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-Hoy no es la visita, señorita Julia. La cita era para ayer por la tarde.

-Lo sé, pero me fue imposible.

-¿Puede saberse por qué?

-Si se lo digo pensará que estoy más loca todavía de lo que ya cree.

-Yo nunca mencioné a la locura. Usted pasa por un mal bache y yo quiero ayudarla, pero sino me cuanta la verdad será imposible.

-Bueno, allá voy, de todas maneras no tengo mucho que perder. Ayer no pude venir a la cita porque del mediodía del jueves pasó a ser viernes, así, de golpe. De las once y cincuenta y nueve de la mañana del jueves pasó a ser las doce del viernes.

-Quiere decir que no se acuerda de nada de lo que pasó, o que se durmió y despertó hoy...

-No, me acuerdo perfectamente, y tengo pruebas de que digo la verdad. Le pregunté a muchas personas qué habían hecho el jueves por la tarde y ninguna supo contestarme. Y si no, dígame qué hizo usted el jueves por la tarde.

El doctor se reclinó en su sillón de piel, inspirando y cruzando los dedos de ambas manos, balanceando unas piernas que le colgaban de un sillón que le venía grande, muy grande, fijando la vista en los títulos universitarios que decoraban la blanca pared de enfrente.

Meditaba:

El sol quiere introducir en la sala haces de luz mientras vidrios y cortinas intentan impedirlo. Como un trato gitano acordarán dejar pasar a la mitad de ellos. Los únicos que están contentos son los ácaros y ácaras del polvo exterior e interior, que es iluminado y exaltado, viéndose todas sus motas preciosas. Los ácaros toman el sol en sus butacones de playa. Unos se dedican a disfrutar del paisaje callejero, donde los humanos pasean de arriba para abajo como gallinas sin cabeza. Pero la mayoría está expectante de los acontecimientos del interior de la sala, donde Julia, una bella jovenzuela, afirma que ha perdido la tarde del jueves. Dicen unos ácaros que es lógico, que es normal perder las cosas por ahí, porque a ellos muchas veces les ocurre. Las ácaras no les hace ninguna gracia oír las tonterías de los machos, ellos siempre tienen la cabeza en otro sitio.

Claro está que el doctor no quiso compartir estos pensamientos con la joven, de momento, porque sino hubiesen tenido que cambiar las posiciones: él en el diván y la joven en la silla del doctor.

-Todavía no me ha respondido, doctor. ¿Qué recuerda de ayer por la tarde? ¿Ve cómo tengo razón? No se acuerda porque la tarde del jueves desapareció. Y recójase las mangas de su bata de médico, que le queda muy grande.

-Yo tengo millones de testigos, señorita Julia -iba a decirle que esos millones eran ácaros y ácaras, por lo que quiso rebajar el número de testigos-. Bueno, es una broma, evidentemente no tengo millones de testigos, pero alguno que otro, sí.

-Pues tráigamelos y en ese instante le reconoceré que necesito ayuda psiquiátrica.

-Muy bien, ahora se va a enterar de lo que es bueno -gritó tan fuerte que la voz recorrió el largo pasillo del psiquiátrico, atravesando las puertas de las diferentes salas. Se levantó de su silla de piel y señalándola con su dedo, le volvió a gritar.

-Le demostraré que está usted más loca que una cabra, so chalada.

-Así no hablan los médicos, señor doctor -dijo Julia, enfadada.

-Tiene usted razón, perdóneme -inspiró hondo y giró en dirección a las cortinas y los vidrios, y levantando los dos brazos al cielo dijo:

-Se lo demostraré.

Miró a los cristales de la ventana y con voz de general de divisiones ordenó:

-¡Oh, ácaros y ácaras que habitáis los reinos del polvo y la luz de los cristales de las ventanas celestiales, acudid aquí en calidad de testigos y confirmad que el jueves por la tarde jamás desapareció.

En ese momento se abrió de golpe la puerta de la habitación y una voz poderosa dijo:

-¡Ah, estáis aquí! Llevo buscándoos más de una hora. Venga hijos que nos vamos. Y tú, Fernandito, deja la bata de tu padre en su sitio, donde estaba.

-He ganado yo mamá, he demostrado que Julita está como una cabra -dijo Fernandito.

-No le hagas caso mamá, él sí que está loco perdido. ¡Mira que traer de testigos a los ácaros y ácaras... jajaja... ¿Quién está más loco mamá?

-Los dos, hijos, y a este paso vuestro padre tendrá que internaros con sus pacientes jajajaja.

Y con un hijo en cada mano, la madre salió de la sala donde el padre recibía a sus enfermos.

-¿Tú qué hiciste ayer por la tarde mamá? -preguntó Julita.

-Vamos a ver... ¿Ayer era jueves?

-Sí mamá, jueves por la tarde.

-Pues... La verdad, ahora no me acuerdo qué diantres hice.

-Lo ves cómo tengo razón -dijo Julita mirando a su hermano mientras se reía.

-Yo tampoco me acuerdo -contestó Fernandito a carcajada limpia.



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De locos y poetas dicen que todos tenemos un poco, jejeje, espero no escuchar los ácaros próximamente ...aunque si tuviera que escuchar algo sería algo como un haz de luna pero shhh, no sea que la puerta de algún terapeuta este abierta.

Me encantó leerte, entre la sorpresa , la gracia y el temor.

abrazos+abrazos hasta tu orilla estimado Ëvano

 

Y a mí me encantó que me leyera, y quién sabe si la pantalla del ordenador tiene a un terapeuta al otro lado, o a un haz de luna atrapado.

Muchas gracias señora Ethel, se la saluda muy afectuosamente y con seriedad, que siempre es bueno resguardarla jajajjajajaja.

 

La locura es innata en el ser humano y la mayoría de las veces lo que para uno es cordura o razón para el otro es locura y pasión, reza un refrán ¡Cada loco con su librito! y así somos nosotros, locura y razón, enfermedad y pasión, ikmaginación o realidad, ¿quién lo sabe?. Espléndido escrito Evano, de principio a fin una verdadera delicia. Felicitaciones y saludos poeta

 

otra imagen a la expectativa
llena de mucha imaginación
gracias por compartirnos sus letras
abrazos Denn

 

Es un buen refrán, Don Rugby, no lo conocía.

Muchas gracias por su paseo por estas letras.

Se le saluda afectuosamente.

 

Muchas gracias a usted por acompañarme, Dennisse, sabe que siempre es un placer recibirla.


Se la saluda afectuosamente.