Garrote

Garrote

Meditar encanta sobre el alma negra, de la impura manta y su pura legra. El soñar alienta si el sueño alegra, con sabor de menta que se desintegra. Al mediarse lenta, malvo se calienta y se vuelve regla.

La altura, a juego con su nariz de sebosa protuberancia, le daba estoque al talante, pausado y cansino, de un hombre llamado Garrote. De mirada inteligente y con la voz gallinácea del cómic, mostraba a través de sus negras cejas, los ocultos ojos adornados por las gafas cuya montura ósea parecía continuación ecléctica de su osamenta; anatomía que hubiera echado en falta el artificio ocular aun sin la afección oftalmológica. El enfoque estético necesario para un zopenco nombrado Luís, mayordomo de la botica, fue el desaire de sus paredes que resplandecían blancas, de oratoria medicamentosa y modelo de penes. Desazón de las vaginas que copulan en las siestas; que no quieren, ni querían, pero garrote es lo que tienen y en sus nalgas se termina. Adúltero futuro en las adolescencias fálicas. Trastiendas donde las ninfas promiscuas abusaban de las puras felaciones, babeando, enculadas por el cimarrón de la inocencia que donaba su semen sin la pretensión de la lujuria. Laboratorio de la vida que se dejaba ocupar, succionando los ángeles el placer de los dioses convertidos en demonios…

No hubo mal de despedida, sólo aquél que es un nudo en la garganta, de chocolates y natas, cuando se traga y es saliva, por el poder acuoso de la entredicha lascivia.