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Gustavo Adolfo Bécquer

Tema en 'Biblioteca de Poética Clásica (Poetas famosos)' comenzado por lobo111, 2 de Mayo de 2013. Respuestas: 8 | Visitas: 5979

  1. lobo111

    lobo111 Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Gustavo Adolfo Bécquer

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    Gustavo Adolfo Bécquer, por Valeriano Bécquer, 1862
    Nacimiento: 17 de febrero de 1836; Sevilla (España)
    Defunción: 22 de diciembre de 1870 (34 años); Madrid (España)
    Ocupación: poeta.
    Nacionalidad: español.
    Periodo: Siglo XIX.
    Género: poesía y narración.
    Movimiento: romanticismo.


    Gustavo Adolfo Claudio Domínguez Bastida
    (Sevilla, 17 de febrero de 1836 – Madrid, 22 de diciembre de 1870), más conocido como Gustavo Adolfo Bécquer, fue un poeta y narrador español, perteneciente al movimiento del Romanticismo. Por ser un romántico tardío, ha sido asociado igualmente con el movimiento posromántico. Aunque en vida ya alcanzó cierta fama, solo después de su muerte y tras la publicación del conjunto de sus escritos alcanzó el prestigio que hoy se le reconoce.
    Su obra más célebre son las Rimas y Leyendas. Los poemas e historias incluidos en esta colección son esenciales para el estudio de la literatura hispana, sobre la que ejercieron posteriormente una gran influencia.


    Biografía

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    Casa natal de Gustavo Adolfo Bécquer en la calle del Conde de Barajas de Sevilla.


    Nació en Sevilla el 17 de febrero de 1836, hijo del pintor José Domínguez Insausti, que firmaba sus cuadros con el apellido de sus antepasados como José Domínguez Bécquer. Su madre fue Joaquina Bastida Vargas. Por el lado paterno descendía de una noble familia de comerciantes de origen flamenco, los Becker o Bécquer, establecida en la capital andaluza en el siglo XVI; de su prestigio da testimonio el hecho de que poseyeran capilla y sepultura en la catedral misma desde 1622. Tanto Gustavo Adolfo como su hermano, el pintor Valeriano Bécquer, también adoptaron Bécquer como primer apellido en la firma de sus obras.
    Fue bautizado en la parroquia de San Lorenzo Mártir. Sus antepasados directos, empezando por su mismo padre, José Domínguez Bécquer, fueron pintores de costumbres andaluzas, y tanto Gustavo Adolfo como su hermano Valeriano estuvieron muy dotados para el dibujo. Valeriano, de hecho, se inclinó por la pintura. Sin embargo el padre murió el 26 de enero de 1841, cuando contaba el poeta cinco años y esa vocación pictórica perdió el principal de sus apoyos. En 1846, con diez años, Gustavo Adolfo ingresó en el Colegio de San Telmo de Sevilla (institución mixta que acogía también huérfanos de cierto nivel)[SUP]1[/SUP] [SUP]2[/SUP] , donde recibe clases de un discípulo del gran poeta Alberto Lista, Francisco Rodríguez Zapata, y conoce a su gran amigo y compañero de desvelos literarios Narciso Campillo. Al año siguiente, el 27 de febrero de 1847, los hermanos Bécquer quedaron huérfanos también de madre, y fueron adoptados entonces por su tía materna, María Bastida y Juan de Vargas, que se hizo cargo de sus siete sobrinos, aunque Valeriano y Gustavo se adoptaron desde entonces cada uno al otro y de hecho más tarde emprendieron muchos trabajos y viajes juntos.
    Suprimido por Isabel II en 1847 el Colegio de San Telmo (que en 1849 pasaría a ser palacio de los duques de Montpensier), Gustavo Adolfo quedó desorientado. Fue entonces a vivir con su madrina Manuela Monnehay Moreno, joven de origen francés y acomodada comerciante, cuyos medios y sensibilidad literaria le permitían disponer de una mediana pero selecta biblioteca poética. En esta biblioteca empezó Gustavo Adolfo a aficionarse a la lectura. Inició entonces estudios de pintura en los talleres de Antonio Cabral Bejarano, y más tarde en el de su tío paterno Joaquín Domínguez Bécquer, que le pronosticó «Tú no serás nunca un buen pintor, sino un mal literato», aunque le estimuló a los estudios y le pagó los de latín. Tras ciertos escarceos literarios (escribe en El trono y la nobleza de Madrid y en las revistas sevillanas La Aurora y El Porvenir), en 1854 marchó a Madrid con el deseo de triunfar en la literatura. Sufrió una gran decepción y sobrevivió en la bohemia de esos años. Para ganar algún dinero el poeta escribe, en colaboración con sus amigos (Julio Nombela y Luis García Luna), y bajo el seudónimo de Gustavo García, comedias y zarzuelas como La novia y el pantalón (1856), en la que satiriza el ambiente burgués y antiartístico que le rodea, o La venta encantada, basada en Don Quijote de la Mancha. Ese año fue con su hermano a Toledo, un lugar de amor y de peregrinación para él, a fin de inspirarse para su futuro libro Historia de los templos de España. Le interesan por entonces el Byron de las Hebrew Melodies o el Heine del Intermezzo a través de la traducción que Eulogio Florentino Sanz realiza en 1857 en la revista El Museo Universal.
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    Billete de 100 pesetas con la efigie de G.A. Bécquer


    Fue precisamente en ese año, 1857, cuando apareció la tuberculosis que le habría de enviar a la tumba. Tuvo un modesto empleo dentro de la Dirección de Bienes Nacionales y perdió el puesto, según cierta leyenda, por sorprenderlo su jefe dibujando. Su pesimismo va creciendo día a día y sólo los cuidados de su patrona en Madrid, de algunos amigos y de Valeriano le ayudaron a superar la crisis. Ese año empieza un ambicioso proyecto inspirado por El genio del Cristianismo de Chateaubriand: estudiar el arte cristiano español uniendo el pensamiento religioso, la arquitectura y la historia: «La tradición religiosa es el eje de diamante sobre el que gira nuestro pasado. Estudiar el templo, manifestación visible de la primera, para hacer en un sólo libro la síntesis del segundo: he aquí nuestro propósito». Pero sólo saldrá el primer tomo de su Historia de los templos de España, con ilustraciones de Valeriano.
    Hacia 1858 conoció a Josefina Espín, una bella señorita de ojos azules, y empezó a cortejarla; pronto, sin embargo, se fijó en la que sería su musa irremediable, la hermana de Josefina y hermosa cantante de ópera Julia Espín, en la tertulia que se desarrollaba en casa de su padre, el músico Joaquín Espín, maestro director de la Universidad Central, profesor de solfeo en el Conservatorio y organista de la Capilla Real, protegido de Narváez. Gustavo se enamoró (decía que el amor era su única felicidad) y empezó a escribir las primeras Rimas, como Tu pupila es azul, pero la relación no llegó a consolidarse porque ella tenía más altas miras y le disgustaba la vida bohemia del escritor, que aún no era famoso; Julia dio nombre a una de las hijas de Valeriano. Durante esta época empezó a escuchar a su admirado Chopin.
    Después, entre 1859 y 1860, amó con pasión a una «dama de rumbo y manejo» de Valladolid, que durante muchos años se identificó con Elisa Guillén, un personaje que hoy se sabe inexistente.[SUP]3[/SUP] Pero la amante, fuera quien fuera, se cansó de él y su abandono lo sumió en la desesperación. El 19 de mayo de 1861 se casó precipitadamente con Casta Esteban y Navarro, de la que tuvo tres hijos.[SUP][/SUP] Los expertos no se ponen de acuerdo en cuál de ellas pudo ser su musa más constante, o si ninguna de ellas, concibiendo algún tipo ideal de mujer.

    En 1860 publica Cartas literarias a una mujer en donde explica la esencia de sus Rimas que aluden a lo inefable. En la casa del médico que lo trata de una enfermedad venérea, Francisco Esteban, conocerá a la que será su esposa, Casta Esteban y Navarro. Contrajeron matrimonio en el 19 de mayo de 1861. De 1858 a 1863, la Unión Liberal de O'Donnell gobernaba España y en 1860, González Bravo, con el apoyo del financiero Salamanca, funda El Contemporáneo, dirigido por José Luis Albareda, en el que participan redactores de la talla de Juan Valera. El gran amigo de Bécquer, Rodríguez Correa, ya redactor del nuevo diario, consiguió un puesto de redactor para el poeta sevillano. En este periódico, y hasta que desaparezca en 1865, hará crónica de salones, política y literatura; gracias a esta remuneración viven los recién casados. En 1862 nació su primer hijo, Gregorio Gustavo Adolfo, en Noviercas (Soria) donde posee bienes la familia de Casta y donde Bécquer tuvo una casita para su descanso y recreo. Empieza a escribir más para alimentar a su pequeña familia y, fruto de este intenso trabajo, nacieron varias de sus obras.
    Pero en 1863 padeció una grave recaída en su enfermedad, de la que se repuso, sin embargo, para marchar a Sevilla con su familia. De esa época es el retrato hecho por su hermano que se conserva en el Museo de Bellas Artes de Sevilla. Trabaja con su hermano Valeriano, cuya relación con Casta no era buena, debido a que ella no soporta su carácter y su constante presencia en casa. González Bravo, amigo y mecenas de Gustavo, le nombra censor de novelas en 1864 y el escritor vuelve a Madrid, donde desempeña este trabajo hasta 1867 con veinticuatro mil reales de sueldo. En este último año nace su segundo hijo, Jorge Bécquer.
    En 1866 ocupa de nuevo el cargo de censor hasta 1868; es este un año tétrico para Bécquer: Casta le es infiel, su libro de poemas desaparece en los disturbios revolucionarios y para huir de ellos marcha a Toledo, donde permanece un breve tiempo. En diciembre nace en Noviercas su tercer hijo, Emilio Eusebio, dando pábulo a su tragedia conyugal, pues se dice que este último hijo es del amante de Casta. Es más, Valeriano discute con Casta continuamente. Sin embargo, los esposos aún se escriben. Pasa entonces otra temporada en Toledo, de donde sale para Madrid en 1870 a fin de dirigir La Ilustración de Madrid, que acaba de fundar Eduardo Gasset con la intención de que lo dirigiera Gustavo Adolfo y trabajara en él Valeriano como dibujante. En septiembre, la muerte de su inseparable hermano y colaborador le sume en una honda tristeza. En noviembre fue nombrado director de una nueva publicación, El Entreacto, en la que apenas llega a publicar la primera parte de un inconcluso relato.[SUP]6[/SUP]
    Posiblemente a causa de un enfriamiento invernal en la primera quincena de diciembre, su ya precario estado de salud se agrava, y muere el 22 de dicho mes, coincidiendo con un eclipse total de sol. En los días de su agonía, pidió a su amigo el poeta Augusto Ferrán que quemase sus cartas («serían mi deshonra») y que publicasen su obra («Si es posible, publicad mis versos. Tengo el presentimiento de que muerto seré más y mejor conocido que vivo»); pidió también que cuidaran de sus hijos. Sus últimas palabras fueron «Todo mortal». Fue enterrado al día siguiente en el nicho nº 470 del Patio del Cristo, en la Sacramental de San Lorenzo y San José, de Madrid. Más adelante, en 1913, los restos de los dos hermanos fueron trasladados a Sevilla, reposando primero en la antigua capilla de la Universidad,[SUP]7[/SUP] y desde 1972 en el Panteón de Sevillanos Ilustres.[SUP]8[/SUP] Hay un monumento en recuerdo de Gustavo Adolfo en el centro de Sevilla.
    A la salida del funeral celebrado por Bécquer, el pintor Casado del Alisal propuso a varios de los asistentes la publicación de las obras del malogrado escritor. Para estudiar los detalles de esta edición se celebró a la una de la tarde del 24 de diciembre de 1870 una reunión en su estudio de pintura. Así se acordó una suscripción pública para recaudar fondos. Ese propósito despondía a dos motivos: por un lado honrar al amigo fallecido y por otro ayudar económicamente a la mujer e hijos de Bécquer. Bécquer le debe a Casado del Alisal su gloria literaria ya que sus obras podrían haber sido olvidadas de no ser por la decisión de Casado, tal y como corrobora Rafael Montesinos en su libro Bécquer, Biografía e Imagen.
    Ferrán y Correa se pusieron de inmediato a preparar la edición de sus Obras completas para ayudar a la familia; salieron en 1871 en dos volúmenes; en sucesivas ediciones fueron añadidos otros escritos.

    Fuentes:
    http://es.wikisource.org/wiki/Plantilla:Rimas_Becquer
    http://www.bibliotecasvirtuales.com/biblioteca/literaturaespanola/becquer/leyendas/index.asp

    NOTA DEL MODERADOR

    --..--

    A continuación se transcriben las Rimas I, LII y LXX, y el poema “Amor Eterno”

    --..--

    Fuente:

    http://www.poemas-del-alma.com/gustavo-adolfo-becquer.htm

    --..--

    Rima I

    Yo sé un himno gigante y extraño
    que anuncia en la noche del alma una aurora,
    y estas páginas son de ese himno
    cadencias que el aire dilata en las sombras.

    Yo quisiera escribirle, del hombre
    domando el rebelde, mezquino idioma,
    con palabras que fuesen a un tiempo
    suspiros y risas, colores y notas.

    Pero en vano es luchar, que no hay cifra
    capaz de encerrarle; y apenas, ¡oh, hermosa!,
    si, teniendo en mis manos las tuyas,
    pudiera, al oído, cantártelo a solas.

    --..--

    Rima LII

    Olas gigantes que os rompéis bramando
    en las playas desiertas y remotas,
    envuelto entre la sábana de espumas,
    ¡llevadme con vosotras!

    Ráfagas de huracán que arrebatáis
    del alto bosque las marchitas hojas,
    arrastrado en el ciego torbellino,
    ¡llevadme con vosotras!

    Nube de tempestad que rompe el rayo
    y en fuego ornáis las sangrientas orlas,
    arrebatado entre la niebla oscura,
    ¡llevadme con vosotras!.

    Llevadme, por piedad, a donde el vértigo
    con la razón me arranque la memoria.
    ¡Por piedad! ¡Tengo miedo de quedarme
    con mi dolor a solas!.

    --..--

    Rima LXX

    ¡Cuántas veces, al pie de las musgosas
    paredes que la guardan,
    oí la esquila que al mediar la noche
    a los maitines llama!

    ¡Cuántas veces trazó mi silueta
    la luna plateada,
    junto a la del ciprés, que de su huerto
    se asoma por las tapias!

    Cuando en sombras la iglesia se envolvía,
    de su ojiva calada,
    ¡cuántas veces temblar sobre los vidrios
    vi el fulgor de la lámpara!

    Aunque el viento en los ángulos oscuros
    de la torre silbara,
    del coro entre las voces percibía
    su voz vibrante y clara.

    En las noches de invierno, si un medroso
    por la desierta plaza
    se atrevía a cruzar, al divisarme
    el paso aceleraba.

    Y no faltó una vieja que en el torno
    dijese a la mañana,
    que de algún sacristán muerto en pecado
    acaso era yo el alma.

    A oscuras conocía los rincones
    del atrio y la portada;
    de mis pies las ortigas que allí crecen
    las huellas tal vez guardan.

    Los búhos, que espantados me seguían
    con sus ojos de llamas,
    llegaron a mirarme con el tiempo
    como a un buen camarada.

    A mi lado sin miedo los reptiles
    se movían a rastras;
    hasta los mudos santos de granito
    creo que me saludaban.

    --..--

    Amor Eterno

    Podrá nublarse el sol eternamente;
    Podrá secarse en un instante el mar;
    Podrá romperse el eje de la tierra
    Como un débil cristal.
    ¡todo sucederá! Podrá la muerte
    Cubrirme con su fúnebre crespón;
    Pero jamás en mí podrá apagarse
    La llama de tu amor.

    --..--
     
    #1
    Última modificación por un moderador: 9 de Mayo de 2013
  2. VicenteMoret

    VicenteMoret Moder. Biblioteca P. Clásica.Cronista del Tamboura Miembro del Equipo Moderadores

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    Gracias, Lobo, por la colaboración. Un abrazo. Chu.
     
    #2
  3. lobo111

    lobo111 Poeta que considera el portal su segunda casa

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    El Rayo de Luna. LEYENDA DE GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER
    El rayo de luna


    Yo no sé si esto es una historia que parece cuento o un cuento que parece historia; lo que puedo decir es que en su fondo hay una verdad, una verdad muy triste, de la que acaso yo seré uno de los últimos en aprovecharme, dadas mis condiciones de imaginación.

    Otro, con esta idea, tal vez hubiera hecho un tomo de filosofía lacrimosa; yo he escrito esta leyenda que, a los que nada vean en su fondo, al menos podrá entretenerles un rato.

    I

    Era noble, había nacido entre el estruendo de las armas, y el insólito clamor de una trompa de guerra no le hubiera hecho levantar la cabeza un instante ni apartar sus ojos un punto del oscuro pergamino en que leía la última cantiga de un trovador.

    Los que quisieran encontrarle, no lo debían buscar en el anchuroso patio de su castillo, donde los palafreneros domaban los potros, los pajes enseñaban a volar a los halcones, y los soldados se entretenían los días de reposo en afilar el hierro de su lanza contra una piedra.

    -¿Dónde está Manrique, dónde está vuestro señor? -preguntaba algunas veces su madre.

    -No sabemos -respondían sus servidores:- acaso estará en el claustro del monasterio de la Peña, sentado al borde de una tumba, prestando oído a ver si sorprende alguna palabra de la conversación de los muertos; o en el puente, mirando correr unas tras otras las olas del río por debajo de sus arcos; o acurrucado en la quiebra de una roca y entretenido en contar las estrellas del cielo, en seguir una nube con la vista o contemplar los fuegos fatuos que cruzan como exhalaciones sobre el haz de las lagunas. En cualquiera parte estará menos en donde esté todo el mundo.

    En efecto, Manrique amaba la soledad, y la amaba de tal modo, que algunas veces hubiera deseado no tener sombra, porque su sombra no le siguiese a todas partes.

    Amaba la soledad, porque en su seno, dando rienda suelta a la imaginación, forjaba un mundo fantástico, habitado por extrañas creaciones, hijas de sus delirios y sus ensueños de poeta, tanto, que nunca le habían satisfecho las formas en que pudiera encerrar sus pensamientos, y nunca los había encerrado al escribirlos.

    Creía que entre las rojas ascuas del hogar habitaban espíritus de fuego de mil colores, que corrían como insectos de oro a lo largo de los troncos encendidos, o danzaban en una luminosa ronda de chispas en la cúspide de las llamas, y se pasaba las horas muertas sentado en un escabel junto a la alta chimenea gótica, inmóvil y con los ojos fijos en la lumbre.

    Creía que en el fondo de las ondas del río, entre los musgos de la fuente y sobre los vapores del lago, vivían unas mujeres misteriosas, hadas, sílfides u ondinas, que exhalaban lamentos y suspiros, o cantaban y se reían en el monótono rumor del agua, rumor que oía en silencio intentando traducirlo.

    En las nubes, en el aire, en el fondo de los bosques, en las grietas de las peñas, imaginaba percibir formas o escuchar sonidos misteriosos, formas de seres sobrenaturales, palabras ininteligibles que no podía comprender.

    ¡Amar! Había nacido para soñar el amor, no para sentirlo. Amaba a todas las mujeres un instante: a ésta porque era rubia, a aquélla porque tenía los labios rojos, a la otra porque se cimbreaba al andar como un junco.

    Algunas veces llegaba su delirio hasta el punto de quedarse una noche entera mirando a la luna, que flotaba en el cielo entre un vapor de plata, o a las estrellas que temblaban a lo lejos como los cambiantes de las piedras preciosas. En aquellas largas noches de poético insomnio, exclamaba: -Si es verdad, como el prior de la Peña me ha dicho, que es posible que esos puntos de luz sean mundos; si es verdad que en ese globo de nácar que rueda sobre las nubes habitan gentes, ¡qué mujeres tan hermosas serán las mujeres de esas regiones luminosas, y yo no podré verlas, y yo no podré amarlas!... ¿Cómo será su hermosura?... ¿Cómo será su amor?...

    Manrique no estaba aún lo bastante loco para que le siguiesen los muchachos, pero sí lo suficiente para hablar y gesticular a solas, que es por donde se empieza.

    II

    Sobre el Duero, que pasaba lamiendo las carcomidas y oscuras piedras de las murallas de Soria, hay un puente que conduce de la ciudad al antiguo convento de los Templarios, cuyas posesiones se extendían a lo largo de la opuesta margen del río.

    En la época a que nos referimos, los caballeros de la Orden habían ya abandonado sus históricas fortalezas; pero aún quedaban en pie los restos de los anchos torreones de sus muros, aún se veían, como en parte se ven hoy, cubiertos de hiedra y campanillas blancas, los macizos arcos de su claustro, las prolongadas galerías ojivales de sus patios de armas, en las que suspiraba el viento con un gemido, agitando las altas hierbas.

    En los huertos y en los jardines, cuyos senderos no hollaban hacía muchos años las plantas de los religiosos, la vegetación, abandonada a sí misma, desplegaba todas sus galas, sin temor de que la mano del hombre la mutilase, creyendo embellecerla. Las plantas trepadoras subían encaramándose por los añosos troncos de los árboles; las sombrías calles de álamos, cuyas copas se tocaban y se confundían entre sí, se habían cubierto de césped; los cardos silvestres y las ortigas brotaban en medio de los enarenados caminos, y en dos trozos de fábrica, próximos a desplomarse, el jaramago, flotando al viento como el penacho de una cimera, y las campanillas blancas y azules, balanceándose como en un columpio sobre sus largos y flexibles tallos, pregonaban la victoria de la destrucción y la ruina.

    Era de noche; una noche de verano, templada, llena de perfumes y de rumores apacibles, y con una luna blanca y serena, en mitad de un cielo azul, luminoso y transparente.

    Manrique, presa su imaginación de un vértigo de poesía, después de atravesar el puente, desde donde contempló un momento la negra silueta de la ciudad, que se destacaba sobre el fondo de algunas nubes blanquecinas y ligeras arrolladas en el horizonte, se internó en las desiertas ruinas de los Templarios.

    La media noche tocaba a su punto. La luna, que se había ido remontando lentamente, estaba ya en lo más alto del cielo, cuando al entrar en una oscura alameda que conducía desde el derruido claustro a la margen del Duero, Manrique exhaló un grito leve y ahogado, mezcla extraña de sorpresa, de temor y de júbilo.

    En el fondo de la sombría alameda había visto agitarse una cosa blanca, que flotó un momento y desapareció en la oscuridad. La orla del traje de una mujer, de una mujer que había cruzado el sendero y se ocultaba entre el follaje, en el mismo instante en que el loco soñador de quimeras o imposibles penetraba en los jardines.

    -¡Una mujer desconocida!... ¡En este sitio!..., ¡A estas horas! Esa, esa es la mujer que yo busco -exclamó Manrique; y se lanzó en su seguimiento, rápido como una saeta.

    III

    Llegó al punto en que había visto perderse entre la espesura de las ramas a la mujer misteriosa. Había desaparecido. ¿Por dónde? Allá lejos, muy lejos, creyó divisar por entre los cruzados troncos de los árboles como una claridad o una forma blanca que se movía.

    -¡Es ella, es ella, que lleva alas en los pies y huye como una sombra! -dijo, y se precipitó en su busca, separando con las manos las redes de hiedra que se extendían como un tapiz de unos en otros álamos. Llegó rompiendo por entre la maleza y las plantas parásitas hasta una especie de rellano que iluminaba la claridad del cielo... ¡Nadie! -¡Ah!, por aquí, por aquí va -exclamó entonces.- Oigo sus pisadas sobre las hojas secas, y el crujido de su traje que arrastra por el suelo y roza en los arbustos; -y corría y corría como un loco de aquí para allá, y no la veía. -Pero siguen sonando sus pisadas -murmuró otra vez;- creo que ha hablado; no hay duda, ha hablado... El viento que suspira entre las ramas; las hojas, que parece que rezan en voz baja, me han impedido oír lo que ha dicho; pero no hay duda, va por ahí, ha hablado... ha hablado... ¿En qué idioma? No sé, pero es una lengua extranjera... Y tornó a correr en su seguimiento, unas veces creyendo verla, otras pensando oírla; ya notando que las ramas, por entre las cuales había desaparecido, se movían; ya imaginando distinguir en la arena la huella de sus propios pies; luego, firmemente persuadido de que un perfume especial que aspiraba a intervalos era un aroma perteneciente a aquella mujer que se burlaba de él, complaciéndose en huirle por entre aquellas intrincadas malezas. ¡Afán inútil!

    Vagó algunas horas de un lado a otro fuera de sí, ya parándose para escuchar, ya deslizándose con las mayores precauciones sobre la hierba, ya en una carrera frenética y desesperada.

    Avanzando, avanzando por entre los inmensos jardines que bordaban la margen del río, llegó al fin al pie de las rocas sobre que se eleva la ermita de San Saturio. -Tal vez, desde esta altura podré orientarme para seguir mis pesquisas a través de ese confuso laberinto -exclamó trepando de peña en peña con la ayuda de su daga.

    Llegó a la cima, desde la que se descubre la ciudad en lontananza y una gran parte del Duero que se retuerce a sus pies, arrastrando una corriente impetuosa y oscura por entre las corvas márgenes que lo encarcelan.

    Manrique, una vez en lo alto de las rocas, tendió la vista a su alrededor; pero al tenderla y fijarla al cabo en un punto, no pudo contener una blasfemia.

    La luz de la luna rielaba chispeando en la estela que dejaba en pos de sí una barca que se dirigía a todo remo a la orilla opuesta.

    En aquella barca había creído distinguir una forma blanca y esbelta, una mujer sin duda, la mujer que había visto en los Templarios, la mujer de sus sueños, la realización de sus más locas esperanzas. Se descolgó de las peñas con la agilidad de un gamo, arrojó al suelo la gorra, cuya redonda y larga pluma podía embarazarle para correr, y desnudándose del ancho capotillo de terciopelo, partió como una exhalación hacia el puente.

    Pensaba atravesarlo y llegar a la ciudad antes que la barca tocase en la otra orilla. ¡Locura! Cuando Manrique llegó jadeante y cubierto de sudor a la entrada, ya los que habían atravesado el Duero por la parte de San Saturio, entraban en Soria por una de las puertas del muro, que en aquel tiempo llegaba hasta la margen del río, en cuyas aguas se retrataban sus pardas almenas.

    IV

    Aunque desvanecida su esperanza de alcanzar a los que habían entrado por el postigo de San Saturio, no por eso nuestro héroe perdió la de saber la casa que en la ciudad podía albergarlos. Fija en su mente esta idea, penetró en la población, y dirigiéndose hacia el barrio de San Juan, comenzó a vagar por sus calles a la ventura.

    Las calles de Soria eran entonces, y lo son todavía, estrechas, oscuras y tortuosas. Un silencio profundo reinaba en ellas, silencio que sólo interrumpían, ora el lejano ladrido de un perro; ora el rumor de una puerta al cerrarse, ora el relincho de un corcel que piafando hacía sonar la cadena que le sujetaba al pesebre en las subterráneas caballerizas.

    Manrique, con el oído atento a estos rumores de la noche, que unas veces le parecían los pasos de alguna persona que había doblado ya la última esquina de un callejón desierto, otras, voces confusas de gentes que hablaban a sus espaldas y que a cada momento esperaba ver a su lado, anduvo algunas horas, corriendo al azar de un sitio a otro.

    Por último, se detuvo al pie de un caserón de piedra, oscuro y antiquísimo, y al detenerse brillaron sus ojos con una indescriptible expresión de alegría. En una de las altas ventanas ojivales de aquel que pudiéramos llamar palacio, se veía un rayo de luz templada y suave que, pasando a través de unas ligeras colgaduras de seda color de rosa, se reflejaba en el negruzco y grieteado paredón de la casa de enfrente.

    -No cabe duda; aquí vive mi desconocida -murmuró el joven en voz baja sin apartar un punto sus ojos de la ventana gótica;- aquí vive. Ella entró por el postigo de San Saturio... por el postigo de San Saturio se viene a este barrio... en este barrio hay una casa, donde pasada la media noche aún hay gente en vela... ¿En vela? ¿Quién sino ella, que vuelve de sus nocturnas excursiones, puede estarlo a estas horas?... No hay más; ésta es su casa.

    En esta firme persuasión, y revolviendo en su cabeza las más locas y fantásticas imaginaciones, esperó el alba frente a la ventana gótica, de la que en toda la noche no faltó la luz ni él separó la vista un momento.

    Cuando llegó el día, las macizas puertas del arco que daba entrada al caserón, y sobre cuya clave se veían esculpidos los blasones de su dueño, giraron pesadamente sobre los goznes, con un chirrido prolongado y agudo. Un escudero reapareció en el dintel con un manojo de llaves en la mano, restregándose los ojos y enseñando al bostezar una caja de dientes capaces de dar envidia a un cocodrilo.

    Verle Manrique y lanzarse a la puerta, todo fue obra de un instante.

    -¿Quién habita en esta casa? ¿Cómo se llama ella? ¿De dónde es? ¿A qué ha venido a Soria? ¿Tiene esposo? Responde, responde, animal. -Ésta fue la salutación que, sacudiéndole el brazo violentamente, dirigió al pobre escudero, el cual, después de mirarle un buen espacio de tiempo con ojos espantados y estúpidos, le contestó con voz entrecortada por la sorpresa:

    En esta casa vive el muy honrado señor D. Alonso de Valdecuellos, montero mayor de nuestro señor el rey, que herido en la guerra contra moros, se encuentra en esta ciudad reponiéndose de sus fatigas.

    -Pero ¿y su hija? -interrumpió el joven impaciente;- ¿y su hija, o su hermana; o su esposa, o lo que sea?

    -No tiene ninguna mujer consigo.

    -¡No tiene ninguna!... Pues ¿quién duerme allí en aquel aposento, donde toda la noche he visto arder una luz?

    -¿Allí? Allí duerme mi señor D. Alonso, que, como se halla enfermo, mantiene encendida su lámpara hasta que amanece.

    Un rayo cayendo de improviso a sus pies no le hubiera causado más asombro que el que le causaron estas palabras.

    V

    -Yo la he de encontrar, la he de encontrar; y si la encuentro, estoy casi seguro de que he de conocerla... ¿En qué?... Eso es lo que no podré decir... pero he de conocerla. El eco de sus pisadas o una sola palabra suya que vuelva a oír, un extremo de su traje, un solo extremo que vuelva a ver, me bastarán para conseguirlo. Noche y día estoy mirando flotar delante de mis ojos aquellos pliegues de una tela diáfana y blanquísima; noche y día me están sonando aquí dentro, dentro de la cabeza, el crujido de su traje, el confuso rumor de sus ininteligibles palabras... ¿Qué dijo?... ¿qué dijo? ¡Ah!, si yo pudiera saber lo que dijo, acaso... pero aún sin saberlo la encontraré... la encontraré; me lo da el corazón, y mi corazón no me engaña nunca. Verdad es que ya he recorrido inútilmente todas las calles de Soria; que he pasado noches y noches al sereno, hecho poste de una esquina; que he gastado más de veinte doblas en oro en hacer charlar a dueñas y escuderos; que he dado agua bendita en San Nicolás a una vieja, arrebujada con tal arte en su manto de anascote, que se me figuró una deidad; y al salir de la Colegiata una noche de maitines, he seguido como un tonto la litera del arcediano, creyendo que el extremo de sus holapandas era el del traje de mi desconocida; pero no importa... yo la he de encontrar, y la gloria de poseerla excederá seguramente al trabajo de buscarla.

    ¿Cómo serán sus ojos?... Deben de ser azules, azules y húmedos como el cielo de la noche; me gustan tanto los ojos de ese color; son tan expresivos, tan melancólicos, tan... Sí... no hay duda; azules deben de ser, azules son, seguramente; y sus cabellos negros, muy negros y largos para que floten... Me parece que los vi flotar aquella noche, al par que su traje, y eran negros... no me engaño, no; eran negros.

    ¡Y qué bien sientan unos ojos azules, muy rasgados y adormidos, y una cabellera suelta, flotante y oscura, a una mujer alta... porque... ella es alta, alta y esbelta como esos ángeles de las portadas de nuestras basílicas, cuyos ovalados rostros envuelven en un misterioso crepúsculo las sombras de sus doseles de granito!

    ¡Su voz!... su voz la he oído... su voz es suave como el rumor del viento en las hojas de los álamos, y su andar acompasado y majestuoso como las cadencias de una música.

    Y esa mujer, que es hermosa como el más hermoso de mis sueños de adolescente, que piensa como yo pienso, que gusta como yo gusto, que odia lo que yo odio, que es un espíritu humano de mi espíritu, que es el complemento de mi ser, ¿no se ha de sentir conmovida al encontrarme? ¿No me ha de amar como yo la amaré, como la amo ya, con todas las fuerzas de mi vida, con todas las facultades de mi alma?

    Vamos, vamos al sitio donde la vi la primera y única vez que le he visto... ¿Quién sabe si, caprichosa como yo, amiga de la soledad y el misterio, como todas las almas soñadoras, se complace en vagar por entre las ruinas, en el silencio de la noche?

    Dos meses habían transcurrido desde que el escudero de D. Alonso de Valdecuellos desengañó al iluso Manrique; dos meses durante los cuales en cada hora había formado un castillo en el aire, que la realidad desvanecía con un soplo; dos meses, durante los cuales había buscado en vano a aquella mujer desconocida, cuyo absurdo amor iba creciendo en su alma, merced a sus aún más absurdas imaginaciones, cuando después de atrevesar absorto en estas ideas el puente que conduce a los Templarios, el enamorado joven se perdió entre las intrincadas sendas de sus jardines.

    VI

    La noche estaba serena y hermosa, la luna brillaba en toda su plenitud en lo más alto del cielo, y el viento suspiraba con un rumor dulcísimo entre las hojas de los árboles.

    Manrique llegó al claustro, tendió la vista por su recinto y miró a través de las macizas columnas de sus arcadas... Estaba desierto.

    Salió de él encaminó sus pasos hacia la oscura alameda que conduce al Duero, y aún no había penetrado en ella, cuando de sus labios se escapó un grito de júbilo.

    Había visto flotar un instante y desaparecer el extremo del traje blanco, del traje blanco de la mujer de sus sueños, de la mujer que ya amaba como un loco.

    Corre, corre en su busca, llega al sitio en que la ha visto desaparecer; pero al llegar se detiene, fija los espantados ojos en el suelo, permanece un rato inmóvil; un ligero temblor nervioso

    agita sus miembros, un temblor que va creciendo, que va creciendo y ofrece los síntomas de una verdadera convulsión, y prorrumpe al fin una carcajada, una carcajada sonora, estridente, horrible.

    Aquella cosa blanca, ligera, flotante, había vuelto a brillar ante sus ojos, pero había brillado a sus pies un instante, no más que un instante.

    Era un rayo de luna, un rayo de luna que penetraba a intervalos por entre la verde bóveda de los árboles cuando el viento movía sus ramas.

    Habían pasado algunos años. Manrique, sentado en un sitial junto a la alta chimenea gótica de su castillo, inmóvil casi y con una mirada vaga e inquieta como la de un idiota, apenas prestaba atención ni a las caricias de su madre, ni a los consuelos de sus servidores.

    -Tú eres joven, tú eres hermoso -le decía aquélla;- ¿por qué te consumes en la soledad? ¿Por qué no buscas una mujer a quien ames, y que amándote pueda hacerte feliz?

    -¡El amor!... El amor es un rayo de luna -murmuraba el joven.

    -¿Por qué no despertáis de ese letargo? -le decía uno de sus escuderos;- os vestís de hierro de pies a cabeza, mandáis desplegar al aire vuestro pendón de ricohombre, y marchamos a la guerra: en la guerra se encuentra la gloria.

    -¡La gloria!... La gloria es un rayo de luna.

    -¿Queréis que os diga una cantiga, la última que ha compuesto mosén Arnaldo, el trovador provenzal?

    -¡No! ¡No! -exclamó el joven incorporándose colérico en su sitial;- no quiero nada... es decir, sí quiero... quiero que me dejéis solo... Cantigas... mujeres... glorias... felicidad... mentiras todo, fantasmas vanos que formamos en nuestra imaginación y vestimos a nuestro antojo, y los amamos y corremos tras ellos, ¿para qué?, ¿para qué?, para encontrar un rayo de luna.

    Manrique estaba loco: por lo menos, todo el mundo lo creía así. A mí, por el contrario, se me figuraba que lo que había hecho era recuperar el juicio.

    Gustavo Adolfo Bécquer

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    Javier Mora
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    #3
    Última modificación: 3 de Mayo de 2013
  4. azulalfilrojo

    azulalfilrojo Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Aunque conozco su obra "de sobra", es uno de mis poetas favoritos, hay algunos aspectos de su biografía que desconocía.
    Gracias, lobo, es un gran trabajo el que estáis haciendo.
    Saludos cordiales.
     
    #4
  5. lobo111

    lobo111 Poeta que considera el portal su segunda casa

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    LA CORZA BLANCA
    En un pequeño lugar de Aragón , y allá por los años de mil trescientos y pico, vivía retirado en su torre señorial un famoso caballero llamado don Dionís, el cual después de haber servido a su rey en la guerra contra infieles, descansaba a la sazón, entregado al alegre ejercicio de la caza, de las rudas fatigas de los combates.
    Aconteció una vez a este caballero, hallándose en su favorita diversión acompañado de su hija, cuya belleza singular y extraordinaria blancura le habían granjeado el sobrenombre de la Azucena, que como se les entrase a más andar el día engalfados en perseguir a una res en el monte de su feudo, tuvo que acogerse durante las horas de la siesta, a una cañada por donde corría un riachuelo, saltando de roca en roca con un ruido manso y agradable.
    Haría cosa de unas horas que don Dionís se encontraba en aquel delicioso lugar, recostado sobre la menuda grama a la sombra de una chopera, departiendo amigablemente con sus monteros sobre las peripecias del día, y refiriéndose unos a otros las aventuras más o menos curiosas que en su vida de cazadores les habían acontecido, cuando por lo alto de la empinada ladera y a través de los alternados murmullos del viento que agitaba las hojas de los árboles, comenzó a percibirse, cada vez más cerca. el sonido de una esquililla a las del guión de un rebaño.
    En efecto, era así, pues a poco de haberse oído la esquililla empezaron a saltar por entre las apiñadas matas de cantueso y tomillo y a descender a la orilla opuesta del riachuelo, hasta unos cien corderos blancos como la nieve, detrás de los cuales, con su caperuza calada para libertarse la cabeza de los perpendiculares rayos del sol, y su hatillo al hombro en la punta de un palo, apareció el zagal que los conducía.
    - A propósito de aventuras extraordinarias-exclamó al verle uno de los monteros de don Dionís, dirigiéndose a su señor, ahí tenéis a Esteban, el zagal que de un tiempo a esta parte anda más tonto que lo que naturalmente lo hizo Dios, que no es poco, y el cual puede haceros pasar un rato divertido refiriendo la causa de sus continuos sustos.
    ¿Pues qué le acontece a ese pobre diablo, inquirió don Dionís con aire de curiosidad picada?
    ¡Friolera!, añadió el montero en tono de zumba, es el caso que, sin haber nacido en Viernes Santo, ni estar señalado con la cruz, ni hallarse en relaciones con el demonio a lo que se puede colegir de sus hábitos de cristiano viejo, se encuentra, sin saber cómo ni por donde , dotado de la facultad más maravillosa que ha poseído hombre alguno, a no ser Salomón, de quien se dice que sabía hasta el lenguaje de los pájaros.
    ¿Y a qué se refiere esa facultad maravillosa?, se refiere, prosiguió el montero, a que, según él afirma, y lo jura y lo perjura por todo lo más sagrado del mundo, los ciervos que discurren por estos montes se han dado de ojo para no dejarle en paz, siendo lo más gracioso del caso que en más de una ocasión los ha sorprendido concertando entre sí las burlas que han de hacerle y después que estás burlas se han llevado a termino, ha oído las ruidosas carcajadas con las que las celebran.
    Mientras esto decía el montero, Constanza, que así se llamaba la hermosa hija de don Dionís, se había aproximado al grupo de los cazadores, y como demostrase su curiosidad por conocer la extraordinaria historia de Esteban, uno de éstos se adelantó hasta el sitio en donde el zagal daba de beber a su ganado, y le condujo a presencia de su señor que, para disipar la turbación y el visible encogimientos del pobre mozo, se apresuró a saludarle por su nombre, acompañando el saludo con una bondadosa sonrisa.
    Era Esteban un muchacho de diecinueve a veinte años, fornido, con la cabeza pequeña y hundida entre los hombros, los ojos pequeños y azules, la mirada incierta y torpe como la de los albinos, la nariz roma, los labios gruesos y entreabiertos, la frente alzada, la tez blanca , pero ennegrecida por el sol, y el cabello, que le caía parte sobre los ojos y parte alrededor de la cara, en guedejas ásperas y rojas semejantes a las crines de un rocín colorado.
    Esto, sobre poco más o menos, era Esteban en cuanto al físico, respecto a su moral, podía aseverarse sin temor de ser desmentido ni por él ni por ninguna de las personas que le conocían, que era perfectamente simple, aunque un tanto suspicaz y malicioso, como buen rústico.
    Una vez el zagal repuesto de su turbación, le dirigió de nuevo la palabra a don Dionís, y con el tono más señorial del mundo, y fingiendo un extraordinario interés por conocer los detalles del suceso a que su montero se había referido, le hizo una multitud de preguntas, a las que Esteban comenzó a contestar de una manera evasiva, como deseando evitar explicaciones sobre el asunto.
    Estrechado, sin embargo, por las interrogaciones de su señor y por los ruegos de Constanza, que parecía la más curiosa e interesada en que el pastos refiriese sus estupendas aventuras, decidióse éste a hablar, mas no sin que antes dirigiese a su alrededor una mirada de desconfianza, como temiendo ser oído por otras personas que las que allí estaban presentes, y de rascarse tres o cuatro veces la cabeza tratando de reunir sus recuerdos o hílvanar su discurso, que al fin comenzó de esta manera:
    Es el caso, señor, que según me dijo un preste de Tarazona, al que acudí no ha mucho para consultar más dudas, con el diablo no sirven juegos, sino punto en boca, buenas y muchas oraciones a San Bartolomé, que es quien le conoce las cosquillas, y dejarle andar; que Dios que es justo y está allá arriba, proveerá a todo.
    Firme en esta idea, había decidido no volver a decir palabra sobre el asunto a nadie, ni por nada, pero lo haré hoy por satisfacer a vuestra curiosidad, y a fe, a fe que después de todo, si el diablo me lo toma en cuenta y torna a molestarme en castigo de mi indiscreción, buenos evangelios llevo cosidos a la pelliza y con su ayuda creo que, como otras veces, no me será inútil el garrote.
    Pero vamos, apremió don Dionís, impaciente al escuchar las digresiones del zagal, que amenazaba no concluir nunca, déjate de rodeos y ve derecho al asunto.
    A él voy, contestó con calma Esteban, que después de dar una gran voz acompañada de un silbido para que se agruparan los corderos, que no perdía de vista y comenzaba a desparramarse por el monte, tornó a rascarse la cabeza y prosiguió así:
    [COLOR=#000080] Por una parte vuestras continuas excursiones, y por otra el dale que le das de los cazadores furtivos, que ya con trampa o con ballesta no dejan res a vida en veinte jornadas al contorno, habían no hace mucho agotado la caza en estos montes, hasta el extremo de no encontrarse un venado en ellos ni por un ojo de la cara.[/COLOR]
    [SIZE=2][COLOR=#000080] Hablaba yo de esto mismo en el lugar, sentado en el porche de la iglesia, donde después de acabada la misa del domingo solía reunirme con algunos peones de los que labran la tierra de Veratón , cuando algunos de ellos me dijeron:[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] Pues, hombre, no sé en qué consistía el que tú no las topes, pues de nosotros podemos asegurarte que no bajamos una vez a las hazas que no nos encontremos rastro, y hace tres o cuatro días, sin ir más lejos, una manada que, a juzgar por la huellas, debía de componerse de más de veinte, le segaron antes de tiempo una pieza de trigo al santero de la Virgen del Romeral.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] ¿Y hacía qué sitio seguía el rastro?, pregunté a los peones, con ánimo de ver si topaba con la tropa. Hacía la cañada de los cantuesos, me contestaron.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080]No eché en saco roto la advertencia, y aquella noche misma fui a apostarme entre los chopos. Durante toda ella estuve oyendo por acá y por allá, tan pronto lejos como cerca, el bramido de los ciervos que se llamaban unos a otros, y de vez en cuando sentía moverse el ramaje a mis espaldas, pero por más que hice todo ojos, la verdad es que no pude distinguir a ninguno.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] No obstante, al romper el día, cuando llevé a los corderos al agua, a la orilla de este río, como obra de dos tiros de honda del sitio en que nos hallamos, y en una umbría de los chopos, donde ni a la hora de la siesta se desliza un rayo de sol, encontré huellas recientes de los ciervos, algunas ramas desgajadas, la corriente un poco turbia y, lo que es más particular, entre el rastro de las reses las breves huellas de unos pies pequeñitos como la mitad de la palma de mi mano, sin ponderación alguna.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] Al decir esto, el mozo, instintivamente, y al parecer buscando un punto de comparación, dirigió la vista hacia el pide de Constanza que asomaba por debajo del brial, calzado de un precioso chapín de tafilete amarillo, pero como al par de Esteban bajasen también los ojos de don Dionís y algunos de los monteros que le rodeaban, la hermosa niña se apresuró a esconderlo, exclamando con el tono más natural del mundo; ¡Oh no!; por desgracia, no los tengo yo tan pequeños pues de este tamaño sólo se encuentran en las hadas cuya historia nos refieren los trovadores.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] Pues no paro aquí la cosa, continuó el zagal, cuando Constanza hubo concluido, sino que otra vez, habiéndome colocado en otro escondite por donde indudablemente habían de pasar los ciervos para dirigirse a la cañada, allá al filo de la medianoche me rindió un poco el sueño , aunque no tanto que no abriese los ojos en el mismo punto en que creí percibir que las ramas se movían a mi alrededor. Abrí los ojos, según dejo dicho, me incorporé con sumo cuidado, y poniendo atención a aquel confuso murmullo que cada vez sonaba más próximo, oí en las ráfagas de aire como gritos y cantares extraños, carcajadas y tres o cuatro voces distintas que hablaban entre si, como un ruido y algarabía semejantes al de las muchachas del lugar, cuando riendo y bromeando por el camino vuelven en bandadas de la fuente con sus cántaros a la cabeza.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] Según colegía de la proximidad de las voces y del cercano chasquido de las ramas que crujían al romperse para dar paso a aquella turba de locuelas, iban a salir de la espesura a un pequeño rellano que formaba el monte en el sitio donde yo estaba oculto, cuando enteramente a mis espaldad, tan cerca o más que me encuentro de vosotros, oí una nueva voz fresca, delgada y vibrante que dijo ...., creedlo, señores, esto es tan seguro como que me he de morir..., dijo ... claro y distintamente, estas palabras:[/COLOR][/SIZE]
    [CENTER][FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080]¡Por aquí, por aquí, compañeras,
    que está ahí el bruto de Esteban![/COLOR][/SIZE][/FONT][/CENTER][FONT=Verdana] [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080]Al llegar a este punto de la relación el zagal, los circunstantes no pudieron ya contener por más tiempo la risa que hacía largo rato les retozaba en los ojos, y dando rienda suelta a su buen humor prorrumpieron en una carcajada estrepitosa. De los primeros en comenzar a reír y de los últimos en dejarlo , fueron don Dionís, que a pesar de su fingida circunspección no pudo por menos que tomar parte en el regocijo, y su hija Constanza, la cual cada vez que miraba a Esteban todo suspenso y confuso, tornaba a reírse como una loca hasta el punto de saltarle las lágrimas a los ojos.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] El zagal, por su parte, aunque sin atender al efecto que su narración había producido, parecía todo turbado e inquieto; mientras los señores reían a sabor de sus inocentadas, él tornaba la vista a un lado y a otro con visibles muestras de temor y como queriendo descubrir algo a través de los cruzados troncos de los árboles.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080]¿Qué es eso, Esteban, qué te sucede?, le preguntó uno de los monteros, notando la creciente inquietud del pobre mozo, que ya fijaba sus espantadas pupilas en la hija de don Dionís, ya las volvía a su alrededor con una expresión asombrada y estúpida.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] Me sucede una cosa muy extraña, explicó Esteban, cuando, después de escuchar las palabras que dejo referidas, me incorporé con prontitud para sorprender a la personas que las había pronunciado, una corza blanca como la nieve salió de entre las mismas matas en donde yo estaba oculto, y dando unos saltos enormes por encima de los carrascales y los lentiscos, se alejó seguida de una tropa de corzas de su color natural, y así estas como la blanca que las iba guiando, no arrojaban bramidos al huir, sino que se reían con unas carcajadas cuyo eco juraría que aún me está sonando en los oídos en este momento.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] ¡Bah!....¡Bah!... Esteban, exclamó don Dionís con aire burlón, sigue los consejos del preste de Tarazona no hables de tus encuentros con los corzos amigos de burlas, no sea que haga el diablo que al fin pierdas el poco juicio que tienes, y pues ya estás provisto de los evangelios, y sabes las oraciones de San[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080]Bartolomé vuélvete a tus corderos, que comienzan a desbandarse por la cañada.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080]Si los espíritus malignos tornan a incomodarle ya sabes el remedio: paternoster y garrotazo.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] El zagal, después de guardarse en el zurrón un medio pan blanco y un trozo de carne de jabalí, y en el estómago un valiente trago de vino que le dio por orden de su señor uno de los palafreneros, despidióse de don Dionís y su hija, y apenas anduvo cuatro pasos , comenzó a voltear la honda para reunir a pedradas los corderos.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] Como a esta sazón notábase don Dionís que entre unas y otras las horas del calor eran pasadas y el vientecillo de la tarde comenzaba a mover las hojas de los chopos y a refrescar los campos, dio orden a su comitiva para que aderezasen las caballerías que andaban paciendo sueltas por el inmediato soto; y cuando todo estuvo a punto, hizo seña a los unos para que soltasen las traíllas, y a los otros para que tocasen las trompas, y saliendo en tropel de la chopera, prosiguió adelante la interrumpida caza.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] Entre los monteros de Don Dionís había uno llamado Garcés hijo de un antiguo servidor de la familia, y por tanto el más querido de sus señores.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080]Garcés tenía poco más o menos la edad de Constanza, y desde muy niño habíase acostumbrado a prevenir al menor de sus deseos y adivinar y satisfacer el más leve de sus antojos.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] Por su mano se entretenía en afilar en los ratos de ocio las agudas saetas de su ballesta de marfil, él domaba los potros que había de montar su señora, él ejercitaba en los ardides de la caza a sus lebreles favoritos y amaestraba a sus halcones, a los cuales compraba en las ferias de Castila caperuzas rojas bordadas de oro.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] Para con los otros monteros, los pajes y la gente menuda del servicio de don Dionís, la exquisita solicitud de Garcés y el aprecio con que sus señores le distinguían, habíanle valido una especio de general animadversión, y al decir a los envidiosos , en todos aquellos cuidados con que se adelantaba a prevenir los caprichos de su señora, revelase su carácter adulador y rastrero. No faltaban, sin embargo, algunos que más avisados o maliciosos, creyeron sorprender en la asiduidad del solicito mancebo algunas señales de mal disimulado amor.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] Si en efecto era así, el oculto cariño de Garcés tenía más que sobrada disculpa en la incomparable hermosura de Constanza. Hubiérase necesitado un pecho de roca y un corazón de hielo para permanecer impasible un día y otro al lado de aquella mujer singular por su belleza y sus raros atractivos.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] La Azucena del Moncayo llamábanla en veinte leguas a la redonda, y bien merecía este sobrenombre, porque eran tan airosa, tan blanca y tan rubia, que como a las azucenas, parecía que Dios la había hecho de nieve y oro.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] Y sin embargo, entre los señores comarcanos murmurábase que la hermosa castellana de Veratón no era tan limpia de sangre como bella, y que, a pesar de sus trenzas rubias y su tez de alabastro, había tenido por madre una gitana. Lo cierto que pudiera haber en estas murmuraciones nadie pudo nunca decirlo, porque la verdad era que don Dionís tuvo una vida bastante azarosa en su juventud, y después de combatir largo tiempo bajo la conducta del monarca aragonés del cual recabó entre otras mercedes el feudo del Moncayo marchóse a Palestina, en donde anduvo errante algunos años, para volver por último a encerrarse en su castillo de Veratón con una hija pequeña, nacida sin duda en aquellos países remotos. El único que hubiera podido decir algo acerca del misterioso origen de Constanza, pues acompañó a don Dionís en sus lejanas peregrinaciones, era el padre de Garcés, y este había ya muerto hacía bastante tiempo, sin decir una sola palabra sobre el asunto ni a su propio hijo, que varias veces y con muestras de gran interés se lo había preguntado.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] El carácter tan pronto retraído y melancólico como bullicioso y alegre de Constanza, la extraña exaltación de sus ideas, sus extravagantes caprichos, sus nunca vistas costumbres, hasta la particularidad de tener los ojos y las cejas negros como la noche, siendo blando blanca y rubia como el oro, habían contribuido a dar pábulo a las hablillas de sus convecinos , y aun el mismo Garcés, que tan íntimamente la trataba, había llegado a persuadirse que su señora era algo especial y no se parecía a las demás mujeres .[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] Presente a la relación de Esteban, como los otros monteros, Garcés fue acaso el único que oyó con verdadera curiosidad los pormenores de su increíble aventura, y si bien no pudo menos de sonreír cuando el zagal repitió las palabras de la corza blanca, desde que abandonó el soto en que habían sesteado comenzó a revolver en su mente las más absurdas imaginaciones.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080]"No cabe duda que todo eso de hablar las corzas es pura aprensión de Esteban, que es un completo mentecato, decía entre si el joven montero mientras que, jinete en un poderoso alazán, seguía a paso el palafrén de Constanza, la cual también parecía mostrarse un tanto distraída y silenciosa, y retirada del tropel de los cazadores, apenas tomaba parte en la fiesta, pero, ¿quién dice que en lo que se refiere a ese simple no existirá algo de verdad?, prosiguió pensando el mancebo.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080]Cosas más extrañas hemos visto en el mundo, y una corza blanca bien puede haberla, puesto que, si se ha de dar crédito a las cantigas del país, San Humberto, patrón de los cazadores, tenía una. ¡Oh, si yo pudiese coger viva una corza blanca para ofrecérsela a mi señora!."[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] Así pensando y discurriendo pasó Garcés la tarde, y cuando ya el sol comenzó a esconderse por detrás de las cetrinas lomas y don Dionís mandó volver grupas a su gente para tornar al castillo, separóse sin ser notado de la comitiva y echó en busca del zagal por lo más espeso e intrincado del monte.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] La noche había cerrado casi por completo cuando don Dionís llegaba a las puertas de su castillo. Acto continuo dispusieron una frugal colocación y sentóse con su hija en la mesa.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] Y Garcés ¿dónde está?, preguntó Constanza, notando que su montero no se encontraba allí para servirla como tenía de costumbre.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] No sabemos, se apresuraron a contestar los otros servidores; desapareció de entre nosotros cerca de la cañada, y esta es la hora que todavía no le hemos visto.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] En este punto llegó Garcés todo sofocado, cubierta aún de sudor la frente, pero con la cara más regocijada y satisfecha que pudiera imaginarse.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] Perdóname señora, rogó, dirigiéndose a Constanza, personadme si he faltado un momento a mi obligación: pero allá de donde vengo a todo correr de mi caballo, como aquí, sólo me ocupaba en serviros.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] ¿En servirme?, repitió Constanza, no comprendo lo que quieres decir.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] Si ,señora, en serviros, repitió el joven, pues he averiguado que es verdad que la corza blanca existe. A más de Esteban, le dan por seguro otros varios pastores, que juran haberla visto más de una vez, y con ayuda de los cuales espero en Dios y en mi patrón San Humberto, que antes de tres días, viva o muerta, os la traeré al castillo.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] ¡Bah!... ¡Bah!.. ,exclamó Constanza, con aire de zumba, mientras hacían coro a sus palabras las risas más o menos disimuladas de los presentes. Déjate de cacerías nocturnas y de corzas blancas; mira que el diablo ha en la flor de tentar a los simples, y si te empeñas en andarle a los talones, va a dar que reír contigo como con el pobre Esteban.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] Señora, interrumpió Garcés, con voz entrecortada y disimulando en lo posible la cólera que le producía el burlón regocijo de sus compañeros, yo no me he visto nunca con el diablo y, por consiguiente, no sé todavía cómo las gasta: pero conmigo os juro que todo podrá hacer menos dar que reír, porque el uso de ese privilegio sólo en vos sé tolerarlo.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] Constanza conoció el efecto que su burla había producido en el enamorado joven; pero deseando apurar su paciencia hasta lo último, tornó a decir en el mismo tono: ¿y si al dispararle te saluda con alguna risa del género de la que oyó Esteban, o se te ríe en la nariz, y al escuchar sus sobrenaturales carcajadas se te cae la ballesta de las manos, y antes de reponerte del susto ya ha desaparecido la corza blanca más ligera que un relámpago?.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] ¡Oh!, exclamo Garcés, en cuanto a eso, estad segura que como yo la topase de ballesta, aunque me hiciese más monos que un juglar, aunque me hablara, no ya en romance, sino en latín, como el abad de Munilla, no se iba sin un arpón en el cuerpo.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080]En este punto del diálogo terció don Dionís, y con una desesperante gravedad a través de la que se adivinaba toda la ironía de sus palabras, comenzó a darle al ya sendereado mozo los consejos más originales del mundo, para el caso de que se encontrase de manos a boca con el demonio convertido en corza blanca. A cada nueva ocurrencia de su padre, Constanza fijaba sus ojos en el atribulado Garcés y rompía a reír como una loca, en tanto que los otros servidores reforzaban las burlas con sus miradas de inteligencia y su mal encubierto gozo.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] Mientras duró la colocación prolongóse esta escena en que la credulidad del joven montero fue, por decirlo así, el tema obligado del general regocijo; de modo que cuando se levantaron los paños, y don Dionís y Constanza se retiraron a sus habitaciones, y toda la gente del castillo se entregó al reposo, Garcés permaneció un largo espacio de tiempo irresoluto, dudando si, a pesar de las burlas de sus señores, proseguiría firme en sus propósitos o desistiría completamente de la empresa.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] !Y qué diantre!, exclamó, saliendo del estado de incertidumbre en que se encontraba. Mayor mal del que me ha sucedido no puede sucederme, y si, por el contrario es verdad lo que nos ha contado Esteban ... ¡oh, entonces cómo he de saborear mi triunfo!.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080]Esto diciendo, armó su ballesta, no sin haberle hecho antes la señal de la cruz en la punta de la vira, y colocándosela a la espalda se dirigió a la poterna del castillo para tomar la vereda del monte.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] Cuando Garcés llegó a la cañada y al punto en que según las instrucciones de Esteban, debía aguardar la aparición de las corzas, la luna comenzaba a remontarse con la lentitud por detrás de los cercanos montes.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] A fuer de buen cazador y práctico en el oficio, antes de elegir un punto a propósito para colocarse al acecho de las reses, anduvo un gran rato de acá para allá examinando las trochas y las veredas vecinas, la disposición de los árboles , los accidentes del terreno, las curvas del río y la profundidad de sus aguas.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] Por último, después de terminar este minucioso reconocimiento del lugar en que se encontraba, agazapóse en un ribazo junto a unos chopos de copas elevadas y oscuras, a cuyo pie crecían unas matas de lentisco, altas lo bastante para ocultar a un hombre echado en tierra.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] El río, que desde las musgosas rocas donde tenía el nacimiento, venía siguiendo las sinuosidades del Moncayo, al entrar en la cañada por la vertiente, deslizábase desde allí bañando el pie de los sauces que sombreaban sus orillas, o jugueteando con alegre murmullo entre las piedras rodadas del monte, hasta caer en una hondura próxima al lugar que servía de escondrijo al montero.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] Los álamos, cuyas plateadas hojas movía el aire con un rumor dulcísimo, los sauces que inclinados sobre la limpia corriente humedecían en ella las puntas de sus desmayadas ramas, y los apretados carrascales por cuyos troncos subían y se enredaban las madreselvas y las campanillas azules, formaban un espeso muro de follaje alrededor del remanso del río.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] El viento, agitando los frondosos pabellones de verdura que derramaba en torno su flotante sombra, dejaba penetrar a intervalos un furtivo rayo de luz, que brillaba como un relámpago de plata sobre la superficie de las aguas inmóviles y profundas.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] Oculto tras los matojos, con el oído atento al más leve rumor y la vista clavada en el punto en donde según sus cálculos debían aparecer las corzas Garcés esperó inútilmente un gran espacio de tiempo.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080]Todo parecía a su alrededor sumido en una profunda calma. Poco a poco, y bien fuese que el peso de la noche, que ya había pasado de la mitad, comenzara a dejarse sentir, bien que el lejano murmullo del agua, el penetrante aroma de las flores silvestres y las caricias del viento comunicasen a sus sentidos el dulce sopor en que parecía estar impregnada la Naturaleza todo, el enamorado mozo que hasta aquel punto había estado entretenido revolviendo en su mente las más halagüeñas imaginaciones, comenzó a sentir que sus ideas se elaboraban con más lentitud y sus pensamientos tomaban formas más leves e indecisas.[/COLOR][/SIZE]
    [CENTER][FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080]. . . . . . . . . . .[/COLOR][/SIZE][/FONT][/CENTER][FONT=Verdana] [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] Cosa de dos horas o tres haría ya que el joven montero roncaba a pierna suelta, disfrutando a todo sabor de uno de los sueños más apacibles de su vida, cuando de repente entreabrió los ojos sobresaltado, e incorporóse a medias lleno aún de ese estupor del que vuelve en sí de improvisto después de un sueño profundo.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] En las ráfagas del aire y confundido con los leves rumores de la noche, creyó percibir un extraño rumor de voces delgadas, dulces y misteriosas que hablaban entre sí, reían o cantaban cada cual por su parte y una cosa diferente, formando una algarabía tan ruidosa y confusa como la de los pájaros que despiertan al primer rayo del sol entre las frondas de una alameda.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] Este extraño rumor sólo se dejó oír un instante, y después todo volvió a quedar en silencio.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] Sin duda soñaba con las majaderías que nos refirió el zagal, se dijo Garcés, restregándose los ojos con mucha calma, y en la firme persuasión de que cuando había creído oír no era más que esa vaga huella del ensueño que queda, al despertar, en la imaginación como queda en el oído la última cadencia de una melodía después que ha expirado temblando la última nota. Y dominado por la invencible languidez que embargaba sus miembros, iba a reclinar de nuevo la cabeza sobre el césped, cuando tornó a oír el eco distante de aquellas misteriosas voces, que acompañándose del rumor del aire, del agua y de las hojas, cantaban así:[/COLOR][/SIZE]
    [CENTER][FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080][B]CORO[/B][/COLOR][/SIZE][/FONT][/CENTER][FONT=Verdana] [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] - El arquero que velaba en lo alto de la torre ha reclinado su pesada cabeza en el muro.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] - Al cazador furtivo que esperaba sorprender la res lo ha sorprendido el sueño.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] - El pastor que aguarda el día consultando las estrellas, duerme ahora y dormirá hasta el amanecer.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] - Reina de las ondinas , sigue nuestros pasos.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] - Ven a mecerte en las ramas de los sauces sobre el haz del agua.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] - Ven a embriagarte con el perfume de las violetas que se abren entre las sombras.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] - Ven a gozar de la noche, que es el día de los espíritus.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] Mientras flotaban en el aire las suaves notas de aquella deliciosa música, Garcés se mantuvo inmóvil. Después que se hubo desvanecido, con mucha precaución apartó un poco las ramas, y no sin experimentar algún sobresalto, vio aparecer las corzas, que en tropel y salvando los matorrales con ligereza increíble unas veces deteniéndose como a escuchar otras, jugueteaban entre sí ya escondiéndose entre la espesura, ya saliendo nuevamente a la senda, bajaban del monte en dirección al remanso del río.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] Delante de sus compañeras, más ágil, más linda, más juguetona y alegre que todas, saltando, corriendo, parándose y tornando a correr, de modo que parecía no tocar el suelo con los pies, iba la corza blanca, cuyo extraño color destacaba como una fantástica luz sobre el oscuro fondo de los árboles.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] Aunque el joven se sentía dispuesto a ver en cuando le rodeaba algo de sobrenatural y maravilloso, la verdad del caso era que, prescindiendo de la momentánea alucinación que turbó un instante sus sentidos, fingiéndole músicas, rumores y palabras, ni en la forma de las corzas, ni en sus movimientos, ni en los cortos bramidos con que parecían llamarse, había nada con que no debiese estar ya muy familiarizado un cazador práctico en esta clase de expediciones nocturnas.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] A medida que desechaba la primera impresión, Garcés comenzó a comprenderlo así, y riéndose interiormente de su incredulidad y su miedo, desde aquel instante sólo se ocupó en averiguar, teniendo en cuenta la dirección que seguían, el punto donde se hallaban las corzas.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] Hecho el cálculo, cogió la ballesta entre los dientes, y arrastrándose como una culebra por detrás de los lentiscos, fue a situarse sobre unos cuarenta pasos más lejos del lugar en que se encontraba. Una vez acomodado en su nuevo escondite, espero el tiempo suficiente para que las corzas estuvieran ya dentro del río, a fin de hacer el tiro más seguro. Apenas empezó a escucharse ese ruido particular que produce el agua cuando se bate a golpes o se agita con violencia, Garcés comenzó a levantarse poquito a poco y con las mayores precauciones, apoyándose en la tierra primero sobre la punta de los dedos, y después con una de las rodillas.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] Ya de pie, y cerciorándose a tientas de que el arma estaba preparada, dio un paso hacía delante, alargó el cuello por encima de los arbustos para dominar el remanso, y tendió la ballesta, tendió la vista buscando el objeto que había de herir, se escapó de sus labios un imperceptible e involuntario grito de asombro.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] La luna, que había ido remontándose con lentitud por el ancho horizonte, estaba inmóvil y como suspendida en la mitad del cielo. Su dulce claridad inundaba el soto, abrillantaba la intranquila superficie del río y hacia ver los objetos como a través de una gasa azul.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] Las corzas habían desaparecido.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] en su lugar, lleno de estupor y casi de miedo, vio Garcés un grupo de bellísimas mujeres, de las cuales unas entraban en el agua jugueteando, mientras las otras acababan de despojarse de las ligeras túnicas que aún ocultaban a la codiciosa vista el tesoro de sus formas.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] En esos ligeros y cortados sueños de la mañana, ricos en imágenes risueñas y voluptuosas, sueños diáfanos y celestes como la luz que entonces comienza a transparentarse a través de las blancas cortinas del lecho, no0 ha habido nunca imaginaciones de veinte años que bosquejase con los colores de la fantasía una escena semejante a la que se ofrecía en aquel punto a los ojos del atónito Garcés.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] Despojadas ya de sus túnicas y sus velos de mil colores, que destacaban sobre el fondo suspendidos de los árboles o arrojados con descuido sobre la alfombra del césped, las muchachas discurrían a su placer por el soto, formando grupos pintorescos, y entraban y salían en el agua, haciéndola saltar en chispas luminosas sobre las flores de la margen como una menuda lluvia de rocío.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] Aquí una de ellas, blancas como el vellón de un cordero, sacaba su cabeza rubia entre las verdes y flotantes hojas de un planta acuática, de la cual parecía una flor a medio abrir, cuyo flexible talle más bien se adivinaba que se veía temblar debajo de los infinitos círculos de luz de las ondas.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] Otra allá, con el cabello suelto sobre los hombros mecíase suspendida de la rama de un sauce sobre la corriente del río, y sus pequeños pies, color de rosa, hacían una raya de plata al pasar rozando la tersa superficie. En tanto que éstas permanecían recostadas aún al borde del agua con los ojos azules adormecidos aspirando con voluptuosidad del perfume de las flores y estremeciéndose ligeramente al contacto de la fresca brisa, aquéllas danzaban en vertiginosa ronda, entrelazando caprichosamente sus manos ,dejando caer atrás la cabeza con delicioso abandono e hiriendo el suelo con el pie en alternada cadencia.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] Era imposibles seguirlas en sus ágiles movimientos, imposible abarcar con una mirada los infinitos detalles del cuadro que formaban, unas corriendo, jugando y persiguiéndose con alegres risas por entre el laberinto de los árboles; otras surcando el agua como un cisne y rompiendo la corriente con el levantado seno; otras, sumergiéndose en el fondo, donde permanecían largo rato para volver a la superficie, trayendo una de esas flores extrañas que nacen escondidas en el lecho de las aguas profundas.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] La mirada del atónito montero vagaba absorta de una lado a otro, sin saber dónde fijarse, hasta que, sentado bajo un pabellón de verdura que parecía servirle de dosel , y rodeada de un grupo de mujeres todas a cual más bella, que la ayudaban a despojarse de sus ligerísimas vestiduras, creyó ver el objeto de sus ocultas adoraciones; la hija del noble don Dionís, la incomparable Constanza.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] Marchando de sorpresa en sorpresa, el enamorado joven no se atrevía ya a dar crédito ni al testimonio de sus sentidos , y creíase bajo la influencia de un sueño fascinador y engañoso.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] No obstante, pugnaba en vano por persuadirse de que todo cuando veía era efecto del desarreglo de su imaginación, porque mientras más la miraba, y más despacio, más se convencía de que aquella mujer era Constanza.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] No podía caber duda, no ; suyos eran aquellos ojos oscuros y sombreados de largas pestañas, que apenas bastaban a amortiguar la luz de sus pupilas, suya aquella rubias y abundante cabellera que, después de coronar su frente se derramaba por su blanco seno y sus redondas espaldas como una cascada de oro, suyos, en fin, aquel cuello airoso que sostenía su lánguida cabeza, ligeramente inclinada como una flor que se rinde al peso de las gotas de rocío, y aquellas voluptuosas formas que él había soñado tal vez, y aquellas manos semejantes a manojos de jazmines, y aquellos pies diminutos, comparables sólo con dos pedazos de nieve que el sol no ha podido derretir y que a la mañana blanquean entre la verdura.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] En el momento en que Constanza salió del bosquecillo, sin velo alguno que ocultase a los ojos de su amante los escondidos tesoros de su hermosura, sus compañeras comenzaron nuevamente a cantar estas palabras con una melodía dulcísima:[/COLOR][/SIZE]
    [CENTER][FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080][B]CORO[/B][/COLOR][/SIZE][/FONT][/CENTER][FONT=Verdana] [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] - Genios del aire, habitadores del luminoso éter, venid envueltos en un jirón de niebla plateada.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] - Silfos invisibles, dejad el cáliz de los entreabiertos lirios y venid en vuestros carros de nácar, a los que vuelan unidas las mariposas.
    - Larvas de las fuentes, abandonad el lecho de musgo y caed sobre nosotras en menuda lluvia de perlas.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] - Escarabajos de esmeralda, luciérnagas de fuego, mariposas negras, !venid!.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] - Y venid vosotros todos, espíritus de la noche, venid zumbando como un enjambre de insectos de luz y de oro.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] - Venid, que ya el astro protector de los misterios brilla en la plenitud de su hermosura.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] - Venid, que ha llegado el momento de las transformaciones maravillosas.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] -Venid, que las que os aman os esperan impacientes.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] Garcés, que permanecía inmóvil, sintió al oír aquellos cantares misteriosos que el áspid de los celos le mordía el corazón, y obedeciendo a, un impulso más poderoso que su voluntad, deseando romper de una vez el encanto que fascinaba sus sentidos, separó con mano trémula y convulsa el ramaje que le ocultaba, y de un solo salto se puso en la margen del río. El encanto se rompió, desvanecióse todo como el humo, y al bullicioso tropel con las tímidas corzas, sorprendidas en lo mejor de sus nocturno juegos, huían espantadas de su presencia, una por aquí, otra por allá, cuál salvando de un salto los matorrales, cuál ganando a todo correr la trocha del monte.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] ¡Oh, bien dije yo que todas estas cosas no eran más que fantasmagorías del diablo!, exclamó entonces el montero; pero por fortuna, esta vez ha andado un poco torpe, dejándome entre las manos la mejor presa.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] Y, en efecto, era así, la corza blanca, deseando escapar por el soto, se había lanzado entre el laberinto de sus árboles, y enredándose en una red de madreselvas, pugnaba en vano por desasirse. Garcés le encaró la ballesta. pero en el mismo punto en que iba a herirla, la corza se volvió hacía en montero, y con voz clara y aguda detuvo su acción con un grito, diciéndole:[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] - ¿Garcés, qué haces?.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] El joven vaciló, y después de un instante de duda, dejó caer al suelo el arma, espantado a la sola idea de haber podido herir a su amante. Una sonora y estridente carcajada vino a sacarle al fin de su estupor, la corza blanca había aprovechado aquellos cortos instantes para acabarse de desenredar y huir ligera como un relámpago, riéndose de la burla hecha al montero.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] ¡Ah, condenado engendro de Satanás!, exclamó Garcés con voz espantosa, recogiendo la ballesta con una rapidez indecible, pronto has cantado victoria pronto te has creído fuera de mi alcance, y esto diciendo, dejó volar la saeta, que partió silbando y fue a perderse en la oscuridad del soto, en el fondo del cual sonó al mismo tiempo un grito, al que siguieron después unos sonidos sofocados.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] ¡Dios mío!, exclamó Garcés, al percibir aquellos lamentos angustiosos. ¡Dios mío, si será verdad!.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] Y fuera de sí, como loco, sin darse cuenta apenas de lo que le pasaba, corrió en la dirección en que había desaparecido la saeta, que era la misma en que sonaban los gemidos. Llegó al fin; pero al llegar, sus cabellos se erizaron de horror, las palabras se anudaron en su garganta y tuvo que amarrarse al tronco de un árbol para no caer a tierra.[/COLOR][/SIZE]
    [FONT=Verdana][SIZE=2][COLOR=#000080] Constanza, herida por su mano, expiraba allí a su vista, revolcándose en su propia sangre, entre las agudas zarzas del monte.
    [url]http://www.bibliotecasvirtuales.com/biblioteca/literaturaespanola/becquer/leyendas/corzablanca.asp[/url]
    [/COLOR][/SIZE]
    [/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/font][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/font][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/font][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/font][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT]
     
    #5
  6. danie

    danie solo un pensamiento...

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    Maestro de los maestros de la literatura de la época del pos romanticismo, Bécquer, padre de los poetas…
    Conocía sus obras ya, pero no pensé nunca encontrarlas acá.
    Ingenua tal vez fue mi forma de pensar…
    Brillante trabajo muy bien desarrollado, lobo 111
    Saludos cordiales poeta

    Amor Eterno

    Podrá nublarse el sol eternamente;
    Podrá secarse en un instante el mar;
    Podrá romperse el eje de la tierra
    Como un débil cristal.
    ¡todo sucederá! Podrá la muerte
    Cubrirme con su fúnebre crespón;
    Pero jamás en mí podrá apagarse
    La llama de tu amor.

    Gustavo Adolfo Bécquer





     
    #6
  7. lobo111

    lobo111 Poeta que considera el portal su segunda casa

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    EL BESO
    ( Leyenda de Toledo)
    [​IMG]
    Cuando una parte del ejército francés se apoderó a principios de este siglo de la histórica Toledo, sus jefes, que ignoraban el peligro a que se exponían en las poblaciones españolas diseminándose en alojamientos separados, comenzaron por habilitar para cuarteles los más grandes y mejores edificios de la ciudad.
    Después de ocupado el suntuoso alcázar de Carlos V, echóse mano de la Casa de Consejos: y cuando ésta no pudo contener más gente, comenzaron a invadir el asilo de las comunidades religiosas, acabando a la postre por transformar en cuadras hasta las iglesias consagradas al culto. En esta conformidad se encontraban las cosas en la población donde tuvo lugar el suceso que voy a referir, cuando una noche, ya a hora bastante avanzada, envueltos en sus oscuros capotes de guerra y ensordeciendo las estrechas y solitarias calles que conducen desde la Puerta del Sol de Zocodover, con el choque de sus armas y el ruidoso golpear de los cascos de sus corceles, que sacaban chispas de los pedernales, entraron en la ciudad hasta unos cien dragones de aquellos altos, arrogantes y fornidos de que todavía nos hablan con admiración nuestras abulas.
    Mandaba la fuerza un oficial bastante joven, el cual iba como a distancia de unos treinta pasos de su gente, hablando a media voz con otro, también militar, a lo que podía colegirse por su traje. Este, que caminaba a pie delante de su interlocutor, llevando en la mano un farolillo, parecía servirle de guía por entre aquel laberinto de calles oscuras, enmarañadas y revueltas.
    Con verdad, decía el jinete a su acompañante, que si el alojamiento que se nos prepara es tal y como me lo pintas, casi casi sería preferible arrancharnos en el campo o en medio de una plaza.
    ¿Y qué queréis mi capitán?, contestóle el guía que efectivamente era un sargento aposentador. En el alcázar no cabe ya un gramo de trigo, cuando más un hombre; San Juan de los Reyes no digamos, porque hay celda de fraile en la que duermen quince húsares. el convento adonde voy a conduciros no era mal local, pero hará cosa de tres o cuatro días nos cayó aquí como de las nubes una de las columnas volantes que recorren la provincia, y gracias que hemos podido conseguir que se amontonen por los claustros y dejen libre la iglesia.
    En fin, exclamó el oficial, después de un corto silencio y como resignándose con el extraño alojamiento que la casualidad le deparaba; más vale incómodo que ninguno. De todas maneras, si llueve, que no será difícil según se agrupan las nubes, estaremos a cubierto y algo es algo.
    Interrumpida la conversación en este punto, los jinetes, precedidos del guía., siguieron en silencio el camino adelante hasta llegar a una plazuela, en cuyo fondo se destacaba la negra silueta del convento con su torre morisca, su campanario de espadaña, su cúpula ojival y sus tejados desiguales y oscuros.
    He aquí vuestro alojamiento, exclamó el aposentador al divisarle y dirigiéndose al capitán, que después que hubo mandado hacer algo a la tropa, echó pie a tierra, tornó al farolillo de manos del guía y se dirigió hacía el punto que éste le señalaba.
    Comoquiera que la iglesia del convento estaba completamente desmantelada, los soldados que ocupaban el resto del edificio habían creído que las puertas le eran ya poco menos que inútiles, y un tablero hoy, otro mañana, habían ido arrancándolas pedazo a pedazo para hacer hogueras con que calentarse por las noches.
    Nuestro joven oficial no tuvo, pues, que torcer llaves ni descorrer cerrojos para penetrar en el interior del templo.
    A la luz del farolillo, cuya dudosa claridad se perdía entre las espesas sombras de las naves y dibujaba con gigantescas proporciones sobre el muro la fantástica sombra del sargento aposentador, que iba precediéndole, recorrió la iglesia de arriba abajo, y escudriñó una por una todas sus desiertas capillas, hasta que una vez hecho cargo del local mandó echar pie a tierra a su gente, y hombres y caballos revueltos, fue acomodándola como mejor pudo.
    Según dejamos dicho, la iglesia estaba completamente desmantelada; en el altar mayor pendían aún de las altas cornisas los rotos jirones del velo con que le habían cubierto los religiosos al abandonar aquel recinto; diseminados por las naves veíanse algunos retablos adosados al muro, sin imágenes en las hornacinas; en el coro se dibujaban con un ribete de luz los extraños perfiles de la oscura sillería de alerce; en el pavimento, destrozado en varios puntos, distinguíanse aún anchas losas sepulcrales llenas de timbres, escudos y largas inscripciones góticas; y allá a lo lejos, en el fondo de las silenciosas capillas y a lo largo del crucero, se destacaban confusamente entre la oscuridad, semejantes a blancos e inmóviles fantasmas, las estatuas de piedra, que, unas tendidas, otras de hinojos sobre el mármol de sus tumbas, parecían ser los únicos habitantes del ruinoso edificio.
    A cualquier otro menos molido que el oficial de dragones, el cual traía una jornada de catorce leguas en el cuerpo, o menos acostumbrado a ver estos sacrilegios como la cosa más natural del mundo, hubiéranle bastado dos adarmes de imaginación para no pegar los ojos en toda la noche en aquel oscuro e imponente recinto, donde las blasfemias de los soldados que se quejaban en voz alta del improvisado cuartel, el metálico golpe de las espuelas, que resonaban sobre las anchas losas sepulcrales del pavimento, el ruido de los caballos que piafaban impacientes, cabeceando y haciendo sonar las cadenas con que estaban sujetos a los pilares, formaban un rumor extraño y temeroso que se dilataba por todo el ámbito de la iglesia y se reproducía cada vez más confuso, repetido de eco en eco en sus altas bóvedas.
    Pero nuestro héroe, aunque joven, estaba ya tan familiarizado con estas peripecias de la vida de campaña, que apenas hubo acomodado a su gente, mandó colocar un saco de forraje al pie de la grada del presbiterio, y arrebujándose como mejor pudo en su capote y echando la cabeza en el escalón, a los cinco minutos roncaba con más tranquilidad que el mismo rey José en su palacio de Madrid.
    Los soldados, haciéndose almohadas de las monturas, imitaron su ejemplo , y poco a poco fue apagándose el murmullo de sus voces.
    A la media hora sólo se oían los ahogados gemidos del aire que entraba por las rotas vidrieras de las ojivas del templo, el atolondrado revolotear de las aves nocturnas que tenían sus nidos en el dosel de piedra de las esculturas de los muros, y el alternado rumor de los pasos del vigilante que se paseaba envuelto en los anchos pliegues de su capote, a lo largo del pórtico.
    En la época a que se remonta la relación de esta historia, tan verídica como extraordinaria,, lo mismo que al presente, para los que no sabían apreciar los tesoros de arte que encierran sus muros, la ciudad de Toledo no era más que un poblachón destartalado, antiguo, ruinoso e insufrible.
    [FONT=Arial] Los oficiales del ejército francés, que a juzgar por los actos de vandalismo con que dejaron en ella triste y perdurable memoria de su ocupación, de todo tenían menos de artistas o arqueólogos; no hay para qué decir que se fastidiaban soberanamente en la vetusta ciudad de los Césares.[/FONT]
    [COLOR=#000080][FONT=Arial] En esta situación de ánimo, la más insignificante novedad que viniese a romper la monótona quietud de aquellos días eternos e iguales era acogida con avidez entre los ociosos; así es que promoción al grado inmediato de uno de sus camaradas, la noticia del movimiento estratégico de una columna volante, la salida de un correo de gabinete o la llegada de una fuerza cualquiera a la ciudad, convertíanse en tema fecundo de conversación y objeto de toda clase de comentarios, hasta tanto que otro incidente venía a sustituirle, sirviendo de base a nuevas quejas, críticas y suposiciones.[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] Como era de esperar, entre los oficiales que, según tenían costumbre, acudieron al día siguiente a tomar el sol y a charlar un rato en el Zocodover, no se hizo platillo de otra cosa que de la llegada de los dragones, cuyo jefe dejamos en el anterior capitulo durmiendo a pierna suelta y descansando de las fatigas de su viaje. Cerca de un hora hacía que la conversación giraba alrededor de este asunto, y ya comenzaba a interpretarse de diversos modos la ausencia del recién venido, a quien uno de los presentes, antiguo compañero suyo del colegio, había citado para el Zocodover, cuando en una de las bocacalles de la plaza apareció al fin nuestro bizarro capitán, despojado de su ancho capotón de guerra, luciendo un gran casco de metal con penacho de plumas blancas, una casaca azul turquí con vueltas rojas y un magnífico mandoble con vaína de acero, que resonaban arrastrándose al compás de sus marciales pasos y del golpe seco y agudo de sus espuelas de oro.[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] Apenas le vio su camarada, salió a su encuentro para saludarle, y con él se adelantaron casi todos los que a la sazón se encontraban en el corrillo, en quienes había despertado la curiosidad y la gana de conocerle, los pormenores que ya habían oído referir acerca de su carácter original y extraño.[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] Después de los estrechos abrazos de costumbre y de las exclamaciones, plácemes y preguntas de rigor en estas entrevistas; después de hablar largo y tendido sobre las novedades que andaban por Madrid, la varia fortuna de la guerra y los amigotes muertos o ausentes, rodando de uno en otro asunto la conversación vino a para el tema obligado, esto es, las penalidades del servicio, la falta de distracciones de la ciudad y el inconveniente de los alojamientos.[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] Al llegar a este punto, uno de los de la reunión que por lo visto, tenía noticia del mal talante con que el joven oficial se había resignado a acomodar su gente en la abandonada iglesia, le dijo con aire de zumba:[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] Y a propósito del alojamiento, ¿qué tal se ha pasado la noche en el que ocupáis?[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] Ha habido de todo, contestó el interpelado, pues si bien es verdad que no he dormido gran cosa, el origen de mi vigilia merece la pena de la velada. El insomnio junto a una mujer bonita no es seguramente el peor de los males.[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] ¡Una mujer!, repitió su interlocutor, como admirándose de la buena fortuna del recién venido. Eso es lo que se llama llegar y besar el santo.[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] Será tal vez algún antiguo amor de la corte que le sigue a Toledo para hacerle más soportable el ostracismo, añadió otro de los del grupo.[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] ¡Oh, no!, dijo entonces el capitán, nada menos que eso. Juro, a fe de quien soy, que no la conocía y que nunca creí hallar tan bella patrona en tan incómodo alojamiento. Es todo lo que se llama una verdadera aventura.[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] ¡Contadla! ¡contadla!, exclamaron en coro los oficiales que rodeaban al capitán, y como éste se dispusiera a hacerlo así, todos prestaron la mayor atención a sus palabras, mientras él comenzó la historia en estos términos.
    dormía esta noche pasada como duerme un hombre que trae en el cuerpo trece leguas de camino, cuando he aquí que en lo mejor del sueño me hizo despertar sobresaltado e incorporarme sobre el codo un estruendo horrible, un estruendo tal que me ensordeció un instante para dejarme después los oídos zumbando cerca de un minuto, como si un moscardón me cantase a la oreja.[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] Como os habréis figurado, la causa de mi susto era el primer golpe que oía de esa endiablada campana gorda, especie de sochantre de bronce, que los canónigos de Toledo han colgado en su catedral con el laudable propósito de matar a disgustos a los necesitados de reposo.[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] Renegando entre los dientes de la campana y del campanero que toca, disponíame, una vez apagado aquel insólito y temeroso rumor, a seguir nuevamente el hilo del interrumpido sueño, cuando vino a herir mi imaginación y a ofrecerse ante mis ojos una cosa extraordinaria. A la dudosa luz de la luna que entraba en el templo por el estrecho ajimez del muro de la capilla mayor, vi una mujer arrodillada junto al altar.[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] Los oficiales se miraron entre sí con expresión entre asombrada e incrédula; el capitán, sin atender al efecto que su narración producía continuó de este modo: no podéis figuraros nada semejante a aquella nocturna y fantástica visión que se dibujaba confusamente en la penumbra de la capilla, como esas vírgenes pintadas en los vidrios de colores que habréis visto alguna vez destacarse a lo lejos, blancas y luminosas, sobre el oscuro fondo de las catedrales.[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] Su rostro, ovalado, en donde se veía impreso el sello de una leve y espiritual demacración; sus armoniosas facciones llenas de una suave y melancólica dulzura; su intensa palidez, las purísimas líneas de su contorno esbelto, su ademán reposado y noble, su traje blanco y flotante, me traían a la memoria esas mujeres que yo soñaba cuando era casi un niño. !Castañas y celestes imágenes , quimérico objeto del vago amor de la adolescencia!. Yo me creía juguete de una adulación, y sin quitarle un punto los ojos ni aun osaba respirar, temiendo que un soplo desvaneciese el encanto. Ella permanecía inmóvil.[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] Antojábaseme al verla tan diáfana y luminosa que no era una criatura terrenal, sino un espíritu que, revistiendo por un instante la forma humana, había descendido en el rayo de la luna, dejando en el aire y en por de si la azulada estela que desde el alto ajimez bajaba verticalmente hasta el pie del opuesto muro, rompiéndose la oscura sombra de aquel recinto lóbrego y misterioso.[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] Pero ..., exclamó interrumpiéndole su camarada de colegio, que comenzando por echar a broma la historia, había concluido interesándose con su relato ¿cómo estaba allí aquella mujer? ¿no le dijiste nada? ¿no te explicó su presencia en aquel sitio?[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] No me determiné a hablarle, porque estaba seguro de que no había de contestarme, ni verme, ni oírme.[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] ¿Era sorda?, ¿era ciega?, ¿era muda?, exclamaron a un tiempo tres o cuatro de los que escuchaban la relación.[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] Lo era todo a la vez, exclamó al fin el capitán después de un momento de pausa, porque era ... de mármol.[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] Al oír el estupendo desenlace de tan extraña aventura cuando había en el corro prorrumpieron a una ruidosa carcajada, mientras uno de ellos dijo al narrador de la peregrina historia, que era el única que permanecía callado y en una grave actitud:[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] ¡Acabáramos de una vez! lo que es de ese género, tengo yo más de un millas, un verdadero serrallo, en San Juan de los Reyes; serrallo que desde ahora pongo a vuestra disposición, ya que a lo que parece, tanto os da de una mujer de carne como de piedra.[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] ¡Oh no!, continuó el capitán, sin alterarse en lo más mínimo por las carcajadas de sus compañeros: estoy seguro de que no pueden ser como la mía. La mía es una verdadera dama castellana que por un milagro de la escultura parece que no la han enterrado en un sepulcro, sino que aún permanece en cuerpo y alma de hinojos sobre la losa que la cubre, inmóvil, con las manos juntas en ademán suplicante, sumergida en un éxtasis de místico amor.[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] De tal modo te explicas, que acabarás por probarnos la verosimilitud de la fábula de Galatea.[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] Por mi parte, puedo deciros que siempre la creí una locura, más desde anoche comienzo a comprender la pasión del escultor griego.[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] Dadas las especiales condiciones de tu nueva dama, creo que no tendrás inconveniente en presentarnos a ella. De mi sé decir que ya no vivo hasta ver esa maravilla. Pero ... ¿qué diantre te pasa?... diríase que esquivas la presentación, ¡ja, ja! bonito fuera que ya te tuviéramos hasta celoso.[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] Celoso, se apresuró a decir el capitán, celoso de los hombres, no ... mas ved, sin embargo, hasta dónde llega mi extravagancia. Junto a la imagen de esa mujer, también de mármol, grave y al parecer con vida como ella, hay un guerrero ..., su marido sin duda ... Pues bien lo voy a decir todo, aunque os moféis de mi necedad ... si no hubiera temido que me tratasen de loco, creo que ya lo habría hecho cien veces pedazos.[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] Una nueva y aún más ruidosa carcajada de los oficiales saludó esta original revelación del estrambótico enamorado de la dama de piedra.[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] Nada, nada, es preciso que la veamos, decían los unos.[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] Si si, es preciso saber si el objeto corresponde a tan alta pasión, añadían los otros.[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] ¿Cuándo nos reuniremos para echar un trago en la iglesias en que os alojáis? exclamaron los demás.[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] Cuando mejor os parezca, esta misma noche si queréis, respondió el joven capitán, recobrando su habitual sonrisa, disipada un instante por aquel relámpago de celos. A propósito, con los bagajes he traído hasta un par de docenas de botellas de champagne, verdadero champagne, restos de un regalo hecho a nuestro general de brigada, que, como sabéis es algo pariente.[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] !Bravo, bravo!, exclamaron los oficiales a una voz prorrumpiendo en alegres exclamaciones.[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] ¡Se beberá vino del país![/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] ¡Y cantaremos una canción de Ronsard![/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] Y hablaremos de mujeres, a propósito de la dama del anfitrión.[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] Conque ... hasta la noche.[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] Hasta la noche.[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] Ya hacia un largo rato que los pacíficos habitantes de Toledo habían cerrado con llave y cerrojo las pesadas puertas de sus antiguos caserones; la campana gorda de la catedral anunciaba la hora de la queda, y en lo alto del alcázar, convertido en cuartel, se oía el último toque de silencio de los clarines, cuando diez o doce oficiales que poco a poco habían ido reuniéndose en el Zacodover tomaron el camino que conduce desde aquel punto al convento en que se alojaba el capitán, animados más con la esperanza de apurar las comprometidas botellas que con el deseo de conocer la maravillosa escultura.[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] La noche había cerrado sombría y amenazadora; el cielo estaba cubierto de nubes de color de plomo; el aire, que zumbaba encarcelado en las estrechas y retorcidas calles, agitaba la moribunda luz del farolillo de los retablos, o hacía girar con un chirrido apagado las veletas de hierro de las torres.[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] Apenas los oficiales dieron vista a la plaza en que se hallaba situado el alojamiento de su nuevo amigo, éste que les aguardaba impaciente, salió a encontrarles, y después de cambiar algunas palabras a media voz, todos penetraron juntos en la iglesia, en cuyo lóbrego recinto la escasa claridad de una linterna luchaba trabajosamente con las oscuras y espesísimas sombras.[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] !Por quien soy!, exclamó uno de los convidados tendiendo a su alrededor la vista, que el local es de lo menos a propósito del mundo para una fiesta.[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] Efectivamente, dijo otro, nos traes a conocer a una dama, y apenas si con mucha dificultad se ven los dedos de la mano.[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] Y con todo, hace un frío que no parece sino que estamos en la Siberia, añadió un tercero, arrebujándose en el capote.[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] Calma, señores, calma, interrumpió el anfitrión; calma, que a todo se proveerá. !Eh, muchacho!, prosiguió dirigiéndose a uno de sus asistentes, busca por ahí un poco de leña, y enciéndenos una buena fogata en la capilla mayor.[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] el asistente, obedeciendo las órdenes de su capitán, comenzó a descargar golpes en la sillería del coro, y después que hubo reunido una gran cantidad de leña, que fue apilando al pie de las gradas del presbiterio, tomó la linterna y se dispuso a hacer un auto de fe con aquellos fragmentos tallados de riquísimas labores, entre los que se veían ,por aquí, parte de una columnilla salomónica, por allá, la imagen de un santo abad, al torso de una mujer o la disconforme cabeza de un grifo asomado entre hojarasca.[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] A los pocos minutos, una gran claridad que de improvisto se derramó por todo el ámbito de la iglesia, anunció a los oficiales que había llegado la hora de comenzar el festín.[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] El capitán que hacía los honores de su alojamiento con la misma ceremonia que hubiera hecho los de su casa, exclamó, dirigiéndose a los convidados:[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] Si gustáis, pasaremos al buffet.[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] Sus camaradas, afectando la mayor gravedad, respondieron a la invitación con un cómico saludo, y se encaminaron a la capilla mayor precedidos del héroe de la fiesta, que al llegar a la escalinata se detuvo un instante, y extendiendo la mano en dirección al sitio que ocupaba la tumba, les dijo con la finura más exquisita:[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] Tengo el placer de presentaros a la dama de mis pensamientos. Creo que convinieseis conmigo en que no he exagerado su belleza.[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] Los oficiales volvieron los ojos al punto que les señalaba su amigo, y una exclamación de asombro se escapó involuntariamente de todos los labios.[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] En el fondo de una arco sepulcral revestido de mármoles negros, arrodillada delante de un reclinatorio con las manos juntas y la cara vuelta hacia el altar, vieron, en efecto, la imagen de una mujer tan bella que jamás salió otra igual de manos de un escultor, ni el deseo pudo pintarla en la fantasía más soberanamente hermosa.[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] !En verdad que es un ángel!, exclamó uno de ellos.[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] !Lástima que sea de mármol!, añadió otro.[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] No hay duda que aunque no sea más que la ilusión de hallarse junto a una mujer de este calibre, es lo suficiente para no pegar los ojos en toda la noche.[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] ¿Y no sabéis quién es ella?, preguntaron algunos de los que contemplaban la estatua al capitán, que sonreía satisfecho de su triunfo.[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] Recordando un poco del latín que en mi niñez supe, he conseguido, a duras penas, descifrar la inscripción de la tumba, contestó el interpelado; a lo que he podido colegir, pertenece a un título de Castilla, famoso guerrero que hizo la campaña con el Gran Capitán. Su nombre lo he olvidado; mas su esposa, que es la que veis, se llama doña Elvira de Castañeda, y por mi fe que si la copia se parece al original, debió ser la mujer más notable de su siglo.[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] Después de estas breves explicaciones, los convidados, que no perdían de vista al principal objeto de la reunión, procedieron a destapar algunas de las botellas, y sentándose alrededor de la lumbre, empezó a andar el vino a la ronda.[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] A medida que las liberaciones se hacían más numerosas y frecuentes, y el vapor del espumoso champagne comenzaba a trastornar las cabezas, crecían la animación, el ruido y la algazara de los jóvenes, de los cuales éstos arrojaban a los monjes de granito adosados en los pilares los cascos de las botellas vacías, y aquéllos cantaban a toda voz canciones báquicas y escandalosas, mientras los de más allá prorrumpían en carcajadas, batían las palmas en señal de aplausos o disputaban entre sí con blasfemias y juramentos.[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] El capitán bebía en silencio como un desesperado y sin apartar los ojos de la estatua de doña Elvira.[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] Iluminada por el rojizo resplandor de la hoguera y a través del confuso velo que la embriaguez había puesto delante de su vista, parecíale que la marmórea imagen se transformaba a veces en una mujer real; parecíale que entreabría los labios como murmurando una oración; que se alzaba su pecho como oprimido y sollozante ; que cruzaba las manos con más fuerte; que sus mejillas se coloreaban, en fin como si se ruborizase ante aquel sacrilegio y repugnante espectáculo.[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] Los oficiales que advirtieron la taciturna tristeza de su camarada, le sacaron del éxtasis en que se encontraba sumergido, y presentándole una copa, exclamaron en coro:[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] !Vamos brindad vos, que sois el único que no lo ha hecho en toda la noche![/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] El joven tomó la copa, y poniéndose en pie y alzándola en alto, dijo encarándose con la estatua del guerrero arrodillado junto a doña Elvira.[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] ¡Brindo por el emperador, y brindo por la fortuna de sus armas, merced a las cuales hemos podido venir hasta el fondo de Castilla a cortejarle su mujer, en su misma tumba, a un vencedor de Ceriñola!.[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] Los militares acogieron el brindis con una salva de aplausos, y el capitán, balanceándose, dio algunos pesos hacía el sepulcro.[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] No ... prosiguió dirigiéndose siempre a la estatua del guerrero, y con esa sonrisa estúpida de la embriaguez, no creas que te tengo rencor alguno porque vea en ti un rival ... al contrario, te admiro como un marido paciente, ejemplo de longanimidad y mansedumbre, y a mi vez quiero también ser generoso. Tú serías bebedor a fuer de soldado ... no se ha de decir que te he dejado morir de ser, viéndonos vaciar veinte botellas ... !toma!.[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] Y esto diciéndole levóle la copa a los labios, y después de humedecérselos con el licor que contenía le arrojó el resto a la cara, prorrumpiendo en una carcajada estrepitosa al ver cómo caía el vino sobre la tumba goteando de las barbas de piedra del inmóvil guerrero.[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] ¡Capitán!, exclamó en aquel punto uno de sus camaradas en tono de zumba, cuidado con lo que hacéis mirad que esas bromas con la gente de piedra suelen costar caras ... Acordaos de lo que aconteció a los húsares del 5 en el monasterio de Poblet ... Los guerreros del claustro dicen que pusieron mano una noche a sus espadas de granito y dieron que hacer a los que se entretenían en pintarles bigotes con carbón.[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] Los jóvenes acogieron con grandes carcajadas esta ocurrencia: pero el capitán, sin hacer caso de sus risas, continuó siempre fijo en la misma idea:[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] ¿Crees que yo le hubiera dado el vino, a no saber que se tragaba al menos el que le cayese en la boca ...? ¡oh ...! ¡no! yo no creo, como vosotros, que estas estatuas son un pedazo de mármol tan inerte hoy como el día en que lo arrancaron de la cantera. Indudablemente, el artista, que es casi un dios, da a su obra un soplo de vida que no logra hacer que ande y se mueva, pero que le infunde una vida incomprensible y extraña, vida que yo no me explico bien, pero que la siento, sobre todo cuando bebo un poco.[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] ¡Magnifico!, exclamaron sus camaradas, bebe y prosigue.[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] El oficial bebió, y fijando los ojos en la imagen de doña Elvira, prosiguió con la exaltación creciente:[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial]
    ¡Miradla...! ¡Miradla ...! ¿no veis esos cambiantes rojos de sus carnes mórbidas y transparentes ...? ¿no parece que por debajo de esa ligera epidermis azuladas y suave de alabastro circula un fluido de luz color de rosa ...? ¿queréis más realidad ...?[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] ¡Oh!, sí, seguramente, dijo uno de los que le escuchaban, quisiéramos que fuese de carne y hueso.[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] !Carne y hueso...! !Miseria, podredumbre...!, exclamó el capitán. Yo he sentido en orgía arder mis labios y mi cabeza; yo he sentido este fuego que corre por las venas hirvientes como la lava de un volcán, cuyos vapores caliginosos turban y transtornan el cerebro y hacen ver visiones extrañas. Entonces el beso de esas mujeres materiales me quemaba como un hierro candente, y las apartaba de mi con disgusto, con horror, hasta con asco; porque entonces, como ahora, necesitaba un soplo de brisa del mar para mi mente calurosa, beber hielo y besar nieve ... ; nieve teñida de suave luz, nieve coloreada por un dorado rayo de sol ... ; una mujer blanca, hermosa y fría, como esa mujer de piedra que parece incitarme con su fantástica hermosura, que parece que oscila al compás de la llama, y me provoca entreabriendo sus labios y ofeciéndome un tesoro de amor ... ¡Oh ...! si ...; un beso ....,sólo un beso tuyo podrá calmar el ardor que me consume.[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] ¡Capitán...!, exclamaron algunos de los oficiales al verle dirigirse hacía la estatua como fuera de sí, extraviada la vista y con pasos inseguros, ¿qué locura vais a hacer?, ¡basta de bromas, y dejad en paz a los muertos!.[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] El joven ni oyó siquiera las palabras de sus amigos, y tambaleando y como pudo llegó a la tumba y aproximóse a la estatua, pero al tenderle los brazos resonó un grito de horror en el templo. Arrojando sangre por ojos, boca, y nariz, había caído desplomado y con la cara deshecha al pie del sepulcro.[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] Los oficiales, mudos y espantados, ni se atrevían a dar un paso para prestarle socorro.[/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]
    [SIZE=2][COLOR=#000080][FONT=Arial] En el momento en que su camarada intentó acerca sus labios ardientes a los de doña Elvira, habían visto al inmóvil guerrero levantar la mano y derribarle con una espantosa bofetada de su guante de piedra.
    Gustavo Adolfo Becquer
    [url]http://www.bibliotecasvirtuales.com/biblioteca/literaturaespanola/becquer/leyendas/elbeso.asp[/url]
    [/FONT][/COLOR][FONT=Arial][/font][/SIZE][FONT=Arial]

    [/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font]
     
    #7
  8. Domenech

    Domenech Poeta recién llegado

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    RIMA XXI
    —¿Qué es poesía?, dices, mientras clavas
    en mi pupila tu pupila azul,
    ¡Qué es poesía! ¿Y tú me lo preguntas?
    Poesía... eres tú.




     
    #8
  9. CriMa

    CriMa ----

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    515
    Hermosos poemas de este genio de todos los tiempos !

    Saludos cordiales !
     
    #9

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