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Gone with the Wind

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por Corazón Delator, 26 de Septiembre de 2006. Respuestas: 6 | Visitas: 1153

  1. Corazón Delator

    Corazón Delator Poeta recién llegado

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    Gone with the Wind

    Carla es una mujer joven, de unos veinticinco años. Vive en un pequeño ático en la calle Ríos Rosas. Pequeño, sí, pero a ella le basta y le sobra. Todos los días sigue la misma rutina desde hace dos años. Se levanta a las seis y media, se deja preparado el café y va a la ducha. Después de ducharse desayuna. Un cortado hecho en la cafetera exprés que le regaló su madre, y unas tostadas con margarina. Carla tiene un viejo tocadiscos en su habitación, y mientras se viste, le gusta escuchar alguno de esos vinilos de jazz que guarda en un cajón. Para ir a trabajar siempre se pone uno de esos vestidos de falda y chaqueta. Medias oscuras, porque tiene la piel muy pálida. Una vez vestida se acerca al pequeño aseo de la casa y se maquilla con esmero. Tiene por costumbre hacerse la raya muy gruesa. Hay a quien no le gusta cómo le queda, pero ella se ve guapa. Luego se pinta los labios de rojo y se echa unas gotas de ese perfume francés tan caro. Coge su bolso, su tarjeta para fichar, apaga el tocadiscos, y se dispone a salir a un nuevo día. Un día igual que el de ayer, y seguramente muy parecido al de mañana.
    Carla baja las escaleras de su edificio sin ascensor. “Tanto mejor”, piensa. “Así hago un poco de ejercicio”. Sale a la calle y va hacia la esquina, donde está la parada del cinco. Ahí coincide con un grupo de personas. Siempre el mismo. Después de tanto tiempo ha logrado adivinar más o menos a qué se dedican cada una de ellas. Ya sea por el uniforme, el traje, o simplemente por el semblante, Carla ha ido encajando piezas, como si de un puzzle se tratara, de la vida de aquellas gentes. Pero de entre ellas, había un joven con media melena. Un chico de lo más normal. Camisa negra, vaqueros, zapatos… Nada fuera de lo común. Sin embargo, por alguna razón, Carla y él compartían algo más que aquella parada del cinco. A ella le gustaba sentarse en el lado de la izquierda del autobús, justo detrás del conductor. A él… también. De modo que siempre acababan sentándose o bien juntos, o bien muy cerca. Y en todo este tiempo jamás habían cruzado palabra alguna. “Buenos días”, y gracias. Nada más. Era un chico sin nombre, sin historia, sin gustos, sin aficiones, sin manías… al menos que Carla supiera. No era especialmente guapo, ni tenía los ojos de un color llamativo. No iba uniformado, no llevaba mochila, y no se bajaba en ninguna parada antes que ella.
    A la salida del trabajo Carla cogía el mismo autobús de vuelta e iba directa a su sitio favorito. Pero normalmente estaba ocupado. Estaba el chico. Fuera cual fuera el trabajo que desempeñaba, estaba claro que entraba y salía a la misma hora que ella. Pura casualidad. Puro azar. Mera coincidencia. Pero ahí estaba. Y al final del día laboral tampoco presentaba pista alguna de de dónde venía o qué había estado haciendo. Nada. Carla nunca reparaba en él. Quizá alguna vez se dio cuenta de la ironía, o la cara del joven se le hizo familiar. Ni más ni menos. Simplemente eso. “El mundo es un pañuelo”, se dijo a sí misma un par de veces en todo este tiempo. Cuando llegaba a su calle, a su esquina, Carla se bajaba del cinco y marchaba hacia casa. Nunca reparó en la dirección que tomaba el joven, así que nunca supo (ni le importó) dónde podría vivir. Una vez en su ático, lo primero que hacía era quitarse los zapatos, entrar en su dormitorio y encender el tocadiscos. Se desvestía, desmaquillaba, y aún en ropa interior se fumaba un cigarro sentada sobre la cama, escuchando la música. Luego se ponía el batín, iba a la cocina y se preparaba la cena. A menudo se la tomaba sentada en el sofá viendo la televisión. Y cuando se hartaba de llenar su cerebro de banalidades, apagaba el aparato y se iba directa a la cama. Leía un poco del libro que fuera que estaba leyendo en aquel momento y poco antes de las doce se dormía. Muchas veces tenía que levantarse a eso de las tres porque se había dejado el tocadiscos puesto. Pero salvo en esas ocasiones, dormía de un tirón.
    En eso consistía la vida de Carla. Rutina, rutina y más rutina. Y dentro de ésta había encontrado cierta comodidad, quizá incluso estabilidad. No, no habría cambiado nada. Todo marchaba bien tal y como estaba. Sin embargo, una mañana de Noviembre iba a ser diferente. Fuera estaba lloviendo a cántaros. Ella se despertó a las seis y media, como siempre, y desarrolló sus labores como siempre. Esta vez se puso una gabardina y se llevó un paraguas para protegerse de la lluvia. Caminó hasta la parada del autobús con más velocidad de la acostumbrada, para ponerse a resguardo pronto. Miró a las demás personas que estaba esperando al cinco. Dio y los buenas días y les dedicó una sonrisa. Como siempre. Pero hoy… hoy era diferente. Probablemente fuera el día, más gris de lo acostumbrado. Sí, debía ser eso. Luego subió al autobús y se sentó en su asiento favorito. Y por alguna razón incomprensible, no se alegraba de haberlo encontrado vacío. ¿Sería que ya no le gustaba aquel asiento? ¿O quizá habían cambiado los autobuses y aquel no le resultaba cómodo? Fue a la oficina, fichó, y el día transcurrió con normalidad. Después cogió el cinco de nuevo para volver a casa. No había ninguna duda, todo estaba normal. Como siempre. Pero ella seguía experimentando esa sensación de vacío, de abandono. Algo había fallado en su reloj interno. Una pieza faltaba hoy en el puzzle por encajar. Cuando llegó a casa seguía lloviendo. Se quitó los zapatos lentamente, y entró en su habitación mucho más triste de lo normal. Ni siquiera se paró a desvestirse o a desmaquillarse. Sacó un vinilo y lo puso en el tocadiscos. Encendió un cigarrillo y se lo puso en la boca. La canción que estaba sonando era “Gone with the Wind”, cantada por Ella Fitzgerald. Entonces, Carla supo qué pasaba. Comprendió por qué estaba tan triste. Por qué este día había resultado tan amargo. El rimel se le corrió por la cara mientras las lágrimas se deslizaban por sus mejillas. El pintalabios rojo quedó marcado en el cigarrillo que se le calló de los labios. Carla se llevó las manos al rostro. Y siguió llorando. Toda la noche.




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    #1
  2. luis peña romero

    luis peña romero Exp..

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  3. Corazón Delator

    Corazón Delator Poeta recién llegado

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    Yo también te quiero.
     
    #3
  4. Ciela

    Ciela Poeta veterano en el portal

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    Me encantó este relato de rutinas y de ausencia. Que no le falten las merecidas estrellas a Gone with te Wind.

    Un cariño.
     
    #4
  5. Corazón Delator

    Corazón Delator Poeta recién llegado

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    Muchas gracias como siempre, Ciela.

    Un abrazo.
     
    #5
  6. scarlata

    scarlata Poeta veterano en el portal.

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    Bastante bueno... todos nos podemos sentir identificados con esas rutinas... ´

    Un besote.
     
    #6
  7. Pedro Ferreira

    Pedro Ferreira Poeta veterano en el portal

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    Pues me gustó. Bien narrado, Corazón Delator. Un abrazo.
     
    #7

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