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Intrusos en Marte

Tema en 'Fantásticos, C. Ficción, terror, aventura, intriga' comenzado por JimmyShibaru, 26 de Diciembre de 2024. Respuestas: 4 | Visitas: 126

  1. JimmyShibaru

    JimmyShibaru Poeta recién llegado

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    En el año 2090, Marte no era el sueño utópico de antaño, sino un lugar de supervivencia. En los túneles subterráneos de Etherea, una vasta red de pasadizos excavados por generaciones de colonos, la humanidad había construido su refugio: una burbuja de vida atrapada entre la roca y el vacío de un mundo hostil.

    El aire reciclado era frío, con un sabor metálico que ya nadie parecía notar. La gente lo había aceptado como una parte inevitable de su existencia. En el laboratorio de la sección Omega, Charles Blunt inclinaba la cabeza sobre el microscopio, su mirada fija en una muestra que prometía respuestas. La luz artificial zumbaba sobre él, añadiendo un ritmo constante al silencio estéril de la sala. Detrás, en un monitor, se proyectaban los escaneos de la superficie marciana capturados esa mañana: patrones geométricos imposibles que ningún viento ni fenómeno conocido podía haber esculpido.

    A varios niveles más abajo, Adila recorría los pasillos de la clínica, su figura iluminada por la luz pálida de los paneles incrustados en las paredes. Los pacientes esperaban en silencio, algunos con dolencias comunes, otros con síntomas que desafiaban cualquier explicación médica. Había casos que parecían una forma extraña de adaptación al entorno marciano, una metamorfosis que a veces ofrecía resistencia, pero en otros se convertía en una sentencia mortal. "Es la genética", se decía a sí misma, aunque no podía sacudirse la sensación de que había algo más, algo que aún no entendían.

    Mientras tanto, en la biblioteca de la cúpula sur, Leyre, la hija de siete años de Charles y Adila, hojeaba un libro físico. Sus pequeños dedos pasaban las páginas con cuidado, pero su mente vagaba lejos. Desde hacía meses, sentía un eco extraño en el fondo de su mente, como un murmullo constante que no podía descifrar. Levantó la mirada, pero solo el silencio habitual del túnel le respondió.

    Esa noche, la calma en los túneles se sintió diferente. Nadie lo mencionó, pero el aire parecía más pesado, como si algo antiguo y desconocido se moviera entre las sombras, observándolos desde lo profundo.



    Los ojos de Leyre se fueron cerrando a medida que las luces se apagaban, una tras otra, dejando la habitación sumida en la penumbra. La calma era absoluta, hasta que una mano, grande y áspera, rozó su pierna. Sus ojos se abrieron de golpe en medio de la oscuridad. Un escalofrío recorrió su cuerpo. No puede ser papá... tampoco mamá... pensó, intentando no moverse.

    Cuando finalmente consiguió dormirse, se vio atrapada en un torbellino de pesadillas. Sombras humanas, gigantescas y deformes, se movían con una gracia antinatural. Sus brazos y piernas eran alargados, casi como ramas retorcidas, y emitían cánticos guturales, profundos y perturbadores. Sus pasos eran rápidos, casi frenéticos, y cada pisada resonaba como un eco violento que parecía romper el suelo.

    Leyre despertó sobresaltada, su respiración entrecortada y el corazón latiendo con fuerza. Pero antes de que pudiera calmarse, sintió una presencia frente a ella. Algo estaba ahí, tan cerca que una frente fría tocó la suya. Trató de mover las manos para tocar lo que fuera, pero justo en ese instante, la figura desapareció. Los pasos resonaron en la sala, alejándose lentamente, cada sonido más lejano que el anterior, hasta que solo quedó el silencio.



    La mañana siguiente, Leyre apenas podía concentrarse en sus estudios. Los ecos de la noche anterior seguían presentes. Las dudas sobre si contar lo sucedido se acumulaban en su mente, retorciendo su autoestima de niña y clamando el miedo en cada segundo que se consumía.

    En el laboratorio de la sección Omega, Charles estaba concentrado en un análisis. La muestra del fósil microbiano parecía anómala. Los patrones indicaban una complejidad que no debería existir en un organismo tan antiguo. Lo más impresionante era que Lian, el asistente de Charles, había descubierto señales químicas que mostraban actividad reciente.

    —Esto significa... ¿Qué está vivo? —dijo, sin apartar la mirada del monitor.

    —No exactamente. Yo diría que es algo que aún reacciona con el entorno. No es un ser vivo como tal, pero puede ser una muestra de que existe algo que sí está vivo en este planeta.

    Adila, por su parte, atendía pacientes con marcas extrañas en la piel. Los síntomas eran cada vez más difíciles de predecir y tratar. Algo estaba provocando esos cambios, pero nadie sabía realmente qué era lo que sucedía.

    Mientras tanto, Leyre se aventuró al almacén de sus padres, sacando algo de polvo de los estantes y de las cajas en el suelo. No sabía exactamente qué buscaba, pero sentía un palpitar en su pequeño pecho que resonaba en su propia mente, como una intuición muy aguda. Entonces, finalmente lo vio: una figura tallada en la pared, como lo que había estado soñando. Era la misma forma.

    Se quedó mirando el grabado. Y entonces lo escuchó, suave al principio, como un susurro: un canto gutural que parecía venir de las profundidades de los túneles. Una sensación inundaba todo el cuerpo de Leyre, como si el aire se volviera pesado y frío de repente. Entonces lo dijo, casi en un susurro:

    —Ya vienen.

    Sus pequeños dedos rozaron la superficie rugosa del grabado, sintiendo las líneas talladas como cicatrices en la roca. En su interior sabía que ese eco, ese canto gutural, significaba algo tenebroso.

    De pronto, unos pasos resonaron a través de los túneles, amplificados por las paredes metálicas. Gritos humanos se escucharon en la distancia... y luego, un silencio aterrador.

    Tres cuerpos emergieron de las sombras, enormes y deformes, tal como Leyre los había visto en sus sueños. Las criaturas se movían con una cadencia irregular, como si sus articulaciones fueran más flexibles de lo que deberían. Comenzaron a emitir de nuevo aquellos sonidos guturales, cargados de una fuerza ancestral.

    Sus largos brazos se extendieron hacia Leyre, como si quisieran atraparla. Asustada, la niña retrocedió un paso, y luego otro, hasta que tropezó y cayó al suelo.

    —¡Leyre! —gritaron sus padres al unísono.

    Charles y Adila llegaron corriendo, con el miedo pintado en sus rostros.

    —¡Aléjate de ellos! —exclamó Adila, mientras Charles intentaba protegerla.

    Leyre se levantó rápidamente y corrió hacia sus padres, pero el tramo que la separaba de ellos parecía interminable. Uno de los marcianos, con movimientos bruscos, tomó a Charles por el cuello y lo levantó como si fuera un muñeco de trapo. El otro comenzó a azotar el cuerpo de Adila contra la pared, mientras ella intentaba gritar pero no podía.

    —¡Parad! ¡No les hagáis daño! —gritó Leyre con todas sus fuerzas, su voz quebrada por la desesperación.

    Las criaturas detuvieron sus movimientos al instante. Giraron sus cabezas hacia Leyre, sus ojos oscuros y profundos se encontraron con los de la niña. Leyre temblaba, con lágrimas corriendo por sus mejillas, pero no apartó la mirada.

    El silencio se hizo denso, y entonces, con una rapidez asombrosa, los marcianos soltaron a sus padres y se desvanecieron en la oscuridad de los túneles.

    Adila cayó al suelo, jadeando y cubierta de moretones, mientras Charles intentaba recuperar el aliento, su mano aún en el cuello magullado.

    Leyre corrió hacia ellos, abrazándolos con fuerza mientras el eco de los pasos de los marcianos se perdía en la distancia.

    —¿Qué... qué ha sido eso? —preguntó Charles con voz rota, mirando a su hija con desconcierto.

    Leyre no sabía cómo responder.



    La incertidumbre, ese vacío inquietante que se cierne cuando las respuestas son inexistentes.

    Frente a lo desconocido, la mente imagina, especula y crea. Pero esas creaciones, nacidas de la necesidad de comprender, suelen estar teñidas por nuestros miedos más profundos. Así, lo que no entendemos se convierte en monstruo; lo que no vemos, en amenaza.

    La incertidumbre no solo desafía la lógica, sino que sacude nuestras raíces emocionales. Nos recuerda que somos predecibles y que las respuestas no siempre están a nuestro alcance. Es una prueba constante, una sombra que habita en la frontera entre el instinto y la razón.

    Pero también es un motor. En la tormenta de dudas y temores, la incertidumbre impulsa el avance humano. Nos lleva a explorar, a preguntar, a buscar.

    Quizás lo más difícil no sea enfrentarnos a lo desconocido, sino aceptar que nunca podremos conocerlo todo. Y en esa aceptación, encontrar algo de calma.
     
    #1
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  2. AnonimamenteYo

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    Me encanta cómo construyes un ambiente tenso y lleno de misterio en Marte,fascinante!
     
    #2
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  3. Alde

    Alde Miembro del Jurado/Amante apasionado Miembro del Equipo Miembro del JURADO DE LA MUSA

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    Interesante lectura.

    Saludos
     
    #3
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  4. JimmyShibaru

    JimmyShibaru Poeta recién llegado

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    Gracias.
     
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  5. JimmyShibaru

    JimmyShibaru Poeta recién llegado

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    Muchas gracias!
     
    #5
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