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Historia de un pensamiento

Tema en 'Prosa: Surrealistas' comenzado por Évano, 10 de Agosto de 2013. Respuestas: 4 | Visitas: 717

  1. Évano

    Évano ¿Misántropo?

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    Al finalizar este relato Apolonio morirá. Apolonio soy yo.


    Siempre quise morir, desde que tengo conocimiento.


    En los albores de la entrada del saber en mi cerebro, cuando era niño, ya lo veía claro. Las luchas constantes con los demás, que a esa edad temprana son más crueles de lo que muchos recuerdan, ya deseé el fallecer. Unos y otros, desde la mismísima infancia, utilizan físico y mente, y cualquier triquiñuela, para ascender al puesto de ese macho alfa que manda en la manada. Son cosas de quitar el hipo, y a mí nunca me han interesado las arcadas esas.


    Fue a la edad cercana a la decena, en esa época de la primera comunión, la primera vez que estuve a punto de conseguirlo. Tan bonito describían a los cielos que me dije: "Ahora o nunca", porque si continuaba con el avanzar de mis días adivinaba que jamás entraría en ellos, ya que contra más tiempo más pecados acumularía; por lo cual, una muerte temprana me llevaría a disfrutar del cielo maravilloso que tan bonito me habían descrito.


    Pero la vida no transcurre por los caminos que uno anda. Me rompí muchos huesos, aunque no todos por culpa de mi fantasía de suicidio, algunos se partieron a consecuencia de las batallas por mantenerme en mi sitio, a pesar de que me era lo mismo mantener el mencionado sitio. Pero bien sabemos que a veces es imposible controlar los impulsos; uno es incapaz de permanecer pasmado ante un idiota que se te cuela en la cola del tobogán, esa trompa de elefante con un vaivén que hacía las delicias en el tiempo del recreo. Tu meta es suicidarte, pero de ahí a que te tomen el pelo hay distancia, y mucha.


    Un niño pelirrojo, con cara de listillo y humos de fortachón, me tomó por el pito de un sereno. Yo le avisé: "Es la última vez que lo haces, te aviso", le dije con pocas palabras, como siempre he hablado, pero él ni caso, por lo que lo arrojé desde lo alto de la trompa, rompiéndose el brazo izquierdo. Luego se tomó venganza y me tiró a mí, rompiéndome yo el derecho. Perdió el rojizo cara huevo, ya que nada le impedía escribir con su mano derecha y yo, al ser diestro, me libré durante un mes de los deberes, exámenes y hasta de atender en clase, aunque eso nunca lo entendieron profesores y compañeros. Y tanto me gustó la experiencia que me rompí el mismo brazo unas cuantas veces más.


    La que más gracia me hizo fue el último intento, aunque no culpa mía. Andaría yo por los doce años y una chica, inexplicablemente guapa, estaba enamorada de mí. Lo de inexplicable es porque yo, por aquel entonces, era un niño medio salvaje, de pelos largos y lleno de cicatrices, peleón como el que más y a años luz de interesarme por cosas del amor. Raro era el día que no caía desfallecido en la cama tras una docena de peleas. Decía que fue graciosa aquella ruptura de muñeca (la séptima, creo recordar), porque yo la apodé Frankestein , al tener ella una cicatriz en la frente no sé de qué. Me vio paseando la baranda que cercaba al colegio, en delicadísimo equilibrio; era un pasamanos muy fino. Cuando ya había sobrepasado casi la totalidad, al llegar a la puerta, la más inestable, vino corriendo como una loca y traqueteó la baranda de tal manera que no controlé el equilibrio. El resultado fue la ruptura de la muñeca derecha, otra vez. La volví a ver diez años después, el día anterior a su boda. Me presenté en su despedida de soltera y le dije que sí, que la quería (hasta entonces no le había hecho ni caso). Nunca he sabido cómo funciona mi mente, ella siempre ha ido a lo suyo; ignoro por qué le dije aquello y, aunque parezca extraño, albergaba la esperanza de que ella me aceptara. Clara está la contestación: "¡La madre que te parió, ahora me lo dices, cuando me caso mañana! Debería haber adivinado la respuesta, pero mi cabeza, a los veinte años, como ya he dicho, pensaba a su manera e iba a lo suyo. No crean que me lo tomé a mal, sino que me emborraché, como cada fin de semana, y el lunes ni me acordaba.


    Siempre he querido acabar con mi vida, pero no porque viviera mal o tuviese problemas no solucionables, lo he deseado porque he sido un niño con prisas: prisas para crecer, prisas para hacer el amor por primera vez, prisas para tener hijos, para jubilarme y para morir y, sobre todo, para saber más que los demás. Y he aquí la cuestión: nadie tiene ni idea de lo que ocurre cuando uno se muere. Yo quería ser el primero, para que la gente dijera lo listo que era. Ni se me había ocurrido que cuando uno se muere ya no vuelve.

    El caso es que estaba tan ocupado con mis cosas, cosas que me importaban un bledo, que postergaba eso de suicidarme. Un día llegué a cansarme y me dije: "Ya está bien con lo del suicidio, o lo haces de una vez o déjalo estar". Y creo que tenía razón, por lo que estuve un tiempo sin pensar en ello.


    Esta vida es una mierda, si no te paras a pensar, el mundo marcha como le da la gana, te guste o no. Por eso, cuando te das cuenta, tienes ochenta años y te dices: "¡Joder, no he hecho nada de lo que quería; me he dejado llevar como un tonto!". Es lo que quería evitar; por ello, cuando rondaba los treinta, decidí ahogarme en alcohol y tabaco. Lo que no tuve en cuenta es la juerga que te da el tabaco y el alcohol, y más si va un poco acompañada de marihuana.

    Así pasaron una decena más de años, hasta la cuarentena de ellos. Sin hijos, sin oficio ni beneficio, ni pareja ni dinero. Un inútil total, y a mucha honra. Casi conseguí ser invisible a los ojos de hombres y mujeres, y no se imaginan lo difícil que es llegar a ser invisible, a que nadie te vea ni cuente contigo. Me río yo de los experimentos americanos, tebeos y películas incluidas, para conseguir la invisibilidad. Aquí, en España, que siempre hemos sido más brutos, lo hemos descubierto sin químicas ni leches, a lo bruto, como debe ser.


    Decía que yo ya hace mucho tiempo que soy invisible, por lo que se me planteó una pregunta: "Si no importas ni un pimiento para nadie y te suicidas nadie se va ha enterar". Esta pregunta me introdujo en un problema gordo porque... ¿que prefería yo, que se enteraran de mi muerte, o no?; Esta cuestión la estuve meditando unos cuantos años. Luego me contesté: "¡A tomar por culo tó, que sea lo que Dios quiera!". Pero siempre resurgía esa pasión por morir. Y ahora, en esta edad tan avanzada, aunque continúo con el tema, ya no le doy tanta importancia, entre otras cosas, porque si hay cielo ya lo veré (si es que me lo he ganado); y si hay infierno, mejor esperar; y, como aunque parezca que no, he evolucionado, pienso que hay que disfrutar el tiempo que nos queda, aunque sea peleándose con algunos idiotas pelirrojos que se creen los machos alfa que se cuelan delante de uno cada dos por tres.


    Ahora ya sí, me toca morir, pues soy una de las muchas fantasías que habitan en cualquier ser. Soy un relato, y como tal, al finalizar este, muero yo. Pero no se crean que nunca estuve vivo, algunas de las historias aquí narradas son ciertas, por lo cual he sido existencia, limitada, sí, pero el tiempo es relativo, como dijo alguien que ya murió.

    Y mi muerte no va a ser como las que imaginé: Poner una piedra enorme en la punta de la viga del techo, atada con una cuerda que estirara y la hiciera caer al cerrar el ordenador (que es como se escribe hoy), por ejemplo; O meter a la computadora en un barreño de agua al acabar... Había muchas muertes que soñé, pero ahora, que ya finalizo este "cuento" raro, prefiero una palabra, simplemente, un bonito "Fin" con letras normales y corrientes.


    Sé que no he contado los intentos de suicidio, que más bien han sido huesos rotos en circunstancias normales, pero, es que en verdad fueron nimios pensamientos que afloraron alguna vez en mí —como en la mayoría de las personas— y, como ya mencioné, estaba tan ocupado en las cosas diarias que tiene la vida, que a penas lo pensaba lo olvidaba, porque siempre había alguien a mi lado que valía mucho más la pena que esa idea de trompa de elefante, un vaivén en los recreos que tiene la vida, porque si no hay tiempos de descanso en la lucha diaria de este mundo, es muy difícil que a uno le vengan ideas que no entran en la supervivencia del ser humano. Por eso, cuando creo que voy a deprimirme, pienso y me uno amis seres queridos, o empiezo a realizar y buscarme trabajo y cosas provechosas que hacer, para que me tengan entretenido el mayor tiempo posible.


    Muchas gracias por leer. Se les saluda afectuosamente. Ahora ya he muerto, cuando haya puesto el punto final, tras la ene.


    Fin.
     
    #1
  2. Lourdes C

    Lourdes C POETISA DEL AMOR

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    Noooo! Espero que el final no sea verdad!!
    Un relato muy interesante y triste pues nadie
    deberia desear la muerte y menos un niño y
    mucho menos debería intentarlo. Saludos.
     
    #2
  3. Évano

    Évano ¿Misántropo?

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    Gracias, señora Lou, pero no se preocupe, es el personaje el que lo deseaba. Un abrazo, amiga.
     
    #3
  4. marea nueva

    marea nueva Poeta veterano en el portal

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    Me dió n se que tristeza eso del suicidio aunque morir en las letras se vale. siempre se resucita , yo espero todas tus resurrecciones en cada escrito o poesía y mas te vale que asi sea Sr Évano nada nada invisible, eres mas que visible!! Abrazos renacidos y montones!
     
    #4
  5. Évano

    Évano ¿Misántropo?

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    Muchas gracias, señora Ethel por "verme", siempre tuvo vista de águila o de cóndor jajaja... Es que me encanta suicidarme (solo en los relatos jajaja...). Un fuerte abrazo, y a su iPod, el cual ya veo que maneja mejor jajaja...
     
    #5

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