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Jean-Francois Lyotard "Filósofo del Deseo"

Tema en 'Salón de Escritores' comenzado por Arkhazul, 17 de Diciembre de 2010. Respuestas: 2 | Visitas: 6241

  1. Arkhazul

    Arkhazul Poeta que considera el portal su segunda casa

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    De los creadores de lo que se ha dado llamar "posmodernidad". Crítico visionario más allá de lo moderno tanto en lo político como en lo cognitivo y estético. Amigo personal de Deleuze y del novelista y ensayista del noveau roman Michel Butor. "Freudmarxista" o "libidinal". Involucra cuatro libros en alud: Discurso, figura (1971), Deriva a partir de Marx y Freud (1973), Dispositivos pulsionales (1973) y Economía libidinal (1974) con los que se ubica junto con Klossowski entre los llamados "filósofos del deseo". De lenguaje delirante a la manera de como apertura Jean Baudrillard su libro La transparencia del mal. Ensayo sobre los fenómenos extremos (1990)... "Ya que el mundo adopta un curso delirante, debemos adoptar sobre él un punto de vista delirante"



    LA GRAN PELÍCULA EFÍMERA​

    ABERTURA A LA SUPERFICIE LIBIDINAL



    Abra el presunto cuerpo y exponga todas sus superficies: la piel con cada
    uno de sus pliegues, arrugas, cicatrices, con sus grandes planos aterciopelados
    y, junto a ella, el cuero y su vellón de cabellos, el abrigo suave
    del pubis, los pezones, las uñas, los cascos transparentes del talón, la leve
    ropavejería poblada de pestañas de los párpados; pero no solamente
    eso: abra y extienda, explicite los labios mayores, los pequeños labios con
    su red azul, bañados de mucosidad; dilate el diafragma del esfínter anal,
    corte longitudinalmente y aplane el negro conducto del recto, luego del
    colon, luego del ciego; a partir de ese momento la banda será una superficie
    completamente estriada y contaminada de mierda; como si con sus
    tijeras de modista abriera las piernas de un pantalón, ándele, ponga en
    descubierto el presunto interior del intestino delgado, el yeyuno, el íleon,
    el duodeno o bien, en la otra punta, suelte la boca de las comisuras o
    arranque la lengua hasta su raíz distante y pártala, extienda las alas de
    [FONT=Times New Roman]murciélagos del paladar y de sus húmedos subsuelos; abra la tráquea y
    [FONT=Times New Roman]conviértala en el armazón de un casco en construcción; provisto de bisturíes
    [FONT=Times New Roman]y de las pinzas más agudas, desmantele y deposite los haces y los
    [FONT=Times New Roman]cuerpos del encéfalo; luego extienda toda la red sanguínea intacta sobre
    [FONT=Times New Roman]un inmenso jergón, y la red linfática, y las delicadas piezas óseas de la
    [FONT=Times New Roman]muñeca y del tobillo; desm6ntelas y colóquelas de punta a punta con todas
    [FONT=Times New Roman]las capas del tejido nervioso que recubre el humor ácueo y con el
    [FONT=Times New Roman]cuerpo cavernoso de la verga, y extraiga los músculos mayores, los grandes
    [FONT=Times New Roman]filetes dorsales, extiéndalos como lisos delfines durmientes. Haga el
    [FONT=Times New Roman]mismo trabajo que hace el sol, o la hierba, sobre su cuerpo cuando usted
    [FONT=Times New Roman]se asolea.
    [FONT=Times New Roman]Pero no se crea que allí termina todo: habría que conectar a esos
    labios una segunda boca, una tercera, una gran cantidad de bocas, una
    boca, y también vulvas, pezones. Y contiguas a la piel del extremo de los
    dedos, rascada por las uñas, sería necesario quizás unas grandes playas
    de piel sedosa, extraídas de la cara interna de muslos o de la base de
    nucas, o unas cuerdas de guitarra. Y contra la palma de la mano, llena
    de nervaduras y de pliegues como una hoja marchita, tal vez haya que
    depositar arcilla, o bien báculos de madera dura con incrustaciones de
    plata, o un volante de automóvil, o la escota de una mesana. No se olvide
    de agregar a la lengua y a las partes del aparato fonador, todos los
    sonidos de que disponen y, además, toda esa red selectiva de sonidos
    que constituye un sistema fonológico puesto que ella también pertenece
    al "cuerpo" libidinal, así como los colores que tendrá que añadir a las retinas,
    ciertas texturas a las epidermis y ciertos olores que habrá elegido
    a las paredes nasales, palabras y sintaxis preferidas a las bocas que las
    dicen y a las manos que las escriben. Y no es suficiente decir, como
    Bellmer, que el pliegue de la axila de la niña apoyada distraídamente, el
    codo sobre la mesa y el mentón en la palma de su mano, podía [I]ser equivalente[/I]
    al pliegue de la ingle o incluso a la comisura de los labios del sexo.
    No nos apresuremos a plantear la cuestión de ser equivalente a, y
    menos aún a resolverla. No es una parte del cuerpo ¿de cuál cuerpo?:
    cuerpo orgánico, organizado para su propia supervivencia ante lo que a
    muerte lo conmueve, asegurado contra la conmoción y la emoción; no
    una parte que [I]sustituya [/I]a otra como en el caso de la niña (la morbidez
    del brazo a la del muslo y un pliegue sutil a una hendidura más intravagante),
    no es ese desplazamiento de partes, reconocibles en la [I]economía[/I]
    [I]política [/I]del cuerpo orgánico (él mismo en principio provisto de partes
    diferenciadas y apropiadas que no podrían ir sin él) lo que hay que
    [I]comenzar [/I]por tomar en consideración. Un desplazamiento semejante,
    cuya función es de representación, vicaria, supone una unidad corporal
    sobre la cual se inscribe como transgresión. No hay que comenzar por la
    transgresión, hay que ir de inmediato hasta el límite de la crueldad, hacer
    la anatomía de la perversión polimorfa, desplegar la inmensa membrana
    del "cuerpo" libidinal, que es todo lo contrario de un armazón.
    Ella está hecha de las texturas más heterogéneas: huesos, epitelios, hojas
    en blanco, tonadas que hacen vibrar, aceros, cristalerías, pueblos,
    hierbas, telas para pintar. Todas esas zonas se empalman en una banda
    sin dorso, banda de Moebius, que no interesa porque esté cerrada, sino
    por tener una sola cara, piel moebiana que no fuera lisa sino (¿acaso sería
    esto posible topológicamente?), por el contrario, que estuviera cubierta
    de asperezas, recovecos, repliegues, cavernas que lo 'serán en la
    "primera" vuelta, pero que en la "segunda" serán quizá protuberancias.
    Pero nadie sabe ni sabrá en cuál "vuelta" estamos: en la vuelta eterna.
    La banda interminable de variada geometría (puesto que nada obliga a
    que una excavación siga siendo concavidad más allá de haber sido forzosamente
    convexidad en la "segunda" vuelta, si ésta al menos persiste)
    no tiene dos caras sino una sola y, en consecuencia, carece de exterior e
    interior.
    No se trata, por lo tanto y sin duda, de teatro libidinal: no hay espesor,
    las intensidades corren por doquier, posándose, escapándose, sin
    que nunca puedan ser apresadas en un volumen sala/escena. La teatralidad-
    representación, lejos de que pueda tomársela como un dato libidinal
    [I]a fortiori [/I]metafísico, resulta de cierto trabajo sobre la banda laberíntica
    y moebiana, trabajo que imprime estos pliegues y repliegues especiales
    cuyo efecto es una caja que, cerrada sobre sí misma, filtra los impulsos y
    admite que aparezca en escena sólo aquello que, proveniente de lo que
    de ahora en adelante se llamará [I]el [I]exterior[/I][/I][I], [/I]satisfaga las condiciones de
    la interioridad. La cámara representativa es un dispositivo energético.
    Describirlo y seguir su funcionamiento es la tarea. Ninguna necesidad
    de criticar la metafísica (o la economía política, que viene a ser lo mismo);
    puesto que la crítica supone y recrea sin cesar esta teatralidad misma,
    más vale [I]estar dentro de ella y olvidarla: [/I]es la posición de la pulsión
    de muerte, y mejor describir eso, sus pliegues y adherencias, sus trasmisiones
    energéticas que determinan sobre la superficie única y heterogénea
    el cubo teatral con sus seis caras homogéneas. Ir de la pulsión a la
    representación, pero sin permitirse, para describir esta implantación, esta
    sedentarización de los influjos, sin permitirse la sospechosa facilidad
    del concepto de falta, la facilidad del cuento de una Alteridad vacía, de
    un Cero en cuyo silencio viene a chocar y a romperse la demanda (demanda,
    ¿palabra, ya, por lo tanto?, ¿palabra ya dirigida y hacia algo?, sí,
    a ese Otro y por algo, ¿acaso él también ya sabe hablar?, sí, aunque sea
    mediante gestos, llantos, furias, torpores de lactante atragantado, interjecciones,
    que le dicen), aun cuando con ese cuento de la demanda y del
    silencio del Cero no quedaría otra cosa que inaugurar y echar a andar el
    teatro y el poder, el teatro de poder en el que habrán de representarse
    las satisfacciones del deseo nacido de la misma presunta falta. Muy por
    el contrario, y lo veremos más adelante, hay que describir la cuestión del
    cubo a partir de la banda del cuerpo libidinal abierto y extendido en su
    única cara sin reverso, cara que nada oculta.
    Más aún, no hay que confundir tampoco la clausura de la representación,
    ese hallazgo sarcástico, ese falso desengaño de los pensadores
    que nos dicen: lo que está en el exterior en realidad es el interior, no hay
    exterioridad, la exterioridad del teatro es también su interioridad; ni
    mezclar esta triste noticia, este [I]kagangile [/I]que no es sino el converso del
    evangelio, este miserable anuncio de que los cargadores de artefactos
    que recorren su pequeño muro detrás de las espaldas de esclavos sentados
    y maniatados al fondo de su caverna en realidad no existen o, lo que
    es lo mismo: que ellos mismos son sombras en la caverna del mundo soleado,
    reduplicación de tristeza; que no se confunda, entonces, este mensaje
    despechado y esta representación de un teatro totalmente clausurado
    con nuestra película moebiana-Iaberíntica, [I]patchwork [/I]de una sola cara
    de todos los órganos (inorgánicos e inorganizados) que la libido puede
    atravesar: por más que esté cerrada sobre sí misma, ella también, como
    una buena banda de Moebius, de ningún modo lo está en el sentido de
    un volumen; por oposición al cubo representativo es infinita; las intensidades
    corren en ella sin encontrar término, sin chocar jamás con el muro
    de una ausencia, con un límite que sería la marca de una falta; no, a la
    libido verdaderamente no le falta nada, y menos aún regiones a ocupar;
    e1 dedo fino y muy moreno de la mano izquierda que en una conversación
    pasa la joven sobre su ceja -inquieta por lo que supone es el saber del
    otro-, mientras que con la derecha sostiene un cigarro: ésa es una verdadera
    región a ocupar, se puede perder la vida en ello, uno puede entregar
    toda su organicidad, su cuerpo en orden, su alineamiento funcional
    de órganos, su estatuto socio-profesional, su presunto pasado y su presunto
    futuro por eso, su memento y su teatro íntimo: uno puede llegar a
    querer pagar muy caro, fuera de precio, ese dedo que es como una gubia
    y todo el espacio orbital craneano, vaginal, que engendra alrededor del
    ojo. ¡Y no es porque esté prohibido que se lo ocupa, ni porque sea representado
    fuera de escena o porque no se tenga derecho a ponerlo en escena
    que uno desea montarlo y [I]apropiarse de él[/I][I]! [/I]A la libido no le faltan regiones
    a ocupar y no ocupa bajo la condición de la falta y de la apropiación.
    Ocupa sin condición. Condición es regla y saber. Pero el toque de
    emoción en la mano que alisa la ceja, ¿importa que obedezca a reglas, a
    leyes de la emoción y otras necedades?, ¿importa que se conozca lo que la
    motiva, la timidez de esa mujer ante su presunto personaje (evidentemente
    paternal)?, ¿qué importa todo eso, ese fárrago de palabras que
    van a dar cuenta y a rendir cuentas? Son esas palabras las que ponen en
    representación ese gesto y lo producen en la exterioridad interior de todo
    discurso, y la ley que van a inventar para [I]explicar [/I]la exterioridad y el espectáculo
    es su ley propia como saber.
    Muy lejos de tomar el gran Cero como el ontológico motivo, impuesto
    al deseo, de diferir todo siempre, de re-presentar y simular en una
    prórroga sin fin, nosotros, economistas libidinales, afirmamos que ese cero
    es en sí mismo una figura, la pieza de un dispositivo potente, sanguinario
    como el Dios de los Judíos y pálido como el Vacío de Lao-Tsé; dispositivo
    de la circunversión en el cual, ciertamente, varias posiciones libidinales
    son afirmadas en conjunto, y al cual nos complacerá desenmarañar
    y desmontar con tacto, despejar sin violencia, en japonés, como se separan
    las varillas entremezcladas en el juego de los palillos; y vamos a
    mostrar que no solamente es necesario pasar por él para seguir el recorrido
    de las intensidades en el laberinto, sino que, incluso, el paso por el
    cero es propiamente un recorrido libidinal de carácter especial, que la
    posición del Significante o del Otro ocupa en el dispositivo de la circun-
    versión una posición en sí misma de goce, que el "rigor de la ley" excita a
    más de uno, y que esa Nada no remite a una necesidad ontológica, sino a
    una fantasía religiosa, libidinal por lo tanto y, como tal, perfectamente
    aceptable, vale la pena decirlo, si no fuera, por desgracia, terrorista y deóntica.
    Necesitamos modelar una idea afirmativa del Cero.
    Recomenzamos, en consecuencia, la crítica de la religión, recomenzamos,
    en consecuencia, la destrucción de la piedad; buscamos incluso el
    ateísmo: muy inteligentes, hemos comprendido que la reintroducción del
    Cero, es decir de lo negativo, en la economía del deseo, es simplemente la
    reintroducción de la contabilidad en las materias libidinales, es la economía
    política, es decir el capital, llevada hasta la esfera de las pasiones, y
    con esta economía del capital, hemos comprendido necesariamente otra
    vez más que la piedad es lo que prosigue, el dispositivo pulsional y pasional
    de la religiosidad, en la medida en que ésta es identificada como [I]la[/I]
    [I]fuerza de la falta[/I][I], [/I]la religiosidad capitalista, que es la de la moneda que
    se engendra a sí misma, [I]causa sui[/I][I]. [/I]Y, en consecuencia, "hacemos política",
    deseamos que la fuerza de la falta periclite, degenere; amamos y
    queremos todo lo que afirma que ese cero no solamente no se engendra a
    sí mismo, ni tampoco es engendrado por otra fuerza (la fuerza de trabajo,
    supone Marx, pero justamente y una vez más, en tanto faltante, borrada
    [I]en superficie[/I][I] [/I]de la escena social), sino que las cuestiones de engendramiento
    tienen trampas, conllevan el saber y sus "respuestas" (las cuales
    se le ríen a usted en la cara); no, no subordinamos nuestra política antirreligiosa,
    es decir anticapitalista, al saber de lo que es de verdad el origen
    del sentido, es decir de la plusvalía, menos aún la subordinamos al
    saber de lo que verdaderamente no tiene origen y de lo que carece no en
    tanto de esto o de aquello, sino en tanto origen; queremos y hacemos una
    política desmembrada, no contable, [I]impía[/I][I] [/I]para con las políticas y, en ese
    sentido, la [I]crític[/I][I]a [/I]de la religión que recomenzamos no es ya una crítica,
    no está ya en la [I]esfera[/I][I] [/I](es decir el volumen teátrico, adviértase) de lo que
    critica, puesto que la crítica descansa a su vez en la fuerza de la falta, y
    puesto que [I]la crítica es la religión todavía.[/I]

    [FONT=Arial]
    [SIZE=3] [/SIZE]


    [COLOR=#0000ff][/COLOR][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT]
     
    #1
  2. ludmila

    ludmila Poeta veterano en el portal

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    muchas gracias por esta exquisitez...que alude al cuerpo orgánico y el cuerpo libidinal.
     
    #2
    Última modificación: 8 de Enero de 2011
  3. susi underground

    susi underground Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Es largo, pero tan interesante...!
    Delirante, sin duda, pero con una fuerza que arrastra por... tendones, venas, pezones, vergas, ingles...
    La fuerza de la falta... me encantó.
    Un besazo, Arkha.
     
    #3

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