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Fulgor

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por ivoralgor, 22 de Octubre de 2015. Respuestas: 2 | Visitas: 485

  1. ivoralgor

    ivoralgor Poeta asiduo al portal

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    Era un día cálido, poco común para los acostumbrados días fríos de enero. El cielo lucía despejado y un sol naranja. Mi abuela iba y venía desesperada, insultando en maya,- en ese entonces no entendía nada de lo que decía. Tenía seis años y aún no hablaba, me comunicaba con señas. El doctor decía que tenía un problema neurológico o algo parecido-, quizá no estaba tan equivocado después de todo. Mucuy, la hijastra de mi tío Beto, lloraba agazapada en un rincón de la casa. Me acerqué a ella y le toqué el hombro. Sus ojos anegados me vieron con mucho dolor. Estiré la mano. Movió la cabeza de un lado a otro, en señal de negación. Encogí los hombros y me fui al patio a jugar con las gallinas, los patos y los gansos que criaba mi abuela.

    Al día siguiente, Mucuy y mi tía Meche, su mamá, se fueron de la casa. Mi abuela lloraba al acariciarle los cabellos largos a Mucuy. La miré a los ojos preguntando: ¿por qué te vas? No hubo respuesta alguna. Se perdieron al final de la calle, con sus pocas pertenencias en sabucanes. Mis días dejaron de ser felices. Ella me los alegraba cuando venía de la escuela. Se quitaba los zapatos y me tomaba de la mano para ir al patio a jugar. No le puede decir que era bonita y que la llegué a querer mucho; quizá, ahora que lo pienso, la amé con ese primer fulgor de lo que llaman amor.

    Dos años después, mi tío Beto se ahorcó en el árbol de tamarindo que estaba al fondo del patio. Mi abuelo, como pudo, lo descolgó ante la mirada atónita de mi abuela. De la impresión, al ver el cuerpo balanceándose, grité a todo pulmón y caí enfermo: convulsiones febriles. Estuve así dos días, según me contó mi mamá cuando hablamos de mi tío Beto para finados. Meses después empecé a hablar y nadie me podía callar. Hasta dormido hablaba, según me contaba mi mamá.

    No pude olvidar a Mucuy. Cuando cumplí quince años, intenté buscarla. Mi abuela tenía dos años de muerta y mi abuelo cinco; así que a ellos ya no podía preguntarles el paradero de ella. Una noche llegó borracho mi papá a la casa, cosa que hacía a menudo, y vi la oportunidad de sacarle información al respecto. Pos ella se fue lejos, balbuceó. Tuve que tener paciencia para que me dijera que se fue a Mérida a vivir a casa de su tía Leonor, que estaba cerca del parque de San Sebastián. Me puse una camisa de cuadros blancos y rojos, mezclilla y unas botas roídas. Le robé veinte pesos a mi mamá para ir en busca de Mucuy.

    Era la primera vez que iba a Mérida. El viaje duró tres horas y media por las escalas que hacía el autobús en los diferentes pueblos intermedios. Me impresionó la muchedumbre que entraba y salía de la terminal de Autobuses de Oriente. Había llovido y las calles lucían encharcadas y enlodadas. A una señora, que vendía hortalizas en la entrada, le pregunté dónde quedaba San Sebastián. Burdamente me señaló en qué dirección debía irme para llegar ahí. Para no perderme, preferí ir caminando y no tomar el camión de pasaje que la señora igual mencionó. Eran las diez de la mañana y el sol caía a plomo. Llegué empapado de sudor al parque. Me acerqué a un señor que vendía granizados y le pregunté por Doña Leonor Dzul Castillo, mientras me preparaba uno de crema morisca. Me señaló una pequeña casa, con fachada deteriorada. Terminé el granizado y me dirigí hasta la casa, nervioso. Toqué dos veces a la puerta. Adentro se oyó:” ¡ahorita voy!”. Ajuste la mezclilla y carraspeé.

    Se abrió la puerta con dificultad. Era una mujer de unos cincuenta años, calculé. Doña Leonor, alcancé a decir. Sí, en qué le puedo servir, dijo secándose las manos en el delantal percudido que traía ceñido a la cintura. Busco a Mucuy, me apresuré a decir. Ya le dije a esa chamaca que no traiga a sus clientes a la casa, refunfuño. ¡Mucuy! ¡Te busca un tipo!, gritó a bocajarro. Se retiró insultando y maldiciendo a Mucuy. Minutos después, asomó la cabeza por la puerta. ¿Quién eres y qué quieres?, preguntó entrecerrando los ojos debido a que el sol le quemaba el rostro. Soy Pedro, hijo de Doña María de Yaxcabá. Por unos instantes dudó. Soy sobrino de Beto, “La marrana”, Chablé. Bajó la mirada unos instantes. ¡¿Qué chingados quieres?! Gritó colérica. No entendía su reacción. ¡Por culpa de ese pelaná estoy donde estoy!, continuó vociferando. Seguía sin entender. Disculpa, alcancé a decir. Mi tío murió hace más de seis años. Su mirada iracunda se transformó en un instante. ¿No te acuerdas de mí?, pregunté al ver que se había calmado un poco. Se le perdió la mirada. Sacudió la cabeza y respondió: eras el mudito. Asentí con la cabeza. Quisiera platicar contigo, dije nervioso. Se hizo un silencio incómodo. Quisiera olvidar todo eso, dijo apretando los dientes. Es mejor que te vayas y no me busques más; no quiero tener nada con nadie de esa familia. Cerró bruscamente la puerta. Me quedé parado como un estúpido frente a la puerta.

    En mi cabeza revoloteaba las palabras de Doña Leonor: “Ya le dije a esa chamaca que no traiga a sus clientes a la casa”. Regresé con el señor de los granizados y le pregunté en qué trabaja la muchacha que vivía en esa casa. Se empezó a carcajear. ¿No lo sabes?, preguntó. Negué con la cabeza. Trabaja de puta, bajo los portales del centro. Cuentan que la violó su padrastro y que por esa razón se dedicó a putear. Ve tú a saber, chel, finalizó y se encogió de hombros. Se me hizo un nudo en la garganta y el amor, con ese fulgor infantil, discurrió junto con el sudor que empapaba, de nuevo, mi camisa.

     
    #1
  2. joblam

    joblam Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Así son los baños de agua fría. Excelente culminación para una agradable lectura. Saludos cordiales.
     
    #2
  3. ivoralgor

    ivoralgor Poeta asiduo al portal

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    Te agradezco que dejes tus huellas por mis letras.

    Saludos!!
     
    #3

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