Hermano árbol 2

Las hojas entrelazadas de mil formas, que susurran, que acarician, que se mueven sin descanso con la brisa, su esbelto talle, robusto, rotundo, inabarcable, que muestra infinitas vetas en su rugosa piel, su porte majestuoso, intemporal, exquisito, su copa frondosa, ramificada en miles de arterias, una red que atrapa a los incautos que lo observan admirados. No hay palabras que definan mi admiración por su belleza, recorro con mis dedos su corteza ya anciana y siento su latido, el pulso vital, intenso y vivo que sus innumerables años no le pueden robar. Su dureza es la coraza que lo protege del intenso frío, de esta soledad que nos atenaza, a todos y a todas, durante nuestras vidas.

Ya es un árbol centenario, uno de los pocos que quedan en nuestros días, su vida sin duda ha abarcado varios siglos. ¿Qué historias podrías contarme viejo amigo mientras descanso entre tus brazos?, ¿qué sucesos?, ¿qué vivencias?, ¿qué anécdotas atesoras en tu anciano corazón?. Te miro y veo las heridas que el tiempo ha hecho en tu cuerpo, son recuerdos del pasado, ahí está la marca del incendio de hace tres años, ése que casi acaba contigo, que acabó con otros, que lamió tu piel y lisio tu tronco pero que no pudo con tu fuerte corazón. Ya estás recuperado, estás mejor, la piel se renueva y las ramas rejuvenecen con las mil hojas que despiertan y florecen cada primavera.

Sí, contemplar su rostro es como querer contemplar al sol en todo su esplendor, que infinita belleza encierra el sereno árbol que acaricio con mis torpes dedos, dedos que descansan sobre su robusto tronco. La brisa que mece sus ramas y susurra a las iridiscentes hojas “cantad, cantad conmigo una canción”, es la voz que dirige una dulce y triste melodía que un coro de miles de hojas entona sin descanso cada atardecer. ¿Qué dicen?, ¿qué cuentan?, sólo el viento que es su hermano lo sabe pero debe ser triste, muy triste, pues cuando ellas cantan, los alegres gorriones apagan sus trinos y escuchan en silencio. Piensa en mí, viejo amigo, como yo lo hago en ti, son tantos años ya los que hemos pasado juntos. El mundo puede cambiar pero mientras tú permanezcas a mi lado, mientras te tenga cerca, mientras pueda contemplar tu belleza cada día, todo seguirá igual para mí.

Dejad que escuche su latido, dejad que me siente a su lado, dejadme descansar una última vez, cierro los ojos mientras espero, sé que tú me oyes aunque los demás no lo comprendan, sé que al final nuestro camino es igual, que algún día volveremos a vernos y ... a hablar.

Y empiezo a pensar en las numerosas raíces que descansan bajo mi cuerpo, que se hunden en la tierra profundamente, que se extienden por todo mi alrededor como las venas de un corazón que palpita lentamente entre suspiros, y empiezo a creer en las fantasías que siempre mi corazón ha albergado, lentamente penetra en mi cuerpo el deseo de probar el sabor de esta tierra que tanto te ha dado, que te ha alimentado, que te ha sostenido como una amorosa madre. Introduzco mis dedos en el terreno y siento el suave y frío roce de esa madre a la que pido que acepte mi regalo, y poco a poco, lentamente, lentamente, me voy hundiendo entre tus raíces, siento tus caricias, siento tu voz que me susurra, siento que me llamas, que me sujetas junto a ti y me enseñas el camino. Y yo sé que mientras mi latido expira, una nueva luz nace, pues la noche sólo es un paso más, un tránsito hacia algo más, una mera ilusión que nos ciega para evitar que podamos ver que más allá está el despertar. Mañana nos volveremos a encontrar, viejo amigo, una vez más.

 

Muy curioso tu escrito.ABRAZOS