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GULA (Terror)

Tema en 'Fantásticos, C. Ficción, terror, aventura, intriga' comenzado por Nada Vratovic, 24 de Diciembre de 2011. Respuestas: 1 | Visitas: 1063

  1. Nada Vratovic

    Nada Vratovic Poeta recién llegado

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    8 de Octubre de 2011
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    Mujer
    Sábado por la noche en casa de los hermanos Darrell. Una orgía de alcohol y heavy metal que se celebraba cada semana y a la que sus amigos asistían religiosamente como si se tratase de una misa. Aquel era su templo, el único lugar en el que podían convertirse en los demonios que palpitaban bajo sus entrañas; en el pequeño y conservador pueblo tejano en el que vivían, esa libertad parecía impensable.
    La madre de los dos chicos trabajaba en un restaurante de comida rápida y los jueves y sábados le tocaba el turno de noche. Tal vez ni siquiera sabía lo que sus hijos hacían en su ausencia, ya que cuando regresaba, la casa estaba tal y como la había dejado y los chicos metidos en sus camas. Por la mañana trataban de no hacer ni el más mínimo ruido para no despertarla. Sí; a sus ojos eran buenos chicos. Pero a los de sus vecinos... no eran más que un par de desalmados con el pelo largo, vestidos con "jeans" destrozados y camisetas que proclamaban la música brutal que escuchaban. Dioses de la corrupción. Y los hermanos se sentían orgullosos de que los vieran así.
    - Tío, ¿has probado esto alguna vez?-.
    Lance, el menor de los Darrell, miró el contenido de la bolsita de plástico que le mostraba su amigo. Parecían ser simples porros.
    - ¿Marihuana?-.
    - Hojas de "Datura Cándida". Mucho mejor-.
    El chico le tendió uno a Lance, y sus ojos aniñados, delineados con lápiz, examinaron las hojas metidas en el papel de arroz como si en cualquier momento éstas fuesen a cobrar vida.
    Paul, su hermano mayor, observaba la escena desde una distancia prudencial. No se inmiscuiría si Lance decidía jugar con drogas, pero allí estaba él para pararle si traspasaba un límite.
    Lance aspiró el humo espeso y sintió cómo éste parecía instalarse directamente en su cerebro, en cada uno de sus nervios, con un aroma dulzón. Pero nada más. Sólo quedó en él un leve mareo que se desvaneció a los pocos minutos.
    - No siento nada-.
    Había cerrado los ojos un momento, y cuando los abrió para hablar, su amigo ya no estaba. Se encogió de hombros y siguió con la fiesta como buen anfitrión.
    A las cuatro de la mañana se marcharon los últimos invitados, los amigos más íntimos que siempre les ayudaban a poner la casa en orden. Y cuando los dos hermanos se quedaron solos aún resonaban en sus cabezas los ecos de todos los sonidos que minutos antes inundaban la estancia.
    - ¿Qué te ha dado Kyle?-.
    Lance, medio dormido, estaba sentado al lado de Paul en el sofá. Tenía la cabeza apoyada en la mano y sus largos cabellos se esparcían, despeinados, sobre sus hombros.
    - No me acuerdo. Unas hojas de no sé qué planta-.
    Dijo soñoliento.
    Esa noche tuvo un corto sueño: había sentido cómo él mismo se arrastraba en la oscuridad, haciendo crujir hojas secas y tierra húmeda bajo su vientre. Percibió entonces un olor que no reconocía, pero que despertaba en sus tripas un hambre voraz.
    Despertó al mediodía con un gemido ahogado y la luz de la mañana se clavó en su retina como si fuesen agujas. Se cubrió la cara rápidamente con las manos.
    El recuerdo de ese olor lo envolvió durante un instante tan fugaz que ni siquiera le dio tiempo de averiguar de qué se trataba. Pero estaba hambriento; su estómago rugía como si aquel aroma lo hubiese avivado.
    Rebuscó en la cocina algo de comer; la sensación de mareo de la noche anterior no se iba y todo parecía moverse lentamente a su alrededor. Los ojos le ardían.
    - ¿Lance?-.
    Paul lo llamó desde la puerta. Notaba al chico más distraído de lo normal; miraba las cosas y, en su opinión, no las veía realmente.
    - ¿Qué te pasa? ¿Aún te dura la resaca?-.
    Lance sonrió, arrodillado en el suelo mientras abría unos cajones.
    - Seguramente es eso. Menos mal que es domingo, porque si tuviese que salir de casa ahora mismo, me pegaba un tiro. Estoy agotado-.
    Ese olor… Lance observó la bolsa que su hermano había puesto encima de la mesa y se acercó, como hipnotizado, hacia ella.
    - ¡Ah! Es ternera. Espero que tengas hambre-.
    Lance abrió despacio la bolsa, con dedos largos y fuertes. En su interior, grandes trozos de carne cruda lo aturdían con colores que resultaban casi obscenos: violento rojo, morado, blanco…
    - No sabes cuánta-.
    Paul asó la carne en el jardín. El aroma a ternera recién hecha sacó a su madre de la cama y ésta se unió a ellos en el almuerzo. Los signos de la falta de descanso eran dolorosamente habituales en ella.
    El día transcurrió con normalidad; los hermanos salieron al atardecer y volvieron pasada la medianoche. Bebieron cerveza en casa de un amigo y Lance tocó la guitarra a todo volumen mientras los demás se empujaban y reían como si estuviesen en un auténtico concierto.
    Y cuando se metió de nuevo en la cama, los delirios del sueño lo devoraron.
    Ante su vista apareció un matadero en todo su morboso esplendor. Carne putrefacta a montones y el olor de la muerte flotando como miles de espectros. Estaba más hambriento que nunca, sin embargo, ese nuevo apetito era tan fuerte que excitaba todos sus instintos y despertaba los más primitivos. Creyó que esa necesidad lo acabaría convirtiendo en una bestia. Pero en el subconsciente, al no existir tabúes ni moral, pudo abandonarse a una lascivia que, en la vida real, le habría aterrado. Sus dientes, ahora afiladísimo y pequeños, buscaban roer los huesos, la carne dura, las vísceras atascadas en las reses muertas. Al dar el primer mordisco, el placer lo sacudió con la fuerza de un orgasmo. Y tan obnubilado estaba, que no se percató de que ni su cuerpo ni su mente eran en realidad los suyos.
    Despertó con un sobresalto al descubrir que su labio inferior sangraba, victima de sus propios dientes. Un sabor metálico empapaba su lengua y la teñía de un rojo diabólico.
    Desde esa noche, empezó a levantarse por las mañanas agotado y hambriento. Su palidez aumentaba por momentos, al igual que sus ojeras, que ahora eran cercos violáceos que ensombrecían sus ojos. Ninguna comida lograba saciarlo del todo y acababa vomitando gran parte de lo que ingería.
    Ya llevaba cuatro días así cuando su hermano logró convencerle de que fuese al médico.
    - No parece un virus, y está durando demasiado para tratarse de una indigestión. Te haremos unos análisis de sangre para estar seguros. Mientras tanto, sigue una dieta baja en grasas: ni alcohol, ni carne roja ni mucho picante. Ya sabes-.
    Le recetaron un suero para evitar una posible deshidratación si seguía vomitando; era lo único que podían hacer mientras desconociesen las causas de su mal.
    Paul observaba a su hermano, quien, acurrucado en el sofá como un animalillo débil, se abrazaba a sus propias piernas. Bajo las mangas de la camiseta se podían ver unos brazos mortalmente blancos y más finos que antes. Su mirada se había quedado prendida en algún punto de la nada.
    - ¿Qué te pasa, Lance?-.
    Oyó la voz de Paul como quien percibe un eco bajo el agua. Un susurro dentro de su mente enferma.
    Lance meneó la cabeza.
    - Ojala lo supiera. No hago más que ver cosas… y sentir cosas… que me repugnan-.
    Sus labios temblaban. Tan desfallecido estaba, que las ideas y las palabras se volvían borrosas. Apenas sabía lo que decía.
    - Paul, ¿me estoy volviendo loco?-.
    - Sí; seguro que beber como si no hubiese mañana te ha destrozado las neuronas-.
    Lance sonrió con esfuerzo ante la broma, pero esa sonrisa desapareció enseguida. Apoyó la frente en las rodillas y respiró hondo.
    Qué pequeño parecía, buscando su propio calor a modo de consuelo. Paul le pasó el brazo por los hombros e imágenes fugaces le asaltaron la memoria al instante: recuerdos de infancia, de jugar con Lance en el jardín, de todas las peleas tontas que se olvidaban en segundos. Siempre habían sido inseparables, invencibles. Y ahora, Lance dormitaba en silencio junto a él, pálido y frágil como un niño, mientras que algo monstruoso lo iba despedazando por dentro.
    La noche llegó rápido, con una luna obesa que gobernaba el cielo a la que nada le importaba, ni siquiera cómo Lance, en su cama, se entregaba una vez más al demonio de su subconsciente.
    Algo se movía a ciegas, arrastrándose, y percibía un intenso olor a tierra húmeda y putrefacción. Tardó varios minutos en darse cuenta de que era él mismo quien reptaba en la quimera, a pesar de que esa escena siempre se repetía. Y entonces llegó el hambre. Sus tripas rugieron y la boca se llenó de saliva; la lengua palpó esos dientes que más bien parecían alfileres. Se sintió bien, ávido y poderoso, atrozmente vivo.
    “Come; muerde; desgarra. La carne es más sabrosa cuando aún quedan restos de vida en ella”. Su propia voz resonó en su cabeza a modo de conciencia. Era la primera vez que la oía. Y también la primera vez que sus sueños dejaban claros sus deseos. Ansiaba carne marchita.
    Abrió los ojos despacio, sin sobresaltos, al contrario que las otras veces. Ante él se dibujó su habitación: la estantería con pocos libros, el escritorio bajo un montón de ropa, el póster de Kiss que había colgado en la puerta años atrás… Era el mundo real, pero cualquier cosa que hubiese podido amar de él carecía ahora de significado. En su mente, la necesidad de alimentarse nublaba incluso sus recuerdos más importantes.
    Se incorporó en la cama. Los mareos y el agotamiento habían desaparecido, y sólo quedaba un enorme vacío en su estómago.
    Mientras tanto, Paul trataba de dormir pese a la preocupación de no saber qué le pasaba a su hermano, si era alguna enfermedad o un presagio de locura. Mantenía los ojos abiertos en la oscuridad y la mente envuelta en miles de preguntas.
    Entonces sonó el teléfono.
    - ¿Qué dices, Rex? Cálmate; no te entiendo-.
    Desde el otro lado de la línea, su amigo Rex hacía esfuerzos sobrehumanos por explicarle algo que no lograba salir de su garganta. La voz se quedaba atascada y se convertía en palabras incomprensibles y jadeantes. El nombre de Kyle fue lo único que Paul logró captar.
    - ¿Qué le ha pasado a Kyle?-.
    - Lo han encontrado… ¡Dios mío, Paul… si lo hubieses visto!-.
    - Rex, aún no sé qué demonios quieres decirme. ¿Dónde estás?-.
    - En la plaza. No sé… estoy como en shok-.
    - Ven aquí. Te tomas algo caliente y me cuentas lo que ocurre. Date prisa y no hagas ruido; están todos durmiendo-.
    Rex no tardó mucho en llegar. Era un pueblo pequeño al fin y al cabo. Cuando Paul abrió la puerta, su amigo estaba blanco como el papel y helado. Temblaba, pero no era debido al frío; probablemente ni siquiera se había dado cuenta de que había salido de casa sin abrigo.
    - Dios santo, Rex… parece que hayas visto un fantasma-.
    - Ojala hubiese sido eso, tío-.
    Se sentaron en la mesa de la cocina, ambos frente a una humeante taza de café. Los largos cabellos de Paul estaban sujetos en una cola, mientras que los de Rex caían a los lados de su rostro y lo hacían parecer aún más delgado.
    - Verás, estaba volviendo a casa cuando he visto al sheriff y a sus hombres frente a la casa de Kyle; las luces de sus coches patrulla estaban encendidas, así que debía de tratarse de algo serio. Pensé: “vaya, lo habrán pillado con drogas o algo así”. Pero, al ver la ambulancia y a los enfermeros sacando dos bolsas negras cerradas sobre unas camillas, he corrido hacia ellos para preguntarles qué demonios había ocurrido. “Una catástrofe, chico. En mis treinta años de servicio nunca he visto una monstruosidad como esta”; me dijo el sheriff. Sus ojos se desviaron entonces hacia un par de sus hombres que sacaban a rastras del domicilio a una criatura horrible que gruñía como una bestia. Sus dientes eran afilados, los ojos completamente negros y su piel tenía una palidez azulada, como la de un muerto, y estaba cubierto de sangre. No pude creerme a mí mismo cuando me di cuenta de que esa cosa era Kyle-.
    La última frase golpeó a Paul con violencia.
    - ¿Cómo…?-.
    - ¿Cómo se ha convertido en “eso”? Ni idea. El otro día, en tu casa, estaba como siempre. No me imagino qué ha debido de pasarle-.
    Paul apretaba la taza de café entre sus manos.
    - Kyle ha matado a sus padres. ¡Los ha destrozado a dentelladas, tío!-.
    De repente se escuchó el crujir del suelo del pasillo. Algo avanzaba arrastrando los pies y el eco de sus pasos hacía palpitar toda la casa.
    - Debe de ser mi madre o mi hermano; se habrán despertado al oír voces-.
    Pero su voz sonaba trémula tras la historia de Rex. Esperaron, con el pulso extendiéndose por cada rincón de sus cuerpos, a que cualquier cosa surgiese de la oscuridad.
    - ¿Paul?...-.
    Un susurro.
    El chico se levantó de la silla y siguió observando cautelosamente la puerta abierta de la cocina, que sólo mostraba sombras. Luego, una mano blanquísima se posó en el marco.
    - ¡Por el amor de Dios, Lance, qué susto!-.
    Rex expulsó todo el aire que había estado conteniendo. Se sintió aliviado de saber que se trataba de su amigo; por el contrario, Paul no parecía sentir lo mismo. No se movía de su sitio; sus pies estaban clavados en el suelo.
    - ¿Cómo te encuentras, Lance?-.
    - Mejor. ¿Es Rex el que está contigo?-.
    - Así es-.
    - Las náuseas y el dolor de cabeza han desaparecido. Sólo necesito comer algo para reponerme del todo-.
    Las palabras de Lance eran más bien un murmullo que daba escalofríos.
    - Hace poco he olido algo delicioso no muy lejos de aquí-.
    Lance permanecía envuelto en el refugio de la negrura y avivó, aún más, la intranquilidad de su hermano. Rex hizo ademán de acercarse, pero Paul lo detuvo alargando el brazo y haciendo que éste golpease sin fuerza en el pecho de su amigo, quien lo miró con una ceja alzada.
    - Lance, no te quedes ahí; pasa y siéntate con nosotros-.
    La respiración del chico se iba pareciendo cada vez más a un gruñido.
    - Paul, ¿qué pasa?-.
    Susurró Rex.
    - ¿Acaso no ves que se comporta de forma muy rara?-.
    - Bueno… ha estado enfermo, ¿no?-.
    - ¿Y si Kyle también lo estaba?-.
    Paul no miraba a Rex mientras le hablaba. Ni siquiera parpadeaba con tal de no apartar los ojos de la puerta. Todos sus nervios estaban afilados como cuchillos a la espera de cualquier movimiento.
    - Venga, Lance; pasa-.
    - Tengo muy mal aspecto. No quiero que me veáis así-.
    Lance nunca había sido especialmente atento con su imagen. Muchas veces había amanecido ojeroso y pálido tras una noche de fiesta y no le había importado.
    Con un gesto rápido, Paul encendió la luz. Ésta impactó sobre todo cuanto tenía a su alcance e hirió momentáneamente los ojos de los dos chicos, habituados a la penumbra. Al recuperar la visibilidad, comprobaron que Lance ya no estaba allí.
    - ¡Maldita sea!-.
    Subieron al dormitorio sin preocuparse ya por el ruido que pudiesen hacer sus zancadas. El miedo había conseguido poseer sus cuerpos.
    No hay nada más poderoso que el pánico, que anula las mentes más serenas y transforma a las personas en los animales cobardes que en verdad son, sin excepción.
    Abrieron la puerta bruscamente, y su sorpresa fue inmensa al encontrar a Lance dormido en su cama. Su pecho subía lentamente con la respiración ligera del sueño; su pelo se esparcía sobre la almohada y enmarcaba su rostro como un aura oscura. Al parecer, no se había movido de allí en varias horas; estaba por completo sumergido en su subconsciente.
    Desde la puerta, Rex y Paul contemplaban la escena sin poder creer lo que veían. ¿Acaso habían sufrido una alucinación?
    - No hace falta decir que esto no tiene sentido, ¿verdad? Es como si estuviésemos en una mala película de terror-.
    Paul no escuchaba a su amigo. El resonar de su pulso había hecho que el tiempo se congelase con la imagen de Lance dormido; una imagen que encontró increíblemente falsa.
    - Buenos días-.
    Su madre le saludó desde la mesa de la cocina, donde la noche anterior Rex y él habían presenciado algo a lo que su cerebro se negaba a buscar explicación. Tal vez sólo había sido un sueño, al fin y al cabo.
    Lance estaba también allí, sentado frente a la mujer. Sus labios se habían teñido de un color ligeramente violáceo, como en los días de frío extremo, y la lividez era cada día más alarmante.
    - ¿Qué pasa? ¿Tan feo estoy?-.
    Le dijo el chico. Paul agradeció su habitual sonrisa; era la señal que buscaba para cerciorarse de que seguía siendo el Lance de siempre pese a su aspecto demacrado.
    - Estás horrible-.
    Paul le revolvió el pelo y se sentó a su lado.
    - Tal vez no os hayáis enterado, chicos, pero ha ocurrido algo terrible-.
    Su madre, con un hilo de voz, llamó la atención de sus hijos. Ambos la miraron en silencio; de hecho, el mundo entero pareció guardar silencio durante esos minutos.
    - Anoche, los señores Harth fueron asesinados. La policía se llevó a Kyle como principal sospechoso. Dicen que podría haber estado sufriendo algún tipo de esquizofrenia y que, víctima de un ataque de ésta, perdió el control de sí mismo hasta cometer ese crimen atroz. El funeral será mañana, en cuanto terminen las autopsias… aunque me temo que no les será fácil… teniendo en cuenta el estado en el que encontraron los cuerpos-.
    Se llevó una mano a la boca para ahogar un gemido; los ojos se le humedecieron al imaginar semejante horror.
    - Dios santo. ¿Cuándo ha pasado?-.
    - Anoche; de madrugada-.
    - Sí que corren rápido las noticias aquí-.
    Murmuró Lance para sí.
    - Perdonad; no me encuentro muy bien. Voy a volver a la cama-.
    Paul y su madre siguieron al chico con la mirada mientras desaparecía tras la puerta de la cocina. Oyeron cómo la madera de las escaleras chirriaba bajo sus pasos y luego la puerta de su cuarto al cerrarse.
    - Qué mal momento para sufrir la pérdida de un amigo. Tu hermano no mejora y ahora pasa esto…-.
    La mujer se masajeó las sienes y Paul se estrujó las manos. No había sido un sueño.
    - Voy a ver cómo está Lance. Seguro que lo de Kyle le ha afectado bastante; lo conocemos desde que éramos pequeños; incluso estuvo en casa hace unos días. No imagino cómo ha podido pasarle algo así-.
    Entró en el dormitorio con cuidado. Las persianas estaban echadas y reinaban unas sombras sinuosas que trepaban por las paredes. No se distinguía casi nada; los muebles y demás objetos no eran más que figuras camufladas en las tinieblas.
    - ¿Lance?-.
    Encendió la lámpara del escritorio. Su hermano no estaba en la cama ni en ningún otro lugar de aquella habitación; al menos, en ningún lugar visible. La luz moribunda de la pequeña lámpara apenas lograba disipar la oscuridad; se limitaba a emitir un brillo anaranjado, como un atardecer, y a hacer más horribles las sombras.
    Paul abrió los cajones del escritorio. Buscaba algo, una simple pista que esclareciera los sucesos. La enfermedad de Lance, si es que se la podía llamar así, no era casual; no era un simple resfriado ni una fiebre. Los movimientos de Paul eran cada vez más urgentes; revolvió papeles, abrió estuches, buscó en los bolsillos de sus ropas… Nada.
    Se sentó en la cama con la cabeza entre las manos. La rabia estaba empezando a minarlo.
    Tomó la pitillera que Lance siempre colocaba junto a la mesita de noche. Era de acero, con el símbolo de uno de sus grupos favoritos grabado; sonrió al recordar que él mismo se lo había regalado. El frío metal absorbió el calor de su piel hasta parecer algo vivo que respiraba bajo sus manos.
    La abrió en busca de un cigarrillo. No quedaban muchos, pero entre ellos había algo que tenía un tacto diferente; algo envuelto en papel de arroz. Lo tomó con cuidado y lo examinó. Su olor no se parecía a nada que hubiese olido antes. No se trataba de tabaco ni de cannabis; ese aroma era el de una sustancia dulzona, semejante al humo de un narguile.
    Se lo guardó en la chaqueta, dejó la pitillera en su lugar y se marchó en silencio. Y cuando la oscuridad volvió a reinar en la habitación, una de las sombras en las que Paul no había reparado empezó a arrastrarse perezosamente por el suelo.
    Sonó el teléfono, de nuevo cuando toda la casa estaba en calma y presa de la garra nocturna. La lluvia, fuera, mordía cuanto encontraba a su paso y se fundía con el viento, como dos antiguos amantes que descubren que su lujuria no ha muerto.
    - ¿Diga?-.
    - ¿Paul?-.
    - ¡Ah! Doctor, ya creíamos que se había olvidado de los análisis-.
    - ¡Todo lo contrario! Me ha llevado bastante tiempo cerciorarme de que lo que mostraban los resultados era cierto. Me gustaría que trajeses a Lance mañana a la consulta-.
    La voz del chico tembló al hacer la siguiente pregunta:
    - ¿Qué es lo que tiene? ¿Es grave?-.
    El doctor, por su parte, vaciló al contestar, y los escasos segundos que tardó en hacerlo le parecieron a Paul toda una vida.
    - No sabría decirte. No se trata de una enfermedad propiamente dicha. He hallado en su orina restos de una planta que ha debido de fumar: Datura cándida. Sus hojas tienen efectos narcóticos y la planta en sí es venenosa. No me imagino de dónde ha podido sacarla-.
    << Kyle. Toda la culpa es suya y de su estúpida manía de aceptar cualquier droga. >>
    - ¿Sabe lo que le ha ocurrido a Kyle Harth?-.
    - Sí; una catástrofe realmente lamentable. Pero no entiendo muy bien ese cambio de tema-.
    - Fue él quien le proporcionó esa droga a Lance. Y justo a la mañana siguiente, mi hermano empezó a encontrarse mal. Lleva días sin apenas salir de la cama; no va a clase ni quiere ver a nadie. ¿Y si acaba igual que Kyle? ¡Él fumaba esa mierda!-.
    - Tranquilízate, hijo. Venid mañana los dos y procuraremos evitar algo así. Tal vez Kyle hubiese sufrido una exposición más prolongada al narcótico. Si Lance sólo fumó una vez no debería de estar peligro. Aún así, creo que debería repetirle los análisis-.
    Paul respiró hondo. Toda su rabia y su desesperación fueron empujadas a lo más profundo de su estómago.
    - Gracias, doctor-.
    Colgó el teléfono. De nuevo imperó el silencio. Permaneció unos instantes con la mente en blanco antes de darse media vuelta y dirigirse a las escaleras, aún sabiendo que, de nuevo, le sería imposible conciliar el sueño.
    - Paul-.
    Lance salió a su encuentro en el pasillo.
    - Te he oído hablar con el doctor. Pero ya estoy mejor; no necesito ir a su consulta-.
    El mayor de los hermanos lo miró sin saber qué decirle.
    - Si estás mejor, entonces dime qué demonios pasa. Ya ni siquiera sé cuánto hace que no duermo-.
    - El cansancio te está afectando demasiado. Deberías echarte un rato y dejar de preocuparte-.
    - Como si fuese tan fácil-.
    - Mamá lo hace. Todos lo hacen. ¿Por qué tú no? Le das demasiadas vueltas a todo-.
    Paul agachó la cabeza. Estaba exhausto.
    - Vamos. Tienes que dormir-.
    Lance lo acompañó a su cama y se sentó en un sillón de cuero, junto a la ventana. La luz pálida de la luna recortaba su silueta y revelaba la mitad de su rostro: una piel tan blanca como la de un fantasma, ojos negros, sonrisa inhumana. Pero los párpados de Paul pesaban demasiado como para percatarse de todos esos detalles. Las formas se iban haciendo cada vez más borrosas y los sonidos no eran más que ecos oníricos.
    << ¿Por qué te empeñas en salvarme? Estoy mejor que nunca. Nadie se ha sentido jamás tan vivo y feroz como yo. No hay nada que pueda compararse a esta sensación >>.
    Un vuelco de su propio corazón le despertó cuando amanecía. Desde la ventana le deslumbró un cielo teñido de naranja y gris que amenazaba tormenta.
    Escuchó un crujido, el mismo que harían las alas arrancadas de cientos de mariposas al caer sobre el suelo de madera. Algo se deslizaba por el suelo, huyendo de los primeros rayos del sol; un bulto oscuro que se escondía en los resquicios de oscuridad que poco a poco se iban derrumbando. Paul apartó un poco las sábanas, pero no lo suficiente como para comprobar de qué se trataba, porque en su interior, sabía que esa criatura representaba la verdad repulsiva que se esforzaba en no aceptar.
    La criatura abandonó la habitación y el resonar de su presencia desapareció tras la puerta junto con el aroma de la Datura cándida que, incluso dormido, había percibido.
    Se levantó cuando se cercioró de que estaba solo y examinó la estancia. No encontró rastros de cenizas o colillas ni en el suelo ni en los ceniceros. Pero ese perfume dulzón había estado allí; era inconfundible.
    A las nueve de la mañana, después de tomar un café y leer el periódico en busca de más noticias sobre Kyle, Paul subió a buscar a Lance. La prensa local sólo había dedicado un minúsculo espacio para anunciar que Kyle Harth había sido confinado en un sanatorio tras un juicio y un examen psicológico que confirmaban lo que todos sospechaban ya: el chico había perdido completamente la razón, cada uno de sus recuerdos, y se había convertido en un mero recipiente para los instintos de una bestia.
    Lance estaba sentado frente al escritorio. A su lado, la guitarra a la que adoraba por encima de todas las cosas permanecía abandonada, indigna incluso de una simple mirada de anhelo. Lance no la había tocado desde el comienzo de su mal.
    - Es hora de ir a ver al doctor, tío. ¿Cómo te encuentras?-.
    De espaldas a él, Lance se miraba en un pequeño espejo de su madre, y Paul pudo ver desde su sitio lo que se reflejaba en él. Era como si todo su mundo se estuviese haciendo añicos pausadamente para torturarle.
    - Estoy bien, creo. O al menos un poco mejor-.
    Subió al coche tras darse una ducha y adecentarse un poco, pero ni siquiera la calidez del agua había podido mitigar algo de su demacración. Sus iris verdosos se habían oscurecido y las ojeras los hacían parecer aún más apagados; los labios habían abandonado su color mortecino para volverse tan pálidos como el resto de su rostro, y su piel, a pesar de la fachada frágil, aparentaba tener la dureza del mármol.
    Paul se quedó unos segundos estudiándolo. Rara vez podía verle a plena luz del día, cuando cada detalle y cada cambio quedaban expuestos. Lance se revolvió en su asiento, incómodo por los ojos inquisidores de su hermano, y le instó a arrancar de una vez.
    - ¿Sigues fumando esa basura, Lance?-.
    - Después de la fiesta me fumé otro más, pero fue el último. Creí que era demasiado flojo y que no sentiría nada más que un poco de mareo, como con esa maría mala que a veces trae Rex-.
    - ¿Y recuerdas el nombre?-.
    Lance contemplaba el paisaje. Había nevado y fuera hacía un frío cortante, por lo que los cristales del coche estaban empañados por el calor de sus cuerpos y sus respiraciones.
    - No; era muy largo y no estaba prestando demasiada atención-.
    Un par de coches patrulla cruzaron a su lado a gran velocidad. El ruido de las sirenas rasgó el aire y sus luces parecían un llamamiento a la tragedia.
    - ¿Qué diablos ha pasado ahora?-.
    - Creo que deberíamos regresar a casa. Van directos a la consulta del doctor-.
    - ¿Cómo lo sabes?-.
    Paul sintió cómo esos ojos, negros como los de un insecto, se hundían en él hasta rozar sus huesos. Tampoco necesitó mirar a Lance para saber que sonreía de esa forma demente que creía haber visto en sueños la noche anterior, y que sus dientes punzantes refulgían en las tinieblas de su boca.
    - Da la vuelta-.
    Su voz era ahora un susurro chirriante que erizaba sus nervios. Y a pesar de todo, Paul seguía negándose a mirarle.
    - Mírame, Paul; observa la forma primigenia de la maldad que sólo florece cuando desatas a la bestia que duerme en los humanos. La Datura cándida no es una simple droga; es un portal a las regiones más primitivas y voraces de nuestra naturaleza. ¿Y qué hay más antiguo que las larvas, que han devorado cadáveres desde el inicio de los tiempos?-.
    La velocidad del viejo coche aumentaba. Paul notaba cómo esa voz arañaba su cerebro; lo arañaría hasta enloquecerlo.
    - ¿Sabes por qué las larvas son necrófagas, hermano? Porque, con sus frágiles estructuras, no pueden matar por sí mismas. Tienen que conformarse con los restos que otros animales dejan, con la carne putrefacta que han aprendido a amar, tanto por su sabor como por sus colores. Pero imagínate lo que podrían hacer con un cuerpo humano y las vidas que han absorbido a lo largo de las eras. Han vivido miles de existencias y muerto miles de muertes. Las larvas son las criaturas más sabias y feroces de este mundo miserable; pero eso nadie lo sabe. Duermen en nuestras mentes a la espera de que regresemos a esa forma originaria y nos abandonemos a los placeres que la humanidad nos prohíbe-.
    Lance puso su mano blanquísima en el hombro de su hermano. Éste redujo la velocidad.
    - Monstruo…-.
    - Los monstruos son humanos que no supieron controlar su naturaleza, al igual que Kyle, y pierden todo raciocinio. Se convierten en poco más que animales, en cuerpo y alma-.
    - ¿Y por qué tú ibas a ser diferente? ¿Por qué no debería matarte ahora mismo?-.
    - Las personas sois tan estúpidas. Destruís aquello que no entendéis y por eso habéis dejado de evolucionar. Además, soy tu hermano, y si me matas a mí perderás a la única familia que te queda, algo a lo que los humanos estáis demasiado apegados-.
    - Mamá lo entendería si acabase contigo ahora-.
    - Pero ella estaba tan cansada… Ya no podía más-.
    El coche se detuvo con un frenazo en seco. Las manos de Paul temblaban violentamente sobre el volante. Nevaba. Resultaba extraño ver un paisaje hermoso mientras aquella monstruosidad estaba sentada a su lado, tan cerca y apestando a esa fragancia dulce.
    No quería preguntar; la respuesta derrumbaría el último pilar de su cordura que quedaba en pie. No; aquello no podía estar pasando.
    - Siempre huyes de la verdad, Paul. Afróntala. He matado a nuestra madre porque las criaturas como yo no sentimos amor por nada ni por nadie, así sean de nuestra propia sangre. He bebido de la sopa agotada de su mente hasta saciarme con su alivio y sus recuerdos. Eso es lo que hacemos las larvas: alimentarnos de vidas que no son nuestras.
    El doctor también fue víctima de mi hambre, y cuando encuentren los pocos pedazos que quedan de él, vendrán a por nosotros. Destruí todos los resultados de mis análisis; eso nos dará algún tiempo para escondernos antes de que empiecen a buscarnos-.
    Las lágrimas rodaron por el rostro redondo de Paul y cayeron sobre sus ropas. Apretó los dientes para ahogar tras ellos un gemido que, sin duda, habría avivado la misericordia del Cielo.
    - Puedo quitarte ese dolor. Siempre has cargado con demasiadas cosas; ¿no prefieres ser libre y olvidar?-.
    - No podré vivir con esto…-.
    Paul se rendía. Cuando no tienes nada que perder, el demonio es extremadamente convincente, y su lógica cruel parece cobrar sentido.
    - El veneno que nos despierta ahora está en mí. Esas hojas sólo eran un aliciente para que mis células lo segregaran-.
    - ¿Qué eres?-.
    - Lance, tu hermano. Soy el Lance que existe desde que el mundo puede recordar, desde que cayó al suelo el primer cadáver de la Tierra. Soy lo único que te queda, porque no hay una existencia más allá de ésta que pueda darte consuelo-.
    De nuevo esa sensación de que sus párpados pesaban como el metal. La rabia y el escepticismo lo habían dejado sin fuerzas, pero una parte de él aún se aferraba a la preciosa idea de que todo aquello no era más que una alucinación.
    - No quiero ser una bestia sin cerebro…-.
    Las palabras se escapaban de su lengua mientras sus ojos se volvían hacia las quimeras de su subconsciente. Era el aroma dulce de Lance lo que le hacía dormir; era su voz susurrante que parecía provenir de todas partes.
    - No lo harás-.



    Había pasado un año desde que la señora Darrell había desaparecido. Unos decían que había abandonado a los chicos y se había fugado con algún tipo; otros, que se había suicidado arrojándose al pantano. Pero todo se quedó en conjeturas, pues nunca se halló ni un pedazo de su cuerpo.
    El sheriff advirtió de que, tal vez, la mujer podría haber sido atacada por lobos, pues al parecer el doctor había encontrado una muerte atroz bajo las fauces de unas bestias similares. Sus restos habían sido encontrados en las cercanías del bosque.
    Lance tocaba la guitarra de nuevo frente a sus amigos en una de sus habituales reuniones, esta vez en casa de Rex. Paul bebía una cerveza tras otra sin perder el equilibrio y movía enérgicamente la cabeza al son de esa música brutal. Como ellos, como su hambre.
    Más tarde, los dos hermanos conducían a toda velocidad por la carretera desierta, escuchando Pantera y rasgando sus gargantas mientras cantaban.
    Frenaron a las puertas del antiguo matadero.
    - Hora de cenar, hermano-.
    - Ya huelo esa sangre agitándose de miedo-.
    El edificio estaba demasiado alejado como para que nadie pudiese oír los gritos moribundos de sus presas. Se alzaba a las afueras del pueblo, donde sólo había oscuridad y arena.
    Mientras Lance saltaba del coche y se dirigía, ávido, a abrir la pesada puerta de acero, Paul contempló su brazo descubierto, aún frente al volante. La cicatriz que Lance le había hecho con sus dientes al inyectarle el veneno primigenio nunca se borraría, al igual que su apetito.
     
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  2. demonio de una mente

    demonio de una mente Poeta asiduo al portal

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    Un escrito magistral, una buena película de terror hecha en palabras, se disfruta mucho de su lectura, y no se me va la atención de las palabras ni un solo momento, este tipo de relatos son los que más disfruto, y solo puedo decir que felicidades, porque me ha encantado, aunque no soy conocedor del tema, Dimebag Darrell desde el infierno está feliz al leer tan buena obra jeje y que el veneno primigenio de su creatividad nunca se borre tampoco jeje!!
     
    #2

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