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Honduras del Tiempo

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por Aramis_Arg, 27 de Noviembre de 2012. Respuestas: 0 | Visitas: 477

  1. Aramis_Arg

    Aramis_Arg Poeta recién llegado

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    24 de Octubre de 2012
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    Honduras del Tiempo


    ¿Cuántos años pasaron del día en que recibí el mapa? ¿Cuántas décadas son las que transcurrieron de aquel éxodo? Con hilos bordeados de tristezas. Pero que también tenía una esperanza, dos colores y, al General.

    Es recién ahora que me atrevo a contar aquel suceso que marcó tanto mi vida, que la cambió completamente. Espero que también me perdonen que lo haga a días en que mi cuerpo quedará tieso y mi alma emprenderá su último viaje.

    Recuerdo que fue mucho más allá de un pueblito situado en la provincia de Jujuy, siguiendo el sur por un camino de tierra y piedras en medio de la nada pero a la vez colmado de naturaleza, donde existe un pequeño ranchito, de adobe rodeado por algunos árboles frutales, atrás una pequeña huerta y de fondo un inmenso monte vestido de verde, con sus cerros, arroyos y animales. Esa casita solo tenía dos habitaciones, en una de ellas estábamos dormía al lado de mis dos amigos, que habíamos llegado hasta allí para cumplir con una misión. En la otra, don Faustino le hablaba en voz baja a su mujer:

    -Estos crios, piensan que de la nada, la vida les otorgará algo para la felicidad. Si Josefa, estoy molesto. Pero de todas maneras tengo que ayudarlos.

    Habíamos recorrido muchos kilómetros, y nos incentivaba el mapa que me había dado mi abuelo. Ese mapa contenía las rutas y caminos secretos por donde llevaron los carruajes con el oro, plata y joyas de las familias que iniciaron el famoso éxodo jujeño. Fueron unos veinte carruajes que ocultaron del avance realista.

    El sol ya estaba iluminando a todos en la casa, era el día en que marcharíamos en una de esas aventuras que se quedan guardadas en la memoria. El marido de Josefa usó a su mula para cargar las mochilas con todo lo que necesitábamos, además llevábamos un rifle y un par de machetes. Pretendíamos pasar la noche dentro del monte. Dejamos la camioneta tapada debajo de unos árboles, y nos despedimos de doña Josefa para ponernos en marcha.

    Fuimos por un sendero que rodeaba uno de los tres cerros del lugar. Durante el trayecto, le contábamos a don Faustino algunos eventos por los que tuvimos que pasar antes de llegar hasta la casa de él.

    -¿Usted don Faustino, no tiene hijos? Le pregunté.

    -Si joven, tuve tres varones, pero ya todos se marcharon para la ciudad con sus mujeres.

    -Ajam, ¿y lo vienen a visitar seguido?

    -De vez en cuando vienen mis nietos con algunas flores.

    -¡Miren allí! ¿Es un pavo?.- Dijo Horacio, el menor de los tres.

    -Si joven, ¿por qué no lo cazan para la cena?.- Recomendó don Faustino

    Todos nos detuvimos en ese momento sin hacer ruido alguno, Emanuel, que llevaba la escopeta, la cargó y caminó sigilosamente unos metros para tener en la mira al pavo, bastó un solo disparo para que quede tendido entre la maleza, todavía habían un par de plumas por el aire cuando fui a recogerlo. Era una linda combinación para el almuerzo con las tortillas que tenía en mi mochila.

    Decidimos parar para comer recién cuando hayamos atravesado el cerro. Pensamos que eso llevaría solo la mañana, caminamos más de 6 horas hasta que don Faustino nos señaló el final del trayecto para el que fue contratado.

    Allí estábamos los cuatro, sentados entre unas rocas, fatigados de tanto andar. Era muy claro que ese era el lugar que estábamos buscando, pues el mapa señalaba un punto en donde el arroyo principal se divide en tres, y precisamente, en frente nuestro estaba el arroyo principal partido en tres.

    Luego del largo y merecido descanso, aprovechando todavía la poca luz que le quedaba al día, limpiamos el lugar y armamos la carpa, pues allí pasaríamos la noche, la fogata ya estaba encendida con el pavo asándose. Cuando terminamos de comer, don Faustino, que pronto se iría a su casa, nos preguntó:

    -Ahora que no está presente mi señora, ¿me pueden decir realmente lo que están haciendo aquí, en medio de la nada? La historia del viaje de estudio que nos contaron al principio se lo guarda mi señora pero yo no, ¿porque no me dicen la verdad?.- Nos lo dijo con su mirada apagada por los años.

    -Está bien, se lo contaré.- Le respondí ya resignado.

    -Mi abuelo me dejó este mapa, que contiene algunas rutas por donde transitaron las carretas del famoso Éxodo Jujeño. Esperamos hacer algún descubrimiento, y bueno, aquí estamos.

    -Creí que el General había quemado todos los mapas.- Murmuró

    -¿Cómo dijo don?

    -Nada, nada. Creo que ustedes están aquí por ambición, es natural en el hombre, pero guarda muchachos, que todo tiene un límite y si lo pasan, no podrán volver para atrás. No tendrán tiempo para enmendar todo el mal que dejaron por el camino de sus vidas, afectando a sus seres queridos, y habrá sido demasiado tarde para cuando se hayan dado cuenta. Bueno, mejor me marcho que mi mujer ha de estar preocupada. Adiós, y tengan cuidado.
    - Hasta pronto don Faustino, gracias por todo.- Fueron las palabras de los tres.

    Durante la noche conversábamos sobre los pasos que daríamos al siguiente día, estábamos tan esperanzados de poder encontrar algo en ese lugar que dormimos muy poco.

    A la mañana siguiente nos pusimos otra vez en marcha, habíamos optado ir por el costado de una vertiente, la zona era la más llana de todas, por lo que pensamos que por allí seria un camino accesible para pasar con carretas atadas a los caballos.

    Esta vez, si hicimos una parada al mediodía, almorzamos la comida enlatada que teníamos en la mochila, y al terminar, seguimos a paso firme por el camino.

    Mientras Horacio hacía unos disparos con la escopeta, recuerdo que me topé con un pedazo de madera ovalada, era la primera señal luego de varias horas de caminar, así que nos pusimos a buscar más pistas, que al cabo de un rato encontramos. Por el costado del arroyo, entre unas rocas hayamos una rueda de madera. El corazón galopaba a gran intensidad en nuestros cuerpos, estábamos cerca de encontrar aquello que tanto anhelábamos.

    Uno de nosotros pudo distinguir a los lejos, entre unos árboles, una estructura que no se adaptaba al lugar. Mientras nos hacíamos paso entre la maleza, vimos que habían unos baúles dispersos por el suelo. La felicidad nos invadió y seguimos avanzando y cuando estuvimos a punto de llegar, de un costado se oyó la voz de un hombre, con un acento diferente:

    -¡Vosotros! ¡Deteneos inmediatamente! ¡¿Qué hacéis en este lugar?!

    En ese momento los tres exhalamos de adentro nuestras almas del susto. Teníamos en frente nuestro a un hombre mirándonos fijamente. Vestido con una chaqueta azul con botones dorados, en el pecho se interceptaban dos bandas de color blancas, un pantalón, también blanco, se ajustaba a las piernas dentro de unas botas negras, y se amarraba en la cintura a una faja roja, y lo más impactante fue aquel sable tan brillante que sostenía en una mano. Sin duda alguna, esa figura presente era un soldado con vestimentas de aquella lejana época.

    Mientras caminaba lentamente hacia nosotros, miró los baúles y el carruaje que estaba detrás de los arboles, luego volvió la mirada hacia nosotros y nos dijo lo que nunca olvidamos y nunca pudimos contar:

    -¿Queréis esos baúles no es cierto? ¡Pues no os entregaré!

    De repente, por un costado, apareció otro soldado, se dirigió hasta él y le pregunto:

    -¿General, alisto la tropa?

    -No será necesario cabo, dejadme esto a mí.

    Nosotros dejamos caer todo lo que teníamos en las manos, estábamos tan atónitos que no podíamos ni hablar. Pero aquel General si:

    -Quiero que recuerden algo: Cuando la patria esté en apuros, estos tesoros serán encontrados. ¡Ahora marchad!

    Cuando terminó de decir eso dimos media vuelta y nos marchamos rápidamente de allí.

    Durante la noche no paramos ni para dormir. A pesar de que nos perdimos un par de veces, recuperamos el sendero por el que fuimos con don Faustino en la ida. Realmente no deseábamos permanecer ni un minuto más en ese monte.

    Cuando al fin divisamos el ranchito, notamos algo raro. Dudábamos que ese fuera el mismo lugar en el que habíamos pasado la noche, pero allí estaba la camioneta como prueba irrefutable.

    Nada más que ahora, la casita que nos albergó era una ruina del tiempo, los escombros del rancho yacían por todos los costados, no había árboles de frutos, nada. En cambio solo tierra árida y unos cuantos cráneos de animales esparcidos por el suelo, y donde estaba la huerta, unos pequeños jarrones con flores marchitas y unos restos de velas consumidas, posando junto a dos grises lápidas.


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    Última modificación: 27 de Noviembre de 2012

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