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Gasolina y piedras

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por Guerrion, 10 de Noviembre de 2017. Respuestas: 0 | Visitas: 317

  1. Guerrion

    Guerrion Poeta que considera el portal su segunda casa

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    No sé si la gasolinera que trato de describir esté todavía por las periferias de Reynosa, por los rumbos de una colonia que se llamaba “granjas económicas del Norte. Esta gasolinera, ‘Servicio San Felipe’ era la número dos, de tres, que pertenecían a una familia muy adinerada que no vivía en México, sino en el vecino estado de Texas, en los Estados Unidos.

    La gasolinera número tres se ubicaba en otra ciudad adjunta a la mía y llevaba el nombre de la misma, ‘Servicio Mier’. ( no mierda)

    La número uno, la matriz, por jerarquía, llevaba el apellido de la familia, ‘ Servicio Guajardo’ y estaba ubicada en la zona céntrica, sobre un boulevard que aún conecta a mi fronteriza cuidad, Reynosa, Tamaulipas, con la gran metrópolis de Monterrey, Nuevo León, o mejor conocida como ‘ La Sultana del Norte’.

    En la gasolinera principal pasé gran parte de mi adolescencia, despachando combustibles, limpiando vidrios, poniéndole aire a los neumáticos, checando el nivel de aceite en los autos, el líquido de frenos, el agua a los radiadores y mucho más a cambios de una propina. Por aclarar alguna duda, la razón de mi trabajo era porque tres de mis hermanos, mayores que yo, trabajaban en estas dos gasolineras y lo mio era ya como mi turno de seguir una tradición en los hidrocarburos.

    Lógicamente, esta gasolinera estaba rodeada por grandes negocios, departamentos y residencias privadas.
    Al frente había una carnicería, una tortillería, un bar, una farmacia. A un lado un taller de transmisiones y una taquería popular. Al lado opuesto, un restaurante sofisticado o para carteras con más plata y un hotel para los apasionados del momento. En la parte de atrás, sobre una larga cuadra de pastos verdes -tan verdes que toda rana envidiaría - estaba la mansión del dueño del gran diario regional e independiente de la ciudad, el Mañana de Reynosa y, al lado, las oficinas de los Guajardo. Estas mansiones -si no fuera por los pájaros – solitarias, siempre lucían floridos jardines y los más fornidos guaruras para espantar a la gente. En esta gasolinera, me la
    viví corriendo y rodeado de maravillas que no vuelven o que antes no apreciaba. Crecí juguetón y -gracias a Dios - con una bella suerte en todo y sentimentalón en cosas del amor o al leerme, de vez en cuando, algo bonito.

    Aun así, hay recuerdos que a veces creo serían mejor no revivirlos, pero, gracias al alcohol, hasta lo que uno no quiere lo incluye en los relatos. En realidad no quiero prohibirme escribir sobre lo maluco que viví en el servicio San Felipe, lo cual, era administrado por una tía del dueño, doña Julia Guajardo. En este lugar trabajaba mi hermano, Hugo, pero allí yo no podía llegar, es más, ni de lejos porque la señora se subía a su carro con un montón de piedras que luego me tiraba para alejarme hasta un tupido monte, lejos, muy lejos del negocio. Por supuesto, mi hermano me defendía, se enojaba con ella y por el hecho de confrontarla, después lo despedía. Afortunadamente, el mayor de los Guajardo y el papá de todos apreciaban mucho a mi hermano, así que siempre lo regresaban al trabajo y ella al verlo de regreso la irritaba mucho.

    No sé, quizás hoy que soy padre de la más bella adolescente, para mis ojos, e inspirador de escritos, pues, no quiero insultar de fea a manera a ninguna mujer, ni mucho menos a doña Julia que hoy descansa en paz. Pero en verdad, era una mujer malhumorada, sin amor, ni sonrisas, pronta de palabras bravas y dueña de una aplastante voz, encendida o dura como una piedra. En el fondo, crecí con el respeto hacia los mayores, pero por un breve instante, mis jóvenes retos de entonces conocieron un limite y en un raro momento, con una obscena palabra le falte el respeto. Cosa que mis hermanos, después, me ordenaron le pidiera disculpas.

    Pero si que es difícil hacerlo cuando te pegan una pedrada.

    Algunas cosas que antes no entendía y que hoy sé se llaman saña, ignorancia, impunidad, antipatía o penas del alma fueron las cosas que la señora, en cualquier lugar, con o sin su presencia, magnificaba en miedos en la gente, miedos de que pronto se apareciera. La recuerdo dentro de su gran carro, al aire acondicionado, dando ordenes y quizás, feliz de ver a los demas sudando por no compartir el fresco aire de su oficina.

    Doña Julia, después del tiempo, después de tanto no quererme ni de dejar acercarme a ella, después de tantas apreciaciones hacia mi persona en la otra gasolinera, después de enfermarse de algo rápido, un día empezó a pedirme perdón, a abrazarme, a hablarme distinto, con tiernas palabras, con apretón de manos y una ávida amabilidad y preguntas del si me iba bien, si ya había comido y con un misterio tan dulce en su mirar, como quien antes morirse quiere ser bueno. Sólo Dios sabrá si fueron arrepentimientos de ella, pero aquellos cambios que antes me parecían extraños, hoy son como normal porque somos humanos.

    Pero bueno, así empecé yo, sin apego a los libros, pegado a los vidrios y esquivando casi 622 piedras, excepto una. Nací con un distinto vivir y un morir igual al de todos. Crecí despachando gasolina, por eso aseguro que mucho antes que alguien muy conocido,....a mi ya me gustaba la gasolina.!

    Fidel Guerra,
     
    #1
    Última modificación: 10 de Noviembre de 2017
    A Hannah Alarcón G. le gusta esto.

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