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IRC-Historia de mi diálisis - Capítulo 16

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por RamónL, 21 de Febrero de 2011. Respuestas: 1 | Visitas: 952

  1. RamónL

    RamónL Poeta recién llegado

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    Capítulo 16

    Al día siguiente fui a la clínica que me corresponde para ver si me podían dar pase para el hospital. Afortunadamente, una vez que el doctor revisó mis análisis y me examinó físicamente, no hubo mayor problema.
    Recuerdo que al momento de tomar mi presión el hombre de blanco de complexión delgada, de cabello cano y barbado me miraba una y otra vez. Pude adivinar un cierto resentimiento en su mirada y en sus palabras.
    —¿Cómo supiste de tu enfermedad? —Me preguntó.
    Lo miré fijamente mientras le contaba mi historia.
    —Un primo enfermó y necesitaba sangre. Quise ir a donar pero al hacerme las pruebas previas la enfermera me descubrió anemia y me derivó con mi médico familiar quien, a su vez, lo hizo al hospital. Me practicaron algunos exámenes más hasta que el nefrólogo me dijo de mi insuficiencia renal y del trasplante.
    —¿Cómo te has sentido?
    —Bien —encogí los hombros.
    —¿Te da coraje?
    —¿Qué?, —cuestioné con algo de recelo.
    —Tu enfermedad.
    —No —negué algo desconcertado.
    —¿No sientes coraje, rabia por lo qué te pasó?
    —Pues, no.
    —¿Qué sientes? ¿Impotencia porque no puedes hacer algo para ayudarte a sanar?, —especuló.
    —Sí, un poco.
    —¿Estás enojado con Dios, con la vida por lo que estás pasando?
    —No, eso no —moví la cabeza negativamente.
    —¿Has pensado en “por qué yo y no alguien más”?
    —Realmente, no.
    —¿A quién culpas de tu enfermedad?
    —A nadie —contesté con firmeza—. No creo que esto sea culpa de algo o alguien, simplemente me sucedió a mí y ya. No me gusta por lo que estoy pasando pero, ¿ya qué más puedo hacer? Ya estoy aquí —entristecí un poco—, ahora sólo me queda seguir hasta donde me sea posible.
    El galeno no dijo más. Terminó sus papeles y me dio los que necesitaba para que me dieran cita en el hospital.
    Un par de días después, junto con mi esposa, conseguí que me reiniciaran mis citas con el nefrólogo quien, al ver mis estudios, me dijo que ya no había otro camino más que dializarme para mantenerme estable mientras se completaba el protocolo para el trasplante.
    —Tenemos que dializarte para así poder continuar con los exámenes —dijo el doctor con determinación—. Hay que realizar muchas pruebas y eso es tardado, pero la última palabra la tienes tú. Si no quieres la diálisis —se encogió de hombros, cerró los ojos y movió la cabeza rápidamente, como temblando—, bueno, los riesgos ya los conoces. No eres la primera ni la última persona que sufre de esta enfermedad. En mi experiencia como nefrólogo he tratado desde bebés, hasta adultos. La IRC es un padecimiento muy común en México. El IMSS ya tiene casi 25 años de experiencia en trasplantes renales. En fin, nuevamente te pregunto, ¿quieres continuar con la diálisis o no? La respuesta sólo la tienes tú.
    Miré al doctor y luego bajé la vista, afirmé con la cabeza sin decir palabra. El médico, al entender mi aprobación, tomó unos papales y comenzó a escribir mis datos para internarme ese mismo día, era un viernes.
    Al salir del hospital me sentía derrotado, sin ánimos de seguir adelante pero con la convicción, al fin, de que era lo que tenía que hacer.
    Abordamos nuestro carro y nos dirigimos a casa. Prácticamente no hablamos en el camino, únicamente tratábamos de ponernos de acuerdo en lo que teníamos que hacer y en cómo lo haríamos.
    Ya en nuestro hogar alistamos las cosas; papeles, ropa y artículos para mi aseo personal que necesitaría en el hospital y les avisamos a mis papás lo sucedido.
    Mi madre insistió en acompañarnos al nosocomio. Más tarde, y como pude, le expliqué a mi hijo la situación. Lo hice de manera muy sencilla y tratando de no provocarle angustia. Él pareció no darle importancia, lo cual me tranquilizó.
    —¿Cuándo vas a volver, papi? —Me preguntó viéndome a los ojos con esa mirada inocente que sólo los niños tienen.
    —No lo sé, pero esperemos que sea pronto.
    —¿Y qué te van a hacer en el hospital?
    —Me van a hacer una cortadita en mi panza porque estoy enfermo.
    —¿Y yo dónde te voy a esperar?
    —Tú y tu mamá se van a ir con tu abuelita.
    —¿La mamá de mi mami?
    —Sí.
    —¿Y voy a poder ver las caricaturas? —Me cuestionó emocionado ya que en casa de sus abuelos maternos tienen cable y, lógicamente, puede ver más programas infantiles que en televisión abierta.
    —Sí —afirmé sonriendo al ver cuál era su prioridad.
    —¡Viva! —Exclamó feliz.
    —Bueno —pensé mientras le acariciaba su cabecita—, al menos no te quedas triste.
    Después abordamos el coche y fuimos a casa de mis suegros, les explicamos lo sucedido y le dejamos al niño para que Mary pudiera acompañarme.
    Al despedirme de mi hijo y mi suegra, él me abrazó muy fuerte y me besó la mejilla.
    —Alíviate pronto, papi.
    Me dijo sonriendo. Yo le regresé la sonrisa pero no pude articular palabra, ninguno de los presentes lo hizo.
    Partimos después rumbo a la casa de mis padres y sin más contratiempos recogimos a mi mamá y nos dirigimos camino al hospital. Yo conducía y sentía que iba manejando hacia mi propio entierro, que iba dócilmente a mi tormento. Me sentía completamente derrotado, sin ánimo de nada más.
    Durante el camino, mi madre me daba palabras de aliento a la vez que trataba de ponerse de acuerdo con Mary para saber bien cómo tendrían que organizarse. Yo no puse mucha atención a sus palabras.
    En un semáforo que nos tocó en luz roja, poco antes de llegar a la clínica volteé a observar a la gente y a los edificios que se mostraban ante mí; todo se veía tan gris, tan opaco que sólo sirvió para entristecer más mi estado anímico. Cerré los ojos y elevé una sencilla plegaria rogando por mí:
    —Señor, por favor no me abandones, dame fuerzas…—sentí cómo un nudo, muy grande y muy pesado, se albergó en mi garganta y cómo las lágrimas se agolparon en mis ojos tratando de brotar, y sólo una frase continué repitiendo una y otra vez de manera más angustiante—. No quiero sufrir más, no quiero sufrir más. Dios… no me dejes sufrir más.

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  2. Angel Felibre

    Angel Felibre Poeta que considera el portal su segunda casa

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    A cada cual nos toca una cosa. Paciencia.
     
    #2

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