Great Collegue Street Nº8

GREAT COLLEGUE STREET Nº 8​

Los que hayan ahondado en la historia entre Verlaine y Rimbaud, sus andanzas y problemas, entenderán que este fragmento es el compendio de sus dos mentalidades frustradas en los días de Julio de 1873. Justo después ocurrió todo el famoso drama de Bruselas. Justo después Rimbaud, herido y asqueado, se refugió en su casita de Charleville y Verlaine fue acusado y condenado a 2 años de cárcel.​

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Un mal borracho cruza la calle embarrada dando portentosos tumbos. El cielo se alza como un espejo sobre la ciudad, gris y maniático, extendiéndose más allá de las nubes espesas y, por este entonces, el antro que los ojos del joven vislumbran se hace llamar Great Collegue Street. Un tugurio donde se hacinan los cuchitriles y las casas para viajeros —casas para pobres, en definitiva—, el tugurio menos poético y estético. Una pesadez, un gran drama.

Menudo asco más palpitante.
«¿Dónde diablos estará este desgraciado?», se inquiere el jovencito blasfemo con cabellos de angelote falso. Sabe a ciencia cierta que él también es cebo para las desgracias o una desgracia andante, con sombrero viejo. Pero no lo acepta. Porque es cruel y porque sus actos son crueles, propios de un superviviente. «¿Dónde, dónde, dónde? Meneando su cuerpo deforme en los barros deformes. ¡Ja!... ¿Dónde estará mi borracho desgraciado? ¿Dónde, dónde, dónde?...»

Hace su aparición. El borracho desgraciado, con más penuria que nunca y una actitud de lástima pura y dura, perdiendo el carisma y buscando su ascensión entre las exclamaciones de pena. «¡Ja! ¡Miradlo! Con sus andares de junco raquítico y su aliento de calvo. ¡Qué feo es!». El borracho se encuentra especialmente sobrio esta mañana de mugre y polvo. Trae algo en sus manos: un arenque lánguido y una botella de aceite. Aceite o grasa de las calles, ya que en términos de olor y forma, son indistinguibles.

Un total cuadro de manchas borrosas. El joven de la ventana se apoya en el marco, febril y perturbado —rivalizando con el opresivo cielo de Julio—, pareciéndose a un muñeco de madera. O de goma blanda. En realidad, sus pellejos son tan finos y su rostro tan alargado, que su fisonomía se deforma al contacto con sus risotadas. ¡Menudas expresiones de crueldad!; eso sí que es una auténtica delicia para los oídos acostumbrados a burlas sin sentido. Pero para el borracho abstemio no. Este desgraciado ancla sus pies en el suelo, en el suelo de Great Collegue Street. Está frío, helado, lleno de grumos, sucio y harapiento. Huele mal. ¿La calle o el hombre? Las dos cosas.

—¡Si supieras la pinta tan estúpida que tienes con ese arenque en la mano!

La exclamación emerge como un proyectil de los labios del joven y se renueva chocando contra las paredes de ladrillo. Luego le siguen más risas. Luego, el arenque volando por los aires y estrellándose con mala puntería contra el cristal de la ventana. Luego, más carcajadas. Y finalmente, el abstemio vuelca sus pasos y se aleja, no encolerizado sino apenado, de la presencia del verdadero borracho.
Como un perro herido por su amo, huyendo con el rabo entre las patas.

Entonces Rimbaud despierta muy alarmado.
«¡Ah, no! He hundido al desgraciado de Verlaine... »

Luciand​

 

El mugriento borrecho abstemio, sobrio a la mañana. Y el arenque podrido ya en el suelo. La huida sin honor. El joven diablo de cabello angelical.

Pedazo de pincelada, parece una escena cinematográfica con entidad propia.

Salud!!!