Hacer deporte no vale de una mierda para curar la depresión si eres un maldito borracho.

Aquel día dudaba entre meterme unos litros de cerveza, quedarme todo el día pajeándome o ponerme a hacer deporte como un loco para poder al menos decir que me esfuerzo por salir de esta maldita depresión. Decidí lo del deporte ya que últimamente me molesta mucho la gente que opina eso de que los enfermos mentales deberíamos esforzarnos más y tragar menos antidepresivos. Me apetece salir a correr para echarles en cara a todos esos hijos de puta que la depresión no se trata con una carrera por el parque.

Abrí el armario buscando algo de ropa deportiva y encontré mi vieja camiseta de jugar al tenis. Se veía asquerosa a causa de los meses de sudor sin limpiar acumulados entre sus suturas. Me recordó que hace demasiado tiempo que no salgo a correr. Debajo de la misma pude distinguir un pantalón blanco marca Adidas y un par de calcetines.

-¿¡Dónde carajo habré dejado la malditas zapatillas de correr!?- grité.

-¿¡Lo qué!?-respondió Clara.

-¿¡Que dónde carajo habré dejado mis zapatillas de correr!?-.

-¿Tienes zapatillas de correr?-.

-¡Sí, las tenía en el armario!-.

-¡Deja de gritar, vivo contigo desde hace un año y nunca vi unas malditas zapatillas de correr en esta casa!-.

-¡Pues las tenía, joder, en el armario!-.

-¿¡No te lo estarás imaginando!?-.

-¡No, coño, no me lo imagino, estaban aquí!-.

Tras discutir un rato más con Clara me di por vencido en la búsqueda y decidí usar unos zapatos normales.

Una vez puesto el traje salí a la calle. Joder, hacía un frío que te cagas. Recordé que hacía tres semanas que no salía de casa y que fuera era invierno. No se que maldita hora era pero no había ni un alma por la calle. Pensé que si me ponía a correr se me pasaría el frío, pero al hacerlo me dio la sensación de que el viento me cortaba los labios y la cara. A los diez segundo, me empezó a doler la espalda y dejé de notar la sensibilidad en las manos y las piernas. En el termómetro de la plaza pude distinguir la temperatura que hacía: 2 grados. Joder, solo a mi se me ocurre salir a correr con este puto frío. Decidí continuar por callarles la boca a esos imbéciles. Que no digan que no me estoy esforzando.

Seguí todo lo rápido que pude hasta que, a los 100 metros, tropecé con una piedra del asfaltó y me tragó el suelo. Mi piel tenía un color azulado y mis piernas temblaban como la de aquella chica del centro psiquiátrico que acababan de violar. Pero pensé que yo no era tan gilipollas como esa chica. De querer, podría continuar con mi carrera. Decidí ponerme de nuevo en pie y retomé mi avanzada. Los oídos me pitaban y no se si era por el cansancio o por el viento pero no veía una mierda. Me sorprendió como con el paso del tiempo dejaba de sentir la sensación de frío y comenzaba a llevar bastante bien el ritmo. No sentía las manos y el pitido de los oídos crecía junto a la cefalea, pero ahí estaba, manteniendo el paso. No es para tanto, pensé. No se de que se quejan los malditos gordos que van al gimnasio. Está chupado. A los cinco minutos volví a casa, me hice un cola-cao y me tiré en cama mientras la sensibilización de los dedos daba paso al dolor de las uñas clavadas y de las rozaduras que me hice en la caída.

 

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