Hablando de las resacas

Un sabor amargo se instala en la lengua resecando a los labios, una cara pálida que apenas se nota en el espejo, un mareo agobiante que lanza a tu completo ser por el escusado, y una mirada somnolienta que retumba entre los ruidos y hasta en el mismo silencio de tu cuarto.
¿Quién no tuvo alguna vez una resaca? ¿Quién no sabe de lo que estoy hablando?
Todos en distintas escalas tuvimos y tenemos resacas, es un hecho vivir con ellas y adaptarse a cada una de estas con sus formas y hábitos.
Por eso digo que no todas las resacas son iguales, no es lo mismo la resaca del ron, en la medianoche de un burdel barato, enviciada con el humo rancio de las colillas y los habanos.
Esta resaca te trae al día siguiente una molesta cefalea, unas ganas insoportables de vomitar hasta lo que no comiste, un sabor agrio producto de tu esófago irritado, incluso te trae una sensación de pobreza al ver los bolsillos pelados y el recuerdo de haberte gastado hasta la última moneda en un par de tetas de simulado encanto, y ahora no tener ni para el café que alivia tu cansancio.
Pero esta resaca llega hasta ahí, generalmente, hasta las 2 o 3 de la tarde y almorzando un poco más tarde se pasa. Durante el día se vuelve una anécdota más para contar o incluso algo que fácilmente se puede olvidar.

Pero hay otras resacas de las cuales no sales tan bien librado, hay resacas permanentes que duran días enteros, semanas e incluso años. Son resacas ruines, vengativas, cínicas que fácilmente pueden entrar en la categoría de las malparidas, son como pesadas cargas que nunca se apaciguan. Muchos piensan que el tiempo todo lo cura, pues el tiempo no te cura de estas resacas, sólo las mudan en dolor, nostalgia, pesar, soledad, y otras martirizadoras cruces. Las manecillas del reloj giran muy lento cuando estás viviendo estas resacas, hasta incluso parecería que se detienen para que tu congoja sea perpetua, siempre palpitantes en cada segundo de tu vidorra vulnerada.
Estas resacas son terribles, no te dejan ni descansar en la noche con sus sombras de un suceso siniestro y sus antifaces de pesadillas metidas dentro de tus recuerdos.
No exagero para nada al decir esto.
Un ejemplo de lo que digo, para que me comprendan mejor, es la resaca del amor.

Conoces al amor, te enamoras a primera vista de él, lo cuidas, lo acicalas, le haces cenas románticas, con borgoña tinto y velas, bajo la luz de los astros y de la luna, también le preparas suculentos desayunos y se los llevas a la cama.
Pero en un momento, cuando menos lo esperas, cierra de un portazo la puerta para irse sin siquiera decir adiós. Sin dejar una carta, sin mandarte una postal durante el trascurso de la semana, sin darte un beso en la frente y desearte suerte con tu miseria.
Se marcha en un buque que no conoces, que ni avisado fuiste de su partida, dejándote náufrago en un inmenso mar colmado de soledades como tiburones sedientos por tu sangre. Parte, tal vez, entre los brazos de otro amante que lo hace feliz, pero tú te lo supones, lo imaginas, ya que ese dichoso amor no tuvo los huevos bien puestos para decirte que eso del quimérico romance y la pasión no iba más, prefirió hacerlo más fácil y partir mientras tú dormías; así te dejó un infinito de incógnitas, y una sensación de haber vivido un sueño que hoy se volvió pesadilla.

Todas esas sensaciones de angustia y soledad son las resacas que dejó un amor tan glorioso que tuviste y que hoy se fue. También es la venganza tirada sobre tu suerte, ya que lo bueno y placentero no dura para siempre, pero tú no lo sabías, realmente, o si lo suponías creías que eso jamás te pasaría. Ahora esta venganza del azar y tu suerte juega con tu mente, con tu corazón herido y lo convierte en un rígido y duro mármol. Sin duda esto también es producto de la resaca que dejó ese amor.
Esa fractura de la confianza depositada e invertida en aquellos días de gloria, sueños, ideales de progreso, futuros viajes, hijos, planes de una casa más grande, nietos, bisnietos…, hace hoy estragos en tu cuerpo, te avejenta tras los muros de la habitación, te trae una depresión que hace estremecer hasta los huesos.
Estas depresiones te pueden llevar a un suicidio prematuro, a no comer, a estar vegetativo en una cama o a delirar con los espectros del ayer y de uno mismo. Todo depende de la fuerza, voluntad y carácter que tengas para no terminar como un fiambre envuelto con la mortaja de un triste olvido.
Y acá es cuando puedo afirmar que las resacas de este tipo pueden llegar a acabar con el cuerpo, destrozar la mente, borrar toda huella y existencia de tú ser.
Por eso mismo antes dije que para nada exageraba.
Entonces me van a tener que disculpar por la expresión: estas perras resacas es mejor evitarlas, o por lo menos la puta resaca que deja el amor.
Sé que hay otras putas resacas que también te destruyen, y que son casi inevitables, pero he visto a pobres diablos llorar hasta morir, he visto suicidios por amor, he visto a almas enteras cagarse y mearse encima por el dolor de un amor. Y eso, amigos, en verdad no se los deseo.
Díganme cobarde, también arisco, pero yo en cosas del corazón, hoy por hoy, estoy exento.

 

Jajajaja seguro estás exento amiguito?...Ay, qué mal licor es el amor a veces, pero qué placer da.
Así mismo esta vida es un buen trago amargo que daña hasta el hígado mental. Y mira que sabía por donde iba tu ensayo.

A veces creo que no tendríamos porque tener tanta sensibilidad, ya que nos jode mucho la existencia, pero bueno es lo que hay.
Y yo sí que he tenido un par de esas resacas, que te dejan al día siguiente tonto perdido jeje
Me ha gustado leerte. Un abrazo DANI