1. Invitado, ven y descarga gratuitamente el cuarto número de nuestra revista literaria digital "Eco y Latido"

    !!!Te va a encantar, no te la pierdas!!!

    Cerrar notificación

Isidor.

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por Arre-ola, 5 de Enero de 2011. Respuestas: 1 | Visitas: 575

  1. Arre-ola

    Arre-ola Poeta recién llegado

    Se incorporó:
    28 de Diciembre de 2010
    Mensajes:
    190
    Me gusta recibidos:
    14
    Isidor
    Alrededor del claro, la selva levanta sus muros. La selva no es verde ni agreste. No es ruidosa, como no es guarida de Quijotes y tampoco pulmón. No es rincón de pintores ni de poetas, no es casa para los románticos. La selva no prohíja pandillas de ambientalistas que sueñen con salvarla a mil kilómetros de distancia. No es ni lo será nunca la última frontera, porque no te lleva hacia ninguna parte, y es que después de este mundo, no tenemos ningún lugar a donde ir con excepción del cielo, aunque aún no tenemos evidencia, lo suficientemente sólida, como para considerarlo inevitablemente habitable.
    Ahí, frente a ese amasijo de ramas y hojas que se tejen y entretejen, incansables añosas, húmedas, justo ahí, habitan esas maravillas de escaza estatura y vientre abultado, que felices le ponen pies al barro de la montaña. Tiñen de moreno las claras aguas de los ríos con sus cuerpos enclenques y hábiles. Ríen con la risa de la lluvia hasta convertirse en lluvia, en fango y cascada, en movimiento que a ratos desciende y a ratos arrecia, igualito que el hambre. Dibujan mordidas casi perfectas en los frutos de la tierra y a cada mordida le ponen sal a la vida, vida que se empeña en expulsarlos del paraíso.
    Les basta extender la mano para tocar el cielo, donde pájaros y niños hablan el mismo lenguaje, es obvio, ambos son aves. Sus manos precisas ahuyentan los malos presagios, lanzas con hondas, secretos mensajes que pueblan las cañadas y trashuman las veredas, sus cantos convertidos en cacofonías ininteligibles, auscultan el oído del hombre del nuevo milenio, y su voz no tendrá fin. Remontan con los vientos del sur las sierras madres y los océanos, hasta posarse suavemente lo mismo en las metalizadas planicies del norte, que en los campos gloriosos allende el atlántico, donde unos los ignoran por ser mexican courious y otros los admiran por ser mexican courious, en ambos casos existe una dolorosa equivalencia xenofóbica. Pero aún, para unos son nada y para otros, son objetos de colección.
    Juegan entre la enramada y es difícil adivinarlos, miméticos, son hoja o enredadera o piedra o musgo o simplemente se disuelven en el vacío de las miradas azules o esmeraldas o grises aperladas, que intentan con descaro captar en claro obscuro, las sonrisa dispareja que cuelga de la boca india. Lúdicos, se transforman en santiamén en copa de árbol, en jaguar sigiloso, en fruto que pende y se balancea con ritmo ancestral; otras veces, imitan con maestría al alimento que habrá de saciarlos. Descalzos, siempre descalzos. Sus piececitos se amoldan a la abrupta geografía igual que un pintor es capaz de robarle al paisaje una escena, con la salvedad de que uno se juega la vida y el otro sueña con la inmortalidad.
    Isidoro me enseña una palabra en tzeltzal a cambio de un dulce, y así nos vamos, dulce por palabra. Es paciente, me repite la pronunciación hasta que la golosina se disuelve y con un gesto aprobatorio me indica que es necesario pasar a la siguiente lección, no sin antes pagar por adelantado. Tengo el presentimiento de estar siendo utilizado. Le propongo hacerlo ahora a la inversa; le muestro un objeto y le digo su nombre en español, y no sé por qué, siempre le quita una letra, es decir, ocho pesos para él, es ocho peso. Isidoro es igual a Isidor, tortilla es tortil, y por más que utilizo mis métodos de pronunciación y fonética con el fin de que lo diga correctamente, simplemente el ejercicio se acaba cuando se acaba el caramelo. Entonces me pregunta: ¿quí sig? Sin importarle que me haya gastado una hora y 20 chocolates en explicarle que se dice “qué” y no “quí”. Mientras, él ríe como el río.
    Isidor sueña. Él sueña con ser del ejido para tener mucho que sembrar y mucho que comer. Dice que va a sembrar tortil y pozol y que ya no se va a enfermar. Sueña con tener la yunta para que su papá pueda trabajar la tierra y no se canse tanto. Sueña que el gobierno le va a dar una casa para su mamá y sus hermanos, y que ya no se van a mojar. Sueña que va a venir el médico con las medicinas para su hermanita que tiene tos y que ya casi no se mueve. Sueña que va atener muchos hijos y que los va a enseñar a nadar en el río. Sueña que les va a comprar una televisión como la de los blancos o castilla (gentilicio dado a todos aquellos que no son tzeltzales). Sueña que se irán los soldados que mataron a sus tíos y a los tíos de sus amigos. Isidor sueña, lo juro, sueña.
    Isidor aprovecha uno de los tantos aguaceros que caen durante el día, para revolcarse en el lodazal, para carcajearse y empujarse, para iniciar una guerra de lodo y enfadarse si los demás le cargan la mano. Se funde en el barro y se purifica con la lluvia, mientras, levanta la cara y abre la boca y las gotas se aprietan e inundan su garganta. Y ahora brinca como yo, ahora resbala como yo. Exactamente igual que yo, pero hace muchos años y a muchos kilómetros de distancia de aquí.
     
    #1
    Última modificación: 5 de Enero de 2011
  2. Francisco Lechuga Mejia

    Francisco Lechuga Mejia Poeta que no puede vivir sin el portal

    Se incorporó:
    11 de Septiembre de 2007
    Mensajes:
    33.672
    Me gusta recibidos:
    2.612
    tiempo, mucho tiempo hace que conocí la selva,me trajo recuerdos que estaban por ahí medio perdidos, mil gracis

    me gustó harto su prosa

    salu2
     
    #2

Comparte esta página