Grecia

Grecia camina como si el mundo la siguiera en cámara lenta,
como si cada paso suyo tuviera la precisión de una herida.
Rompe corazones, dicen los hombres, sin saber que ella sólo busca
el suyo, perdido en algún beso que nunca volvió.

Tiene en la risa un filo invisible,
una promesa que se cumple a medias, un perfume de tormenta después del verano.
Mira, y su mirada no se posa: incendia, se va, deja ruinas hermosas.

Yo la vi un domingo cualquiera,
cuando el sol parecía cansado de tanta belleza. No habló, no hizo falta:
el silencio entre sus labios bastó para escribir mi nombre en el reverso de una despedida que aún no termina.

Porque Grecia no ama —respira amores ajenos, los deshoja, los guarda un rato entre los dedos, y luego los deja ir, como quien suelta mariposas sobre una tumba.