Gin Tonic

Los huesos macerados me duelen aunque los sienta lejos para detectar lo que aún no puedo ni siquiera sentir. Tal vez solo sea una simple conjetura, alguna parte de mí se está convirtiendo en negación convergente. Por momentos siento no estar dentro de mi cuerpo y al instante siguiente me observo hablando en tercera persona con mi propia sombra. Esta situación es tan abstracta como inmóvil e irreversible, a veces no sé cómo seguir de este otro lado de la angustia.

Tengo la sensación de haber extraviado los abrazos, seguramente se han ido con una parte de la mente de viaje por la nada.

El sentimiento es demasiado irreal para arquitecturizarlo, sin embargo percibo la dominación y la invisibilidad secuenciada como una supremacía de contraestímulos.

Va muriendo el atardecer en la ciudad y prospectivamente me siento más críptico que nunca, me temo que las sombras someterán todo a su paso.

Otra vez el zumbido en el pecho de manera progresiva y el lobotómico dimitir de sus ojos cafés languidecientes remozando su perversa visualidad.

Anualizando ayeres modélicos de un sistematizar prorrogado vibrante e insustancial.

Allí detrás de los acomodadizos contemporizadores de la oscuridad robotizada. Allí en ese bar distópico donde quedaron cercados los vagos pensamientos húmedos, está sentada la muerte simplemente relajada tomándose un Campari, para mi asombro acababa de llegar mi sombra que se sentó junto a la parca y se pidió un Gin-Tonic. Acto seguido comenzaron a besarse con una pasión inusitada.