Gárgola

​A través de la enorme ventana del drawing room de su mansión, Carolina observó extasiada el taciturno crepúsculo; la negrura que lentamente teñía el cielo, le semejó el lienzo sobre el cual podía dibujar una luna para que con su luz ahuyentara las terroríficas visiones que sabía no tardarían en acosarla.

Con destreza sus manos configuraron la utopía celeste, pero ésta, arremetida por un siniestro ente, sucumbió en pedazos sin cumplir la misión para la que había sido creada. Impávida a la violenta escena, Carolina mordió lentamente el jugo de sandía que emanaba de su lengua.

La amalgama de sangre y lágrimas sobre la que estaba parada penetró por sus poros, avanzando por todo su cuerpo hasta convertirla en gárgola. Al concluir la mutación, entendió que ahora nada podía dañarla. La alegría de sentirse fuerte no impidió que se percatara que ya no tenía corazón, y alarmada por esta terrible pérdida, se preguntó: ¿Dónde está, quién lo tiene?

Creyendo tener la respuesta, se dirigió al lecho matrimonial sobre la cual su esposo dormía profundamente. Sin miramientos, le abrió el pecho con el filoso cuchillo que había tomado durante su trayecto a la habitación. Presurosa tomó en sus manos el aún palpitante órgano, observándolo con cuidado para descartar que fuera el de ella.

Del espejo que adornaba la recámara salió una enérgica voz que profería los más sucios adjetivos a lo sucedido. Esto sacó a Carolina de la abstracción en que se hallaba. Sin embargo, no se movió, siguió plantada frente a la reveladora luna. Al constatar que su rostro no registraba el mínimo rasgo de piedad, complacida exclamó: ¡maldito mundo! Qué hermoso eres.

 

Buenas líneas.

Atrapan al lector y no lo sueltan a lo largo sus pasajes.

Gracias por compartirlas.

Saludos.

 

Gracias por la lectura. Saludos.