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Hermanitos

Tema en 'Prosa: Amor' comenzado por Starsev Ionich, 1 de Abril de 2016. Respuestas: 0 | Visitas: 683

  1. Starsev Ionich

    Starsev Ionich Poeta asiduo al portal

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    26 de Marzo de 2011
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    Hermanitos.

    Era lo opuesto a mí definitivamente. Un niño callado, tranquilo. En sus ojos habitaba un mar apacible. Ni siquiera la luna de mis actitudes causaba marea en su pequeño cuerpo rechonho y de suave aroma. No recuerdo haber sentido celos cuando llegó una tarde en su pequeña cuna. Allí durmió el pobre hasta los cinco o seis años; tal vez por eso le gusta ahora que opriman su columna. Pienso que podría ser el absurdo deseo inconsciente de haber querido acomodar las tablitas para poder dormir mejor.

    Yo alcancé los límites de mi maldad rápido afortunadamente. Lo molestaba mucho, pero siempre había un límite. El tranquilo niño se ponía rojo como un tomate y tras una onda respiración lanzaba un llanto que, me enseñó rápidamente lo que era el arrepentimiento.

    Luego comenzó a hablar. A mi mamá la llamo así no más, a mi papá: -pa-, a mi hermana Astrid: -Ti-, a mi hermano Carlos Emiro: - miro-, y a mí que todavía me llamo Alexander me decía –malo-. Aprendió rápidamente los significados del bien y el mal, y aunque yo lo amaba con toda mi alma y se había convertido en mi juguete favorito – casi compitiendo con los balones de fútbol –, él me odió de forma prematura. Yo no había sentido de forma consciente los celos, pero los manifestaba en todo momento con el pobre, de la misma forma como un niño se retrae cuando es abusado. Me habían hecho sufrir con Chuky, el muñeco diabólico, y por eso yo busque los temores de este angelical niño con recelo: vampiros. De los cuatro a los seis años de edad yo era el vampiro que asesinaba a mi familia y él era el super héroe que cobraba justicia. No sé por qué un niño tan pequeño soñaba cosas tan absurdas de noche, yo tan solo apagaba la luz y decía que iba llegar un vampiro que le iba a chupar la sangre...

    Siguió creciendo y a pesar de su timidez era una maquinita. Un niño muy inteligente, que capturaba miles de palabras como una esponja. Tal vez en su mente ya se ideaban construcciones megalómanas y dibujaba cada interacción humana que tenía. Si yo hubiera sido un poco más suspicaz o le hubiera llevado más de cinco años y medio, tal vez no lo hubiera obligado a hacer lo que a mí más me gustaba: jugar futbol. Era muy malo en su motricidad gruesa pero, con mucho entrenamiento llego a tener gambetas muy parecidas a las mías. Tanto así que parecía que jugar fútbol también era su vida. Pero no, se reveló al crecer, y lo que yo veía de pequeño, tan solo era un pequeño síntoma de abnegación precoz heredada de mí madre, así como yo heredé de ella ese sentimentalismo tonto, de llorar por ver cagar un perro. David solamente me complacía como lo hace siempre con todos los que le rodean.

    Ya recuerdo otro símbolo de maldad en mí, en mis entrañables interacciones, con el otrora, niño: jugábamos en el pequeño apartamento de piso de parquet, corríamos hacia mi derecha la mesa redonda del comedor, en la cual enfrentábamos con rabia los correazos de mi madre en contra de las manecillas del reloj. Doblábamos el tapete lleno de ácaros y humedades espumosas de champú para alfombras, las canchas eran los dinteles principales; luego escogíamos si jugar con la pelota de medias o con la que yo me había robado de la piscina de pelotas. No importaba cual escogiéramos. Sabía que le iba a ganar y que le estregaría mi triunfo hasta hacerlo llorar, hasta hacerle brotar una rabia sobre mí, hasta que sus suaves puños y patadas provocaran esas risas infernales que siempre me han atacado en el momento inoportuno. Hasta que me preocupara por su estado colérico, hasta que le pidiera perdón y tuviera que hacerlo reaccionar con mis lágrimas, al principio fingidas, después del alma, y llorar abrazados hasta que mi mamá llegara para mirar con alegría nuestro buen juicio, nuestra secreta complicidad. Yo era un niño malo. Consentidísimo. Él cada día se iba haciendo más fuerte.

    Otra cosa que amaba hacer era olerlo, era limpio, siempre su cabecita olía a champú de manzanilla, mezclado con su sudor, y con la leche materna de mi madre que se había quedado impregnada en la corona de su cabeza. Mi preocupación a los once o doce años, aparte de hacer bien bicicletas, cuquitas, goles de cabeza –nunca pensaba hacer pases, y por eso creo que no fui futbolista –, era en que momento no podría ser tan meloso con David, en que momento él se sentiría incómodo con mis besos y abrazos, con mis resoplidos entre su pelo. Simplemente pasó que empezó a crecer y yo ya no lo veía tan tierno, lo trataba de manera más hostil y evitaba tomarle el pelo; porque convertí su carácter apacible en una especie de orgullo a la defensiva.

    Él dejaba de jugar futbol paulatinamente y se entregaba con ahínco a lo que verdaderamente le gustaba. Dibujar. Dibujaba a Goku, a Vegueta, a Freezer. Me causaba impresión su talento, pero en realidad me seducían las caricaturas Hentai dibujadas por mis amigos precoces del colegio; muñequitas parecidas a las niñas que se sentaban a mi lado en el salón, y que eran penetradas por sus profesores, mientras que el rubor acentuado en sus mejillas - hazaña de mis talentosos compañeros dibujantes -, causaban conmoción en la hora de descanso de 10 am.

    David tuvo una pubertad adelantada. Ese niño de carita chistosa, parecida al niño fruko de los frascos de compota, empezó a crecer y sus facciones recordaban a esos jóvenes que encuentran rápidamente el éxito en televisión. Me da pena decir esto, pero entendí el recelo con que mi madre y mi hermana cuidaban de sus amistades; descansé cuando vi que a temprana edad iba a teniendo sus primeras noviecitas. El despertar repentino de su atractivo rostro lo hizo de pequeño un poco metrosexual, y a los quince años uno no entiende que el hecho de que alguien sea vanidoso no significa que sea una persona con una orientación sexual diferente. No doy gracias a Dios porque David fuera heterosexual, para mí la orientación sexual no es decisión de Dios, pero tal vez no estábamos preparados como familia para eso, cuando debería ser en realidad como el gusto por el sabor de los helados. Actualmente aún me cuesta pensarlo de esa manera.

    Actualmente David no me odia, sé que me quiere mucho. Es un joven apuesto, y a pesar de su talento para la arquitectura, de las influencias sociales y de sus atributos físicos; no se las tira de nada, es humilde, servicial, muy fuerte emocionalmente, entregado a lo que ama, a la creación de espacios sociales para el bien humano. Espero que en sus creaciones no olvide el sentido social que debemos al mundo y su carrera tenga tintes de servicio para los desfavorecidos. Pero si le queda tiempo y quiere chicanear un poco que diseñe un estadio, lo construya y lo inaugure. Por supuesto que me invite a mí, a ver si se digna a jugar otra vez fútbol conmigo, a pesar de mis más sinceras humillaciones: bicicletas, cuquitas, goles de cabeza, y uno que otro pase, por si nos hacemos en el mismo equipo.
     
    #1
    Última modificación: 2 de Abril de 2016

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