre que jugaba con la miga de pan y fabricaba muñequitos con una facilidad pasmosa. La joven sin decirme nada, comenzó a caminar hacia el parque. Sentí el impulso de seguirla y así lo hice, su pareja me vio pero no se inmutó. Al acercarme a ella, algo me hacía impulsarme hacía ella, un fuerte perfume a estrógeno, como para retorcer todo mi código genético y recordarme mi condición animal. Casi me abalanzo sobre ella, cuando suave y cadenciosamente, me dice:

    No te parezco hermosa como la espuma del mar. Mientras se mordía una extraña y fresca cicatriz que tenía en la mano izquierda.

    ¡Que pregunta más tonta!. A mí el mundo se me había borrado y ella preguntándome si era hermosa. Agrediéndome con sus tules transparentes y su perfume de mujer. Estuve a punto de volver a abalanzarme sobre ella, cuando desde las sombras aparece otra joven, rubia, llamativamente blanca, de unos ojos azules que denotaban una inteligencia superior, esos que a los hombres comunes, en general, nos asustan. Se para ante mí respirándome en la nariz, rozándome la camisa con sus hermosos y erguidos pechos. Me inquiere, esperando mi reacción:

    ¿Que te gustan más, las florcitas delicadas o las hembras completas?

    Era del tipo de mujer a las que le gusta ir al frente. Era evidente que alguien me estaba jugando una broma, dos de las mujeres más hermosas que jamás había visto, delante de mí, casi peleándose por mí. No pude responder nada. No quise pasar la vergüenza que mi pantalón de sarga, delatara mi excitación. Di media vuelta y volví a entrar al salón. Le robé una copa de vino a un mozo que pasaba. La bebí con desesperación. El vino estaba helado, pero no podía detener mis palpitaciones.

    Adentro la fiesta estaba animada. El mozo sin darme nombres. Me soplaba quien era cada uno en la fiesta. Le volví a preguntar por sus nombres y me responde que si empezara a decir los nombres no le alcanzaría toda la noche. Yo hubiera preferido eso antes que los apodos: el feroz, el arquero, la ojizarca, el que se deleita con el rayo, nacida de la espuma, sandalias de oro. Al fin y al cabo, eran casi todos familiares, la mayoría hermanos y medio hermanos.

    Pasó por al lado mío otra joven, de mirada torva y sonrisa cínica, con un perfume ácido. No le di importancia pero me invadió un sentimiento de discordia, me sentí contrariado, y ya me había decidido a irme, cuando alguien me toma de la mano. Era la dueña de casa, una mujer madura, que decía ser madrastra de la dos anteriores, de mirada intensa. Me extraño el parecido con el dueño de casa, que a pesar de su barba cana, parecía ser su hermano antes que su marido. Me llevó la mano a sus pechos, demasiado firmes y lozanos como para ser madrastra de alguien, luego a su entrepierna. Sentí un choque en la cabeza, como si el universo se me hubiera abierto en esos segundos, sentí como que las yemas de los dedos se me quemaran, no supe a quien temer más, si a su mirada imperiosa o al dueño que balanceaba las muñecas con los codos apoyados en la baranda del primer piso, la observaba tirándole rayos con la mirada. Cuando percibió mi temor me dijo:

    ¿Y, no te parece Divina la fiesta?

    Si..sí... Le balbucee.

    Me volví a preguntar si no había hecho mal en aceptar una invitación de desconocidos. El mozo me vuelve a invitar vino pero ahora con un trozo de carne asada, me invita a acercarme a la pira. ¿Pira?, ¿Que pira? Me preguntaba yo.

    ¡Que manera bruta de cocinar!. Tiraron la carne, la grasa y los mismos huesos sobre el fuego, una montaña de leña. El tufo y las espiras blancas se esparcían por el parque de la hermosa mansión, de manera que formaban espesas nubes blancas que por momentos ocultaban la luna. ¿Donde aprendieron a hacer asado? Se notaba que no eran de la Pampa. Encima la carne era dura y sólo algunos de los invitados la comían que, ha decir verdad, le daban al escabio de forma portentosa.

    Tres veces se me acercó la chica que me hizo quemar la foto. Cada vez que quería decirle algo, se me aparecía la primer mujer, la de los ojos grandes, y me hacía señas que la avanzara.

    No, yo puedo solo. Le contesté enojado.

    ¿Que le pasa a esa mina? Encima con ese perfume que descontrola. Se alejó. Volví a tratar de ver el hermoso rostro de la joven. Le pregunté el nombre. Y me dijo que no era conveniente que me lo dijera. Otra vez me interrumpen. Esta vez, la guerrera de ojos azules, quien me sugiere que la joven está comprometida. Y que ya una vez por ella ardió Troya.

    Si no, preguntale a tu hermano Alejandro. Me dice.

    ¿Que Alejandro?, Yo no tengo ningún hermano Alejandro. Le contesté.

    Era claro que entre las dos jóvenes misteriosas la cosa no andaba nada bien. Estaba distraído es esos pensamientos, cuando dos de los invitados, hacían señas ostentosas de estar apostando por algo. Clavaron un papel con una vara en el césped y ambos lo escupieron. Entonces, uno de ellos, sin mediar palabra, toma del pelo a la joven, la hace arrodillar, y la suelta. Me enfurezco. A pesar de que el agresor tenía un físico enorme y trabajado, me pongo ante él protegiendo a la chica.

    – ¿Querés pelear? Me dice.

    No - le contesto - pero si tengo que hacerlo, lo haré. Primero me vas a tener que romper los huesos antes de tocar a la chica.

    Estaba seguro que si el oso se movía, no me quedaría hueso sano, pero no le pestañee. En lugar de eso, le dice al otro:

    Viste que es él. Este, por honor, es capaz de hacerse arrastrar por los caballos.

    Me pidió disculpas.

    - ¿Cómo anda tu hermana, Casandra? ¿Loca como siempre? Me dice

    Como era evidente que estaba confundido de Héctor no le dije nada.

    Llamó al mozo. Brindó:

    Por no tener que volver a matarte. Dijo.

    Y se apartó un poco. Me sopla al oído:

    Esta mujer es mortal, no te conviene. ¿Porque no vas adentro, que hay otras divinas?

    Se alejó. El otro le hizo ademanes de que le pagaría, pero tiró su mano derecha por detrás de la nuca, estiró el brazo izquierdo firme a la altura del hombro, llevó la mano derecha primero hacia delante y luego hacia el pecho, lo miró fijo y abrió los dedos. El primero hizo payasadas. Se sacó la zapatilla y se revolcaba tomándose el talón.

    De pronto la hermosa fiesta del parque se interrumpió. Se desató una sorpresiva tormenta. Las chicas de la piscina seguían, como si nada, cantando canciones de los 60. Nos refugiamos rápidamente. Dentro una situación inesperada. Una mujer de ojos algo rasgados y hermosa, un pelo intensamente azul que le llegaba por detrás de las rodillas, con una tenue blusa y una pollera de un intenso gris plateado, ajustada, que le remarcaba, a pesar de no ser joven, su espléndida cintura de sirena. El joven que me había provocado, trataba de calmarla, llamándola mamá. Todo por que la dueña de casa no la había invitado a la fiesta. El viejo se regocijaba apoyado en la baranda. Mirá, el viejito, que arrastre con las minas.

    Las dos mujeres se hallaban frente a frente, mientras el agua inundaba el parque, y yo me preguntaba como me iría de allí. Una joven morocha con un doberman impresionante y su hermano mellizo de pelo rubio, brillante como el sol. Tratan de calmarla diciendole que tampoco su madre había sido invitada, que después de todo, estaban con papá y que la esposa legal era la de sandalias doradas. Entonces desistió, salió corriendo con pasitos cortos hacia el parque y se zambulló en la piscina. Dejó de llover y se despejó de repente.

    Dio comienzo a la peña. Yo le llamaba peña. Ellos se me reían en la cara.

    ¡Héctor! ¡Que Héctor este!.

    El dueño de casa quería escuchar a las chicas sentadas en 9 taburetes con su vos melodiosa e incansable. Pero pronto cambió de parecer e invitó a los otros invitados, que parecían ser como yo, es decir, unos zaparrastrosos de primera. Y empezaron a recitar sus poesías, algunas las conocía, algunas antiguas, otras no. Pude escuchar a Poe, Tagoré, Cardenal, Dylan, Boudelaire, Neruda, Nervo, Martí y unos cuantos más que lamentaba no haber leído, todos hablaban del amor intenso, de la naturaleza, la injusticia humana, el sol, la luna y el mar. Lástima, no ser poeta, pensé.

    En cada poema, a cada uno de los anfitriones se les iluminaba el rostro como si fueran dedicados especialmente para ellos. A cada uno de los recitadores les hicieron un regalo, a los poetas originales el regalo era más grande, no pude saber que se trataba, pero las lágrimas se les saltaban de emoción.

    La joven de grandes ojos volvió a pasar ante mí, otra vez su intenso perfume de mujer. Detrás de ella, nuevamente la joven hermosa. Me mira a los ojos:

    ¿Morirías de amor por mi culpa nuevamente?

    Le dije que si estaba allí, era porque precisamente no estaba muerto de amor por nadie.

    Tu hermano, fue un gran amor, pero algo cobarde. Insistió.

    Le volví a decir que no tenía hermano.

    ¿Sabés de tu padre? Me dice. .

    Sí, ahora esta en su casa, pero no le conozco otros hijos. Le contesté.

    Yo siempre te admiré, tu entereza, tu cabeza siempre erguida. Me vuelve a decir.

    Mientras me hablaba, recordaba, mi panza, mis piernas flácidas, mis años de oficina, mi búsqueda y mis lágrimas por Adelaida. ¿De qué me hablaba esta mina?. Pero, en fin, ¡era tan hermosa!

    Detuve su perorata. La tomé de la mano. Me la llevé de la fiesta, corriendo, pisando charcos, llenándonos de barro.

    Todavía pude escuchar a la de ojos azules, gritar, colérica, a la de ojos grandes:

    ¡Lo hiciste de nuevo!

    Esta gente, se ve, se confunde de Héctor.
     
    #1
  2. Cris Cam

    Cris Cam Poeta adicto al portal

    Se incorporó:
    1 de Enero de 2016
    Mensajes:
    1.936
    Me gusta recibidos:
    1.720
    Género:
    Hombre
    Pd: Este cuento, así como otros, está incluido, con cambios de tiempo y espacio en mi novela pseudohistórica "Mailén"
     
    #2

Comparte esta página