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Helena con H

Tema en 'Prosa: Ocultos, Góticos o misteriosos' comenzado por miara, 2 de Septiembre de 2015. Respuestas: 0 | Visitas: 814

  1. miara

    miara Poeta asiduo al portal

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    Mujer
    Helena se miró al espejo y notó algo diferente en su rostro. No supo identificarlo hasta después de una media hora. Pero luego estalló en su cerebro como si no hubiera otro pensamiento que lo llenase. Estaba envejeciendo. Bueno, era un concepto exagerado, pero su piel ya no poseía el brillo y la luminosidad de antes. Por ahí se empezaba… y se llegaba a lo que era su madre. Y desde luego, ese destino no entraba en sus planes. Tantos esfuerzos, tanto controlar sus emociones, planificando los pasos que la alejaban de lo que su progenitora representaba. Nunca acabaría como ella; ese ser patético, simple, conformista, que había volcado un cariño obsesivo, protector, en una hija que ni lo quería ni lo necesitaba. Odiaba que la llamase preguntándola cómo se encontraba, comentando lo feliz que se sentía de que tuviese un marido tan diferente de lo que fue su propio padre. ¡Por supuesto que era diferente!. Ella, no se había dejado engatusar por las primeras frases cariñosas de un chico como la infeliz de su madre. Ella le había buscado a su medida, a la altura de sus aspiraciones, de sus deseos. Lo había cercado como un cazador hace con una pieza deseada. Y al final, había triunfado. Si la vieran ahora sus compañeras del instituto, aquéllas que se burlaban de ella por su aspecto, por sus vestidos reciclados de la ropa donada por la dueña de la casa donde servía su madre, aquéllas que decían que acabaría en el arroyo, porque tanto orgullo no era una buena carta de presentación para la hija de una viuda que vivía de la caridad que le prestaban.

    Hubo un momento en que flaqueó en su determinación de llegar al cénit. Fue cuando se enamoró por primera vez, de verdad. Estaba terminando el instituto cuando se fijó en un chico alto, de mirada lánguida, perdida, un poco a lo Lord Byron. Por supuesto, era de buena y rica familia, porque de no darse estos requisitos no le habría tenido en cuenta. Consiguieron congeniar, hasta hacerse inseparables, llegándola a presentar a su familia. La invitaron a cenar con ellos en un par de ocasiones y así Helena pudo constatar hasta que punto llegaba su nivel de vida. Era un sueño perfecto, todo envuelto en sutil aroma de caramelo, pero su querido Julián, no era hombre de una sola mujer, porque tendía a aburrirse y aborrecía profundamente la monotonía. Así sufrió su primer gran desengaño, y su amor, profundo, desembocó en odio a todo lo que le recordase a ese novio que hizo trizas su plan maestro de acabar en el altar. Tardó en recuperarse, y cuando lo hizo, se juró solemnemente que nunca claudicaría, que no se dejaría pisar por ningún hombre, que no sería una víctima, un pañuelo de usar y tirar. Ya había visto bastante en casa, de niña, cuando su padre, borracho, abofeteaba a su madre, la insultaba como si fuese un trapo, y ella ni se quejaba, sólo le pedía que no lo hiciese delante de su hija. Apenas les llegaba el dinero para comer, pues aunque su madre trabajaba como empleada de hogar en varias casas, el desgraciado de su padre, el vago e inútil de su padre, siempre le quitaba, le robaba, lo que a su vista podían esconder. Bendito aquel accidente de coche ,bendito su conductor que aquella noche de mayo acabó con la vida del maltratador, que se había lanzado, de repente, en medio de la calzada ciego de alcohol. Fue el único favor que hizo en su vida. Se sintió aliviada, como si una espada de Damocles se hubiese retirado de su cabeza, y nunca le dedicó una lágrima, ni una plegaria que pudiese acomodar su conciencia. Y sin embargo, su madre, si que le lloró, si que le perdonó. A veces la santidad se parece tanto a la tontería…

    Cuando acabó empresariales (gracias a una beca), estuvo de secretaria en un gabinete de abogados. Tuvo varios amoríos; nada serios pero que le sirvieron para lograr contactos y obtener informaciones valiosas que le ayudasen en su camino hacia el éxito. Así, llegamos a Eduardo, en el verano de hace cinco años. Ella trabajaba, de forma temporal, como azafata en el congreso que se celebraba en la ciudad sobre tecnologías y sus aplicaciones en el mercado internacional. El, acudía allí como uno de los invitados a hablar sobre los nuevos productos de la multinacional a la que representaba. Fue una afortunada coincidencia que cuando le traía un café, este se derramase sobre su chaqueta . Ella se disculpó toda azorada, pero él la sonrió; le dijo que se tranquilizase, que las manchas se quitaban. Fue muy amable y se encontró muy a gusto a su lado como hacía tiempo no se había sentido. Cuando se presentaron, ella le dijo: “Me llamo Helena. Helena con hache”. A él le hizo gracia la puntualización. “Verás, a mi madre le encantaba la historia de Helena de Troya, así que me puso este nombre. Pero en el colegio estaba harta de que me lo pusieran mal”. El la contestó que tendría que ir con cuidado, porque si se parecía un poco a la Helena griega, podría resultarle devastadora. Nos reímos y quedamos en vernos, una vez finalizado el congreso, en un restaurante céntrico, “La Boheme”, muy de moda en esa época. Me habló de su vida; que se había quedado viudo hacia dos años. Se sentía muy solo, pues su esposa y él se conocían desde niños, aunque en los últimos años se habían distanciado por las consecuencias del cáncer que acabó con su vida. Le dijo que tenía una hija de trece años, Alicia, muy unida a su madre, por lo que estaba llevando bastante mal la ausencia de ésta. Aquello la puso en guardia. Era un hombre maravilloso, el mejor que había conocido en su vida, pero tenía una hija, y ella… bueno no se sentía cómoda con niños; en realidad, los detestaba. Era todo un problema, pero se dijo que no se trataba de una criatura pequeña ,¿verdad?. Habría soluciones que aplicar llegado el momento. No podía dejar que Eduardo se le escapara ante la primera dificultad que se presentase. Así que puso buena cara, y le preguntó, simulando mucho interés, por ella. Se dio cuenta de que Eduardo adoraba a Alicia, a la que describió como inteligente, sensible, aunque algo callada e introvertida. Cuando se despidieron, ella le besó suavemente en la mejilla, mientras le decía: “No puedo esperar el momento en que volvamos a vernos. Me gustas mucho. Di que mañana me llamarás”. El sonrió tímidamente mientras le acariciaba el pelo: “Claro, si así lo quieres, me encantará llamarte y concertar otra cita contigo”.

    Ese fue el inicio prometedor, acompañado después, de un noviazgo agradable y tranquilo, totalmente diferente de las relaciones tumultuosas que hasta entonces había mantenido. Pero él se resistía al compromiso final, pensando tal vez en lo que diría Alicia o porque el recuerdo de su esposa aun le era muy querido e imposible de dejar de lado. Ella, le montó una escena melodramática, envuelta en lágrimas, diciéndole que no la quería como afirmaba, que sólo era un entretenimiento, una aventura sin importancia. Eduardo, se sintió abrumado; le dijo que no era cierto, que la quería de verdad, pero que una boda era algo que debía ser pensado con cuidado. Helena le dijo que deseaba tanto ser su esposa, que no podía pensar en nada más; que era la culminación de todos sus sueños y esperanzas, pues había sufrido tantos y dolorosos desengaños… Y así, Eduardo, queriendo complacerla, la pidió en matrimonio dejando atrás los recelos que pudiera sentir.

    Todo salió a la perfección. Una magnifica boda, llena de glamour, encanto…Hasta el tiempo acompañó. Lo peor, la presencia de su madre, llorando a moco tendido diciendo lo dichosa que se sentía al ver a su hija tan radiante y feliz, y … Alicia.

    Alicia. Desde el primer momento en que se la presentaron, notó que la evaluaba y calibraba, sin llegar a aprobar el examen. Alta para su edad, de cabellos oscuros, a juego con unos ojos aun más oscuros y escrutadores, la había calado como si leyese su pensamiento. Ella, desplegó todo su encanto y la hipocresía que reservaba para los casos especiales. Se mostró tan encantadora, que hasta la bruja de Blancanieves, se hubiese rendido a sus pies. Pero ella, aunque se mostró educada y amable, no picó. En ese momento se dio cuenta de que tenía un problema y que debía alejarla de su padre, antes que diera al traste con su matrimonio.

    Convenció a su marido de que su hija tenía un talento especial que debía ser cultivado y para su adecuado desarrollo personal debía estudiar en los mejores centros (que por supuesto estaban en el extranjero), aunque eso significase separarse de ella pues sería algo que agradecería en el futuro. Eduardo, le dijo que todavía era una niña, que no soportaría tenerla lejos, pero Helena le describió un panorama de infinitas posibilidades para una chica como Alicia y estaba segura de que su madre, Diana, estaría de acuerdo con esta decisión.

    Y el plan se cumplió. Alicia fue a estudiar a un privilegiado instituto de Washington, lejos de su padre, a una gran distancia para que no pudiera interferir en su relación marital. Pasaron los años y Helena vivía muy cómodamente. Gastaba lo que quería, se divertía (con las nuevas amigas que su nueva posición social le había deparado) y disfrutaba sin pensar demasiado en lo que sentían los que la rodeaban. No le preocupaba más que el paso del tiempo, que había empezado a convertirse en una obsesión. Cada vez más, estudiaba los rasgos de su cara en el espejo buscando cualquier cambio significativo y no paraba de comprar artículos para mejorar su imagen . Le daba miedo la muerte y hubiera hecho cualquier cosa por ser inmortal, mantenerse joven y bella por siempre. No tenía hijos, aunque Eduardo los deseara. No quería ser madre, pero a él le había contado el cuento de que era estéril, entre sollozos entrecortados diciéndole que no se lo había dicho antes por temor a que la abandonara. Eduardo se mostró gentil y cariñoso como siempre, y le dijo que podían recurrir a la adopción. Elena le dijo, que más adelante, cuando estuviera preparada.

    Llegaron las vacaciones, y como todos los años, Alicia las pasaba con ellos. Helena, en este período se mostraba nerviosa e intranquila, aunque intentaba disimularlo, porque para ella Alicia era una enemiga difícil de descifrar. Tenía ya dieciocho años y se había convertido en una chica preciosa, culta, elegante, pero enigmática. Cada vez que la veía, se sentía más incómoda, porque notaba como la vida se le iba mientras que Alicia estaba exultante, plena. Sentía unos inmensos celos de su hijastra que intentaba ocultar mostrándose obsequiosa con ella.

    Ese año, Alicia apareció en su residencia de la playa, con un brillo extraño en la mirada. Abrazó efusivamente a su padre que siempre se mostraba completamente feliz cuando la tenía a su lado, mientras a Helena le daba un rápido beso en la mejilla.

    Durante la comida, Alicia le contó a su padre como iban sus estudios de arqueología, las nuevas amistades que había conocido, y un descubrimiento que en casa de sus abuelos maternos había hecho.

    - Sabes, en casa de los abuelos, tropecé con un espejito muy antiguo que era de mamá. La abuela me dijo que cuando murió lo tenía en su mano y que ella lo tenía guardado para mí, hasta que cumpliera la mayoría de edad, junto con una carta escrita por ella una semana antes y que le pidió que me diera cuando fuera la suficientemente mayor para comprenderla.

    - ¿ Un espejo?. ¿Lo tenía en su mano?. No recuerdo bien esos momentos, estaba tan apenado, tan desolado… Diana era todavía tan joven, tan vital…- Eduardo se sumió en un estado de melancolía al recordar a su querida primera esposa.

    Helena se sintió furiosa al darse cuenta de que Eduardo a pesar de sus cinco años de matrimonio aún seguía recordando a su difunta esposa con un amor especial.

    - Mira, lo tengo en mi bolso- Alicia se puso a buscarlo, a pesar de la indiferencia de Helena.- ¡Aquí está!. Es muy curioso, ¿verdad?- se lo mostró a Helena. Era un espejo muy viejo, pero a pesar de todo, su superficie era transparente, límpida. El reverso era oscuro, como de jaspe, y en color gris, una figura en relieve con los ojos tapados por una venda en la que se veía el símbolo del infinito. Era una mujer de cabellos largos en los que se enredaban raíces y hojas, y en cuyo rostro se reflejaba una hierática sonrisa. Iba vestida con una túnica de estilo griego y estiraba los brazos en actitud de ofrenda.

    Helena sintió un estremecimiento al contemplar la imagen. Fue como si un mal presentimiento la recorriese. Devolvió con cierta brusquedad el espejo a Alicia, diciendo: - Es extraño; como si algo tenebroso ocultase. La verdad, aunque sea una antigüedad y posea gran valor , no me gusta.

    - Pues a mamá le encantaba. En su carta me habla de sus orígenes. Fue un regalo de su profesora de historia, la señorita Katriades. Mamá solía hablarme a menudo de ella, de lo mucho que influyó en que se doctorara en Historia, especializándose en civilizaciones antiguas. Su profesora nunca se casó y quería a mi madre como la hija que nunca tuvo. Cuando murió, mi madre se encargó de su entierro ya que no tenía familia que se ocupase de ello. Le contó que este espejo perteneció a la hija de un alquimista del siglo XVI , cuyas investigaciones esotéricas la condujeron a ella y a su padre a una trágica muerte. Es muy interesante, ¿no?.

    - Claro, si te gustan esas cosas. Pero dejémonos de historias del pasado, y pensemos a donde vamos a ir a cenar y luego a divertirnos.- Helena cambió rápidamente de tema porque el asunto del espejo la estaba poniendo nerviosa. -Además, Eduardo, tengo que hablarte de una clínica que he descubierto en la que hacen maravillas con la piel. Con uno de sus tratamientos me sentiré como si hubiese vuelto a los veinte. ¡Te van a encantar los resultados¡ .Y no es tan cara como pudiera parecer.

    Después de cenar en uno de los más elegantes restaurantes de la costa, y de ir a una sala de fiestas donde Helena bailó hasta quedar rendida, en el viaje de regreso al hogar, volvió a insistirle a su marido sobre las virtudes del tratamiento que quería hacerse, pues sabía que convenía engrasar la maquinaria dada su reticencia cuando le hablaba de cuestiones estéticas. El era defensor de lo natural, y siempre le decía que estaba perfectamente bien, que no necesitaba hacerse nada. Pero claro, sólo era un hombre y no sabía lo que el paso del tiempo puede afectarle a una mujer, sobre todo a una que había basado su éxito y bienestar en su imagen perfecta. Por eso solían discutir, y ahí salía a relucir la madre de Alicia. Él la comentaba que Diana no le daba importancia al aspecto, sino a la sensación de sentirse realizada, de sentirse a gusto con cualquier pequeña tarea llevada a cabo. Aunque intentó controlarse, no lo consiguió, y le soltó que ella no era la perfecta Diana, que ella era Helena , que estaba viva, y que deseaba sentirse así por mucho tiempo. De esta manera, se fueron a dormir, pero enfadada como estaba, no quiso compartir cama con Eduardo y se marchó a una de las habitaciones para invitados de que disponía la casa.

    Se despertó dos horas después al oír algo raro; era como un susurro, una voz apagada que recitaba algo. Encendió la luz y vio que eran las tres de la mañana. La puerta de la habitación de Alicia estaba abierta. Se acercó y se asomó para ver si estaba dormida, pero la cama estaba deshecha y ni rastro de la chica. Volvió a escuchar aquella monótona letanía, y algo la impulsó a salir fuera hacia el jardín donde se encontraba la piscina. Allí vio a Alicia arrodillada al lado de dos velas encendidas con los ojos cerrados, musitando una extraña plegaria frente a la imagen del espejo de Diana.

    - Te estaba esperando. El conjuro llama a la persona elegida, al recipiente.- Se levantó; su cara le pareció extraña, diferente, como si perteneciese a una persona anciana . Llevaba en su mano el espejo, y un fulgor verde, fantasmagórico, surgía de él. Los ojos de la imagen estaban al descubierto; la venda que los tapaba había desaparecido. El intenso brillo verde se extendía como una nube alrededor de las dos.- No te dolerá; te desvanecerás y ya no envejecerás ni un día más. Tu sueño se cumplirá, Helena; serás inmortal.

    - ¿Qué estás diciendo?. ¿Te has vuelto loca?- Helena, sintió su corazón palpitar como si siguiera el ritmo de un tambor.

    - No, no lo estoy. Mañana será un día feliz. Mi madre regresará con tu cuerpo.El espejo me ha dado lo que durante tanto tiempo he deseado. La carta me lo ha revelado. Mi madre, a lo largo de mucho tiempo,estudió este extraño objeto. Lausana, la dueña original, gracias a los conocimientos oscuros de su padre, el alquimista Macian ,consiguió la manera de evitar la muerte y volver a la vida en otro cuerpo. La profesora Katriades, era en realidad Lausana, existiendo a lo largo de las eras gracias a las cualidades mágicas del espejo creado por su padre. Al final de su vida, una extensa vida que decidió dar por finalizada, reveló a mi madre el secreto. Le contó que en el momento en que el propio cuerpo va a expirar, se debe mirar a la superficie del espejo, recitando unas palabras determinadas, que por supuesto no te diré cuáles son. El alma se almacena allí, eternamente, si no se encuentra el cuerpo adecuado que la pueda volver a albergar. Tú eres la adecuada, Helena. Naciste el mismo día y mes en que hace siglos lo hizo Lausana. Ese es el detonante para que la transferencia pueda darse. Te quedarás ahí encerrada, Helena con hache, y sabes, no voy a sentirme culpable por lo que voy a hacer, porque nunca me gustaste; siempre intrigando para alejarme de mi padre, privándome del cariño que él pudiera darme, manteniéndome en la distancia como si fuera un estorbo. Pues hoy te vas a dar cuenta de hasta que punto puedo serlo.

    Helena quiso gritar, pero se sintió como si fuese aire succionado hacia el centro del maldito espejo. Después notó un profundo zumbido y como si cayese a mucha velocidad hasta frenar en seco. Cuando recuperó el sentido, se vio entre paredes cristalinas que estaban hechas de un aire compacto que la mantenía flotando en una especie de levitación. Frente a ella, como si estuviera mirando a través de una pantalla, se vio abrazando a Alicia y como ésta lloraba y la llamaba mamá. No podía ser cierto, pero al observar sus manos, ya no estaban conformadas por carne sino por líneas transparentes que se agitaban con cada matiz de su pensamiento. Sin lágrimas, lloró por dentro, porque nunca se cubriría de arrugas, la muerte nunca se le acercaría. Había cumplido su íntimo sueño, ser eterna en la dimensión inmaterial del espejo.
     
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