Hoy he decidido ahogarme en el atardecer

Hoy he decidido ahogarme en el atardecer. No es un hábito muy saludable, pues aunque el alma se emborracha de esa sabiduría perenne e inefable, lo hace a costa de un abandono de sí misma. Es el preciso instante en que el tiempo se detiene, el sol amortigua su luz hasta dejarla en el punto exacto en que acrisola las imágenes y las verdades. La temperatura desciende pero siento como la atmósfera emana un aliento cálido que me asola suavemente como una ola del mar. Por mi oído penetran los últimos gorjeos de las aves que se disponen a reposar en una sinfonía de cuyo ritmo sólo puede ser autora la Naturaleza. Mi vista se nubla de recuerdos inconexos que se sobreponen a las imágenes como colores difuminados hasta que aquéllos desaparecen por completo y mi mente se posa sobre la nada. Mi olfato se sume en un festín de aromas desapercibidos en circunstancias mundanas pero ahora se torna sensible y exquisito como el más sibarita de los paladares. Por su reino ahora desfilan los vapores de la tierra, que siempre alberga los recuerdos milenarios del eterno descanso de civilizaciones y de voces apagadas que en su momento sonaron estridentes, también de las hojas de los chopos a punto de caer de las ramas y aceptando en silencio su inminente putrefacción, de rosas tardías que se yerguen altivas para mostrar su resistencia ante el inexorable declive de la Naturaleza,... Febo se va despidiendo de mí en un lento adiós. Todo se tiñe de suaves tonalidades rojas lejos de hacer gala de la pasión que representa el color. La serenidad amansa hasta a la fiera más depredadora y los pájaros van transitando por un progresivo silencio que los llevará a la completa extenuación de sus cantos. Me olvido de mí mismo y me abandono al sosiego dominante hasta convertirme en una parte integrante de ese atardecer que ya va expirando su último aliento. Apuro el último instante e intento retenerlo en mí pero, una vez más, se me ha vuelto a escurrir como un pez por mis manos. Hay estados que la propia voluntad no puede eternizar por muy férrea que sea. La magia de esas situaciones reside en su caducidad y en como se sella en nuestro recuerdo. Quién sabe. En algún rincón de mi intrincado cerebro puede que yo atesore algún atardecer

 

Me ha atraido el titulo del escrito, fluye bien y sobre todo no divaga del tema...

Me ha gustado mucho.

Abrazos tricolor,