I

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Ester:
¿Cuántos abriles han pasado desde la primera vez que nos vimos por última vez? Esos encuentros planificados minuciosamente por mí para que a los ojos del más agudo observador nuestras concurrencias parecieran casuales, como encontrarse a medianoche con un especial de trova en una televisión de cuarto de hotel.​

Conservo el recuerdo de tu cara graciosa cuando hacías los labios así y te tocabas los senos asá, imitando a esas chicas que actuaban en películas de corte europeo, como una musa de cabaret que tanto gustaba a aquel cantautor español. Es fácil enamorarse de ti, lo difícil es que te fijes en uno, más siendo como yo que me empeñaba tanto en agradarte que muchas veces desfilé en la psicología de los hombres que podrían gustarte. Ante las mujeres hermosas nunca sé que decir, por eso espero que un golpe de suerte sitúe las palabras correctas en mi boca y que por azar persuadan a la chica en cuestión, haciéndome parecer más encantador de lo que soy.
¿Recuerdas? Como siempre mis amigos borrachos y yo con la maldita costumbre de andar algo en la boca, un Marlboro rojo hizo la luz en esa ocasión. Desde que tú vi, me atrajeron poderosamente tus senos y ti con esa mirada al descuido que prolongaste sobre mis ojos cansados, luego conocí el eterno hechizo de tu boca que sabía a besos de alquiler.

Te amo por ramera, te odio por el amor que te siento, por las noches tan calladas donde ya no me visita tu voz, cuando el gorjeo del alma viene a profanar la quietud de mi ser y los seres que pueblan mi atormentada cabeza insisten en hacer de éste que soy un triste muladar de la nostalgia. Porque los días sin ti han sido más fáciles pero menos felices, tú que me llenabas sin subirme de peso y sólo queda esta certeza de haber sido alguna vez el que pintaba con manos cariñosas el óleo indiferente de tu esencia. Esencia que era medida por la talla de tus senos, senos que sabían a sal, a sudor fundido contra piel y era tu alquimia la que convertía cualquier átomo en oro, el vaivén mundano de mujer experimentada al compás de mi deseo, las largas horas escribiéndote poro a poro la historia donde vos eras la protagonista y yo un pobre diablo que terminó como Pablo Castel. Hoy que otras bocas sienten el mismo sudor y otro muchacho escribe la misma historia con el mismo final, me da por morderme el alma y susurrarle un triste te amo a la chica que sonríe a mi lado.
Bendita imparcialidad que sólo el tiempo sabe dar, comprendo que realmente de quienes me enamoré e incluso llegué a amar fueron a tus senos, pero como no se puede andar amando unos pechos sin cuerpo y sin historia, es que necesité amarte a vos. Discúlpame sí, por confundir el medio con el fin, sólo quería decírtelo, aunque claro, tus pezones ya no quieren saber nada de estos dedos que tantas veces hicieron Braille con ellos. Ester donde Ester, te deseo lo peor.​

 

Intereante tu prosa con cierta nostalgia y cinismo fue grato leerte.

 

Gracielas.