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Jaime Salías.

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por xtra, 12 de Noviembre de 2005. Respuestas: 1 | Visitas: 1615

  1. xtra

    xtra Poeta recién llegado

    Se incorporó:
    6 de Noviembre de 2005
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    Jaime Salías

    por:
    Esteban Barreto


    ..............................



    1.


    -Ya se me va a pasar- pensé, mientras no podía despegar la vista de mi agresor.
    El dolor era aterrador. Después de haberlo arrojado con tanta furia al piso empapado de aserrín, el martillo de mango largo me intimidaba a lo lejos. Nos encontrabamos como en un duelo de cowboys del lejano oeste. Me preparaba para el contraataque teniendo la desventaja, pero no podía reaccionar. Las preguntas no cesaban de multiplicarse. ¿Quién había sido el culpable? ¿El clavo oxidado por haberse torcido? ¿Mi pulgar hizquierdo por interponerse entre el martillo y la madera? ¿El martillo por haber producido el impacto? ¿O habría sido yo por no ser tan precavido?
    Mi grito rabioso terminó enmudecido por la cortadora de pasto de Nicolás quien unos minutos antes, con tanta amabilidad, había preguntado: -¿Cómo está vecino? ¿Le doy una mano?-.
    Una vez más mi orgullo me impidio ser cortés y respondí: -Hace tiempo que no le concedo tal gusto a alguien-.
    Después de dar un gesto asqueroso, se alejó disculpandose. En ése preciso momento, al ver mi dedo del tamaño de una pelota de tenis, me arrepientí de tener ese odioso capricho de negar ayuda. Soy un pésimo carpintero. En realidad soy un desastre en todo lo que implique manualidad. Al tratar de reparar algo lo empeoro. Se han burlado de mi en reiteradas ocaciones, lo cómico es nunca admitirlo. No es tanto por ser obstinado sino por sentirme útil aunque sean pocas las veces.

    Como aquella vez, hace más de una década, en que mis amigos de niñes me lograron convenser de subir al techo de una casa abandonada cerca de la mia. Tube terror a las alturas desde que nací, y por esa razón fuí el hazmerreír por mucho tiempo de mis amiguitas de la cuardra. Subir fué fácil, ya que practicamente me obligaron, lo complicado fue tratar de bajar.
    Todos se tiraron del techo a la montaña de arena que les amortiguaría la caída, y yo quedé solo arriba mientras una pequeña tribuna me alentaba desde abajo diciendome que me tire. Traté de cerrar los ojos y respirar hondo, pero todo fué en vano. Quedé solo, y empezó a atardecer, sabía que debía bajar de alguna forma. Por fín salté, y saboreé en mi caída el gusto agrio de la arena, el impacto fue instantaneo y empezé a sentir el verdadero dolor instantes después. Me fracturé la rodilla y gran parte de mi cuerpo quedo completamente machucado. Me asignaron muletas por dos meses y reposo por una semana y media.
    Les conté a mis amigos que al saltar me había tirado a la arena como si fuera una piscina y se burlaron de mi por días hasta que por fín uno de ellos me enseñó a caer en mis dos piernas doblando las rodillas al mismo tiempo que tocaba el piso. Aunque eso no remedió mi temor a las alturas, tube la oportunidad de ser invalido por tan solo un par de meses.

    Se me ocurrió construirme una nueva biblioteca, no muy grande, con no más de tres estanterias, en la que luego ubicaría todos mis libros por orden alfabético. Disponía de maderas de diferentes tamaños a las cuales tube que cortar con el serrucho que el mismo Nicolás me había prestado tres meses atras.
    -Media hora, sin falta- me acuerdo de haberle dicho.
    ¿Acaso habria perdido la noción del tiempo? Aunque si tres días equivalieran a un minuto, todabía estaría a tiempo de devolverselo sin tener que imponer escusas ridiculas devido a mi irreponsabilidad. Sabía que esto no sucedería.
    Nicolás es una de esas personas que nunca olvida nada. Le gusta saber todo de todos, pero eso sí, no anda divulgando curiosidades de otros ante todo el barrio. Desde que me prestó el serrucho no ha pasado ni un día en el que no me haya preguntado por él, y yo siempre evadía el tema con otro totalmente diferente, como por ejemplo el clima.
    Ése 23 de junio, cuando dejé la ferreteria de Don Eugenio a mis espaldas después de comprar las maderas, tube el dudoso presentimiento de haberme olvidado de algo.
    -¡Comprar clavos!- me había dicho, con voz de lamento, mientras empezaba a buscar algunos por toda la cocina al llegar a casa.
    Mi misión no falló, encontré varios clavos y aunque estaban cubiertos de herrumbre deduje que resistirian. Lo que falló fué mi deducción.
    Cuanto más me acordaba, el dolor aumentaba. Mi pulgar, que ya habia adaptado un color bastante escarlata, no albergaba dudas de lo acontecido. El martillo era la unica herramienta que me pertenecía.
    -¡Ojalá me hubiese cortado con el serrucho!- pensaba -¡para poderselo tirar a Nicolás por la cabeza!- diciendole que su serrucho era de múy mala calidad, con una conducta lo bastante agresiva para poder intimidar al viejo canoso que tengo de vecino y asi olvidar mi pequeño retraso con su herraminenta.


    2.


    Me abrazó una inmensa sensación de alivio al sentir el agua bien fria resvalarse sobre la uña de mi dedo herido. Mi casa carece completamente de un botiquín de primeros auxilios, es más, ni siquiera una curita o aspirina ronda por éstos pagos. Nunca me llevé muy bien con las enfermedades, por lo tanto se mantenían lo mas lejos de mi posible. Pero sí parecía llevar un pacto con accidentes de todo tipo, antes pensaba que era tan sólo mala suerte pero después aprendí que se llevaban a cabo simplemente por mi torpeza.
    -El dolor corporal es tan solo dolor pasajero- me recordaba de chico mi abuelita al caer constantemente de mi bicicleta, la cual todabía dispoía de sus dos rueditas para el equilibrio.
    -¡Dejálo mamá!- repetia mi padre enfuresido -¡yá es hora de que aprenda de sus errores afrontando sus acciones, yá tiene doce!-.
    Mi abuela siempre fué demaciada sobreprotectora y mi padre demaciado frío y rígido.
    Todabía rezonaban ésas voces en mi cabeza, despues de dieciseis años, con veitiocho recien cumplidos.

    Mi abuelita pasó a ser mi mami, como yo le decía reiteradamente, a mis siete años después que mi madre biologica fallesiera en un accidente automobilístico. Élla no manejaba, pero sí lo hacía el taxista quien la había recojido para ir a trabajar ésa mañana poco antes de ser envestido por un camión de doble zorra que cruzo en luz roja.
    La intercepción ubicada a la esquina de la casa dónde me crié estaba adornada por sirenas de ambulancias, camiones cisterna, y patrullas policiales. Fuí uno de los primeros en enterarme de lo sucedido pero uno de los últimos en reaccionar.
    Las pupilas de mi padre eran como cataratas de lagrimas que desembocaban en su pecho después de pasar por sus mejillas empapadas por más lagrimas. El llorisqueo de mi abuela era aterrador, y parecía que en cuanto más lloraba ella, más lloraba la familia de mi madre en el velorio. Se consolaban unos a otros mientras yo era testigo no sólo ocular sino que prensenciaba en carne propia millares de abrazos de personas de todo tamaño y forma.
    En el sepulcro apareció más gente, gente que nunca había visto o nisiquiera oído nombrar por mi madre.
    Me pregunté: ¿qué tanto puede una persona preocuparse por un muerto?
    Por vários días el nombre de mi madre aparecio en la primera plana de todos los diarios del pais, ya que además de mi madre también habían fallecido el taxista, el conductor del camión y un peatón que esperaba para cruzar la calle. Los vehículos quedaron destrozados al igual que los corazónes de todo el que se enteró de lo acontecido a la esquina de mi casa.
    Desde ése dia empezé con tratamientos psiquiátricos; charlas de familia dónde ibamos mi padre, mi abuelita, y yo; y consultas con agentes sociales muchas veces. Pero no había caso. Cáda vez que recordaba lo acontecido quedaba en estado de shock. Docenas de especialistas en vano. Todos me tataban como si estubiera en un especie de trauma o peor aún como si estubiera loco.
    Hásta que conocí al Dr. Fernandez. Un tipo de la sexta edad especializado en psicología infantíl. Él fué el único que se interpuso en esa idea ridicula que tenía de querer suicidarme. Aunque cobraba mucho más que los otros psicólogos, sus servicios eran de lo mejor. Lo visitaba todos los jueves después de la escuela.
    Adoraba ir a verlo, era tanto mi entusiasmo llegado el jueves que mi padre me chantajeaba diciendome: -Si no comes todo no vás-.
    Y me tenía que devorar el guiso de porotos o lo que fuera que cosinara mi abuela como si fuera chocolate.
    Me acuerdo de mi primer cita como si fuera ayer. Después de entregarme un par de hojas en blanco y cuatro crayolas, me pidió que dibujara un paisaje.
    -Demaciado fácil- pensé.
    Aunque dibujar nunca había sido mi fuerte deduje que no era mi lado artistico en lo cual el Dr. Fernandez me iba a calificar.
    -¿Y el cielo?- preguntó, al oirme decir que ya había terminado.
    -No tengo azul- respondí enconjiendome de hombros.
    -¿Solo ves al cielo de color azul?- adherió con un gesto de picardía. -¿Y si está nublado?- siguió -¿Qué pasa cuando se pone el sol?-
    Desde ahí en más empezé a observar todo de una manera muy diferente y poco peculiar.
    El Dr. Fernandez no solo me aconsejaba sobre la vida, sino que me hablaba desde mitología griega hásta las dos guerras mundiales y la revolución francesa. Me sorprendía con una historia diferente todos los días. Casi siempre nombraba a Einstein, se reflejaba mucho en él, me explicaba lo de la relatividad y muchas cosas que "el genio" (como así lo llamaba) había descubierto a lo largo de su vida. No era para nada devoto y murmuraba muchas cosas de la iglesia católica y de otras religiones todo el tiempo, cosas que hoy en día me doy cuenta que tubieron mucho de cierto. Además de todo eso me enseñó a fondo la gramática tanto española como inglesa.
    Él decía que yo tenía una mente muy amplia para mi temprana edad y que devía de saber aprobecharla. Me llamaba "el jefe". Los diálogos se fueron volviendo cáda vez más amistosos al pasar los años, y salíamos al cine, a comer, o a caminar simplemente casi todas las tardes una vez llegada la primavera. Ése año, me acuerdo, cumplí la mayoria de edad. El doctor decidió darme de alta diciendome: -¡eso es todo jefe!- y me deseó mucha suerte en la vida.
    Cuando lo ví por ultima vez me entregó un papelito que decía: "Solo tu intuición te guíara", y me dijo que provenía de una de las tantas galletitas de la fortuna que había comido. También me dijo que solo al alcanzar la madurez necesaria entendería dicho refrán.
    Al pasar de dos años me enteré que había muerto de cancer al pulmón. Él fué, después de mi madre, la única persona que realmente me había podido ayudar, y también se había alejado de mi vida. Creo que fué por éso que me encapriché tanto en negar ayuda tantas veces.


    3.

    Cuándo termine de secarme las manos, el dolor ya había cesado. Reparé en que sentía un temblor en la pierna derecha, deduje que no podría ser un calambre. Cuándo atendí el celular, éste dejó de vibrar. Se sentía una leve interferencia en la señal, y mi interlocutor se escuchaba como alejado del teléfono, su voz tan desgastada por el paso de los años era totalmente inconfundible. Pronunciaba cada palabra como se devía. Hablaba pausado y sin ningún apuro. Me tuteaba, y su tan incomparable forma de hablar exigía una atención absoluta.
    -¿Cómo estas Papá?- pregunté, mientras salía del baño.
    -Preocupado- respondió.
    Y después de escuchar algo que me sorprendió de una manera muy inesperada, añadí:
    -¿Estás loco Papá? ¿Cómo podría...?-
    Mi padre tenía razón, se me había olvidado por completo el cumpleaños de mi abuela.
    -Te esperamos para cenar- me dijo, con un tono que parecía más una orden que una petición, y luego se despidió.
    Maldíje en todos los idiomas habidos por haber. Era el colmo. Aunque siempre fuí pésimo, además de con la carpinteria, de recordar acontecimientos como cumpleaños, citas medicas o inclusive amorosas, no daba credito a lo ocurrido por mi tan mala memoria. Me puse a pensar que era el completo opuesto de mi vecino Nicolás. Olvidadiso nato.
    ¿Qué voy a hacer cuando envejesca? ¿Tendre que tatuarme un letreto en mis manos que digan: Respíre...Exhále, para así mantenerme vivo?
    Ya era tarde. Sabía que la impuntualidad, que nunca me dejó pasar desapercibido en ningun lugar, volvería a burlarse de mí aquella noche.
    Me detuve en una floreria y compré una docena de claveles blancos, una caja de los chocolates más baratos que encontré (a los cuales dediqué una gran parte de mi tiempo buscandolos), y en el almacén de al lado me dispuse en adquirir una caja de vino tinto.
    Los claveles representaban algo muy especial para mi abuelita, ya que en su jardín solo conservaba dichas flores. Al igual que élla, siempre detesté las rosas, no importa el color o el tamaño, no importa que tan bellas las crean los demás, las odio porque sus ramos estan siempre cubiertos con crueles espinas que me hacen llorar del dolor al incrustarse en mi piel.
    -Hásta lo mas hermoso nos lastima- me repetía mi abuelita cada vez que me pinchaban.

    4.

    Siendo las 7:15 pm entré a la casa, mi antiguo hogar, dónde desde hacía cuatro años vivian solos mi abuela y mi Papá.
    -¡Felicidades abuelita!- grité, mientras abrazaba a una robusta anciana de pelo lacio pero a su vez blanco como la misma nieve.
    -¿Treinta y dos ya?- adherí, para tratar de alegrar un poco el tan funerario panorama que albergaba el comedor.
    -Dejé de contar los años cuándo me enteré que muchachos tan hermosos como mi nieto alegraban con sus palabras a viejas inservibles como yo- dijo, y, después de recivir mis flores y chocolates, se secó algunas de las lagrimas que caian sin cesar de sus tristes ojos llorosos. Sus arrugas no pasaban desapercibidas, tampoco lo hacían sus labios pintados de un rojo tan fuerte que llamaban la atencion de cualquiera y tenía unas ojeras tan largas que casi llegaban a sus talones.
    -¡Comámos de una vez!- oí decir a mi padre con una voz tan firme como las paredes que todabía aguantaban esa hermosa casa dónde una vez había sido niño. Además de hablar muy prudente, mi padre siempre fué de buen vestir, se peinaba de la misma forma desde que lo había conocido, y estaba siempre bien afeitado y perfumado para toda ocación.
    En la mesa se veia un estofado de arroz, papas, boniatos, arbejas, y pollo que no le quitaba el hambre a nadie. De lo unico que me encargué fué de servir tres vasos de vino de iguales proporciones, ah! y también de ser el primero en empezar a comer.
    La abuela había estado un buen rato buscando los dientes postizos por toda la casa para poder comer mientras mi padre se masajeaba los sienes comentandome que tenia mucha jaqueca y que no estaba para aguantar demoras. Además de rigido mi padre es una de las personas mas impacientes que alguna vez conocí. Creo que eso fué una de las pocas cosas que heredé de él, aunque no era tan impaciente como para llegar a hacer lo que hizo. Estando mi madre dando a luz, él tubo que irse del hospital porque al parecer no aguantaba mas la espera de que yo aún no nacía.
    Todo iba de maravillas hásta que de repente mis dos compañeros de velada, como si se hubiesen puesto de acuerdo para pronunciar las palabras al mismo tiempo, a coro, preguntaron: -¿Como va todo Jaime?
    Además de odiar llamarme de la misma forma que mi padre, Jaime Salías, siempre odié tanto mi nombre como mi apellido.
    No importaba a la escuela donde iba o barrio en que viviera, siempre se burlaban de la misma forma:
    -¿Con quien "Salías" Jaime?- preguntaban mis compañeras a las risas.
    -Ja, Ja, Ja, Ja, Jaime- me gritaban el resto de mis compañeros desde que empezaba hásta que terminaba el recreo.
    Pero el peor martirio caía en mí cuando pasaban la lista:
    -...¿Santos, Marta?- preguntaba la maestra. -¡Presente!- gritaba Marta.
    -Sa...mmm ¿Jaime?- volvía a preguntar ella como si en cierto modo se estaba burlando de mí, mientras las carcajadas de toda la clase no cesaban.
    -¡Socorro!- gritaba yo en un silencio que muy pocos comprendían a ésa edad.

    Me encargué de romper el silencio.
    -Digamos que estoy bien- contesté, para tratar de dejar a un lado ésos odiosos flashbacks que me aturdian constantemente.
    -¿Y ustedes?- pregunté.
    Tanto mi abuela como mi padre respondieron de la misma forma: -Igual-

    La familia entera de mi padre era rutinaria, aveces daba la impreción de que estaban en un cuartel haciendo regimen militar en vez de estar en una casa, se levantaban siempre temprano a la misma hora; desayunaban, almorzaban y senaban juntos; y trabajaban todos en la casa ya que mi abuelo fué uno de los mejores zapateros del barrio hasta que murió y mi padre heredó su oficio.
    A leguas se notaba que yo no había salido a la familia de mi padre porque siempre me gustó hacer cosas nuevas todo el tiempo, llegar lo más tarde que pueda a todo lugar, y estar superandome como persona día a día.
    La cena se prolongó un poco más de dos horas. En el transcurso de la noche, volvimos al pasado juntos, nos reiamos de lo viejo que estabamos los tres, intercambiabamos anecdotas y chistes hásta que de alguna forma apareció en la conversación lo del accidente de mamá. El silencio volvió. Y yo fuí el primero en despedirme.


    5.


    Las seis cuadras de caminata volviendo a casa, mi casa, se hicieron eternas. La noche estaba serena, no hacía frío pero había humedad, me iluminaban el camino los focos de luces de las columnas, que a su vez hacían más notorios los adoquines de la vereda para no tropezar. Mi sombra delataba mi flacura que se escondía debajo de una vestimenta de lo mas común, una abotonada camiza gris, seguida por unos pantalones del mismo color pero menos oscuros y llevaba puesto mis zapatos favoritos.
    Los sonidos en la noche eran un espectáculo, el tránsito sorprendía con ruidos de motores y gomas chillando, más gente caminaba comunicandose a alta voz entre sí, el silencio de los grillos transmitía que aún no era verano, y el taconeo de mis zapatos negros me decía que estaba llendo múy rápido. Se me era imposible caminar despacio, mucho menos en noches como aquella, en la que me atormentaban demaciados recuerdos, voces, gritos, y todas esas imagenes del pasado que no hacían mas que producirme un cataclismo mental.
    A mi arrepentimiento lo había adaptado como trastorno, un trastorno que me perseguía a toda hora, siempre fuí de esas personas que se estan arrepintiendo constantemente. En vez de Jaime me tendrían que haber puesto Jeremías.
    Termina molestandome mucho, osea, estoy cambiando de ideas todo el tiempo, hoy me facina algo y al día siguiente lo estoy odiando. Discutir me desahoga, y no sólo éso sino que me apasiona, me gusta la idea de defender a muerte mis ideas, que muy claras las tengo en su momento, soy caprichoso pero me gusta escuchar y por supuesto que me escuchen, al fín y al cabo siempre termino sacando muchos puntos de vista de mis contrincantes y alguna que otra vez les termino dando la razón, en silencio claro, y si es posible después de que la discusión haya terminado.
    Cuando llegé a casa tube el privilegio de acordarme que vivía solo, sin esposa, hijos o mascotas.
    -Que alivio- pensaba constantemente.

    Después de entrar al negocio de bienes raices me ofrecieron una vivienda, algo chica, en la cual no tendria que pagar alquiler ni impuestos. Me habían dicho que era de unos ancianos quienes murieron el mismo día y sus testamentos decían que dejaban todo a nombre del otro, osea, la esposa le dejó todo al esposo y viceversa, lo cual no existía otro heredero de la casa y el gerente de la companía me la ofreció a mi.

    Quienes me acompañaban siempre eran mis libros, de entre ellos saqué uno bastante nuevo que había empezado días atras. "Los cuentos de la cripta, tercera parte". Sentí siempre una gran atracción sobre las novelas de terror. Amo lo escalofriante. Lo único malo de leer éste tipo de novelas, o otras novelas, es que siempre me interno tanto en el desenlase y en los personajes, principalmente en los protagonistas, que la mayoría de las veces, creo serlos. Me ubico en el tiempo y espacio de los acontecimientos, y es como si estubiera ahí, presenciandolo todo. Me he cansado de inventarme éstos personajes imaginarios, son simplemente fantacías de poca duración que de vez en cuando me ayudan a superarme. Es por eso, que últimamente estube intentando leer nada más que el diario todas las mañanas, sería practicamente imposible que me sintiera identificado con asesinos en serie o con los psicópatas de la primera plana, y tratar de ser como ellos. Pero éste libro me lo había regalado Leonor, una mujer con cinco años mayor que yo, a quien sería un pecado negarle hásta su mas riduculo capricho, y además de todo éso eramos compañeros de trabajo.
    Del otro lado de la contratapa se leía una pequeña dedicatoria, que decía lo mucho que me apreciaba esperando que difrutara de tan buen libro, y a lo último, como no era de esperarse, la firma de perfecta rúbrica de Leonor Alfonsini.
    Me senté en el diván de la sala, una sala tan grande como un armario pero muy útil para mis noches de lectura, carece de televisión o radio ya que desde no hacía tanto pensaba que dichos artefactos me quitarían mucho de mi valioso tiempo. El decorado dá lástima, sin cuadros o tapices, salvo un diminuto reloj de pared que practicamente me comunicaba cuánto tiempo menos tenía de vída cada día. Y a mi derecha apreciaba un paisaje de avenidas y peatonales entre edificios no tan grandes, si observaba detenidamente por la pequeña ventana que dispone de unas pobres cortinas.
    El sosiego me atacó por sorpresa y empezé a dormitar. La lámpara del rincon de la sala vrindaba una luz demaciado tenue, demaciado ideal para hacer dormir a alguien como yo. Me levanté del diván y el libro calló al piso, apagué la luz, volví al diván pero esta vez acostandome y al cerrar mis ojos me acordaba de Leonor y de su eficacia al provocarme.
    Leonor decendía de padres italianos, dominaba con perfección su lengua natal. Con sus ojos color miel intimidaba a cualquiera, el pelo le llegaba hasta los hombros, era lacio, y albergaba un brillo que ella siempre decía que era devido al tan buen cuidado que le proporcionaba. Además de su simpatía siempre me encanto su tan particular forma de hablar, siempre mirandome a los ojos y en voz baja. Al igual que casi todas mis compañeras de trabajo, ella también me llamaba presumido, pero decía que lo tendría que tomar como un alago ya que aveces ésa errada forma de ser no éra tan errada como se creía y mostraba un poco más de conducta y personalidad en muchas personas. Núnca pasamos de una que otra salida a tomar un café o a comer algo a la hora del almuerzo, pues ella estaba casada desde hacía tres años y tenía un nene de once meses. Era una lástima pero la dura realidad, siempre pensaba en ella y ella lo sabía, desgraciadamente nunca pude ser su anelado candidato para príncipe azul.

    6.


    Durmiendo, despertó mi memoria y descubrí que había despertado de uno de tantos sueños. Mis parpados esperaron unos instantes para luego abrirse automaticamente. Pude ver, lúcido, como los rayos de sol se colaban por mi ventana. Me dolía la cabeza por las muchas pesadillas que había tenido la noche anterior. Intuje que ya había amanecido, y que el día debía de estar soleado. Devido a carecer de buena vista, achique mis ojos para poder enfocar el no tan distante reloj de pared, que marcaba si mal no recuerdo las 10:15 am. Era sábado. Me levanté entusiasmado por el echo de no tener que ir a trabajar.
    -Una mañana en paz- pensé, -un día y una noche en paz-
    No es que me molesta ir a trabajar, lo que me molesta es trabajar. Mi trabajo es comprar, vender, o alquilar casas, apartamentos o simplemente dormitorios compartidos. No es difícil pero si estresante. Trabajo de lunes a viernes nueve horas diarias, en una oficina dentro de más oficinas en donde comparto el día con más de veinte compañeros y compañeras laborales. Nunca había estado en un lugar en donde los chismes viajen a la velocidad de la luz, pues éste era el sitio indicado para todo tipo de curiosidades ajenas.
    Ése sábado, me duché, me vestí y salí de mi casa con un serrucho en la mano. Toqué la puerta de Nicolás y no se escuchó nada mas que los ladridos de los tres pequineses que tenía y protegía con mucha cautela. Reparé en que no había nadie, entonces le dejé el serrucho en la puerta con una nota que decía: "Más vale tarde que nunca"

    Hoy pasaron cuatro meses desde que me accidente el dedo. Desde entonces no he vuelto a ver ni a mi padre ni a mi abuela. Sus llamadas no son tan placenteras como antes es por eso que no las contesto. Me enteré que Leonor estaba teniendo problemas de pareja y decidí esperar unos días o aunque sea unas horas para luego empezar a consolarla, como un buen amigo claro.
    Se me fué ésa riducula idea de construitme la biblioteca, me dí cuenta de que no son tantos los libros que poseo y que pasaría años en llenarla completamente. Le regalé las maderas a mi vecino y él sí supo aprobecharlas haciendo de ellas estanterias para sus herramientas.
    Aprendí a nó sólo agachar la cabeza, pero también que hay cosas que por más que tratemos de hacerlas no nos salen tan bien como a los demás, no todos estamos echos para lo mismo, todos tenemos nuestra función en la vida, además de vivir claro.
    Los clavos que encontré en la cosina aquel día me enseñaron mucho también, osea, ellos estaban tan oxidados que no podían cumplir su función de sostener las maderas al clavarlos, y eso mismo pasa con el resto de las cosas, maquinas y hásta humanos.
    -La herramienta correcta para el trabajo correcto- me digo siempre ahora.

    Continuará......
     
    #1
  2. xtra

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    Muy bien Miyu san, muchisimas gracias por haberte tomado la molestia en leer mi humilde obra literaria.
    En cuanto a las criticas, me encanta escuchar criticas, eso me ayuda a superarme y decirme "no volvera a pasar". Hay cosas que comparto y cosas que no, por ejemplo, lo unico que no comparto es tu critica acerca de mi narracion, creo q narre desentemente, nada mas. Con respecto a el escenario de la novela, no intente llevar al lector a imaginarse un escenario o a ponerse en "el lugar de los hechos", simplemente es una novela sobre los pensamientos de un personaje ficticio, uno de los tantos que rondan por mi cabeza constantemente, sobre sus ideas y su particular forma de pensar.
    En cuanto a la ortografia: primero que nada vivo en USA, el pais donde las tildes y las enies no existen, no tengo el prosesador world, simplemente tengo el WORD PAD, y para poder escribir tengo q estar constantemente copiando y pegando las tildes y demas, otra cosa, vivo en este pais desde mis 13 anos y pienso que para alguien que jamas dio IDIOMA ESPANOL en la escuela tengo un amplio nivel literario, creo que ahi hay un punto a favor.
    Muchas gracias por tu opinion, me gusta la gente directa y sin preambulos, no te procupes que seguiras leyendo sobre mi.
     
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